Las Crónicas del Silo, 3.
Hugh Howey.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Minotauro. Col. Ciencia ficción. Barcelona, 2014. Título original: Dust. Traducción: Manuel Mata. 431 páginas.
El cierre de Las Crónicas del Silo, Vestigios (Dust), continuación inmediata de las anteriores entregas, inicia su acción allá donde terminaron aquellas —y por ello esta reseña contiene detalles reveladores de ambas, así que quien no quiera saber nada de antemano ya sabe a qué atenerse—. No es una novela independiente, en absoluto, y para disfrutarla en condiciones es imprescindible haber leído primero las anteriores. El primer libro, Espejismo (Wool), presentaba la sociedad del Silo, un pequeña comunidad de supervivientes encerrada en un hábitat subterráneo, con la amenaza de un mundo exterior contaminado pendiendo sobre sus cabezas; el segundo, Desolación (Shift), volviendo atrás en el tiempo, mostraba el cómo se había llegado hasta allí, los pasos que se habían dado para desarrollar, construir y habitar los silos, hasta al final llegar a discurrir en paralelo con el primero. Ahora, fundiendo los hilos de ambos, toca poner fin a la historia y ver si existe un futuro en el horizonte de los supervivientes; si la diminuta esperanza intuída al final de Desolación podría ser algo real. Aventura, acción, tragedia, entrega desinteresada, intriga y suspense. Las Crónicas del Silo es un aviso para navegantes sobre la tentación del control absoluto, de ponerse por encima de los demás y decidir el destino de todos, de asumir decisiones en nombre de quien no toma parte en ellas… Y, sobre todo, es una lectura de puro entretenimiento, un pasapáginas que alcanza aquí su satisfactorio final.
Tras su aventura exterior Juliette se encuentra ahora al frente del Silo 18, su «reaparición» le ha llenado de popularidad, pero sus decisiones no van a ser bien aceptadas por todos, sino cuestionadas al enfrentar radicalmente las «verdades» inmutablemente asumidas hasta el momento incluso con un carácter incluso religioso. No todos van a aceptar que existen otros mundos habitados ahí fuera. Pero eso no va a detener los planes «aperturistas» de la joven alcaldesa, quien, con el apoyo reticente de Lucas, va a poner patas arriba todo lo que conocían. Más allá, Solo y los niños permanecen en el Silo 17, esperando que la joven cumpla la promesa que les hizo al marcharse. Mientras tanto, en el Silo 1, Donald —inmerso su papel de Thurman— intenta junto a su hermana Charlotte encontrar un modo de salvarlos no solo a ellos, sino a todo el resto de silos, cada vez más asustado conforme va descubriendo en los servidores retazos de lo que les espera en realidad en el futuro, sintiendo además que el tiempo se le acaba. Y las cosas no van a hacer sino acelerarse.
Howey encuentra un firme equilibrio a lo largo de todo el libro, sin que ninguna parte sobresalga o se resienta respecto a las demás, manteniendo un ritmo decidido, rápido, en el que, quizá, el misterio no tiene ya tanta cabida como en las entregas anteriores —el lector ya sabe qué es el Silo y cómo llegó la Humanidad allí—, pero sí potenciando la intriga y la tensión por un futuro que se presenta bastante negro para los protagonistas. El autor, sin la necesidad de presentar mundo y personajes, aprovecha toda la libertad de la que dispone para llevar la historia a la conclusión precisa, y a ello se entrega con decisión. Muchas cosas suceden, los personajes se embarcan en varios planes un tanto demenciales —según la óptica interna del lugar en que se encuentran— siempre a un paso de acabar mal. Y si algo acaba mal dentro de alguno de los silos casi seguro que condenará a todos sus moradores a la muerte. El triunfo y la tragedia van cogidos de la mano. Y Howey juega a dar una de cal y otra de arena a sus personajes, haciendo que cada éxito conlleve su parte de fracaso.
Los protagonistas deben enfrentar sus actos, deben asumir sus culpas y, no obstante, seguir adelante sin dejarse vencer por la desesperación. Esta no es una historia de brillantes y altruistas héroes —aunque sí exista un despiadado villano—, sino de personas que desean hacer lo mejor para su gente, garantizándoles un futuro, de forma no exenta de egoísmo. Sus actos tienen consecuencias para muchas personas y, a pesar de estar convencidos de estar haciendo lo correcto por el bien común, no pueden evitar desfallecer en ocasiones, perder la seguridad, dejarse llevar por los remordimientos de las pérdidas que sus decisiones puedan ocasionar.
Y es que el autor, como en las dos entregas anteriores, enfrenta temas de profundo calado de una forma realmente amena a través de la aventura post catastrofista en estado puro. Bajo la apariencia de un drama desatado, de una lucha por la supervivencia y la pervivencia, que no da reposo, van apareciendo ideas sobre la manipulación de la verdad como forma de control de la sociedad; la lucha por la «justicia» sea cual sea el precio a pagar por ella y la obligación de la rebelión frente a un poder totalitario arriesgándolo todo; la entrega incondicional a un bien mayor; el dilema del inmovilismo, el mantenimiento del status quo por injusto que sea, frente al cambio, por revolucionario y traumático que pueda resultar —toda sociedad debe evolucionar para enfrentar con «salud» su futuro—; la dificultad de comunicación entre los que no comparten unos mismos referentes; la búsqueda de redención ante las equivocaciones propias y ajenas; la esperanza que no desfallece; el deseo de vindicación que lo envenena todo; el significado y coste de la auténtica libertad —si tal cosa existe—...
Es cierto que, centrada toda la acción en un puñado de actores principales, quedan muchos detalles del escenario fuera de foco, aunque intuidos entre las sombras. Howey presenta la lucha de unos pocos personajes, sobre cuya espalda pone todo el peso del destino de un par de silos —aunque bien pudiera ser de todo lo que queda de la humanidad—, sin presentar la escena al completo —sería imposible—, y dejando la existencia de los otros —muchos o pocos— silos supervivientes en el aire, con alguna pequeña referencia a su pasado, pero sin entrar en su presente existencia. No obstante, el autor sí que deja caer pinceladas de la sociedad concreta en que se desarrollan las tramas, con líneas que poco —en realidad nada— aportan al hilo principal, pero que añaden un agradecido trasfondo al conjunto: el tema de la religión dentro del silo 18, que le sirve para hablar del miedo al cambio, del radicalismo y la cerrazón mental que lleva a no aceptar lo evidente y deriva en fanatismo; la presencia de Solo y los niños del Silo 17, sobre todo Elise, que representan la familia, la amistad y la inocencia; o los trabajadores del silo, con esa visita inédita al mercado, o la entrega de los compañeros de Juliette, la gente por la que, al fin y al cabo, merece la pena todo lo que se está haciendo...
Pero, por encima de todo, Vestigios da respuesta a la conspiración que condujo a la sociedad del silo, lleva a la confrontación final entre los protagonistas del drama y cierra el círculo. Con una escritura tan sencilla como eficaz, que introduce en la historia sin distracciones, esta tercera entrega, al contrario que las dos anteriores que recogían de tres en tres las novelas cortas autopublicadas por Howey de forma digital, está diseñada desde el principio como un todo —aunque también se encuentre dividida en tres partes—, favoreciendo el discurrir sin fisuras de las tramas, sin altibajos en el camino, y sin tanto cliffhanger como en ocasiones anteriores. Su final ofrece un cierre emotivo y adecuado, por más que deje abierto mucho a la consideración del lector —algo que incluso daría para una posible continuación—, la historia de Juliette y compañía en los silos queda debidamente cerrada, atando todos los cabos que pudieran haber quedado sueltos anteriormente.
También es cierto que las revelaciones que el lector va conociendo al tiempo que los protagonistas en torno a cómo estaba todo diseñado para suceder, a cuál era el controvertido y, al final, un tanto peregrino y contradictorio plan a largo plazo de quienes diseñaron los silos, no se encuentran exentas de cierta polémica —demasiado esfuerzo para el supuesto resultado—. Pero eso es algo que cada lector debe asumir, o no, según sus propias convicciones. En realidad, dentro del absurdo intrínseco de quien se pone por encima de todos los demás, la respuesta obtenida no deja de tener un retorcido sentido dentro de la megalomanía y egocentrismo de todo el planteamiento del proyecto. Agridulce, pero coherente con todo lo narrado, Vestigios (Dust) es una buena conclusión para una «trilogía» a la que merece la pena dar una oportunidad.
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Reseña de otras obras del autor:
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