Edgar Cantero.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Insólita editorial. Col. Insólita # 15. Barcelona, 2020. Título original: Meddling Kids. Traducción: Christian Rodríguez. Ilustración de cubierta: Fran Mariscal Mancilla. 416 páginas.
Meddling Kids, o niños entrometidos, es un título perfecto para lo que la novela ofrece. Adolescentes, apenas niños, que, sin que nadie se lo pida, muchas veces de hecho contra la opinión de sus mayores, dedican sus veranos a investigar misterios y resolver entuertos locales. Es difícil no darse cuenta del «homenaje» cuando el propio lugar donde tiene lugar la acción se llama Blyton Hills, cuando los cinco protagonistas son dos chicos, dos chicas —una de las cuales, como la Georgina original, prefiere que se dirijan a ella con un nombre más masculino— y un perro. Los Cinco es una referencia omnipresente, en los personajes y el tipo de aventuras juveniles del Club de Detectives de Verano de Blyton, pero la cosa no se queda ahí en absoluto. Pues también eran dos muchachas, dos muchachos y un perro quienes viajaban a bordo de la Mystery Machine desenmascarando falsos monstruos en Scooby-Doo, y hay un montón de detalles en la novela que retrotraen a estos investigadores de lo paranormal, y a la ingeniosas, y rocambolescas, trampas por ellos utilizados para revelar al mundo al interesado villano tras su disfraz. Pero la obra presente va bastante más allá. Porque la trama no va de aventuras adolescentes, sino que en realidad este es el libro del después, de cuando esos niños entrometidos se hacen mayores, arrastrando muchas veces cicatrices invisibles, convirtiéndose en adultos inestables. Así que si a todos esos homenajes —y homenajes son, nada de plagios o copias— Cantero suma una vertiente ominosa a la historia, un giro con el que el lector descubre que tal vez, solo tal vez, todo ese rollo sobrenatural a lo H.P. Lovecraft sí que tiene una base y que el Necronomicón podría estará haciendo de nuevo de las suyas, el cuadro ya está completo. De esta manera, Meddling Kids es una novela que camina entre la nostalgia, la comedia, el misterio, la pura aventura y el horror cósmico chtulhuniano.
En 1977 el Club de Detectives de Verano de Blyton resolvió el que a la postre resultaría ser su último caso, desenmascarando al Monstruo del Lago Sleepy, quien en realidad no era sino un buscatesoros llamado Wickley que quería alejar a la gente de su objetivo, la Mansión Deboen, un lugar asentado en una isla desierta en medio del lago, rodeado de leyendas locales y donde supuestamente se encontraba todavía escondida la fortuna de su antiguo dueño. Pero lo cierto es que el caso encerraba algo más, algo que permaneció oculto y lejos de las crónicas periodísticas del momento, y los jóvenes quedaron traumatizados al punto que una década y pico después, en 1990, siguen sufriendo pesadillas con lo que vieron o creyeron ver. No lo han podido dejar atrás. Así que cuando Wickley sale de la cárcel en libertad condicional, Andy cree que es el momento de volver a reunir el grupo y dar un final auténtico a la aventura.
Andrea es —en definición de otro de los personaje— una marimacho, exmilitar y exconvicta buscada en varios estados, enamorada desde la infancia de Kerri, la otrora niña prodigio de la pandilla, a punto de convertirse en bióloga, pero a quien sus fantasmas han llevado por el camino de la bebida y ha terminado como camarera en Nueva York. Kerri comparte su diminuto apartamento con Tim, el weimaraner descendiente de Sean, el perro original del grupo. Juntas irán en busca de Nate, un nerd reconvertido en un fanático del terror literario y cinematográfico, que ha estado entrando y saliendo de diversas instituciones mentales, de una de las cuales, el manicomio de Arkham —sí, las referencias se amontonan unas sobre otras—, las dos mujeres y el perro tendrán que rescatarlo. Y solo faltaría Peter, el deportista y líder del grupo, aunque es difícil que se una a la reunión ya que falleció años atrás, tras conseguir una brillante carrera como estrella del cine. Menos mal que Nate parece seguir en contacto con él, aunque sea en forma de ¿alucinación? con la que solo él puede interactuar.
Cantero ofrece así de inicio una reunión de viejos amigos, recuperando la antigua confianza a ritmo de road movie, y el principio de una aventura sobrenatural que les llevará mucho más lejos de lo que sus hazañas juveniles hicieran. Los recuerdos que sus mentes han bloqueado vuelven a surgir. Lo que de verdad vieron y vivieron aquella noche en la Mansión Deboen, los monstruos que los acecharon, el grimorio que parecía querer ser leído, la huida imposible…, dejó en ellos una marca indeleble que durante años ha aflorado en forma de desazón y pesadillas. En el camino de vuelta los lazos se reafirman, mientras el inicio de una nueva aventura de los Detectives parece comenzar.
Pero cuando por fin lleguen de nuevo a Blyton Hills descubrirán que la vida no se ha detenido para esperarlos. Que muchas cosas han cambiado. Que el viejo refugio que era el cuarto de Kerri ahora es mucho más pequeño de lo que recordaban. Que el pueblo está más apagado —algo que tiene mucho que ver con una serie de crisis y desgracias que se han ido cebando con la población en el tiempo pasado—. Que los viejos aliados han perdido buena parte de su mística, aunque sigan dispuestos a echar una mano. Y que incluso los antiguos antagonistas, los otros niños —o uno de ellos— que se burlaban de ellos, también han evolucionado.
Inmunes al desespero, los tres —o más bien los cuatro, pues Tim va a tener una participación muy activa a lo largo de toda la aventura—, desempolvando las viejas habilidades detectivescas, se dispondrán a buscar y seguir las pistas, pateándose los lugares antaño conocidos, desde la cafetería en la que solían reunirse a la biblioteca donde buscaban los antecedentes de la misión o noticias de interés para la misma, visitando y entrevistando a los implicados de entonces y de ahora, o volviendo sobre sus pasos y haciendo planes para acampar en el Lago Sleepy y navegar en barca hasta la isla desierta como hicieran en su último caso. Poco a poco irán desenterrando toda la información posible sobre la deshabitada Mansión y su antiguo y misterioso propietario, Damien Deboen; un personaje rodeado de habladurías, rumores y leyendas que hablan de su aparentemente muy prolongada vida, de una existencia previa ejerciendo la piratería, de su oscura reputación como experto en las artes oscuras o de los verdaderos motivos que le llevaron a iniciar la explotación de la mina que durante un tiempo trajo prosperidad a la población y luego quedó también abandonada. Pero sobre todo indagarán sobre su relación con las horripilantes criaturas que aparecen cuando la bruma acecha. Hay mucha oscuridad sombría escondida dentro de la diversión y el humor del relato.
Pozos mineros abandonados, paseos en la oscuridad, criptas y mazmorras, viajes en carretillas por galerías inestables, libros prohibidos, criaturas sobrenaturales, mansiones encantadas, posibles fantasmas, magia negra, ayudas improbables, rituales arcanos… Conforme la aventura avanza y los protagonistas se aventuran a acampar de nuevo cerca del lago que ya marcó sus vidas con anterioridad, la realidad se va a volver cada vez más complicada, abriendo un canal hacia lo tenebroso que, sin resultar exactamente aterrador, sí que produce más de un escalofrío, desembocando en una acción frenética con resultados impredecibles tendentes a lo catastrófico.
Y es que este, por muchas referencias de pasada que haya a los casos antiguos de la infancia de la pandilla, es un libro sobre el proceso de hacerse adulto, sobre la madurez y lo que significa y conlleva. Sobre dejar atrás los sueños de idílica heroicidad y descubrir en qué se convierte la aventura cuando se revela que esta vez el monstruo no es un villano de opereta con un elaborado disfraz. Una aventura que conlleva abandonar la inconsciencia de la infancia, cuando todo parecía posible, uno se sentía invencible, los adultos no eran un impedimento y los peligros no eran algo a tener en consideración. El descubrir por las malas que el mal existe y que hace daño simplemente porque puede. Ese momento crítico en que hay que aceptar que a veces no basta con las buenas intenciones ni con el simple arrojo, y que hay que poner la vida en juego en la ecuación para resolver el misterio, sin saber si todos saldrán indemnes de la ordalía. Ese instante vital en que se constata que los errores del pasado, los secretos nunca contados, las acciones ocultadas a los demás..., tienen consecuencias, un precio que ha llegado el momento de afrontar.
A la hora de enfrentar la lectura, hay dos elementos que han de tenerse en consideración para un mayor disfrute. Por un lado, hay un tratamiento de las cuestiones de género que podría llegar a ser algo cuestionable y hacer sentirse incómoda a alguna persona con la lectura. Por otro, la prosa y los recursos narrativos elegidos para la ocasión por el autor a veces resultan un tanto desconcertantes. Con perspectivas cambiantes, los diálogos alternan el formato más literario con el de un simple guión, a modo de obra teatral. Una sensación que se ve potenciada por la introducción de instrucciones escénicas incrustadas en el texto, con interpelaciones indicando las acciones en tiempo presente, que contrastan con el uso habitual del tiempo pasado de la narración, cortando un tanto su natural fluir, y resultando en cambios un tanto bruscos.
Aún así, el estilo de Cantero, fresco y fluido, directo, pero con un extraño lirismo ocasional, hace que la novela se lea de una forma muy rápida y amena, precipitando la acción hacia un explosivo final acorde con todas las pistas que se habían ido sembrando desde el principio del relato.
Meddling Kids es mucho más que una mera parodia de aquellas series de investigadores adolescentes como Los Cinco, Los Hollister, Los Tres Infestigadores o Scooby-Doo con sabor a infancia y a verano. Es, sí, una declaración de admiración y amor, un sincero homenaje a todos ellos, pero también una competente novela de horror cósmico que trasciende con mucho la mera función nostálgica para ofrecer una aventura tan emocionante como divertida. Una novela, como aquellas, sobre el valor de la amistad y de la lealtad, pero también sobre el crecimiento personal, la madurez, el efecto del paso del tiempo sobre los sentimientos, la pertenencia, el amor, el mal más amoral y la posibilidad de redención, incluso cuando no se es consciente de necesitarla.
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