Stephen King.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Plaza & Janés. Barcelona, 2015. Título original: Revival. Traducción: Carlos Milla Soler. 415 páginas. [Ficha del libro: aquí]
El autor, recientemente galardonado con la Medalla Nacional de las Artes y Humanidades de EE.UU., desde el título de la novela y la más que famosa cita que abre el texto, parece prometer un relato cargado de su acostumbrado terror, como poco de una buena cantidad de horror, miedo y escalofríos, pero no es por ahí por donde King ha decidido llevar a su criatura. Revival es la rememoración en primera persona de la vida de Jamie Morton, incluidos sus encuentros con Charles Jacobs —su quinto en discordia o agente del cambio—, desde que ambos se conocieran, cuando el narrador tenía seis años, hasta su traumática despedida ya en días presentes. Desde luego, en todo momento hay una tensión que parece anticipar el terror y la locura —sobre todo por las reiteradas alusiones del propia protagonista—, algo que, en efecto, termina llegando, pero King toma el camino más largo, y lento, para alcanzar el clímax. Además, se puede considerar que en el relato no hay presencia de elementos sobrenaturales, —salvo para quien así desee verlos en ciertas alusiones concretas y, sí, justo en el desenlace—, algo que casi hace que se le pudiera considerar una obra de ciencia ficción, sobre todo por el creativo uso de la electricidad «secreta», aunque también es verdad que no hay demasiada «ciencia» real detrás de lo descrito. Pero donde la novela destaca es en ese retrato casi costumbrista de toda una vida y su época, incluyendo una forma de vivir de y para la música —algo que conoce de primera mano y le permite hacer un buen repaso de todo un género musical, mezclando grupos e intérpretes reales y ficticios, retratando una forma de vida, y de muerte también—, que el autor tan bien sabe transmitir.
Es realmente curiosa y llamativa la pericia del autor para contar dos historias narrando en realidad sólo una. King escribe sobre la historia de Charles Jacobs, un pastor metodista obsesionado por los usos «curativos» de ciertos efectos de la electricidad y traicionado por su fe, un charlatán de feria, un telepredicador, un embaucador, un hombre con una misión, un demiurgo en la sombra..., sin convertirlo en protagonista sino en un secundario de lujo que aparece y desaparece de la narración en los momentos oportunos, vistos siempre a través de los ojos de otro. Y ese «otro», quien adquiere el estatus de narrador, es Jamie Morton, un niño de campo, crecido en Harlow, Maine, un guitarrista de talento justito, pero ampliamente cumplidor, un drogadicto, un hombre «renacido», que relata su vida, destacando las ocasiones en las que llegó a coincidir con el «reve», ofreciendo su propia visión e interpretación —tangencial por mucho que estuviera en el meollo de los momentos importantes— de los hechos. Así, muchos de los sucesos que se antojan relevantes —por no decir todos—, la experimentación y los descubrimientos, están sucediendo en otro lugar, ocultos al lector, mientras el protagonista vive su vida hasta alcanzar un desenlace a su entrecortada relación que él mismo anticipa en varias ocasiones cargado de horror.
Se podría decir que esta es una novela de homenajes a muchos autores que marcaron la carrera del escritor de Maine —incluido a sí mismo, ya que es interesante rastrear las referencias a obras anteriores suyas que ha incluido en el texto—. Largas «sombras» intelectuales y literarias pululan por estas páginas —desde Lovecraft a Mary Shelley, desde Arthur Machen a Ray Bradbury, pasando por muchos otros a los que él mismo se encarga de dedicar la obra— sin llegar a ocultar nunca la voz y originalidad del autor.
Mientras el horror se va construyendo, anticipándose muy poco a poco entre referencias y crípticas alusiones, entre curaciones «milagrosas» y libros prohibidos, es en las escenas de los momentos más cotidianos donde la novela discurre de forma fluida gracias a la habilidad de King para reflejar con semejante naturalidad y descarnada profundidad las vivencias del día a día —o año a año— de Morton. Mientras el lector sabe, pero no ve, que Jacobs está llevando a cabo sus ¿demenciales? investigaciones cual científico loco, a lo que en realidad asiste es a los triunfos y derrotas del «ayudante» esporádico, un hombre que debe exorcizar los demonios que arrastra antes de poder seguir avanzando.
Los detalles grandes y pequeños, las confesiones, los defectos, las decisiones que parecen tan importantes en la vida de un hombre, y todos los sentimientos que los acompañan. La familia, con sus pequeñas desgracias y triunfos, el amor paternal; el trato afectuoso, pero también distante, con los hermanos. El pueblo, donde todos sus habitantes se conocen y las habladurías son inevitables; donde las tragedias, y los escándalos, son de todos. La sacudida eléctrica de aprender a tocar la guitarra, el orgullo de entrar en un grupo. El primer romance, el sabor de un primer beso con aroma a tabaco, el despertar sexual. La religión y el ateísmo. La caída; la redención y su coste. La muerte cercana. La satisfacción de un trabajo en el que se encaja. Los amigos y conocidos; el roce y los pequeños placeres; la culpabilidad y la auto impuesta penitencia; la investigación de algo que en realidad no se desea saber. El reencuentro con seres queridos. Toda una vida…, narrada con su habitual estilo inmersivo, pulcro y efectivo, que consigue que el lector apenas se de cuenta, o le importe, que le esté ocultando las cartas importantes de la baraja, mientras le muestra la historia secundaria como si fuera la principal.
El lector se encuentra aquí con el King íntimo y cercano, más dado a lo inquietante que a lo terrorífico, constructor de atmósferas cotidianas; el diseccionador de existencias dado al descarnado retrato del carácter humano, cargado de ironía, de rabia, de enorme pesimismo —el mal existe y ninguna fuerza externa va a venir a salvar el día— y de denuncia, aunque también de ternura, añoranza y nostalgia. A pesar de que parece hurtar alguno de los momentos más impactantes de la historia —tanto de la de Morton, donde un par de sucesos que debieran ser traumáticos son referidos a posteriori casi de pasada, como en la apenas vislumbrada vida de Jacobs—, los presagios se suceden y la carga de tensión va subiendo hacia el impactante, y emotivo, final. Un final, esta vez sí, abierto a la interpretación paranormal de cada uno, a su particular apreciación de la veracidad de las palabras del protagonista, dejando en manos del lector creer o no creer en la voz narradora. Un final brusco y eléctrico que, como el rayo, se siente llegar, pero sin que se pueda anticipar dónde golpeará o qué consecuencias traerá. Un relámpago que cae con fuerza y tanto ilumina como ciega, poblando el mundo de sombras proyectadas sobre un lienzo, quizá, tan insustancial como ilusorio.
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