Steven Erikson.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nova. Barcelona, 2017. Título original: Gardens of the Moon. Traducción: Miguel Antón Rodríguez. Revisión de la traducción: Alexander Páez. Ilustración de cubierta: Michael Komarck. 784 páginas.
[Esta reseña, correspondiente a la nueva edición de Nova, es una versión revisada y corregida de la subida a Sagacomic el 23 de febrero de 2010 tras la lectura de la edición de La Factoría].
Tras haber sido publicado primeramente por Timun mas dividido en dos volúmenes en una edición que pasó con más pena que gloria ―el público se preocupó más de las horribles portadas elegidas que del libro en sí―, el clamor popular, sobre todo en los foros de Sedice, ante una obra que los aficionados entendían imprescindible, llevó La Factoría a embarcarse en la aventura de publicar una novela ya editada ―y fracasada―, primera parte de una saga anunciada de 10 libros ―de los que en ese momento se habían publicado nueve―, respetando esta vez su carácter unitario y, parece por las reacciones posteriores, triunfando en el empeño. El cierre por quiebra de esta editorial volvió a dejar huérfanos a los lectores de la saga hasta que PRH se hizo con los derechos y procedió a la publicación en su sello Nova de forma paralela tanto de los libros que quedaban inéditos como la de aquellos que ya habían sido traducidos al español hasta completar toda la saga en nuestro país. Una nueva versión con una profunda revisión de la traducción anterior que le ha sentado francamente bien al texto en español. Cabe decir que la experiencia y el disfrute de la novela resulta mucho más grata y satisfactoria en la relectura, muy posiblemente debido a que al haber leído ya unos cuantos títulos posteriores y conocer mejor el trasfondo, las razas, la magia o los personajes la sensación de desconcierto y de andar perdido en medio del relato queda muy atenuada, encajando además muchos detalles que, como digo en la reseña a continuación, carecían de sentido en este contexto, obteniendo explicación solo mucho después. Los jardines de la luna es, tan solo, el comienzo de una saga a leer con paciencia y atención, y la perseverancia obtendrá más adelante su recompensa.
Antes de la novela en sí el autor ofrece una introducción ―escrita para el décimo aniversario de la obra― echándose flores, lamentándose de lo difícil que era en aquellos tiempos publicar literatura fantástica «de calidad», de cómo tuvo que luchar contra viento y marea, contra los elementos, los editores y sus retrógrados estándares sobre la fantasía, y denigrando muy solapadamente por el camino a aquellos lectores que no «comprendan» su libro sin pensar que tal vez el problema estuviera en él como escritor novel y no en ellos. Y es que, en efecto, este es un libro complejo, pero se antoja que no tanto intencionadamente, que también, sino como resultado de fallos de un novelista ambicioso pero primerizo, que ha querido abarcar demasiado y se ha encontrado sin los recursos literarios para solventar de la manera más adecuada unos cuantos escollos en su camino. Sin embargo, ¿qué es mejor? ¿Pecar de ambicioso y no llegar del todo a los objetivos planteados o conformarse con una fantasía más de andar por casa, más sencilla y por tanto de consumo —y olvido— más rápido para el común de los aficionados? Yo, desde luego, siempre agradeceré la ambición, y reconozco que los resultados de Los jardines de la luna, aunque fallidos en ciertos aspectos, están muy por encima de mucha de la fantasía del momento en que fue escrita y publicada originalmente.
Cubierta de la edición de La Factoría |
Pronto los personajes se van amontonando más y más, al tiempo que el número de tramas se multiplica y se cruzan por en medio los dioses ―o seres enormemente poderosos en todo caso― y las magias hasta que el número de «bolas» que Erikson intenta mantener en el aire amenaza con resultar excesivo y comienzan a caérsele literariamente de la narración. Todos los personajes que aparecen, pequeños y grandes, tienen su propia agenda de intereses privados, todos buscan sus propios objetivos y, aunque muchos terminan confluyendo, se antoja excesivo camino para el destino al que terminan llegando muchos de ellos ―si es que no desaparecen antes sin más mención por el camino―. Es palpable que el autor ha trabajado mucho en el mundo y en el trasfondo, pero el problema surge cuando lo incluye todo en el texto sin más explicaciones, como si el lector estuviera ya en conocimiento de todo. La novela se encuentra plagada de soldados, nobles, guerreros, magos, espías, oficiales, ladrones, hechiceras, mendigos, asesinos, príncipes, niñas malcriadas, seres extraños…, y todos parecen exigir la misma atención del lector sea cual sea la importancia de su aportación a la trama o que después de crear todo un entramado a su alrededor desaparezcan casi de súbito a la espera, es de suponer, de aparecer en próximas entregas. Todos los personajes son de alguna forma «protagonistas», sea contribución particular grande o pequeña, o incluso mínima. el sentimiento es apabullante.
A su vez, la novela se encuentra llena de profusas descripciones de lugares que no van a volver a aparecer ni a tener la menor importancia en la trama —aunque sí volverán en próximos libros, así que tampoco hay que desdeñarlos, ni olvidarse de ellos en absoluto—. Hay personajes a los que se les dedica páginas y páginas para construirles una personalidad, unos objetivos, sin que luego siquiera vuelvan a aparecer. Líneas narrativas que reciben una atención enorme, antojándose que van a tener una trascendencia vital para que luego desaparezcan y no se vuelva a saber de ellas —en este libro—. Erikson, después de años creando su mundo ―primero como trasfondo para un juego de rol y luego ya como obra literaria― abruma al lector con datos y protagonistas. Tiene muy claro dónde quiere llevar las cosas, pero ha querido abarcar demasiado, no ha sido capaz de desestimar nada de lo que había creado su fértil imaginación, y todavía no ha encontrado la voz que le permita mostrar con la debida claridad estilística la complejidad de su mundo. Ha creado un complot ―varios en realidad― de tan amplias ramificaciones que el lector gasta toda su atención en mantener la vista en quién está dentro y fuera en cada momento, quién es el ejecutor y quien la víctima ―papel que, además, puede cambiar en cualquier instante―, en vez de en la trama en sí misma. Es todo tan laberíntico que muchas veces se corre el riesgo de perder el hilo sin saber lo que es importante y lo que no, quién está haciendo qué y por qué y para quién. Resulta irónico que uno de los principales «poderes» implicados en la narración, instigador en todo momento en las sombras, sea el de Odonn, dios del azar, al cual parece haberse encomendado el autor confiando en llevar a buen puerto una narración que a veces amenaza con escapársele de las manos, aunque por suerte consigue encauzarla muy bien en su segunda parte.
Y es que, lo que no se le puede negar es la emoción y el entretenimiento, el derroche de imaginación y de imaginería. Y es que, obviando el desasosiego y confusión que tal profusión pueda causar de inicio en el lector, también hay que tener en cuenta que la novela termina resultando apasionante, y que hay muchos temas de interés en ella. Hay variadas subtramas de carácter político, hay mucha intriga palaciega, un montón de antecedentes y referencias históricas, intensas batallas con gran movimiento de tropas y mucha refriega y pelea individual, hay conspiraciones dentro de conspiraciones, traidores que no se sabe para quién trabajan, combates mágicos de muy alto nivel en medio de los asedios y enfrentamientos mágicos de pelea de barrio, cuerpo a cuerpo, un montón de misterios que resolver, un buen número de seres poderosos que descubrir ―o incluso desenterrar―. Hay mucho de todo. La grandilocuencia es otra de esas cosas que no se le pueden negar a la novela. Por suerte, hacia mitad del libro las tramas se van clarificando bastante, dejando caer lastre, centrándose en la historia, y haciéndose más y más interesantes.
Habiendo leído unas cuantas entregas posteriores, se puede afirmar con cierto conocimiento de causa que esta primera entrega resulta en comparación la más floja de todas, lo que promete mucha diversión en el futuro. Erikson se muestra como un estupendo creador de escenarios y de tramas, con una imaginación desbordada y una ambición sin límites, pero con una narrativa que se antoja todavía titubeante, a la que le faltan recursos para solventar ciertos problemas y que entorpece un tanto la novela. Toda la primera parte es una sucesión incesante de datos que, aunque no sea especialmente difícil de seguir, abruma al lector, que se va aclarando conforme avanza la narración y el autor de centra más en los personajes y en unas pocas tramas, colocando el foco definitivamente sobre unos cuantos de ellos y dispersándose menos.
Es esta es una novela, y se trata de un acierto, en la que es realmente difícil señalar quiénes son los buenos y quiénes los malos ―aunque el autor guíe descaradamente las simpatías hacia los Abrasapuentes―. Y es que en un momento dado todos se antojan bastante negativos, muy humanos en sus reacciones ante las circunstancias adversas. A caballo entre el grimdark y la épica más desatada, todo está cubierto de un gris oscuro que tiñe las intenciones y acciones de todos los protagonistas. No hay en la novela auténticos héroes ni malvados villanos. Las razones de los «malvados» antagonistas se hacen razonables y comprensibles, los supuestos héroes son capaces de llevar a cabo horribles atrocidades. Son gentes que van a lo suyo, embarcados en una interminable guerra que ni siquiera sienten como propia, la mayoría cansados de que jueguen con su destino, de ser marionetas de poderes superiores, y que solo sacan a relucir su heroísmo ―si es que lo hacen― cuando se ven obligados por unas circunstancias que ni han buscado ni dominan. Los dioses van a su bola sin que en ningún momento se llegue a comprender porqué hacen lo que hacen, cuales son sus objetivos ―si es que los tienen― o si se trata de mera diversión; se muestran totalmente caprichosos, crueles, iracundos…, como niños pequeños disputando por unos juguetes que, como suele pasar, terminan rotos en medio de la zona de juegos.
Ilustración de Michael Komarck |
Los jardines de la luna es una obra francamente ambiciosa, monumental, que casi naufraga en ciertas parcelas y que se antoja no alcanza las alturas a las que Erikson aspiraba. Sin embargo, aún fallida en ocasiones, es muy superior a gran parte de los productos y franquicias que pueblan las estanterías de «Fantasía» de las librerías. Es mejor haberlo intentado y no haber conseguido del todo el objetivo que ni siquiera haberlo intentado, haberse conformado con una obra menos compleja y más del montón. Este es un libro que, sin duda, requiere mucha atención y una lectura prolongada, pero que, tomado como presentación de un mundo, una historia y unos personajes, resulta lo suficientemente satisfactoria como para darle una oportunidad al resto de la saga, donde, dominados muchos de los defectos aquí enunciados, Erikson construye uno de los grandes hitos de la Literatura Fantástica. Lo mejor es dejarse ir, disfrutar de las sensaciones, maravillarse de la monumentalidad, empezar a enamorarse de los personajes y cavilar sobre lo que espera en el futuro ―o en el pasado, que también hay novelas que profundizan en el mismo― que está por llegar. Eso sí, que nadie espere una continuación al uso, pues la siguiente entrega, Las puertas de la Casa de la Muerte, cambia tanto de continente como a una mayoría de los protagonistas. Bienvenidos a El Libro de los Caídos.
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