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miércoles, 22 de julio de 2020

Reseña: Estrellas rotas

Estrellas rotas.
II antología de ciencia ficción china contemporánea.

V.AA. (Ed. Ken Liu).

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2020. Título original: Broken Stars: Contemporary Chinese Science Fiction in Translation. Traducción: María Pilar San Román. 474 páginas.

Como ya sucediera en el tomo anterior, Planetas invisibles, y, como bien advierte en la introducción de este volumen Ken Liu,  editor / seleccionador de los textos aquí incluidos, los dieciséis cuentos de catorce escritores —repartidos al 50% entre autoras y autores, siete repitiendo del precedente— y los tres artículos aquí reunidos no intentan ofrecer un recopilatorio de «Lo mejor de la ciencia ficción china», sino que responden a los gustos personales del propio Liu —a quien, por otra parte, hay que agradecer su buen gusto—, quien  buceando entre la extensa variedad del género fantástico actualmente en China ha seleccionado aquellos que más le satisfacían personalmente. Los cuentos elegidos son representativos de cada autor a nivel individual, pero no intentan ser una muestra ideal que abarque toda la producción del país. Todos ellos, en una faceta u otra, son destacables. Cada lector tendrá sus favoritos y aquellos que no le cautiven tanto, pero todos se encuentran incluidos por méritos propios, todos tienen algo que decir. Son tan heterogéneos como sus autores y autoras, cada cual con su particular estilo, temática y enfoque literario, ofreciendo historias desde la ciencia ficción más clásica, el cyberpunk o los viajes en el tiempo, hasta la fantasía más sugerente, el terror, lo sobrenatural o las referencias históricas, incluyendo interesantes mestizajes difíciles —imposibles— de catalogar.

Tras la obligada Introducción a cargo de Ken Liu, abre el volumen Buenas noches, melancolía, de Xia Jia. Una historia de esas de las que mientras la estás leyendo no sabes demasiado bien dónde quiere llevar al lector la autora, pero que una vez terminada, en reposo, hace click en la mente y deja una sensación de lo más satisfactoria. En dos líneas narrativas separadas el relato presenta sugerentes reflexiones sobre enfermedades mentales, inteligencia artificial e inteligencia emocional. Por un lado empieza con la historia de Lindy, un androide de cuerpo de trapo que sirve como apoyo y consuelo terapeútico para su dueña; un hilo que se alterna con la narración de la vida de Alan (Turing), padre de la computación, mostrando su carrera por la creación de inteligencias no humanas, destacando la interacción con un último programa escrito por él, una primitiva «IA» llamada Christopher. La mente humana es un constructo frágil, y las pruebas a las que somete la sociedad a ciertos individuos que no cumplen con sus estándares pueden llevar a decisiones irrevocables. Un cuento para paladear después de leído.

A continuación Luz de luna, de Liu Cixin, es un cuento sobre un tema muy de actualidad, el cambio climático y sus catastróficas consecuencias, a la par que presenta una nada sutil advertencia sobre las paradojas de jugar con el tiempo. Un hombre recibe una llamada de su yo del futuro. Un futuro terrible, donde el planeta se ha convertido casi en algo inhabitable. ¿Podrá él, con la ayuda de su yo mayor, hacer algo para revertir una situación tan catastrófica como, al parecer, inevitable? A veces las mejores intenciones tienen consecuencias de lo más indeseadas. Un relato teñido de melancolía y de anhelos de amor, que debiera servir para reflexionar sobre nuestro presente y el futuro poco halagüeño al que estamos abocando al planeta. No existen soluciones milagrosas para evitar el problema, así que quizá sea el momento de empezar a trabajar para arreglarlo desde ya mismo.

Dando título a la antología, Estrellas rotas, de Tang Fei, es un relato singular, weird y triste. Tang Jiaming, en su último año de secundaria, no destaca especialmente por nada, seguramente porque no le interesa destacar, aunque es algo que podría meterle en más de un problema. Huérfana de madre, por las noches sueña con una mujer pálida, una mujer que habla con las estrellas y puede leer el futuro en ellas, y empieza a sospechar que tras sus sueños se esconde algo extraño. La autora presenta una historia sobre la predestinación, sobre tomar las riendas de la propia vida, sobre los secretos inconfesables de la familia, sobre la locura y la lacra social que comporta para los que conviven con ella. Se trata de un relato extraño, casi místico, para algunas de cuyas acciones y descripciones igual se hubiera necesitado algo más de contexto, y que deja un regusto amargo, triste, por lo narrado y por lo intuido.

El un tanto surrealista Submarinos, de Han Song, habla de forma harto irónica de la desigualdad económica, de la opresión del capitalismo y de la imparable migración del campo a las ciudades. Una migración que convierte a los campesinos en urbanitas de segunda categoría. Mano de obra poco cualificada y barata que es vista con desdén por los ciudadanos de «derecho». El narrador cuenta como de muchacho gustaba de visitar las orillas del río Yangtsé y observar la masa trabajadora que, ante el inhumano hacinamiento y los precios de un piso de alquiler en la ciudad, viven en submarinos fluviales, como casas flotantes que se sumergen por la noche y vuelven a la superficie al amanecer. Una historia de desarraigo e injusticia social disfrazada de agradables recuerdos infantiles.

Y Han Song repite con Salinger y los coreanos, una curiosa ucronía o realidad paralela. El Observador Cósmico vigila a Jerome David Salinger, autor de El guardián entre el centeno, quien vive recluido en una cabaña en una finca rural de New Hampshire. Huraño e irascible, no soporta las visitas, y sus interacciones con otros seres humanos se limitan a lo mínimo posible, incluso cuando no le queda más remedio que ir a la población más cercana a comprar provisiones o libros. Sin embargo, en Corea del Norte es un autor tan respetado, reverenciado incluso al ser considerado un precursor de la liberación plena de la humanidad, que cuando el ejército coreano invade los EE.UU. una horda de entusiastas periodistas coreanos corren a entrevistarlo. Como era de esperar él se resiste con resultados paradójicos pero no por ello tampoco inesperados. El poder de la palabra y la necesidad de separar al autor de su obra, bajo el riesgo de singulares decepciones, palpitan en el fondo de un relato en clave de sátira política.

A caballo entre el cuento de hadas y el relato de ciencia ficción, con un toque místico de realismo mágico y un tono dulcemente poético, Bajo un cielo tentador, de Cheng Jingbo, desplaza al lector hasta el sorprendente enclave de Villalluviosa, en el que un viejo profesor intenta grabar la voz musical del delfín cantarín, pero nunca lo consigue. No obstante, su ayudante, narrador de la historia, obtendrá resultados más allá de sus esperanzas y sueños, descubriendo por el camino la auténtica naturaleza del lugar que habita. El mito de Delphinus y el sueño de tocar las estrellas bajo una óptica diferente y sorprendente. Un relato para leer con el Clarkeniano cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia en mente. Un relato de lo más evocador, que invita a soñar

Bajo una luz más halagüeña lo que ha pasado verás, de Baoshu,  es una novela corta que juega, de forma aún más marcada que el anterior Luz de luna, de Liu Cixin, con la denominada «flecha del tiempo», la dirección en que pasado, presente y futuro avanzan ¿inexorablemente? El narrador, dice, nació el día que parecía que se iba a acabar el mundo; extrañas luces destellantes, acompañadas de truenos y relámpagos,  aparecieron en los cielos de toda la Tierra. Parecía el Apocalipsis. Sin embargo, al marcar las 12:00 de la noche todo cesó, volvió la normalidad y la vida siguió adelante… ¿o atrás? Mientras refleja las vicisitudes de su imposible romance con Qiqi, una amiga de la infancia, coartado por la cada vez más opresiva y cerrada situación política del país, el lector asiste al modo en que la tecnología y la historia retroceden desde lo que actualmente conocemos. Baoshu ofrece una suerte de ucronía con la historia china en primer plano, pero involucionando en el tiempo desde un pasado que se parece mucho a nuestro presente, en un momento hiper tecnológico, y que va retrocediendo hacia la Revolución Cultural, la guerra con Corea, la plaza de Tiananmén y otros hechos relevantes del pasado de China llevándose por delante todos los avances científicos y sociales. Se trata de una historia que seguramente se disfrute más conociendo de primera mano la Historia «real», pero que se entiende sin necesidad de ello. ¿Un aviso para que ciertas actitudes, desastres y tragedias no vuelvan a repetirse? Para el lector occidental seguramente sea más curioso que otra cosa, pero no deja de ser muy interesante la imagen especular que sobre la sociedad china y sus sufrimientos y limitaciones autoimpuestas ofrece el autor.

La historia más corta del volumen, publicada originalmente en la revista de moda Elle, algo que habla por sí solo del auge y aceptación del género fantástico entre el público en general, habla también de uno de esos fenómenos típicamente chinos: la gran migración interior del Festival de Primavera. En El tren de Año Nuevo, de Hao Jingfang, la autora plantea un relato en formato de entrevista entre un periodista y Li Dapang, el ingeniero que ha diseñado un tren que viaja mediante agujeros negros en miniatura, con el objetivo de hacer muchos más cortos, instantáneos casi, los multitudinarios desplazamientos del Año Nuevo chino. Cuando en su viaje inaugural el tren desaparece con más de mil quinientos pasajeros a bordo la búsqueda de respuestas es imprescindible. Se establece una suerte de diálogo ingenioso e irónico entre entrevistador y entrevistado. En un mundo de imparable crecimiento demográfico, tecnológico y de movilidad laboral, dominado por las prisas, el deseo de llegar cuanto antes a destino se impone sobre otras razones. No importa el viaje, sino llegar cuanto antes al final, pero a veces el tomarse un respiro para disfrutar del camino es algo deseable. Así la pregunta con la que el ingeniero cierra la entrevista resuena poderosamente en la mente del lector, cuestionando uno de los males de las sociedades desarrolladas actuales.

El robot al que le gustaba contar trolas, de Fei Dao, es una auténtica fábula de ciencia ficción repleta de ironía y sentido de la maravilla. Hubo una vez un rey bendecido por la buena fortuna que unió bajo su mando todos los territorios del mundo y aspiró a conquistar incluso el Sol. Nunca en la historia se dio un reinado tan limpio y magnánimo como el suyo. Por desgracia, su hijo era un mentiroso empedernido, contando unas trolas tan exageradas que todos terminaban admirados por su imaginación. No obstante el príncipe juraba y perjuraba que nunca había contado ni la más mínima mentirijilla, pero nadie le creía, tal era la fantasía de sus historias. Cuando llegó al trono fue conocido como el Rey de las Trolas, así que, preocupado por su reputación, encomendó a un robot la tarea de convertirse en el mayor contador de cuentos de viejas, en un auténtico maestro del engaño que hiciera sombra a su fama, liberándoles a uno y otro. Esta es la historia del viaje del robot recopilando trolas, asistiendo a extraños encuentros y esquivando la visita de la Muerte. Una larga fábulación sobre el poder e importancia de los cuentos de viejas y sobre la necesidad de cultivar la imaginación y embellecer la verdad, disfrazarla, para que sea mejor aceptada; sobre la juventud y todo aquello de lo que uno se ve despojando al hacerse adulto; y sobre conseguir la inmortalidad a través del arte. A veces el placer de escuchar un cuento es la única razón necesaria para contarlo.

Le sigue La nieve de Jinyang, de Zhang Ran. En la sitiada Jinyang el Príncipe Lu, al frente del infranqueable Instituto de la Ciudad Oriental, empieza a ofrecer inventos anacrónicos, tanto para la sociedad civil como para la defensa militar, imposibles para la época. Máquinas de guerra, una suerte de primitivo internet mecánico, automóviles, gafas de sol molonas…, salen de sus talleres. Pero su éxito despierta suspicacias y recelos, incluso dentro de las murallas de la ciudad. Nacen conspiraciones por parte de uno y otro bando, y los agentes que se ven inmersos en el fuego cruzado deberán elegir muy bien por quién toman partido. Pues ¿quién es el príncipe y qué es lo que oculta su inventiva? ¿Cambiará el curso de la Historia? Una novela corta de estilo chuanyue —un género al parecer muy popular en China que se centra en trasladar a personas fuera de su tiempo, a alguna época relevante de la Historia del país— emparentada con obras como Un yanki en la corte del rey Arturo, intrigante y divertida, que versa también sobre las filosofías de gobierno y el arte de la guerra en un periodo muy determinado de la Historia de China.

Perteneciente al tipo de historias de cuentos tabernarios, al amor de la lumbre y una buena comida, la acción El Restaurante del Fin del Mundo: Potaje de Laba, de Anna Wu, se traslada hasta el fin del universo, donde existe un establecimiento llamado El Restaurante del Fin del Mundo, regentado por un  padre y su hija procedentes de un lugar llamado China, en el planeta Tierra. Los clientes, no muy abundantes, son mayoritariamente terrestres, pero también acuden de vez en cuando seres de todas las especies del universo. Mientras prepara sus platos el dueño cuenta historias a cambio de otras, como la que un cliente va a ofrecer: la de Ah Chen, un escritor que, incapaz de volver a repetir el éxito de su primera novela, deseaba poseer las cualidades de cinco grandes autores de la Tierra, para lo que recurrió a los servicios de la Agencia de Misterios. El recurrente «ten mucho cuidado con lo que deseas» y el desequilibrio que obtener lo que se quiere puede causar, junto al poder de la escritura para cambiar las estructuras del pensamiento del lector siempre que vaya acompañado de las debidas cualidades que un escritor debiera cultivar.

En un magistral uso del surrealismo y el absurdo en Los juegos del Primer Emperador, de Ma Boyong, Qin Shihuang, Primer Emperador de China y gran aficionado a los videojuegos, tras unificar el país desea dedicarse un tiempo a sí mismo y a sus hobbys, unas vacaciones en las que descansar y entretenerse tan sólo con su afición. Pronto la polémica se instala en la corte, en las tabernas y las casa de té. No faltan los detractores y los entusiastas a favor. Entre los filósofos y eruditos de  las cien escuelas de pensamiento rivales pronto surge la idea de que según el tipo de juego al que juegue el emperador marcará el camino de las formas de gobierno. Pronto recibe un buen número de presentaciones de proyectos de juegos en desarrollo para elegir aquel que más le atraiga, desde los juegos de estrategia a los colaborativos. El autor lanza una irónica y aguzada mirada al competitivo mundo de los videojuegos, a sus rivalidades y políticas de anuncios quizá demasiado apresurados, que encierra una interesante lectura sobre el sustrato filosófico subyacente en los juegos que puede llegar a forjar auténticas escuelas de pensamiento.

En la dolorosa Reflejo, de Gu Shi, el narrador de la historia, Lin, convencido por su amigo Mark, visita a una clarividente. En la que es su primera visita, y para su desconcierto, ella parece reconocerle y se alegra mucho de verlo. Tres años después Lin recibe el encargo de entrevistar a «la mayor adivina del siglo», quien siempre se ha negado a conceder entrevistas y sólo accede en esta ocasión si el entrevistador es él. A través de una serie de encuentros irá surgiendo la curiosa historia, no exenta de drama y locura, de una mujer que predice el futuro por su forma —o la de su mente— de avanzar en el tiempo. Evocadora y cargada de nostalgia por algo que se escapa sin poder evitarlo, la autora presenta una lección con la constatación de que conocer el futuro no siempre es algo deseable ni positivo, y de que ni siquiera la fuerza del amor posibilita derrotar a discurrir del tiempo.

En La caja cerebral, de Regina Kanyu Wang, Fang Rui consiente en grabar en su cerebro los patrones cerebrales de su amada Zhao Lin mediante una tecnología todavía en fase experimental en la que él ve la única manera de recuperar el idílico recuerdo de la relación vivida con su amor. Pero a veces la verdad duele y es más fácil aceptar aquellas construcciones mentales que nos contamos a nosotros mismos que una realidad que nos destrozaría por dentro. Se trata de un relato breve, triste en su dolorosa humanidad, que enfrenta la imagen que cada cual tiene de sí mismo con la imagen que tienen los demás.

La llegada de la luz, de Chen Qiufan, es un relato en que se entremezclan el misticismo oriental y las filosofías antiguas con el competitivo y descarnado mundo de la élite tecnológica del país. Como bien va a comprobar Zhou Chongbo, un mundo enormemente competitivo resulta sencillo cometer un error y caer en desgracia, incluso cuando la campaña imaginada y el producto resultante, mezcla de avance y tradición, cumplen las expectativas más allá de cualquier límite, cambiando de forma radical el mundo. Y a veces no basta con recurrir a las prácticas milenarias para obtener la paz y el perdón. Una tímida crítica en forma de sátira a ciertas políticas empresariales y corporativas,  a la vez que al fragmentado subconsciente de la población china, dividido en compartimentos aparentemente irreconciliables que marcan una forma especial de pensar y actuar. La confrontación entre el mundo tecnológico actual y las prácticas espirituales de la antigüedad depara curiosos, devastadores, efectos virales.

Para cerrar el apartado de relatos del recopilatorio Chen Qiufan repite con Historia de las enfermedades futuras, dando muestra de un radical cambio de enfoque y registro narrativo. Una relación de las enfermedades que el futuro y el exceso en el uso de la tecnología va a lanzar sobre la humanidad. Irónico y con una engañosa apariencia tecnófoba, es más un ensayo ficticio, saltando de una descripción clínica, con sus síntomas y efectos sobre los afectados, a otra, que un relato en sí mismo, y demuestra un profundo conocimiento tanto de los caminos de la ciencia como de la naturaleza humana por parte del autor.

Cerrado el contenido de ficción el volumen reúne en esta parte final tres ilustrativos ensayos sobre el estado de la ciencia ficción en China, los aficionados y los escritores, y otras cuestiones de interés. Son, a saber: Una breve introducción a la ciencia ficción y al fandom chinos, de Regina Kanyu Wang, Un nuevo continente para los académicos chinos: el estudio de la ciencia ficción, de Mingwei Song, y Ciencia ficción: se acabó el avergonzarse, de Fei Dao. Retratos no sólo de la situación del género fantástico en el país, sino del camino recorrido y de lo que queda por recorrer. Interesantes y esclarecedores, mostrando que quizá las cosas no sean tan diferentes para los distintos fandoms a pesar de la distancia y las diferencias culturales.

Estrellas rotas es un volumen complementario a Planetas invisibles, que amplía el espectro del muestreo, con autores y autoras ya conocidos en nuestro país, como el premiado Liu Cixin, como otros que ojalá lo fueran mucho más, como las muy interesantes Regina Kanyu Wang o Anna Wu. No se trata, ya está dicho, de la selección de un sesudo experto que intente abarcar un supuesto top de autores, sino la de una aficionado al género como pudiera ser cada uno de sus lectores, alguien que incluye aquellos relatos con los que él mismo más ha disfrutado o que le han llamado la atención por tema o plasmación literaria. Las inclinaciones de Liu quedan patentes, por ejemplo, en el buen número de historias que tienen la naturaleza del tiempo o de la conciencia —en todos sus enfoques— como eje central. Su selección ofrece una ecléctica e inmejorable oportunidad al lector para abrirse a otro tipo de narrativas y ampliar horizontes más allá de lo que se encuentra acostumbrado. Cabe aquí hacer un inciso especial sobre la traducción: Los cuentos incluidos fueron traducidos del chino al inglés y de allí han sido traslados lengua al español. No se antoja una tarea sencilla, pero el resultado presentado por María Pilar San Román es magnífico. Cada cuento conserva su propia cadencia e idiosincrasia, su propia personalidad, y eso es algo muy de agradecer en este tipo de recopilaciones. Gran trabajo.

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