VV.AA. (Rec. Luis G. Prado).
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Artifex. Madrid,
2014. Título original: Riding the Cocodrile; The Server and the
Dragon; Palimpest; The Island; The Far End of History. Traducción:
Luis G. Prado, Carlos Gardini y Carlos Pavón. 223 páginas.
Una antología largamente
gestada, y esperada, y que ve la luz gracias al nuevo sello de venta
directa del editor Luis G. Prado, Artifex, recopilando obras de cinco de los autores más
punteros de la ciencia ficción transhumanista actual, esa cuya acción transcurre mucho después de la
Singularidad, dentro de cientos de miles de años en el
futuro, y que algunos defienden como la más pura expresión del
género, junto con el hard «con el que guarda un más
que cercano parentesco». Sólo con leer el prólogo: La cf
trans, de Luis G. Prado, el lector se da cuenta de ello. Se
podría entrar en el eterno debate sobre el término «ciencia
ficción» y sus múltiples variables, pero el del editor no deja de
ser un análisis ciertamente muy interesante y punzante, a la par que
un tanto controvertido y que «barre para casa». Greg Egan, Hannu
Rajaniemi, Charles Stross, Peter Watts y John C. Wright
ofrecen su particular visión de ese futuro lejano, donde el tiempo
ha dejado de ser un obstáculo para convertirse en un aliado en los
grandes proyectos galácticos, y la Humanidad ha evolucionado en muy
diferentes formas trascendiendo la actual. No son textos precisamente sencillos, y lo cierto es que se
trata de una antología cuya lectura
necesita de una adecuada «digestión» para su correcto disfrute y
aprehensión, con lo que es recomendable dejar un tiempo de reflexión, y descanso, entre relato y relato.
El título de la
antología se encuentra muy adecuada, e intencionadamente supongo,
elegido, pues el tiempo es uno de los factores comunes a todos los
relatos. Relatos de una escala desmesurada, que hablan de unas obras
de ingeniería de proporciones colosales, de dimensiones ciclópeas,
y que se dilatan a lo largo de los milenios, dirigidas por mentes e
inteligencias que apenas pueden considerarse humanas, dueñas de la
eternidad. Unas vidas dilatadas de las que surge la fascinación por
todo lo existente, pero también un hastío ante esas prolongadas
existencias que permite el post humanismo de sus
protagonistas, con la aplicación de todos los adelantos
científicos que han de devenir.
Abre el volumen A
lomos del cocodrilo, de Greg Egan, con el proyecto de
primer contacto con una civilización que parece no querer ser
contactada. En el fondo, una bella historia de amor incondicional, de
entrega total, cuando la existencia y la convivencia se puede contar
en milenios. En un futuro muy lejano, dentro de la civilización
galáctica conocida como la Amalgama ―en la que el autor ha
situado varios de sus relatos―, diversas formas de «inteligencia»,
tanto digitales como biológicas y todos los estadios intermedios
posibles, humanas y alienígenas, conviven sin problema. Desde cuerpos físicos ―con las más
diversas formas, eso sí― hasta volcados de software en diversos
soportes habitan la galaxia, ya sea en superficies planetarias, en
realidades virtuales informáticas o en hábitats espaciales de muy
distinto tipo, transmitiendo sus conciencias de sistema estelar a
sistema estelar mediante transmisiones a la velocidad de la luz y reconstruyendo sus soportes luego.
Tras más de 10.300
años juntos, Leila y Jasim empiezan a pensar en
dar un final a su existencia; pero sienten que deben hacerlo
cumpliendo algún gran proyecto, algo grandioso y atrevido, una
última realización personal con la que soñar juntos no importa lo
que tarden en el intento. Y qué mejor que observar y desvelar los
misterios de los Distantes, los herméticos habitantes que se
esconden en el bulbo central de la galaxia. A través de la última
frontera en un universo que prácticamente ha abolido las fronteras
miles de sondas han sido enviadas y todas han sido devueltas en
blanco, sin datos relevantes; muchos son los que han intentado comunicarse con
ellos de forma infructífera hasta el momento. Pero gracias a la enorme potencia de
cálculo disponible, que ha permitido la catalogación de cualquier
aspecto del universo conocido, la pareja considera que la empresa no
es del todo imposible, aunque requiera una dilatada inversión temporal y material; así que, con la colaboración de otros
muchos seres de la Amalgama, emprenden la tarea. Y el resultado, que
llega a poner en cuestión sus iniciales convicciones…, el
resultado es algo que debe descubrir cada lector. Dentro de los temas
propios del autor, lo cierto es que es un relato bastante asequible
para cualquier público, con un nivel más «accesible» que algunas
de sus obras anteriores. Es curioso cómo, a pesar de la distancia y
la «evolución», de las distintas formas de relacionarse de las
nuevas sociedades, al final Egan está hablando directamente
al corazón humano, a sus anhelos, sueños y esperanzas, al deseo de
dejar huella, de amar y ser amado, de descubrir, de obtener
conocimientos y despejar las dudas.
La segunda obra, El
servidor y el dragón, del filandés Hannu Rajaniemi,
es la más corta y emotiva de las narraciones incluidas en el
volumen, a pesar de que no hay en ella personaje humanos en absoluto, aunque
de alguna manera puedan estar sus «descendientes». Post humanismo,
desde luego. El servidor «nace» de una pequeña semilla disparada
por una naveoscura hacia el Gran Vacío, a medio millón de años luz de
la galaxia, para ampliar el alcance de la Red. Durante milenios se
limita a esperar, solo, con poco esperanza de recibir a un viajero o
un paquete cuántico de información. En el fondo, sabe que
seguramente su soledad durará mucho tiempo, así que decide
emprender un proyecto realmente especial: crear un nuevo universo. Pero
entonces llega el dragón, que encuentra en el servidor el lugar perfecto para
desarrollarse. Parecían hechos el uno para el otro, pero el destino
siempre es cruel. Dentro de su extrañeza, de la grandeza del
decorado y de lo extremo del planteamiento, la creación de un
«universo bebé», perfectamente pudiera decirse que es una historia
de terror romántico que remite a un proceso informático muy común
hoy en día, con un final tan triste como devastador, ¿con un rayito
de esperanza?
Rajaniemi vuelca
gran cantidad de física en los postulados de este relato, pero con
una prosa menos críptica que, por ejemplo, la utilizada en El
ladrón cuántico. La expansión y colonización por la
galaxia se sirve de máquinas Von Neumann, atadas a una
ley de no autorreplicamiento, para salvar las inmensas distancias
tanto espaciales como temporales. La acción se dilata a lo largo de
los milenios, a un ritmo cósmico que no necesita apresurarse,
aprovechando las facultades de la Inteligencia Artificial, y
constatando que incluso ésta tiene necesidad de compañía frente al
terrible aburrimiento de la soledad galáctica.
A continuación,
Palimpsesto, de Charles Stross, acompaña al
lector en una intensa historia de viajes en un tiempo que se retuerce
sobre sí mismo, de paradojas, existencias borradas y personalidades
alternativas, que de regalo, además, incluye un pequeño homenaje a
La patrulla del tiempo de Poul Anderson. Stross
presenta al protagonista, Pierce, tomando una difícil
decisión, y enseguida plantea de inicio una teoría de la física
―sin obviar la relatividad― que posibilitaría el viaje en el
tiempo basándose en la existencia de «puertas temporales»,
agujeros de gusano que conectan dos aberturas en el espacio-tiempo
cuatridimensional, y luego da rienda suelta a la acción. Importa la
aventura, pero también importa el cómo ésta puede ser posible, aunque sin llegar a
condicionar el relato con un exceso de exposición innecesaria, ni evitarla tampoco ―incluyendo la presentación de una
serie de «diapositivas» que atendienden a diversas etapas del
sistema solar en momentos críticos para la supervivencia de la
especie humana―.
El autor plantea temas
como la soledad del agente temporal, la extrañeza al ser arrancado
de su tiempo o las paradojas ante la evidente posibilidad de cambiar
la Historia si es que esta se presupone inmutable. Pero también
otros más tangenciales como la existencia de vida extraterrestre o
la posibilidad de encontrarse con uno mismo y los conflictos que ésto conlleva. Abarcando el inmenso
periodo de la Historia de la humanidad, desde el pasado más lejano
hasta el más distante futuro, el relato sigue las peripecias de
Pierce dentro de la agencia temporal de la Estasis, dedicada a
la preservación a cualquier precio de la vida humana, incluso «trayéndola» de vuelta
con diversas «regerminaciones» tras eventos críticos que han
llevado a su extinción; recopilando, además, todo el saber de
incontables civilizaciones en una ilimitada Biblioteca situada,
literalmente, al Final del Mundo.
Una organización con una
misión y una determinación inamovibles, la preservación de la
Tierra ―de una Tierra― como un hogar viable para la humanidad
frente a un Sol agonizante, a una futura colisión galáctica que
arrasaría con toda existencia y al propio envejecimiento del
universo, pero cuyos miembros pueden actuar por razones equivocadas,
llegándose a producir enfrentamientos entre diferentes facciones
según sea su interpretación de los hechos. Además, siempre
existirán aquellos que quieran enfrentarse a la organización, tanto
desde fuera como desde dentro, y modificar la Historia en busca de su
provecho personal. Como el palimpsesto del título, los
eventos son escritos, borrados y sobreescritos, aunque cada actuación
deja un rastro que se superpone sobre el anterior. Así, la propia
trama imposibilita un relato lineal, haciendo que los saltos adelante
y atrás, y en paralelo, sean continuos.
A lo largo de los largos eones civilizaciones enteras
son modificadas una y otra vez, millones de personas, o algunas de sus existencias al menos, son condenadas a
la inexistencia, grandes eventos son cambiados, miles de historias
son borradas, y de cada interferencia, de cada regerminación, surge una nueva realidad, un
resurgir de la vida humana. Pero en el fondo del relato lo que se
encuentra es la cuestión de la identidad personal de Pierce,
diferente según los hechos que la vayan moldeando. Los actos del
viajero en el tiempo no afectan a la existencia del mismo,
permitiéndole eludir ciertas paradojas como la de asesinar a su
propio abuelo antes de que tuviera descendencia sin desaparecer
consecuentemente por ello, pero hacen que la paranoia se instale
permanentemente en sus pensamientos. Stross incide en la naturaleza
del tiempo, en su «maleabilidad», en su bifurcación ante eventos
decisivos, pero también en el sentido del yo y en el elusivo
conocimiento de uno mismo.
Las aventuras de Pierce
harán que deba elegir entre diversas existencias y posibilidades. En
una de sus primeras misiones alguien intenta matarlo, superponer otra
realidad sobre la suya, y cuando Asuntos Internos le interroga
comprende que sólo él es capaz de protegerse a sí mismo de una
oposición a la Estasis que en teoría ni siquiera existe. Debe tomar
decisiones que borrarán sociedades enteras, personas que viven y
aman y que nunca habrán vivido. Y debe luchar para recuperar todo
aquello que se le escapa de entre los dedos, intentando traerlo de
vuelta, sin saber siquiera si tal cosa será finalmente posible o si
lo recuperado se parecerá a lo que era. No hay una Historia, sino
muchas Historias. El final se acerca al principio, dejando en el
lector la impresión de que se ha viajado sobre una cinta de
Moebius.
En La isla,
Peter Watts recupera el viejo tema de los agujeros de gusano
que facilitan los viajes interestelares. Y lo hace sin incidir
demasiado en la tecnología que lo haría posible para centrarse
mejor en la experiencia vital de aquellos «operarios» que han de
construir los portales espaciales y que son enviados en un larguísimo
viaje sin retorno a velocidades relativistas hacia el espacio
profundo. «Trogloditas» los autodenomina la narradora,
humanos en esencia en un universo que ha trascendido la Humanidad,
aquellos que han quedado «atrás» sirviendo a sus incomprensibles
descendientes, enfrentados a una misión que cada vez posee menos
sentido para ellos. Viajan a velocidades relativistas, sin frenar
nunca, dejando a su paso los portales para una especie que ha
evolucionado, ha trascendido, y ha dejado a estas «brigadas de
trabajo» atrás, construyendo todavía para ellos las vías por las
que sus irreconocibles «hijos e hijas» habrán de desplazarse sin
una muestra de reconocimiento hacia ellos.
Dix despierta a su
«madre» de su sueño criogénico cuando, justo antes de enfrentar
la construcción de una nueva puerta, Chimpa, la IA
que controla la nave y la misión, recibe una señal, una secuencia
repetida no aleatoria, justo en su camino. Después de tantos eones
de viaje, de largos periodos de sueño con breves despertares, el
ambiente de la nave se podría calificar de tenso. En el pasado
surgieron conflictos, las órdenes se cuestionaron, las ideas se
confrontaron. La inteligencia humana y la artificial chocan una y
otra vez en una batalla de voluntades por el control y el mando. Y
entonces, cuando los vons ya han sido enviado por delante y la
construcción de la puerta es inevitable se encuentran con algo que
nadie había visto jamás: una esfera de materia orgánica que rodea
la estrella en torno a la que están trabajando y que, dado que no
pueden frenar su nave, terminarán atravesando.
Watts retrata a la
perfección el desarraigo de los que han sido dejados atrás, el
anhelo por un hogar que ha quedado a sus espaldas y la frustración
ante un trabajo que no les causa ninguna satisfacción, pero que
tampoco pueden abandonar, sirviendo a una civilización a la que
sienten que ya no pertenecen. Plantea el desarrollo de una
inteligencia artificial, con caminos cognitivos distintos de los de
la humana, pero tan limitada al fin y al cabo como esta. Y ambas son
confrontadas en el momento que deben asumir la presencia de una
posible inteligencia alienígena, tan diferente de ambas que es por
ello casi inaprensible. El autor sumerge al lector en un intenso relato cargado de
emoción y con el sustrato de amplias cuestiones sobre el espíritu humano germinando bajo la acción: la empatía,
el altruismo, la intuición, la imaginación, el amor, la entrega…
enfrentadas a una inteligencia mecánica que no puede cambiar sus
parámetros programados. Una magnífica narración, con un final que
descoloca y deja con una sonrisa irónica, muy irónica en los
labios.
Y se alcanza el final con El
otro fin de la historia, de John C. Wright, quizá la
historia más «decepcionante» del volumen, ya que se antoja no
era la más acertada para haber cerrado la antología ―aunque le corresponda por mero orden alfabético―. Situada en su
universo de La Edad de Oro, posiblemente esta historia
de dos enamorados, un planeta llamado Ulises que amó a una
muchacha-bosque llamada Penélope ―ningún otro nombre
serviría―, será mejor disfrutada por quienes hayan dado buena
cuenta de la trilogía predecesora, aunque tampoco es indispensable
haberlo hecho. Wright ofrece una épica historia de amor y
guerra a escala galáctica, a través de los eones, con el trasafondo
de los enfrentamientos entre las diferentes Ecumenes, y el de
Atkins frente a la Ecumene Silente en concreto, en los que por diferentes motivos y caminos Penélope y Ulises quedaran envueltos, llevando al final de la Séptima
Estructura Mental.
De forma algo
contradictoria, la historia por momentos es fascinante, con una
estructura espectacular, experimental y original, y una cosmología
muy singular, donde la misma galaxia, sus planetas y estrellas, es
reformada a través de inconmensurables obras de ingeniería para ir
acomodándola a la evolución de sus habitantes; y por momentos se
hace pesada y ardua de leer, con gran cantidad de jerga
ultra-tecnológica y pseudo historicista que implica gran cantidad de
datos para un escaso trasfondo o explicación. La escala de la
relación, el distanciamiento narrativo, el contexto, la
contradicción entre lo intimista y lo grandioso de la propuesta,
hacen difícil implicarse en el relato. Wright utiliza un lenguaje
lírico, de gran belleza estilística, con una prosa densa y barroca,
introduciendo en ocasiones un humor algo desconcertante, cargando por
un lado de nostalgia el relato y creando por otro una extrañeza que
dificulta el «fluido» avance en la lectura. Es una historia
conmovedora, pero extrañamente fría y distante. Peca, muy
posiblemente, de querer abarcar en exceso.
En general, no obstante esto último,
Tiempo profundo recoge un conjunto de poderosos relatos,
intelectualmente provocativos, de difícil definición más allá de
su adscripción a esa ciencia ficción trans de la que habla el
prólogo de Luis G. Prado. Enfocada decididamente hacia el hard y con
algún ramalazo space opera, se trata de una muestra de ese género que
seguramente sólo puede ser aprehendida en su totalidad desde los parámetros, y por
los lectores, del propio género ―aunque no habría que negársela a cualquier otro tipo de lectores avisados―. Una lectura, con reservas, y como
reza en la contraportada, para todo aquél que alguna vez haya
contemplado las estrellas y se haya preguntado hasta dónde llegará
la humanidad en los próximos eones.
[Mención especial, es de justicia remarcarlo, para las magníficas traducciones, con todas las dificultades que la tarea entrañaba, de todos los relatos].
==
Reseña de otras obras de los autores:
Greg Egan:
Diáspora.
Axiomático.
Diáspora.
Axiomático.
Hannu Rajaniemi:
El ladrón cuántico.
El ladrón cuántico.
Charles Stross:
Amanecer de hierro.
La Casa de Cristal.
Accelerando.
Brecha nuclear.
Amanecer de hierro.
La Casa de Cristal.
Accelerando.
Brecha nuclear.
Peter Watts:
Visión ciega.
Visión ciega.
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