VV.AA. (Ed. Rodolfo Martínez).
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2017. Edición digital (epub). 164 páginas.
En el año 2000, integrado dentro de la estructura de la Semana Negra de Gijón, se celebró el congreso sobre ciencia ficción, fantasía y terror, HispaCon, que recibió el nombre de Asturcon. A partir de 2003 los organizadores decidieron retomar la idea de un encuentro de ciencia ficción y fantasía como evento anual, y dos años más tardes incluyeron dentro de sus actividades la convocatoria de un certamen literario, el Premio Avalón de Relato Fantástico, que se mantuvo mientras siguieron adelante las AsturCones, hasta el año 2012. Este volumen recopila todas las obras galardonadas, siete relatos —en 2011 el Premio fue declarado desierto— de muy variada procedencia y temática, pero siempre enclavados dentro del Fantástico. Y es que, como en todo certamen literario, las obras ganadoras hablan también de los gustos y tendencias de los jurados encargados de premiarlos. Dentro de lo heterogéneo de los premiados, además de una ligera predilección por la ciencia ficción, se puede rastrear en ellos el gusto por lo arriesgado y un tanto experimental, sobre todo en la estructura y la prosa, y, al menos en un par de ellos, la presencia un humor un tanto especial.
En la primera convocatoria, en el año 2005, el galardonado fue No es tela asfáltica, de José María de Toca Catalá, quien presenta la historia a forma de soliloquio o monólogo, con más bien pocas descripciones, que un anciano dedica a una «Hermana» que ha venido a visitarlo. Así le contará cómo tiempo atrás impermeabilizaron el tejado de su casa con tela asfáltica, que no es tela sino metal, cartón embreado y forrado de aluminio, y le explicará que, al ser la oferta del Centro Comercial insuperable, compraron demasiada y la utilizaron para forrar incluso el gallinero, y hasta sobraron rollos. El resultado de semejante afán aislante fue cuando menos sorprendente, inesperado para todos los implicados, pero de alguna manera muy afortunado. Irónico y muy divertido, de alguna manera es la constatación de que no todo el mundo está contento con las mismas cosas y que aquello que algunos envidian, viéndole tan sólo ventajas, igual para los que lo disfrutan sí que tiene algunos inconvenientes. Todo un acierto.
En 2006 recibió el premio el inclasificable Mobymelville, de Daniel Pérez Navarro, germen de lo que posteriormente se convertiría en una todavía más inclasificable ¿novela? —quizá collage sería más certero—. Con un más que revelador título y efectivas reminiscencias melvillenianas, unidas a un montón más de referencias —como muestra esta frase: Llamadme peregrino Darrell Standing, o astronauta Bowman, o Palmer Eldricht, o simplemente Ismael, porque habito páginas de fábula, como cualquiera de ellos. He llegado hasta aquí a bordo del Nimrod— esta es la historia de una obsesiva persecución, la de un monstruo que se desplaza por el espacio causando estragos en los planetas en que recala. A bordo de la Nimrod la esperanza convive con la desazón, y lo extraño está a la orden del día. Pérez Navarro ofrece una narración cautivadora y extraña, entrecortada, formada de retales, de escenas e imágenes desordenadas, simplemente maravillosa. Eso sí, habría que advertir que su planteamiento sin concesiones y su afilada prosa pueden suponer cierto escollo en la lectura para aquellos menos acostumbrados a textos «experimentales», pero tampoco habría de suponer ningún impedimento para su disfrute.
El Premio de 2007 recayó en ¿Pueden llorar ojos no humanos?, de Germán Pablo Amatto. Y aquí bajamos a terrenos subjetivos. Cuando leí este cuento por primera vez, en la antología Terra Nova 2, no me convenció en absoluto, e incluso llegué a preguntarme si se encontraba allí para cubrir un supuesto «cupo» de autores sudamericanos. Vuelto a leer ahora, me ha gustado lo mismo que entonces, esto es, más bien nada. Pero, el que a tanta gente le ha gustado y les ha parecido incluso merecedor de recibir este premio, que hace que, como poco, me cuestione mi propio criterio y gusto. Es lo que hay. Una plaga ha hecho abandonar a la humanidad el camino de la ciencia y abrazar la fe cristiana como única solución a la enfermedad. La Santa Inquisición se dedica a capturar a los enfermos y a los científicos que se encargaron de buscar una cura, sometiéndolos al «juicio de Dios» en busca de su purificación de una forma absolutamente fundamentalista. Un infectado, antes muy creyente, se cuestiona la razón de haberse contagiado y de tanto sufrimiento. El relato, sin duda bien escrito, presenta por instantes una adecuada atmósfera tenebrosa, pero no remonta desde el absurdo de su planteamiento ―¿todo el planeta se olvida de la ciencia y cae en manos de un bárbaro oscurantismo? ¿Cómo? ¿Por qué?― ni de su posterior desarrollo.
Un año después, en 2008, el galardonado hace que me reconcilie con el jurado: Los campos ingleses, de Ricardo Gabriel Curzi, es un relato tan sugerente como duro, cruel se podría decir, y no deja indiferente. Mateo Ibáñez, médico forense, recibe el encargo urgente por parte del ministro de Salud de practicar una autopsia a un cadáver procedente de Londres. Ese mismo día le van a entregar los resultados de las pruebas médicas realizadas a su hijo gravemente enfermo, pero el ministro se niega a dispensarle, así que no puede negarse, a pesar del dolor que le produce no encontrarse al lado de su hijo. El disgusto se tornará en extrañeza cuando inicie, con la única ayuda de Soledad, su enfermera, una autopsia que va revelando extrañas manipulaciones en el cuerpo del fallecido. A la par de esta historia en tercera persona, en capítulos alternos, se solapa el relato en primera persona de un hombre cuya mujer acaba de dejarle y que recibe una misteriosa carta que podría cambiar el rumbo de su vida. El autor ofrece una narración intensa, oscura, poética y conmovedora sobre la culpa, el abandono, las oportunidades perdidas, las falsas esperanzas, los pecados de los padres y las culpas de los hijos. Un relato precioso, pero también doloroso.
En 2009, de alguna manera volvió a premiarse un tema semejante con un enfoque y desarrollo radicalmente distintos. En Sanador, de Ekaitz Ortega un hombre, en una remota y un tanto aislada aldea, descubrió en su infancia que poseía el don de curar a los enfermos e, incluso, resucitar a los muertos. Su «poder» no repara todos los daños de un cuerpo roto ni evita la podredumbre y descomposición que ya se haya extendido con la muerte, pero al menos todos los fallecidos siguen vivos y habitando con sus familias. Por eso los habitantes del lugar lo mantienen en una especie de semi libertad vigilada, conscientes de que mientras su madre viva —no puede curar a los de su sangre ni a sí mismo— no intentará dejar el pueblo, pero sin fiarse tampoco del todo de él. No le tratan mal, pero no tiene su cariño ni camaradería a pesar de todo lo que hace por ellos. Así, cuando su madre sale de la ecuación es el momento de plantearse la huida, algo que los lugareños no pueden permitir. Cruel, claustrofóbico, explora el mal que produce la idea de poder disponer de una suerte de inmortalidad, los pozos a los que hace hundirse al alma humana la posibilidad de curarse sin esfuerzo, de no morir de un accidente, de recuperarse de las más extremas lesiones. El egoísmo y la crueldad, la escasa empatía, el poner el bien propio por encima de cualquier otra consideración, la satisfacción de los bajos instintos, salen a flote con inusitada indiferencia y ponen sobre la mesa la certera máxima de que el hombre es un lobo para el hombre.
Al año siguiente, en 2010, el Premio recayó en El espacio que ocupan las palabras, de Sara Sacristán Horcajada, un relato de ambientación quizá postapocalíptica, quizá fuera de nuestro mundo, en una civilización pre tecnológica regida por férreas normas de carácter casi religioso. Fede es un «archivero», una persona especializada en registrar mentalmente las palabras de los estudios de los maestros eruditos en una sociedad donde la escritura está totalmente prohibida y es considerada herética y perversa. Nada más que las palabras de los maestros deben ocupar espacio en su memoria, nada debe distraer su mente de su deber. Pero cuando unos extraños símbolos se cruzan inesperadamente en su camino no puede evitar que surja la chispa de la curiosidad, suponiendo para él un peligro en el que no podrá evitar caer. Los mecanismos de la opresión, la ignorancia obligada, el «anestesiamiento» crítico de los subyugados para que no se cuestionen su existencia conforman una historia en que luz y oscuridad se combinan y enfrentan, el temor a las consecuencias ahoga cualquier mínimo asomo de rebeldía, la superstición mantiene firmes las cadenas que podrían cuestionarse si se permitiese el estudio, la dominación por el miedo a las consecuencias se impone incluso a la amistad que nunca se ha experimentado. Mas, al final, un rayo de esperanza brilla en medio de la desolación.
En el año 2011 no hubo relato ganador al ser el Premio declarado Desierto por el jurado al considerar que ninguna de las obras presentadas reunía la suficiente calidad como para obtener el Premio.
Y en 2012 el Premio Avalón de Relato Fantástico se convocó, por motivos explicados en este mismo volumen, por última vez y el ganador fue Cumplimiento de disposiciones notariales, de Blanca Martínez con un relato tan impactante en su resolución como deliciosamente divertido. La impaciente espera por un requerimiento frente a la burocracia que todo lo enlentece. El señor Paco, un hombre que deambula como alma en pena mientras espera su respuesta, porque la cuestión no es baladí en absoluto. Divertido y a la vez punzante. Una lástima que en desarrollo y prosa no esté a la misma altura que a la de la idea que contiene. Aún así su lectura es muy disfrutable.
Cierra el volumen Las Asturcones, un repaso rápido a cargo de Rodolfo Martínez, dando cuenta de su germen, fechas en que se celebraron, temáticas, invitados y otros temas de interés en torno a las mismas. Con esta interesante iniciativa, este volumen recoge un pedacito de historia del fantástico en España y es una magnífica oportunidad para disfrutar de la reunión de estos relatos, varios de los cuales permanecían inéditos desde que fueron galardonados.
Cierra el volumen Las Asturcones, un repaso rápido a cargo de Rodolfo Martínez, dando cuenta de su germen, fechas en que se celebraron, temáticas, invitados y otros temas de interés en torno a las mismas. Con esta interesante iniciativa, este volumen recoge un pedacito de historia del fantástico en España y es una magnífica oportunidad para disfrutar de la reunión de estos relatos, varios de los cuales permanecían inéditos desde que fueron galardonados.
Hola :) Pues es bastante interesante y un variado de relatos diferentes, sobre todo por que me acabo de enterar de que tengo este evento a menos de una hora de casa y ni me había enterado, que cabeza la mía. Un abrazo^^
ResponderEliminarBueno, el volumen merece la pena, desde luego, pero no esperes ir a la próxima AsturCon, que dejó de celebrarse hace tres o cuatro años, cuando el Celsius se afianzó; algo que se explica a la perfección en la propia antología, así que una razón más para que te hagas con ella ;-)
ResponderEliminarSaludos