Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Dilatando Mentes Editorial. Col. Línea General. Alicante, 2020. Título original: The Bone Weavers's Orchad. Traducción: José Ángel de Dios. Cubierta: Raúl Ruiz. 268 páginas.
Con una consistencia y un buen hacer destacables, la novela de debut de Sarah Read ofrece una historia de ficción oscura, heredera modernizada del horror gótico. Quizá el tema elegido no sea el colmo de la originalidad —¿cuál lo es hoy en día?—, y todos los detalles asociados tradicionalmente a este tipo de historia están ahí para recibir al lector, desde la mansión, abadía en este caso, decadente y aparentemente encantada, a los persistentes días de lluvia y la atmósfera agobiante. Pero partiendo de las convenciones ya conocidas, la autora sabe ofrecer un giro muy atractivo a los acontecimientos, implicando a su protagonista en un misterio sazonado con fantasmas —o no—, intriga y horror que conduce a un drama que hunde sus raíces en el pasado. Con más suspense que auténtico terror, con gran crudeza en ocasiones, las situaciones peliagudas y ciertas actuaciones de lo más angustiosas demuestran una vez más que los peores monstruos no son sino los propios humanos. El Jardín del tallador de huesos encierra, en efecto, un misterio de mansión encantada, con ramalazos muy oscuros y angustiosos, y una ambientación francamente espeluznante en algunos momentos, ofreciendo una historia de esas en las que se anticipa el desastre pero en la que es imposible dejar de seguir mirando.
En 1926 el Colegio para Chicos Old Cross, la antigua Abadía de Dunleigh reconvertida en internado estudiantil por deseo del último conde que la poseyera, recibe a uno de sus nuevos alumnos, Charley Winslow, gran aficionado a la entomología, huérfano de madre y quien preferiría no tener que estar allí, sino en el lejano El Cairo junto a su padre. Un muchacho valiente, bondadoso e impulsivo. Una vez en el colegio deberá asumir su rol dentro del cuerpo estudiantil, sufriendo los desaires de sus compañeros, la tiranía ejercida sobre el novato, a la par que empieza a descubrir por las malas los oscuros secretos del lugar. Se encuentra en un edificio intimidante, habitado solo en parte y con una de sus alas clausurada y abandonada al deterioro. Un edificio por cuyos pasillos y camaretas al caer la noche acecha el andrajoso, un fantasma contrahecho, que se aparece vestido con harapos, muestra una severa cojera, y gusta de hacer trastadas crueles y de robarles objetos queridos a los internos.
Dado que la mayoría del cuerpo estudiantil tan sólo es una mención en el trasfondo, meras comparsas presentes para hacer bulto, participar en las burlas, en las clases o en los ejercicios físicos, el elenco de personajes principales no es muy abultado, pero se encuentra muy bien definido según su utilidad para la trama. Malcom Amos, Presidente del Consejo de Estudiantes, un muchacho algo mayor de carácter ambivalente, a veces abusón a veces amistoso y colaborador. Ethan Bowles, compañero de edad similar a Charley, amante de la geología, y quien está destinado a convertirse en su mejor amigo en el lugar si no fuera porque sucede lo que sucede. Sean Mullins, un estudiante de la camarilla de Malcom, muy pagado de sí mismo y bastante déspota, con gusto por las bebidas alcohólicas y por abusar de sus privilegios sobre los más pequeños. Y entre los adultos destacan el siniestro director Byrne, siempre enfurruñado y nervioso, quien parece al tanto de más secretos del internado de los que da a entender. El irascible y dado a imponer castigos corporales profesor Brown. La maternal enfermera jefe Grace, quien dispensa sus cuidados con prodigalidad, y sirve de apoyo y recepción de confidencias. Y el enigmático jardinero Samuel Forster, Sam, aparentemente amistoso y simpático, aunque guarde una singular relación con la mansión y con sus anteriores moradores.
Y, por supuesto, está Charley. Un muchacho que sin desearlo se ha visto solo y sin apoyos, desarraigado y lejos de su padre, su único familiar vivo, y de todo lo que ha conocido hasta el momento. Algo que lo lleva a aferrarse con fuerza a su pasión, a la caja donde guarda su querida colección de especímenes de insectos, vivos y muertos. Algo que va a traerle más de un problema. Primero en forma de castigo por su reacción cuando Mullins pisotee uno, y luego, cuando siga un rastro hasta una pared falsa tras la que hallará un charco de sangre, a una carrera de descubrimientos que podrían hacer peligrar incluso su vida. Toda la novela gira en torno a él, y es el gran acierto de la autora conseguir un personaje con el que resulta tan sencillo empatizar, sufrir con él y sentir sus vivencias.
Cambiando el tórrido calor de las arenas de Egipto por el inclemente frío de la campiña británica, los insectos que le han acompañado en su viaje sufren las consecuencias, reduciéndose en número de forma alarmante y haciendo que Charley descubra que ni sus bichos ni él mismo están preparados para aquel lugar. Pero el muchacho no se va a dejar atropellar, ni por sus compañeros abusadores ni por un profesorado indiferente en el mejor de los casos. Va a indagar, a recorrer pasillos prohibidos, escalar escaleras quejumbrosas, escapar por ventanas cegadas, entrar en habitaciones vedadas.., a sufrir el horror, y el dolor, en carne propia y a hacer todo por descubrir qué ha sucedido en realidad con su amigo Ethan.
Perseguido por la amenazante presencia que parece habitar el ala abandonada, Charley debe hacer frente a la existencia del fantasma que se rumorea encanta el lugar. La autora juega con maestría la carta del andrajoso, manejándose en la ambigüedad en la existencia de un toque sobrenatural o no en la situación, hasta que lanzada la acción y el encadenamiento de atroces revelaciones, poco importa ya de dónde provenga el horror. Porque el máximo desasosiego va a surgir de las heridas y traumas que una presencia, desconocida pero más bien terrenal, le hará sufrir cuando más indefenso se encuentre. Read mantiene con elegancia la incertidumbre y el suspense ante lo que está sucediendo, dosifica con acierto la información, mientras deja caer detalles de lo más macabros —algunos incluso rozando el gore— junto a retazos de la historia anterior del lugar, de sus antiguos habitantes y su relación con el cercano pueblo, que no hacen sino contribuir a la asfixiante atmósfera con la que Charley va a tener que lidiar. Juega con el retrato que el lector va conformando de los personajes, con la duda de en quién y en quién no puede confiar el protagonista, con una amabilidad quizás fingida o con mensajes no entregados.
Donde no caben dudas es en lo ominoso del edificio. Llena de recovecos oscuros, de pasadizos ocultos, puertas cegadas, falsas paredes, y toda un ala clausurada y en ruinas, rodeada de terrenos húmedos, rezumantes, y que guardan macabros recuerdos de tiempos de la abadía y sus enterramientos, hay algo irremediablemente maligno en el siniestro Colegio para Chicos Old Cross, y también en alguno de sus moradores. Existe un misterio que entierra sus raíces en el pasado y contamina el presente, involucrando a los estudiantes en un ciclo difícil de romper. Cuando uno de ellos desaparece, la dirección y el profesorado enseguida corren página, aduciendo que no habrá soportado la vida en el internado, que se ha escapado y vuelto con su familia. Pero lo cierto es que no hay nada que corrobore esa afirmación. Y cuando Charley intente indagar más en el tema se va a encontrar con respuestas que no deseaba. La autora juega a malear y destruir la inocencia de los niños. A corromper la seguridad de un lugar, lejos de sus familias, en el que deberían haberse sentido a salvo y protegidos, mientras los que debieran cuidar de ellos rehuyen su responsabilidad y miran para otro lado, cuando no ocultan directamente lo que está sucediendo. Al final es difícil decir qué es peor, la consciente depravación, la crueldad desapasionada o la absoluta indiferencia hacia el destino de los muchachos desaparecidos.
Junto a una magnífica ambientación y a un estremecedor escenario, que bebe mucho de los relatos góticos, actualizándolos a una forma de narrar absolutamente moderna, Read ofrece un efectivo retrato de una época en que el acoso escolar estaba a la orden del día, donde los novatos tenían que ser en la práctica sirvientes de los veteranos, sufriendo las vejaciones con resignación y silencio, y donde el abuso y el maltrato físico eran la regla entre los profesores hacia los alumnos. Un orden británico que miraba por encima del hombro, con evidente supremacismo, colonialismo y desprecio racista al resto del globo, sobre todo a los países de África o Asia, como muy bien le hace constar uno de sus profesores a Charley, haciendo de menos todas las vivencias y conocimientos adquiridos por él en aquellas lejanas tierras. La ambientación, desde luego, no es lo de menos.
Tras un final impactante, anunciado pero no esperado, y terminada la novela en sí, resulta muy interesante, como también lo es el prólogo de Daniel Pérez Castrillón, la digresión de Consuelo Abellán en el postfacio que ha escrito para la novela. Esa reflexión sobre las asociaciones mentales a otras obras que una lectura despierta, y que pueden ser muy diferentes para un lector u otro dependiendo de su bagaje, es uno de los placeres de la literatura. El unir puntos que igual siquiera la autora había pensado, el hacer un constructo más grande, engrandece el placer de la lectura.
Otras reseñas de la obra:
Boy with Letters.
Crónicas Literarias.
Libros prohibidos.
Calles de tinta.
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