Rachel Morgan 1.
Kim Harrison.
Reseña de: Jamie M..
Pandora Romántica. (La Factoría de Ideas). Madrid, 2009. Título original: Dead Witch Walking. Traducción: Elena Castillo Maqueda. 343 páginas.
En una realidad paralela a la nuestra, donde los EE.UU. nunca llegaron a la Luna, Rachel Morgan es una bruja que trabaja en Cincinnati para la Seguridad del Inframundo, una agencia oficial de seguridad que trata con los crímenes cometidos por las criaturas paranormales. Pero últimamente parece que la mala suerte se ceba con ella y, además, todas las misiones que le encargan se le antojan muy por debajo de sus capacidades, cosas que cualquier novato podría realizar. Cuando la envían a capturar a un leprechaum evasor de impuestos siente que ha tocado fondo y que su única salida es pasarse al sector privado. Pero romper su contrato con la SI significa que la agencia va a poner precio a su cabeza y que tendrá que hacer frente a todos los cazarrecompensas que vayan a por ella. Por “suerte” la vampira Ivy decidirá abandonar también Seguridad del Inframundo, irse con Rachel y formar un equipo cuando menos paradójico.
Kim Harrison sitúa a sus personajes en una realidad que diverge de la nuestra en la década de los ’50 del siglo pasado. Tras el descubrimiento del ADN humano, la experimentación genética llevará a la creación de un devastador virus biológico transmitido por los tomates que arrasará con gran parte de la población, aunque pronto se descubrirá que los inframundanos —los seres paranormales: brujas, hechiceros, vampiros, hombres bestia, pixies, hadas…—, que habían estado viviendo de incógnito entre nosotros desde tiempos inmemoriales, son inmunes al mismo, propiciando un equilibrio en el número de individuos de ambos grupos que llevará a estos últimos a salir a la luz, produciéndose desde entonces una tensa convivencia, una tregua inestable entre humanos e inframundanos.
En este escenario, Rachel Morgan apostará su propia vida en la empresa de capturar al concejal y exitoso hombre de negocios, Trent Kalamack, bajo sospecha de diversas actividades delictivas que nunca se han podido demostrar, con la esperanza de que si lo lleva ante la justicia y demuestra su culpabilidad, la SI anulará la recompensa ofrecida por su cabeza. La trama se mueve rápidamente —casi demasiado— a lo largo de todo el libro, alternando no sin habilidad las escenas más domésticas donde se concentra la información —la mayoría del desarrollo del mundo y de las personalidades de los protagonistas se produce en conversaciones de cocina o comedor, o en tareas de la casa— y las explosiones de acción y magia que impiden soltar el libro. Se agradece el buen hacer de la autora con los diálogos, ágiles e informativos a un tiempo, sin sonar falsos o plomizos en momento alguno. Quizá haya precisamente un exceso de información al principio de la novela al presentar el mundo, aunque parece algo connatural a la primera entrega de una nueva serie, donde la autora desea poner en antecedentes al lector cuanto antes y pasar lo más rápidamente posible a la trama en sí misma.
Si algo destaca en Bruja mala nunca muere es el humor algo socarrón que salpica gran parte del texto, la buena exposición del uso de la magia y el desarrollo de los dos compañeros de Rachel, que en muchos momentos se imponen por encima de la propia protagonista. Despojada de su apartamento y con él de todas sus pertenencias, la bruja inicia una nueva andadura junto a la vampira Ivy y el pixie Jenks. Ivy es un personaje ambiguo, que guarda para sí sus secretos, como el auténtico motivo para acompañar a Rachel en su nueva andadura laboral, y que ha renunciado recientemente al consumo de sangre. En el mundo descrito por la autora existen tres tipos o niveles de vampirismo: por un lado estarían los vampiros no-muertos en su versión más “tradicional”, con su imposibilidad de salir al sol, su fobia a los símbolos religiosos y una inclinación inmoral y malvada; por otro están los humanos que han sido transformados por uno de los anteriores, aunque siguen vivos; y en tercer lugar están los que, como Ivy, han nacido de una vampira afectados ya por el “virus” del vampirismo desde el vientre materno. En estos dos últimos casos el individuo afectado puede hacer una vida relativamente normal a pesar de su querencia por la sangre, saliendo de día y profesando cualquier fe religiosa —o incluso residiendo en una antigua iglesia—, gozando de ciertas ventajas de los inframundanos, y algunos inconvenientes, hasta el momento de su muerte humana en que pasan a formar parte del primer grupo.
La convivencia de Rachel e Ivy bajo un mismo techo llevará a un buen número de situaciones incómodas y a malentendidos bastante divertidos —como la lectura de la guía sobre el vampirismo ¡con ilustraciones! de Rachel en el autobús—. Ivy es el típico personaje misterioso, fuerte y contradictorio que puede llegar a dar mucho juego en posteriores entregas.
El otro compañero de Rachel es Jenks, un diminuto pixie que suele acompañarla colgado de uno de sus pendientes, y que comienza como el contrapunto gruñón y fanfarrón, el espía y ayudante perfecto sino fuera por su retorcido sentido de humor, pero que poco a poco va revelando tener su corazoncito, amando y defendiendo a su enorme familia y su territorio —su jardín— a cualquier riesgo, y demostrando una fidelidad fuera de serie.
A pesar de que la novela se encuentra narrada en primera persona por la bruja, la arrolladora personalidad de sus compañeros y la sensación de que las cosas están sucediendo alrededor de Rachel y no a la propia Rachel —que parece estar allí para que los demás le saquen las castañas del fuego—, hacen que Ivy y Jenks se apoderen en muchas ocasiones de la escena, robándole sin rubor el protagonismo y el interés.
El libro tiene además otros secundarios de interés como Nick, un humano “normal” destinatario del interés amoroso de Rachel y que no parece ser tan inocente como quiere aparentar; o el intrigante Trent Kalamack, antagonista necesario e instigador de algunas de las peores perrerías que va a sufrir la protagonista.
Un fallo del libro es precisamente que, comparada con todos ellos, Rachel curiosamente parece algo falta de profundidad, demasiado común y menos trabajada que el resto. Tiene cicatrices, sí, y la tragedia ha golpeado su vida; pero parece que el único poso que le ha dejado es una búsqueda desesperada de emociones y unas malas elecciones de objetivo en su vida amorosa. Siendo la protagonista principal se antoja que debería tener mucho más fondo.
Uno de los mayores aciertos, sin embargo, de Bruja mala nunca muere es el detallado y bien desarrollado sistema de magia usando las líneas de poder o líneas luminosas de la Tierra. Una magia dividida como es tradicional en blanca y negra, pero con un buen número de tonalidades grises —como el hecho de que todos los hechizos por muy benignos que sean necesiten un sacrificio, que los amuletos requieran de un pequeño derramamiento de sangre para activarse o que cada vez que se usen las líneas de poder se ponga la propia alma en riesgo—. En este contexto Rachel es una bruja blanca que no dudará en mancharse de gris cuando piense que la situación lo requiere.
En el lado de los fallos, uno de los puntos más flojos —a pesar de las situaciones humorísticas en las que se ven involucrados los tomates— de la novela es la premisa un tanto traída por los pelos del virus genético que arrasa con la humanidad y la reacción exageradamente extrema que se plantea como “solución”. ¿Alguien se cree que incluso con una gran mortandad, o precisamente a pesar de ella, se iba a prohibir la investigación médica para curar un gran número de enfermedades? Es ese uno de los temas que la autora hubiera debido trabajar un poco más, pues tal y como está suena a mera excusa para situar el escenario y pasar a la trama que le interesa más.
Como aviso decir también que las comparaciones que circulan por ahí —en la propia portada sin ir más lejos— con la Anita Blake de Laurell K. Hamilton no creo que sean en absoluto acertadas. Rachel Morgan —y este primer libro en general— no podría ser más diferente de Anita, a pesar de que ambas se dediquen a perseguir seres sobrenaturales. No hay aquí ni tanto sexo —de hecho la tensión sexual Rachel-Ivy o Rachel-Nick está tratada más en plan comedia de equívocos que en una vertiente erótica o sentimental— ni tanta sangre o gore como en aquellas, y la personalidad de ambas mujeres no podría ser más distinta. De alguna forma, Rachel con su manera de ser torpe, algo ingenua, impulsiva, vulnerable y que se deja llevar por las circunstancias demuestra ser más humana y realista que Anita.
Bruja mala nunca muere, como primera entrega de una serie, me ha creado la suficiente incertidumbre e interés como para dejarme con ganas de leer la siguiente novela. Kim Harrison ha escrito un libro de entretenimiento sobrenatural —del cada vez más extendido género de la «fantasía urbana»— con una trama detectivesca con sus buenas dosis de acción y magia, con unas —hay que reconocer que pocas— gotas de romance, y mucho humor, incluso políticamente incorrecto, que hacen que la lectura se pase en un momento. Veremos si la autora es capaz de mantener el tipo en las siguientes entregas; lo cierto es que el personaje, o el trío más bien, protagonista puede dar para mucho. Ojalá lo haya conseguido.
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Reseña de otras obras de la autora:
¡Qué casualidad! Hace poco que lo terminé y lo acabo de comentar en mi blog.
ResponderEliminarCoincido con esta reseña. A mí me gustó mucho más el personajes de Jenks que el de Rachel.
Sldos.
Hace rato que le tengo ganas a este, a ver si se me cruza pronto en el camino ^_^
ResponderEliminarLorena: la verdad es que el personaje de Rachel está un poco a verlas venir y la mala uva de Jenks hace que se le coja cariño ;-)
ResponderEliminarElwen: el libro está bastante bien, entretenido sobre todo; pero si quieres leerlo date prisa que La Factoria ya ha anunciado el segundo y se te va a acumular el trabajo ;-)
Esta es mi saga favorita. Reconozco que este libro no es el que más me gustó, ya que la autora se entretiene demasiado describiendo todo lo que pasa. Pero amoo con todo el alma la saga.
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