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viernes, 18 de octubre de 2019

Reseña: Cuando se fueron las bestias

Cuando se fueron las bestias.

Andrea Prieto Pérez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones Hati. 2018. Edición digital (ePub).

La autora desenvuelve una trama de misterio y de investigación en una atmósfera casi de realismo mágico, etérea y atada a la tierra a un tiempo, delicada e intrigante, de bosques umbríos donde cualquier cosa es posible, y donde las criaturas más fascinantes que se pudiera imaginar han abandonado el mundo, pero no el imaginario de sus gentes, dejando tras ellas tanta fascinación como recelo. Una atmósfera nostálgica, grisácea, de brumas y lluvia, que invita a la introspección de los largos paseos, y en el que la trágica historia de la desaparición de una joven viene a desestabilizar por un pequeño instante el status quo aceptado por todos los habitantes de un pequeño pueblo en el que cualquier cambio es obviado y el horror se esconde como si no existiese. Un lugar cargado de secretos, aparentemente detenido en el tiempo, o atemporal en todo caso, y en el que los jóvenes sueñan con marcharse lejos, pero no pueden renunciar a sus raíces. Con una intrigante y magnífica ambientación, un escenario atractivo y una trama muy interesante, la novela posiblemente hubiera agradecido un repaso y corrección, no sólo para evitar unos cuantos fallos orto-tipográficos y —al menos en la versión digital— la repetición de los últimos capítulos, sino también para corregir algunas construcciones sintácticas algo «llamativas». No entorpecen la lectura en realidad, pero sí desmerecen una construcción que pudiera haber sido espléndida y se queda por poco sin el remate debido.

Cuando se fueron las bestias presenta sitúa su historia en un futuro de esos que se ha dado en llamar distópicos, en una ciudad que podría ser cualquier ciudad norteña al borde del mar, cargada de melancolía, de caserones históricos, de secretos y de jóvenes que desean escapar. Aunque no haya demasiados detalles, se sabe que hubo una guerra contra un enemigo temible e implacable, que muchas personas murieron en el conflicto y que otras muchas no volvieron a sus hogares, y que la «otra gente» se llevó a otro plano a las bestias tras su derrota, estableciendo un velo que nadie podrá romper. Las bestias son un enemigo al que la humanidad parece recordar con sensaciones contrapuestas, entre el miedo por los desastres de la guerra y una nostalgia que les lleva a celebrar ciertos rituales de paso a la madurez en los que se conmemora su presencia. Ivet está a punto de tomar parte en la celebración de uno de ellos, una fiesta de graduación del instituto que tendrá lugar en Monte Cano, y que debería significar para ella ese paso adelante con el que dejar atrás su vida adolescente y plantearse un futuro lejos del pueblo. No obstante, Sierra, una de las participantes con la que Ivet parece haber congeniado en la fiesta, no vuelve a su casa tras la celebración y su desaparición desentierra recuerdos que se creían perdidos y olvidados, los de aquellos otros que también se fueron sin dejar rastro y a quienes nadie parece querer recordar. Junto a Nahuel, un joven de la familia Dimova, la más destacada y de rancio abolengo del lugar, y uno de los principales sospechosos como culpable de la desaparición, intentará desentrañar la verdad, por mucho que lo que encuentre no sea en absoluto aquello que está buscando.

Existe un fino velo entre leyendas y realidades, pero muchas veces es un velo que difumina la verdad por medio de engaños y mentiras. ¿Es mejor no mirar atrás y ser feliz con la historia establecida para no tener que pensar en realidades incómodas o desenterrar la verdad oculta bajo la simple contemplación de viejas fotos familiares apartadas de la vista desde hace tiempo? Bajo el ropaje de la investigación que emprenden los dos jóvenes protagonistas, que inevitablemente les lleva a escarbar en el pasado, laten cuestiones intemporales de las que surgen perentorias reflexiones. Planteando el conocimiento difuso que de las acciones de tiempos pretéritos tienen unos y otros, Prieto juega con acierto con la duda sobre veracidad de la memoria y de la historia aceptada por todos; con esa fuerza del olvido de los que no quieren recordar porque es demasiado doloroso hacerlo. Y factura una historia de misterio con una atractiva ambientación.

Una historia nostálgica y triste, con un agradable corte juvenil para todas las edades, de conflictos familiares con una muchacha cuyo padre los abandonó a ella y su madre tras la guerra y quien ahora quiere volver a formar parte de su vida. Ivet es una joven que no ha encontrado todavía su lugar en el mundo, pero que no va permitir que nadie le imponga lo que tiene que hacer o sentir. Su búsqueda de respuestas, que es también una búsqueda de identidad y de reivindicación contra un pasado que cree le debe una reparación por alguien que perdió sin poder despedirse, se desarrolla en medio de un escenario evocador y mágico, con un trasfondo atractivo, pensado y plasmado con gran despliegue de imaginación, pero que se demora en su parte central y tiene luego demasiada prisa por resolver. Una prisa que hace que conviva una prosa preciosista, poética y emotiva, llena de pasión, con otra poco trabajada e incómoda de leer —ciertas erratas evitables tampoco ayudan—. A veces es necesario dejar reposar una obra, darle una vuelta y un  buen lavado de cara, para ofrecer su mejor versión. Creo que en esta ocasión le ha faltado ese último repaso puliendo algunos defectos, para lo que es una buena obra, llena de virtudes, hubiera sido una que se leyera todavía mejor.

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