Trilogía Southern
Reach I.
Jeff VanderMeer.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Destino. Col.
Áncora y Delfín # 1293. Barcelona, 2014. Titulo original:
Annihilation. Traducción: Isabel Margelí. 237 páginas.
Con poco ―muy poco―
material de VanderMeer publicado en nuestro país, aunque
tampoco es que sea especialmente prolífico en novelas, nos llega
ahora la primera entrega de su más reciente trabajo hasta la fecha,
la apertura de una trilogía en la que lo «extraño» prima sobre
cualquier otro contenido. Una extrañeza que empieza a bordear
sutilmente el horror cuando las cosas que se daban por sentadas,
aquello que supuestamente nos dicen los sentidos, empiezan a variar,
a no ser lo que parecen, y a esconder secretos que por su misterio se
antojan aterradores. Thriller psicológico, suspense, misterio,
ciencia ficción social, fantasía oscura, diario de viaje y
exploración, aventura… H.P. Lovecraft, Joseph Conrad, Margaret
Atwood, los hermanos
Strugatsky, John Wyndham, Cormac McCarthy… sobrevuelan temática
o estilísticamente en un momento u otro sobre la trama. VanderMeer
ha destilado hasta la esencia toda una forma de hacer Literatura, una
forma de ver el mundo, ominosa, amenazante, intrigante, mutable, extraña,
condensando en dos centenares de páginas toda una desconcertante
aventura.
En un impreciso tiempo
futuro, el Área X es un territorio costero de situación
geográfica y límites indeterminados y variables ―¿está siquiera
situado en nuestra realidad?―, y de lenta, pero continua,
expansión. Antaño mínimamente poblado y ahora deshabitado y bajo
estricta cuarentena, diversas expediciones enviadas por una
misteriosa organización llamada Southern Reach, una agencia
clandestina del gobierno, han intentado infructuosamente de encontrar
un sentido. Todo resulta a la vez conocido y alienígena,
siniestramente intrigante, como si un trozo de otro planeta se
hubiera instalado sobre el nuestro.
Ahora ha llegado allí la
décimo segunda expedición, compuesta por cuatro mujeres de las que
el lector nunca llega a conocer el nombre, sino que son referidas en
todo momento por su especialidad o profesión: una psicóloga, una
bióloga, una topógrafa y
una antropóloga. Cuatro mujeres enviadas a cartografiar, a
estudiar, a documentar, a catalogar, a experimentar tanto todo
aquello que encuentren a su paso como las reacciones de sus propias
compañeras, muy mal preparadas y confusamente advertidas para los
misterios que van a ir encontrando y enfrentando. Escrito en forma de
diario, el lector irá descubriendo las peculiaridades del lugar a
través de las impresiones e investigaciones que la bióloga irá
plasmando en su cuaderno, con una creciente tensión conforme se
amontonan los sucesos que no puede explicar. Lo extraño, o la
extrañeza, las asalta a cada paso. Los ecosistemas resultan
desconocidos, sutilmente alterados desde algún tronco común. Los
datos recopilados empíricamente carecen muchas veces de sentido. Se
enfrentan a una realidad muy diferente, ajena a sus experiencias
previas y a cualquier idea preconcebida que trajeran con ellas. Una
vez más, en realidad lo importante es el viaje y la observación,
las relaciones, las expectativas confrontadas ―y muchas veces
aniquiladas― por la experiencia, más que la acción en sí misma.
Desde el primer momento
la manipulación, por parte de Southern Reach, por parte de
sus compañeras, por parte del propio Área X, guía sus
actos, forzándolas a darse cuenta de lo inadecuadamente preparadas
que se encuentran. Su formación es limitada, sus conocimientos del
terreno escasos, su información vaga, errónea, confusa y engañosa.
Ni siquiera saben cómo han entrado en el Área o cómo van a poder
salir. Sus mentes han sido hipnóticamente condicionadas para
obedecer a la «lider» ―la psicóloga― y para «ver» lo que
parece más adecuado en vez de lo que es «real», llevándolas a
diferir en sus observaciones y produciendo profundas disensiones… Y
es que, ¿en qué puede una confiar cuando sus propios ojos,
por no hablar de su mente, parecen estarle engañando?
Donde sus compañeras ven
un profundo pozo, la bióloga ve una torre que en lugar de alzarse
hacia el cielo se entierra en la tierra. Una torre en cuyas paredes
un «organismo» escribe ominosas y muy posiblemente proféticas
frases, y que podría estar habitada por un desconocido «monstruo».
La etiqueta, la nomenclatura, cobra singular importancia ante una
observación cuestionada, desvirtuada, confusa, ya que la «realidad»
parece ser muy diferente de lo que ellas perciben. Cual acertadas
metáforas la descripción de los lugares fijan la realidad y todo
deviene en símbolo: la torre ―no es lo mismo, en absoluto, si se
ve como un pozo―, el faro ―con todos sus secretos a plena vista―,
las marismas ―y la criatura que las habita―, el mar ―y sus
promesas―, la fotografía ―el críptico mensaje sin palabras―...
El extraño no es el
ajeno, sino uno mismo. Ya en su vida «anterior», cuyo conocimiento
va ofreciéndole al lector mediante breves, y a veces
contradictorias, confesiones en su diario, la bióloga se encontraba
un tanto perdida, fuera de lugar, sin saber su rumbo, cuestionándose
sus conocimientos, su matrimonio ―antes y después del retorno de
su marido― y su propia vida. Así su estancia en el Área X es tal
vez el principio de un camino para encontrarse a sí misma, para
definirse como persona. Y el primer paso es la aceptación, la
comunión con lo extraño, antes que la rebelión ante sus diferentes
formas. La infección no da paso a la enfermedad, sino a un
«renacimiento», a una nueva visión del mundo que la rodea.
El Área X es
inaprensible, escapa a la comprensión humana e invita a la locura.
Para mantener la cordura la mente adjudica formas reconocibles a lo
cambiante, negando lo imposible. La bióloga necesita aferrarse a sus
conocimientos, a su formación científica, para obtener respuestas a
unas observaciones que la llevan más allá de la lógica y de la
razón internándola en territorios movedizos. Al final, nada la ha
preparado para lo que se encuentra y debe cambiar su forma de pensar
para adecuarse a su nuevo mundo; sólo cabe continuar hacia adelante,
sin poder confiar en nada de lo que encuentran, ni en nada ni nadie
―incluidas sus compañeras― de lo que las rodea. A un mismo
tiempo, el lector, cuyos datos provienen todos de la bióloga, debe
cuestionarse lo que ella le está comunicando. Todo lo percibido se
percibe a través de ella, matizado por sus comentarios. A un tiempo
ella va ofreciendo datos de su vida pasada, de todo lo que la llevó
a tomar la decisión de formar parte de esta duodécima expedición,
pero también se guarda celosamente muchos secretos hasta que no le
queda más remedio que compartirlos, y entonces el lector debe
cuestionarse lo narrado a la luz de los nuevos conocimientos.
Para enfrentar a lo
desconocido debe enfrentar sus propios temores y miedos. Se produce
la deconstrucción del ser, la disolución de la identidad, tanto
propia como ajena. La ausencia de nombres «deshumaniza» a las
científicas y las convierte en meros recipientes de su
investigación, sondas en busca de respuestas, prescindibles ―y de
hecho alguna desaparece pronto de escena― observadoras objeto de
observación ellas mismas, meros experimentos... Algo a lo que el
autor potencia con casi absoluta falta de caracterización de las
expedicionarias, la escasa descripción de rasgos o personalidad más
allá de todo lo que revela sus acciones ―y es mucho― y sus
conocimientos. Lo psicológico cobra más importancia que lo físico
o lo palpable.
Con una atmósfera por
momentos onírica y por momentos opresiva, ominosa, ajena, de
pesadilla, y con esa elusiva percepción de tener las respuestas
siempre a punto de revelarse pero siempre escabulléndose entre las
sombras, se hace palpable la inquietud de las protagonistas, la
angustia e incertidumbre a las que se ven sometidas, las dudas ante
todo lo que que desconocen y todo lo que les han ocultado antes de
comenzar la misión, la desconfianza que surge entre ellas
condicionando la convivencia y el destino de la expedición.
VanderMeer consigue una auténtica inmersión en la lectura,
atrapa y hace partícipe al lector de toda la frustración de la
bióloga, de toda la tensión, del desasosiego ante unas
revelaciones que en realidad producen más dudas y preguntas…
Con un ritmo adecuado,
―dilatado, distante, más promesa que realización―, un estilo
fuerte, una prosa sencilla ―y no es nada fácil escribir
«sencillo», con cada palabra, cada frase, cada descripción en su
sitio con un propósito concreto―, elegante, subyugante y
evocadora, y una estructura narrativa que fuerza a seguir leyendo
―esperando una respuesta que no llega― y hace que el libro se
acabe en un suspiro, temáticamente tal vez no sea esta una lectura
para cualquier lector, hay que estar preparado para la extrañeza,
para los saltos mentales y el horror, para la falta de concreción...,
pero es un muy buen, y entretenido, libro. Primera entrega de la
trilogía, Aniquilación termina con una especie de inevitable
cliffhanger que pone los cimientos para los siguientes libros,
Autoridad y Aceptación ―ambos también
de próxima publicación en Destino este mismo año―,
dejando sin respuesta muchas incógnitas sobre lo que les sucedió a
las anteriores expediciones, las profecías escritas en la «torre»,
el faro y su contenido, y otras muchas cuestiones que encierra el
intrigante Área X. Y, sin embargo, se podría decir que la
novela se cierra de una forma perfecta y coherentemente fiel a la
extrañeza surgida a lo largo de toda la trama.
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