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domingo, 10 de febrero de 2019

Reseña: Sistemas críticos

Sistemas críticos.
Los diarios de Matabot.

Martha Wells.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alethé. Madrid, 2019. Título original: The Murderbot Diaries Series: All System Red (Book I). Traducción: Carla Bataller Estruch. 150 páginas.

Mucho, demasiado tiempo han tardado los libros —o al menos un libro— de Martha Wells en volver a las librerías españolas. Tras La muerte del nigromante y El fuego elemental, con un registro muy diferente a esta que nos ocupa, parecía abocada a ser otra de tantas firmas desaparecidas en nuestro idioma, pero para suerte de los aficionados Alethé se ha decidido a traerla de nuevo con esta primera entrega de Los diarios de Matabot, cuatro novelas cortas —hasta el momento—, que hace gala aquí de un space opera de aventuras narradas con desparpajo, buenas dosis de humor y mucha ironía, algo de intriga y de acción de rápida resolución, cierta crítica corporativista y unas cuantas reflexiones sobre lo que significa ser humano de lo más refrescantes. De alguna manera se trata de un retorno a una ciencia ficción «clásica» con un toque y temáticas totalmente actuales. Más allá  de la gratificante, aunque sencilla, trama de exploración planetaria y de conspiraciones corporativas subyacen temas como el ejercicio del libre albedrío, la reafirmación de una identidad propia, la autoconfianza, el apego a quien es diferente, la entrega, al empatía y el significado de la humanidad más básica. Y se lee en un suspiro dejando con ganas de la siguiente entrega.

En el futuro lejano las compañías aseguradoras obligan a que toda expedición para explorar nuevos planetas deba ir, dependiendo del número de los expedicionarios, acompañada de un número variable de androides de seguridad. Sin embargo, los contratistas suelen ajustar a la baja los costos, con lo que esos androides no son siempre de la calidad que sería deseable. En un planeta remoto y deshabitado un equipo de científicos y técnicos se encuentran realizando ciertas pruebas cuando algunos de ellos son atacados por una criatura que no tenían clasificada en sus archivos de la flora y fauna del lugar, siendo rescatados in extremis por su SegUnidad; un androide originalmente programado para matar, con consciencia propia, que ha hackeado sus sistemas y que, sin demasiado cariño por los humanos a los que debería proteger obligado por una reprogramación que ya no le ata, tan sólo desea que le dejen un poco en paz para disfrutar de las horas de telenovelas que ha conseguido almacenar en su memoria. En su interior, nunca en voz alta, se ha dado en llamarse a sí mismo Matabot, y pronto tendrá que decidir si sigue haciendo como si su módulo de control siguiese sujeto a las órdenes imperativas de sus contratistas o dar muestras de su autonomía. Las vidas de «sus» humanos podría estar, de hecho está, en riesgo.

Con el relato contado a través de los ojos del androide, la autora ofrece una trama muy sencilla y lineal, llena no obstante de aventura, sorpresas, enfrentamientos y, sobre todo, un humor muy personal y efectivo, derivado en su mayor parte de los pensamientos y reflexiones teñidas de ácido sarcasmo del propio Matabot, un personaje con el que se termina empatizando a pesar de su básica extrañeza robótica. Con su combinación de carne sintética y entrañas mecánicas Wells pone en juego la evidencia de su carácter no humano, inmerso sin embargo en una búsqueda de identidad y significado que lo acerca mucho a la humanidad. El androide hace gala de una personalidad huraña y que en su deseo de soledad, utilizando su armadura como un efectivo escudo aislante frente a sus compañeros de expedición, casi se podría decir que hace gala de una timidez fácilmente confundible con retraimiento y mal genio. Una personalidad condicionada por sucesos de su pasado que, pese a la reprogramación, es evidente que le han dejado secuelas en las que prefiere no lidiar demasiado, pero que le han llevado a hackearse a sí mismo para no volver a repetir aquellas acciones obligado por la empresa que le alquila en sus diversas misiones de Seguridad. Un nihilismo que le lleva a evitar los lazos afectivos con sus contratistas, a un distanciamiento de las personas a las que tiene que proteger para no verse implicado en sus vivencias. Ni es humano ni desea serlo. Es una IA que no busca la aceptación ni el contacto personal. Tan sólo desearía que le dejasen en paz con sus telenovelas, no verse obligado a actuar como su impuesta programación, de un «objeto» bajo alquiler, debe dictarle. Sin embargo sus evidentes contradicciones lleva a cuestionarse la honestidad básica de su relato. Y parece muy posible que sólo esté contando lo que le interesa, sobre todo en cuanto a sus emociones más profundas.

Junto a Matabot el elenco de personajes humanos, el equipo de científicos contratistas de la SegUnidad, se muestra perfectamente elegido y representado. No son precisamente intrépidos exploradores, sino personas haciendo el trabajo por el que les pagan, con las habilidades y conocimientos necesarios e imprescindibles para cumplir con su tarea, pero sin grandes alardes ni dotes combativos. Dadas las circunstancias de su misión, son valientes, sí, pero no héroes espaciales, ni guerreros, ni genios con soluciones milagrosas para cualquier problema, aunque sí personas inteligentes que no dudan en poner sus conocimientos al servicio de la resolución del atolladero en que se ven inmersos. Cuando el peligro llame a su puerta cada uno va a reaccionar de muy diferente manera, todas muy humanas y comprensibles dentro de sus personalidades, dotando al relato del realismo necesario para llevar al lector y a la aventura a buen puerto. Por supuesto, va a haber discrepancias, dudas e incertidumbres, debates y sospechas, malentendidos y decisiones no siempre lógicas, dado que, en el sustrato, Wells ofrece unos personajes creíbles y muy humanos. En ocasiones incluso parece que Matabot se avergonzase de ellos, de la humanidad y sus tejemanejes en general, invitando al lector a cuestionarse su propia realidad. La constatación de lo muy diferentes que pueden ser unas sociedades de otras, de las enormes diferencias de políticas económicas o sociales entre grupos o planetas, pone en relieve la crítica a ciertos corporativismos y prácticas empresariales del futuro como de hoy.

Con un ritmo que no decae en tiempos muertos ni en momentos innecesarios, esta divertida novela corta acaba con un final cerrado, agridulce, muy coherente y satisfactorio, que deja abierta la puerta para las siguientes entregas. El escenario creado es inmenso e invita a grandes posibilidades, y la peripecia de Matabot, por mucho que haya cambiado su paradigma personal a lo largo de las páginas de Sistemas críticos, está lejos de terminar. Le queda mucho por descubrir de sí mismo y del ejercicio del libre albedrío, muchas preguntas por responderse, y el final de la novela es el principio perfecto para empezar a conocerse.

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