y otros relatos.
VV.AA.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Gigamesh. Col. Breve # 12. Barcelona, 2020. Ilustración de cubierta: Alejandro Terán. 259 páginas.
Segunda «entrega» de las selecciones de los mejores relatos de ciencia ficción y fantasía extraídos de las monumentales antologías de Jonathan Strahan que Gigamesh inaugurara con La vida secreta de los bots, el presente volumen, dedicado a material original de 2018, empieza con una introducción con el emotivo título de El año que murió Le Guin que, además de presentar los cinco cuentos aquí incluidos, hace un breve y certero análisis de la situación del género fantástico actual, dando relevancia a la amplia aportación de autoras —de hecho, todas las propuestas aquí seleccionas pertenecen a mujeres— y de procedencia geográfica. Cuestiones idiomáticas y problemas de comunicación, la naturaleza de la identidad, la maternidad en sus muchas de sus facetas y el amor familiar, magos de espectáculos de cumpleaños que deben enfrentar la realidad de su magia, futuros postapocalípticos y otros en que se empieza a vivir el desastre… Historias muy agradables de leer, en definitiva, que invitan a la reflexión mientras se disfruta de ellas.
Abre el volumen el cuento que le da título, Lenguas maternas, de S. Qiouyi Lu (Título original: Mother Tongues. Traducción: Bruno Álvarez y José Monserrat. Ilustración: Genie Espinosa), en el que una mujer de ascendencia china realiza un examen de inglés, su segundo idioma, esperando obtener el resultado máximo. De esa nota depende el futuro académico de su hija. ¿Cómo es posible? ¿Qué no haría una madre amorosa por su hija? ¿Qué no sacrificaría? En el futuro cercano descrito por la autora el conocimiento de idiomas sigue siendo igual de importante, a nivel empresarial y de nivel social, que hoy en día, al punto que hasta se le ha puesto precio a las lenguas por si se desea desprenderse de alguna de las que se dominan; porque siempre habrá alguien que desee conseguir un nivel de habla nativo sin tener que pasar por el pesado proceso de aprendizaje. El problema es constatar cuánto de una persona, y de su identidad y forma de pensar, va asociado a su lengua materna, a los recuerdos que acompañan a ciertas palabras, a las memorias de las charlas mantenidas con los seres queridos.
Un cuento para reflexionar, que habla sobre la herencia, sobre los migrantes y la asimilación de las segundas generaciones, la importancia de la comunicación, la otredad y falta de integración de quien no comprende una lengua y no puede participar en las conversaciones y, por tanto, en la comprensión de vida de los que le rodean, el valor de los idiomas y su aportación vital a la construcción de la identidad, la política del mínimo esfuerzo académico que parece estar imponiéndose, la apropiación cultural, y, por encima de todo, sobre el amor materno. Hermoso y, por eso mismo, doloroso.
Le sigue el muy irónico, y divertido dentro de la gravedad de lo tratado, Haz como que no me has visto y yo haré como que no te he visto, de Maria Dahvana Headley (Título original: You Pretend Like You Never Met Me, and I'll Pretend Like I Never Met You. Traducción: Cristina Macía. Ilustración: Luis Bustos). Wells, un mago de esos de fiesta de cumpleaños, se dispone a prepararse para uno de sus encargos con uno de los prolegómenos que ya ha tomado como costumbre: meterse un buen lingotazo de whisky previo a su actuación. En el bar observa a una mujer desaliñada y con aspecto desubicado de la que queda «prendado», o en todo caso piensa que es un buen objetivo para un polvo rápido. Pero, empezando porque él no sabe cómo preparar un buen té, las cosas no le van a salir como esperaba, y la muerte, o una muerte, va a cruzarse en su camino. Y no es la primera vez en su vida que le sucede.
Es esta una historia sobre un perdedor marcado por el pasado y por las acciones de su padre, que habla de paternidad responsable, del dolor de la pérdida y de la forma de enfrentar el luto, de los especiales hilos que unen a madres e hijos, de las cargas y deudas vitales adquiridas por herencia, que por mucho que se intente dejar atrás siempre vienen a reclamar lo suyo, de trucos baratos y de magia auténtica. El bien dosificado humor hace que se lea con mucho agrado, aunque no disminuye la profundidad del drama, reflejo del tema central de la muerte que sobrevuela el relato.
El tercer cuento del volumen, Intervención, de Kelly Robson (Título original: Intervention. Traducción: Ana Quijada. Ilustración: Carlos García Arroyo), perteneciente, pero totalmente independiente, a su universo de Lucky Peach, lleva la acción de nuevo hacia un futuro relativamente cercano, donde la humanidad se ha expandido a lo largo y ancho del Sistema Solar, y donde, sobre todo en Luna, las prácticas capitalistas han llegado a un extremo en que se ve la maternidad y el cuidado de los niños como una pérdida de tiempo productivo. Jules, la centenaria protagonista, tenía cincuenta y siete años cuando se convirtió en directora de una escuela-nido, dedicando buena parte de su vida posterior al cuidado y educación de los nacidos en Saltador, un hábitat asentado en un asteroide que viaja por el sistema interior aprovechando el tirón gravitacional de los planetas, hasta su mayoría de edad y consecuente emancipación. Jules, proveniente de la Luna y habiendo recibido las burlas, desplantes y desprecios por su elección de cuidadora por parte de quienes creía sus amigos, odia el satélite y ha jurado nunca volver allí.
Aprovechando el periplo de Saltador por el Sistema Solar, la autora va mostrando diferentes sociedades y formas de enfocar un tema tan vital como es el de la perpetuación de la especie, con la educación de las nuevas generaciones directamente bajo el foco, pues son, al fin y al cabo, quienes heredarán y dominarán el futuro. Una historia sobre las bondades y reveses de la maternidad, del desarraigo, de la entrega a los demás, en un momento en que parece que todo ello está convirtiéndose en una carga, en una pérdida del tiempo que se podría dedicar a uno mismo. El egoísmo de los residentes en la Luna contrasta con la entrega de la protagonista y sus ayudantes mientras crían a la nueva generación. Una nueva generación que son el auténtico tesoro del relato, dibujados apenas, pero cada cual con sus sentimientos e inclinaciones, con sus decisiones capaces de arrebatar el corazón. Un cuento que cuenta mucho con muy poco, mediante las interacciones y vínculos de Jules con sus pupilos, sobre todo con el sensible Tré. Al final, quien da recibe. Conmovedor.
Cuando no había estrellas, de Simone Heller (Título original: When We Were Starless. Traducción: Salvador Tintoré. Ilustración: Marina Vidal), finalista de los premios Hugo 2019, lleva al lector a un futuro post apocalíptico, comenzando la acción in media res, lanzando al lector a un lugar tan terrible como fascinante, sin ninguna explicación del cómo se ha llegado hasta allí. En un mundo en ruinas la nidada huye de la amenaza de las oxidarias, intentando adelantarse a su amenaza y encontrar un lugar seguro donde poner a sus tejedoras a trabajar para reponer los suministros perdidos. La explorada Mink, en su misión de reconocer el terreno, y de acabar con los fantasmas que pudieran encontrar en su camino, entra en una extraña cúpula que se mantiene más o menos intacta entre los escombros, donde unos de esos espíritus del pasado va a darle una enorme sorpresa.
Un relato tan emocionante, como emotivo, cuyo mensaje final deja con un nudo atascado en la garganta. En medio de la desolación descrita, del horror de una dura existencia nómada sin visos de mejora, apenas un poco por encima de la mera supervivencia, el relato deja un sabor de optimismo y de belleza. Obviando ciertas libertades tecnológicas, que bien podrían haberse explicado mediante una escueta línea —¿cómo es que en todas estas historias post catastrofistas, muchos (muchos) años después de la desaparición de la civilización, sigue habiendo energía en ciertos lugares? Posibilidades hay muchas, bastaría con haber sugerido una—, el relato es de lo mejor de la recopilación. Con una muy atractiva construcción del mundo, esta es una emotiva historia de superación, de superación de los miedos, de lucha contra las cadenas de la tradición más asfixiante, y de aspiraciones de mejora contra todas las adversidades. Deja con ganas de saber más de ese mundo futuro y de sus protagonistas.
Un cuento para reflexionar, que habla sobre la herencia, sobre los migrantes y la asimilación de las segundas generaciones, la importancia de la comunicación, la otredad y falta de integración de quien no comprende una lengua y no puede participar en las conversaciones y, por tanto, en la comprensión de vida de los que le rodean, el valor de los idiomas y su aportación vital a la construcción de la identidad, la política del mínimo esfuerzo académico que parece estar imponiéndose, la apropiación cultural, y, por encima de todo, sobre el amor materno. Hermoso y, por eso mismo, doloroso.
Ilustración de Luis Bustos |
Es esta una historia sobre un perdedor marcado por el pasado y por las acciones de su padre, que habla de paternidad responsable, del dolor de la pérdida y de la forma de enfrentar el luto, de los especiales hilos que unen a madres e hijos, de las cargas y deudas vitales adquiridas por herencia, que por mucho que se intente dejar atrás siempre vienen a reclamar lo suyo, de trucos baratos y de magia auténtica. El bien dosificado humor hace que se lea con mucho agrado, aunque no disminuye la profundidad del drama, reflejo del tema central de la muerte que sobrevuela el relato.
El tercer cuento del volumen, Intervención, de Kelly Robson (Título original: Intervention. Traducción: Ana Quijada. Ilustración: Carlos García Arroyo), perteneciente, pero totalmente independiente, a su universo de Lucky Peach, lleva la acción de nuevo hacia un futuro relativamente cercano, donde la humanidad se ha expandido a lo largo y ancho del Sistema Solar, y donde, sobre todo en Luna, las prácticas capitalistas han llegado a un extremo en que se ve la maternidad y el cuidado de los niños como una pérdida de tiempo productivo. Jules, la centenaria protagonista, tenía cincuenta y siete años cuando se convirtió en directora de una escuela-nido, dedicando buena parte de su vida posterior al cuidado y educación de los nacidos en Saltador, un hábitat asentado en un asteroide que viaja por el sistema interior aprovechando el tirón gravitacional de los planetas, hasta su mayoría de edad y consecuente emancipación. Jules, proveniente de la Luna y habiendo recibido las burlas, desplantes y desprecios por su elección de cuidadora por parte de quienes creía sus amigos, odia el satélite y ha jurado nunca volver allí.
Aprovechando el periplo de Saltador por el Sistema Solar, la autora va mostrando diferentes sociedades y formas de enfocar un tema tan vital como es el de la perpetuación de la especie, con la educación de las nuevas generaciones directamente bajo el foco, pues son, al fin y al cabo, quienes heredarán y dominarán el futuro. Una historia sobre las bondades y reveses de la maternidad, del desarraigo, de la entrega a los demás, en un momento en que parece que todo ello está convirtiéndose en una carga, en una pérdida del tiempo que se podría dedicar a uno mismo. El egoísmo de los residentes en la Luna contrasta con la entrega de la protagonista y sus ayudantes mientras crían a la nueva generación. Una nueva generación que son el auténtico tesoro del relato, dibujados apenas, pero cada cual con sus sentimientos e inclinaciones, con sus decisiones capaces de arrebatar el corazón. Un cuento que cuenta mucho con muy poco, mediante las interacciones y vínculos de Jules con sus pupilos, sobre todo con el sensible Tré. Al final, quien da recibe. Conmovedor.
Ilustración de Marina Vidal |
Un relato tan emocionante, como emotivo, cuyo mensaje final deja con un nudo atascado en la garganta. En medio de la desolación descrita, del horror de una dura existencia nómada sin visos de mejora, apenas un poco por encima de la mera supervivencia, el relato deja un sabor de optimismo y de belleza. Obviando ciertas libertades tecnológicas, que bien podrían haberse explicado mediante una escueta línea —¿cómo es que en todas estas historias post catastrofistas, muchos (muchos) años después de la desaparición de la civilización, sigue habiendo energía en ciertos lugares? Posibilidades hay muchas, bastaría con haber sugerido una—, el relato es de lo mejor de la recopilación. Con una muy atractiva construcción del mundo, esta es una emotiva historia de superación, de superación de los miedos, de lucha contra las cadenas de la tradición más asfixiante, y de aspiraciones de mejora contra todas las adversidades. Deja con ganas de saber más de ese mundo futuro y de sus protagonistas.
Cierra la antología Widdam, de Vandana Singh (Título original: Widdam. Traducción: Teresa Jarrín. Ilustración: Emma Ríos), una distopía actual y una historia con mensaje ecológico que contiene mucho más. La autora presenta un planeta esquilmado por el abuso de la extracción de los recursos, por la salvaje explotación de los minerales, del petróleo o el gas, condenado por la propia avaricia de la humanidad. Mediante una estructura de cinco viñetas con tres puntos de vista, con la figura de un periodista en la India, Dinesh en un tiempo en que el periodismo sirve ya de poco, en el centro del relato, muestra varias estampas del estado de la Tierra, desde Nuevo México, donde el agua es un bien de inmenso valor y en el que la retornada Val busca maneras de conservarla para salvar a la nación navajo, a la que pertenece, ahogada por la sed, a una Suecia que se recupera de un periodo de dictadura, donde reposa el secreto de unas mega máquinas que cambiaron la prospección de materiales y donde Jan buceará en las raíces familiares para descubrir respuestas a cuestiones que nunca se había planteado resolver.
Con escasas pero certeras pinceladas, dejando caer detalles nimios, Singh pinta un amplio, y algo desolador, cuadro del futuro. Un futuro con un planeta altamente contaminado, dominado por las megacorporaciones, en que la humanidad ha establecido colonias en la Luna tan solo para convertirla en un nuevo lugar a explotar, a arrasar. Duro, poético, triste. Desolador. Toda una lección sobre lo que, lamentablemente, puede deparar el futuro si no se producen cambios de calado cuanto antes, empezando por renunciar a la dependencia de los combustibles fósiles y a la voracidad de las grandes corporaciones. La autora introduce un mensaje un tanto tecnófobo, que descoloca dado que la solución que parece plantear se antoja demasiado retrógrada, a la vez que muestra como la propia tecnología causante de los problemas es parte del remedio. Algo que, junto a la atmósfera general del relato ciertamente deprimente, hace pensar que quizá este cuento no era la mejor opción como broche final, a no ser que precisamente la intención fuera dejar cavilando al lector ante el abismo que abre bajo los pies de la humanidad, cosa que consigue a la perfección.
Quizá no sea intencionado, pero resulta curioso constatar cómo los tres primeros de estos relatos giran de alguna manera entorno al tema de la maternidad, consiguiendo así el título del primero de ellos, que da nombre a la recopilación, una especial significación. E incluso en el último de ellos tiene gran relevancia las relaciones paterno filiales y las raíces familiares. Cuentos notables en una edición notable, en cartoné y agradablemente ilustrada. Esperemos que la iniciativa de estas selecciones perdure en años venideros.
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