Alix E. Harrow.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Roca editorial. Col. Novela. Barcelona, 2020. Título original: The Ten Thousand Doors of January. Traducción: David Tejera Expósito. Ilustración de sobrecubierta: Shutterstock. 398 páginas.
Esta es la historia de Enero, una chica mestiza que encontró un libro, y es también la historia de Adelaide Lee Larson, y la de Yule Ian Académico, de quienes trataba ese libro. Y es la historia de las búsquedas que unos y otros emprendieron y de todas las puertas, perdón, de todas las Puertas que hallaron —Puertas que conectan con otros mundos, con Otro Lugar—, y de todos los cambios que acaecieron cuando las cruzaron. Harrow factura un libro de enorme belleza, con un ritmo suave, donde los sentimientos y la imaginería son casi tan importantes como la acción. Con ecos y aromas literarios que de alguna manera evocan en la distancia a la LeGuin de Terramar, es esta una novela que desarrolla, reinventándolos, temas clásicos de la Literatura Fantástica, que podrían enclavarla tanto entre las historias de umbrales o agujeros en la realidad que llevan a reinos fantásticos como en una posible ciencia ficción soft de mundos paralelos. Pero lo cierto es que el de los portales a otra dimensión, aún encontrándose en el centro del relato, ni siquiera es el tema principal del mismo —y puede llegar a desconcertar a algún lector, ante la tardanza de la protagonista en cruzar a alguno de esos lugares—, sino el importante trasfondo que permite a la autora plasmar lo que desea. Así, mediante un deslumbrante ejercicio estilístico, Harrow realiza un declarado homenaje a la imaginación, al poder de las palabras, la escritura y las historias, y al Amor Verdadero.
Enero, huérfana de madre, tiene siete años cuando encuentra una Puerta, pero, por supuesto, no es una puerta sin más, sino una de esas que salen en las historias, una de las que llevan al País de las Hadas, al Valhalla, a la Atlántida, a Lemuria, a todos los lugares que nunca señalan las brújulas. Las Puertas siempre están donde menos uno se las espera, y Enero encuentra la suya en Kentucky y, cuando ella lo escribe, se abre para ella dando paso a un Umbral hacia Otro Lugar. Enero es una niña audaz y bragada, pero a sus siete años poco puede oponerse ante las opiniones del señor Locke, en cuya lujosa mansión vive mientras su padre recorre el mundo en busca de objetos exóticos para el acaudalado caballero. Un hombre distinguido que no soporta según qué tonterías fantasiosas, y Enero es una niña buena, así que lo deja correr, lo olvida incluso, hasta que cumple los diecisiete y encuentra Las diez mil Puertas. Justo cuando su padre desaparece sin dejar rastro.
Harrow introduce entonces en el relato principal en primera persona de Enero los capítulos de una obra que narra primero la historia de Ade, nacida en 1866, con el relato de sus primero años en su Kentucky natal, tras encontrar ella misma una puerta en una vieja casa abandonada en los terrenos de la familia y conocer a un «niño fantasma» con el que se promete volver a reunirse. Y después la del académico Yule, autor a la postre del volumen hallado, y de su infancia en la ciudad de Nin. Una elaborada labor de encaje con la que la autora realiza un brillante ejercicio de ficción dentro de la ficción que potencia, explica y matiza lo narrado por la protagonista principal en la búsqueda que habrá de emprender tras sobreponerse a cierto calvario que va a marcar su vida, convirtiéndose en una especie de auténtico salvavidas para ella, en su más preciada posesión.
Es principios de siglo XX en unos EE.UU. dominados todavía, sobre todo en los estados sureños, por el racismo, el clasismo, y una extendida condescendencia machista. El acaudalado Cornelius Locke, miembro destacado de la Sociedad Arqueológica de Nueva Inglaterra, hace viajar al padre de Enero por todo el mundo en busca de objetos preciados con los que dar mayor lustre a la colección privada de valiosos y extraños tesoros —en una evidente muestra del expolio arqueológico y cultural del «primer mundo» sobre los países menos desarrollados— que acumula en su mansión de Vermont. Una mansión que se convierte en el hogar de la joven, rodeada de objetos sorprendentes, pero con escaso contacto humano, y menos aún de su propia edad. La mestiza Enero pasa así su infancia en una ambiente muy protegido, pero también muy aislado, convertido el señor Locke en figura paterna ante la ausencia continuada de su padre. Como único apoyo, a parte del distante cariño de su tutor, tan sólo contará con Samuel, el hijo del tendero que semanalmente lleva suministros a la mansión, adicto a las revistas pulp y único compañero de juego infantiles, y con Jane, una enigmática mujer africana que su padre contrata como acompañante para Enero. Y con Simbad, por supuesto, más conocido como Bad a secas, su fiel perrazo dispuesto a defenderla ante la más pequeña ofensa.
Harrow —y la magnífica traducción de Tejera Expósito— convierte las palabras en las auténticas puertas de la obra —tan solo hay que fijarse en ciertos nombres, y su significado oculto, para ver la profundidad del juego de la autora—. Esta es una narración que, además de contener una buena y atractiva historia, invita a dejarse llevar por los sentimientos expuestos, sin impacientarse, deleitándose en la prosa, en los símbolos, en las mayúsculas... El texto está repleto de vívidas representaciones y coloridas imágenes, de poderosas metáforas y precisas y preciosistas descripciones. Una prosa precisamente trabajada, hermosa y cautivadora, accesible y sin barroquismos innecesarios, que no oculta lo terrible del escenario en que una incauta y muchas veces ingenua Enero ha de desenvolverse. La joven debe deshacerse de muchos de los conocimientos y comportamientos que le han inculcado para ser una dama que «encaje» en el restringido lugar que la sociedad del momento le reserva, y aprender una nueva forma de enfocar el mundo, más libre y justa. El proceso por el que ha de pasar Enero es toda una deconstrucción de su personalidad para poder convertirse en la mujer fuerte, leal, entregada y orgullosa que podría llegar a ser.
Lejos de otras fantasías de portales tradicionales que hacían gala de la filosofía blanca, colonialista o imperialista del momento en que fueran escritas, como Narnia o Peter Pan, donde los protagonistas están destinados a reinar sobre los pueblos del otro lado, a gozar de los bienes allí encontrados o a utilizarlo como mero patio de recreo, Harrow aprovecha para ofrecer una lectura mucho más igualitaria. Con la protagonista, a la que la prejuiciosa sociedad que la rodea enclava entre las «gentes de color», en busca de su propia identidad, de su familia —un tema muy, muy importante en el desarrollo de la trama y en el mensaje que lanza—, de un sentido de pertenencia y de su lugar en el mundo, la novela, además del derroche de imaginación, no rehuye tratar temas profundos como la discriminación por raza y sexo —o por ambas a la vez— y el clasismo determinista, muy presentes en los estados del Sur de EE.UU., pero también en otras muchas partes del mundo, sobre todo entre los países que se denominan «civilizados». Junto al poder liberador de las historias, de las palabras y la escritura, y a la válvula de escape de los libros, también hay aquí un evidente mensaje de rechazo contra el inmovilismo en general y contra el intento de bloqueo del desarrollo histórico como forma de perpetuar los privilegios masculinos occidentales y su «influencia positiva» sobre el resto del mundo en particular.
Las diez mil Puertas de Enero es una novela para quienes aman los libros y la fantasía. Para quienes han sido transportados, leyendo, a otros mundos y han encontrado allí acomodo. Para quienes disfrutan de una buena aventura acompañada de una certera visión crítica. Con menos cruces de Puertas y visitas a esos otros lugares a los que dan paso de las que quizá el lector pudiera desear —existe ahí un potencial que, aunque la novela sea totalmente autoconclusiva, ojalá la autora pudiera o quisiera explorar en el futuro—, y después de mantener un ritmo cadencioso y hermoso, a partir del último tercio de la novela la acción empieza a cobrar un mayor predominio y las aventuras de Enero toman un cariz cada vez más peligroso, conduciendo con firmeza a un emotivo final. La existencia del libro dentro de la novela cobra toda su importancia y los destinos, para bien o para mal, así como las Puertas, quedan tan abiertos como sellados. Hay lágrimas y hay dolor, pero es que no hay que olvidar que en el fondo esta es una historia sobre la magia del Amor Verdadero. Y el amor, muchas veces, duele. Y las lágrimas, muchas veces, sanan.
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