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miércoles, 30 de junio de 2010

Reseña: Eclipse

Eclipse.

Stephenie Meyer.

Reseña de: Amandil.

Alfaguara, Madrid 2009. Título original: Eclipse. Traducción: José Miguel Pallarés.621 páginas.

En esta tercera entrega de la saga Crepúsculo, Stephenie Meyer opta por apoyar su historia en la conocida obra Cumbres borrascosas repitiendo lo que ya hiciera en Luna Nueva con Romeo y Julieta. Sin embargo, como veremos, las referencias y paralelismos quedan limitados a los sentimientos, problemas y encontronazos que el triángulo amoroso Edward-Bella-Jake protagonizarán a lo largo de la novela. No hay bodas, venganzas entre ellos, hijos, ni cosas por el estilo, sino que da la sensación de que la autora ha querido reescribir aquellas partes de Cumbres que no le gustaron o que le parecieron más tristes usando para ello sus personajes.

La historia que se nos cuenta en Eclipse sigue en la línea de Luna Nueva. El triángulo entre los tres protagonistas se desarrolla por completo dando paso a una nueva revelación: el amor que Jake siente por Bella es respondido por ella de un modo sorprendente y, al mismo tiempo, peligroso, ya que, en realidad ella ama a Edward con toda su alma. Se descubre, por lo tanto (y este es el centro neurálgico del libro) que la desdichada humana siente por sus dos amigos sobrenaturales una atracción irreflexiva y desatada que la lleva a sumirse en un estado de confusión y desesperación permanente. Pero si algo aprendió de los sucesos narrados en Luna Nueva es que con Jake puede vivir pero sin Edward sólo desea morir, así que con el avanzar de las páginas, es consciente de que pese a lo terrible de sus sentimientos, sólo amará al vampiro con el que espera abrazar ese remedo de inmortalidad al que aspira. Jacob, por lo tanto, deberá asumir que lo máximo que podrá alcanzar es el estatus de "amigo íntimo y nada más", provocando en él una reacción de rechazo y desesperación de la que, en apariencia, no se podrá recuperar fácilmente.

Pero el conflicto amoroso de la protagonista se verá aderezado por una multitud de detalles a su alrededor que la recordarán constantemente que su vida ya no pertenece en exclusiva al mundo cotidiano. Las consecuencias de su decisión de amar a Edward la exponen a una realidad en la que ella sigue siendo el objeto de la venganza de Victoria, sigue estando amenazada por la orden de los temibles Vulturi, continúa siendo testigo de las crecientes tensiones entre los hombres lobo y los Cullen. Por no hablar de las pulsiones eróticas que la agitan durante toda la trama (en realidad que la vienen agitando desde el primer libro) y que chocan una y otra vez con la negativa de un Edward que, en ocasiones, se muestra muy purista y anquilosado en su negativa de "no hacer nada antes de la boda y de la conversión".

Todo gira, por lo tanto, en torno al juego de sentimientos, temores y esperanzas que alberga Bella y en los que se desdibujan por completo el resto de personajes prescindibles (¿alguien se acuerda ya de los compañeros de instituto o de la madre?), dejando sitio únicamente a aquellos otros que sirven para canalizar y sacar a la luz los sentimientos de la protagonista. Cobra especial relevancia la figura de su padre, Charlie, que se muestra una vez más como el factor que más ata a la joven a su humanidad y que, de nuevo, vive en la inopia pero opta por estar siempre al lado de su hija.

Y, como no podía ser de otro modo, la vida de Isabela vuelve a verse amenazada debido a que Victoria (cuyo rasgo más importante en los tres libros, aquél por el que será recordado y que parece mover sus acciones, es que su melena es pelirroja) decide intentar acabar con ella por medio de un nuevo plan: crear un ejército de vampiros en Seattle con los que atacar Forks. Nuevamente, el riesgo queda relegado a un trasfondo sobre el que la autora volverá ocasionalmente y que resolverá en unas pocas páginas en las que el lector sabe de antemano que todo terminará de un determinado modo. Se puede decir que en ese sentido el libro es una novela sin sorpresas de ningún tipo, anclado en un estilo idéntico al de las dos primeras entregas y que tan buen resultado le ha dado hasta el momento.

¿Qué novedades aporta Eclipse a la saga? Hablando en puridad, ninguna. La historia sigue aferrada a los dilemas (a veces profundos, a veces infantiles) de una joven de dieciocho años que no se cree que un semidiós vampírico esté enamorado de ella y que, para colmo, también recibe las atenciones de un hombre lobo (que está cañón). Por lo tanto no hay evolución posible ni cesión a ningún tipo de crecimiento del personaje central ya que, en definitiva, el 80% de la trama se sostiene en las paranoias de Bella y sus bandazos sentimentales (aderezados por una creciente influencia de la testosterona).

El trasfondo, en cambio, sí que da un salto cuantitativo que empalma con los últimos capítulos de Luna Nueva (en los que se nos presenta a los Vulturi) ya que, a través de las historias de Jasper y Rosalie accederemos a un mayor conocimiento de como funciona el mundo vampírico creado por Meyer. Y por medio de una serie de "cuentos" descubrimos el origen de los hombres lobos indios, sus poderes y su función como protectores de la tribu que habita en La Push.

Por último, el estilo se mantiene fiel a los dos primeros libros. Bella sigue siendo la narradora (usando el pasado y, por eso mismo, quitando toda la emoción a la escenas en las que su vida está en juego ya que el lector sabe que siempre sobrevivirá de un modo u otro). El texto no tiene ninguna pretensión literaria más allá de contar las cosas de un modo sencillo. El ritmo permite una lectura ágil y veloz, sin sobresaltos ni puntos de ruptura. En definitiva, está pensando para que el lector no tenga que darle muchas vueltas a las cosas, no hay profundidad, no hay grandes temas de fondo (¿dónde quedan los dilemas sobre el precio que hay que pagar por la inmortalidad vampírica? En la basura, se los ventilan en dos líneas y a otra cosa). Todo es absorbido por una historia de amor sin muchas pretensiones y que, a todas luces, acabará bien.

Eclipse, por lo tanto, cierra la trama de la venganza de Victoria y abre la puerta al final de la loca carrera de la protagonista por lograr ser vampiresa que, espero, quede terminada en Amanecer, la cuarta obra de la saga. Ya veremos como queda la cosa.

[Reseña de Crepúsculo, pinchando aquí].

[Reseña de Luna Nueva, pinchando aquí].

domingo, 27 de junio de 2010

Reseña: Ocho honorables magos

Ocho honorables magos.

Barry Hughart.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Bibliópolis. Col. Bibliópolis Fantástica # 61. Madrid, 2009. Título original: Eight Skilled Gentlemen. Traducción: Carlos Gardini. 222 Páginas.

Tercera y última, para desgracia ―incluso a pesar de todo lo que luego se verá― de los que hemos disfrutado de ellas, novela dedicada a narrar las aventuras e investigaciones del Maestro Li y su ayudante y amanuense Buey Número Diez. Unos malos editores, unas ventas regulares y el temor de Hughart de que las siguientes entregas se convirtiesen en meros “formatos” repetitivos de un mismo esquema y recursos que llegasen a cansar a los lectores le llevaron a colgar la pluma y dejar en el limbo de las historias nunca contadas las, en principio previstas, cuatro novelas siguientes. Lamentando no poder leer esas aventuras posteriores de los dos protagonistas, es de agradecer la honestidad del autor, quien antes de ofrecer una obra por debajo de las expectativas prefirió dejar de escribir.

En Ocho honorables magos, mientras la peculiar pareja protagonista asiste a la ejecución del infame Tu el Hostelero de Sexta Categoría, la aparición de un ch'ih-mei, un antiguo gul vampiro, les pondrá en la pista de un nuevo misterio. Una aventura que les llevará a entrar en la Ciudad Prohibida de Pekín para investigar el silenciado asesinato de un mandarín, a emprender un nuevo periplo por los pueblos y parajes de la China milenaria a través de caminos infectados de bandidos hasta el palacio de Yen-men para investigar un turbio e ilegal negocio de contrabando, y de vuelta a la capital del Imperio para enfrentarse a la sobrenatural resolución del misterio. Y si algo hay en esta entrega es magia y hechos sobrenaturales, demonios y monstruos, chamanes, titiriteros de reconocida habilidad y pericia capaces de embaucar al público con las más complicadas representaciones, criaturas extrañas, deidades menores de una religión destruida... Y también ocho jaulas que varios grupos enfrentados parecen buscar con ahínco y que de alguna manera están ligadas a los legendarios ocho honorables magos de la antigüedad.

Es ésta una historia aparentemente menos grandiosa que las anteriores, más contenida, que de hecho pronto se antoja de lo más mundano al revelarse que los asesinatos parecen esconder una mera conspiración entre los eunucos y los mandarines de palacio con el propósito de enriquecer a los participantes en una operación de contrabando. Sin embargo, la inexplicable aparición en escena de unas aparentes deidades menores y de un misterioso hombre-mono de pelambre gris plata en la frente, mejillas azules brillantes, nariz carmesí y mentón amarillo hará sospechar al Maestro Li que no todo es tan sencillo como aparenta y que quizá haya un secreto ―y un peligro― mucho mayor envolviendo a los conspiradores.

Hughart da muestras de nuevo de una fina escritura, de un retorcido sentido de humor, con cierta truculencia incluida ―a los prolegómenos de la ejecución que abre el libro y, sobre todo, al banquete celebrado en Yen-men preparado por el maestro Li con la ayuda del titiritero Yen Shih y el propio Buey me remito― y de una planificación perfecta a la hora de ir desvelando las pistas y las soluciones al misterio. Al principio todo parece algo deslavazado, deshilvanado, como si los indicios no terminaran de conectar y la historia discurriese por derroteros difícilmente convergentes. Pero nada más lejos de la realidad, poco a poco, con habilidad de artesano, mientras la trama avanza y las persecuciones y enfrentamientos se suceden, el autor construye una historia en la que todo termina por encajar y en la que Li y Buey Número Diez se jugarán el destino del mundo en una carrera desesperada. Como es habitual en este autor, la trama se divide en varios niveles, unos más pegados a lo cotidiano y otros más a lo fantástico, desde la investigación de unos simples asesinatos relacionados con la falsificación y venta fraudulenta de productos relacionados con el comercio imperial hasta la aparición de antiguos y olvidados dioses que preludian el fin de una era, que no será hasta los capítulos finales donde colapsen entre sí conformando un enorme fresco donde se unen las leyendas y la realidad para ofrecer una explosivo final donde se juega el futuro de la humanidad.

Como ya sucediera con la novela antecesora, tampoco ésta llega encaramarse a la altura de Puente de pájaros ―sería demasiado pedir―, pero deja un muy buen sabor de boca, mejor incluso que el de La leyenda de la piedra. Quizá en Ocho honorables magos haya algo menos del sentido de maravilla continua que se encontraba en el primer libro de la serie, siendo en esta ocasión una investigación más mundana, más deudora de la forma tradicional de las historias de detectives en la que hay que seguir una serie de pistas determinadas para alcanzar la resolución del misterio planteado, yendo paso a paso, de un punto al siguiente arrastrando por tanto una estructura algo más rígida, pero no por ello menos exenta de sorpresas. El misterio se siente menor de alguna forma, menos cautivador en su grandeza legendaria, pero sin duda una vez resuelto el lector no puede escapar a la maravilla y la riqueza de la tradición de esa China que nunca existió. Al cerrar el libro queda un sentimiento agridulce, con la certeza de haber leído una muy satisfactoria novela y el conocimiento triste de que no hay ya más aventuras del maestro Li y de Buey Número Diez en el horizonte.

Sin embargo, quizá sea algo de agradecer esa honestidad del autor al cerrar aquí la serie. Los personajes, como ya sucediera en La leyenda de la piedra, se van asentando cada vez más en sus propios papeles, funcionando gracias a sus «tics» y frases recurrentes, a unos comportamientos ya conocidos, a unas actuaciones ya predecibles, y haciendo sospechar que si Hughart hubiera escrito los siguientes libros los personajes podrían perfectamente haberse convertido en parodias de sí mismos, cosa que aquí, por suerte, no llega a suceder. Pero si el maestro Li y Buey Número Diez de alguna manera no resultan ya tan intrigantes por conocidos, lo cierto es que el autor demuestra una vez más su habilidad para ofrecer al lector una serie de personajes secundarios llenos de atractivo e interés, encabezados por el titiritero Yen Shih y su hija Yu Lan, quienes acompañarán al dúo en parte de la aventura demostrándose de gran importancia en la resolución del misterio, encarnando en parte ese sentimiento de nostalgia y valentía que impregna toda la novela. O los malvados como Li el Gato, jefe de los eunucos de la Ciudad Prohibida, o el alcaide de Yen-men casado con la hija de un bandido que parece odiarle, quien también tienen mucho que ofrecer a lo largo del relato.

En Ocho honorables magos, como ya sucediera en las dos entregas anteriores, subyace como fondo una grandiosa historia de amor, pero que nadie se alarme, que no es una historia romántica al uso en absoluto. Hay mucha tragedia, sí, y también mucha poesía, pero tan solo al final del todo será el lector capaz de interpretar lo que ha leído y entender todas las pistas y referencias al tema que el autor ha ido habilidosamente intercalando en la narración. Hughart tiene una especial habilidad para ofrecer al lector una serie de imágenes de enorme fuerza evocativa que le transporta a otra época y cultura, tan lejanas ambas de sus propios referentes occidentales que no pueden dejar de sorprender, sumergiéndole sin problemas en un mundo que cabalga a lomos de las leyendas más fascinantes.

Una serie ciertamente recomendable, con una fantasía diferente de la habitual, casi más deudora de las historias de detectives que de la fantasía épica, y que termina aquí si no con el deseable broche perfecto, quizá sí con el que más podría acercarse a ello. Nunca se sabrá ―a no ser que Hughart cambie mucho de opinión, cosa que parece bastante difícil― cómo hubieran podido evolucionar los dos protagonistas, pero lo cierto es que sus vidas hasta aquí merecen ser leídas, paladeadas, degustadas, rememoradas, releídas y recordadas. Cierto es que la primera novela es la mejor de todas, pero las dos siguientes están también muy por encima de la media y, teniendo esto en cuenta a la hora de adentrase en ellas sin expectativas imposibles, seguro que su lectura es igualmente satisfactoria. Y es que da gusto leer historias así.

[Reseña de la primera novela, Puente de pájaros, pinchando aquí].

[Reseña de la segunda novela, La leyenda de la piedra,pinchando aquí].


jueves, 24 de junio de 2010

Reseña: Sangre azul

Sangre azul.
Vampire Academy 2.

Richelle Mead.

Reseña de: Jamie M.

Alfaguara. Madrid, 2010. Título original: Frostbite. Traducción: Julio Hermoso. 357 páginas.

Antes de empezar con la novela propiamente dicha, la autora ofrece un prólogo en el que con unas breves pinceladas da cuenta de lo narrado en la entrega anterior, poniendo rápidamente en antecedentes de lo sucedido hasta entonces y haciendo un somero repaso del mundo, personajes principales y criaturas que van a soportar la acción, con lo que, sin embargo, el lector desprevenido puede encontrarse con que le han destripado toda la sorpresa de aquella si todavía no se la ha leído, pero que al veterano le viene muy bien para refrescar los conceptos y parámetros por los que va a discurrir la narración.

Después de este trámite, Mead, que parece no querer dar un momento de respiro a su público, embarca a la protagonista, Rose, poco tiempo después de los sucesos acaecidos en Vampire Academy, en un corto viaje para que un importante Dhampir, el legendario Arthur Schoenberg, uno de los más grandes asesinos de strigoi de la historia reciente de los guardianes, le haga una prueba de cara a conseguir su puesto de protectora Lissa. Pero cuando lleguen a la apartada mansión donde esa prueba debía realizarse, las cosas no va a ser como esperaban; descubrirán que una banda de strigoi ha realizado una brutal matanza que no deberían haber podido llevar a cabo lo que hará que empiece a cundir la sospecha de que, además de haber actuado en grupo, algo prácticamente impensable, han contado con ayuda humana, una circunstancia que hasta el momento se antojaba totalmente imposible.

De vuelta a la academia de St. Vladimir, Rose deberá repartir su atención entre su amistad con Lissa, su no correspondida atracción por Dimitri, los acercamientos románticos de su amigo Mason, la nueva amenaza strigoi, sus entrenamientos para guardiana y la inesperada presencia en el lugar de su poca atenta madre, Janine Hathaway, quien tiempo atrás renunciara a criar a su hija en favor de su carrera dentro de los dhampir.

Ante la enormidad de la amenaza y como medida defensiva todos los alumnos (o al menos la mayoría de ellos) de la Academia y sus familiares irán a pasar las vacaciones de fin de año a una estación invernal, a disfrutar del esquí, del balneario y de otras comodidades, al tiempo que unen fuerzas para beneficiarse de la seguridad que da el grupo preparando defensas conjuntas; sin embargo, hay algunos entre los moroi que parecen inclinados a tomar medidas más activas, a pasar a la iniciativa y devolver el golpe, a pesar de que durante demasiado tiempo se han negado a utilizar su magia en estos menesteres, como si fuera algo indigno de su categoría.

Mead aprovecha que las bases de su mundo ya están establecidas, que los principales protagonistas ya son conocidos y que los tipos de vampiros, algo diferentes de lo habitual, con los que cuenta la historia ya están descritos, para dar rienda suelta a la acción y el romance, embarcando a Rose y a sus compañeros en una emocionante aventura y en unos dilemas románticos muy típicos de la edad de las protagonistas, 17 años (que se supone que es la edad ideal del público al que está destinada la serie).

A lo largo de la narración, en primera persona como en la anterior novela, el lector asiste desde el punto de vista de Rose a como la joven se debate con sus sentimientos por Dimitri, mientras el aparente rechazo de este fuerza a sus hormonas a acceder a las peticiones de su enamorado amigo Mason, lo que permite a la autora crear una tensión triangular, algo desequilibrada, que le da mucho juego a lo largo de la novela. Dimitri se muestra firme en su decisión de no intimar más con la joven, dado que van a compartir la protección de Lissa y que cualquier interés sentimental entre ellos podría distraerles de su misión. Cuando una moroi conocida del pasado de Dimitri, Tasha, se introduzca en la ecuación, amenazando con llevárselo consigo como guardián personal, el dilema interior de la joven amenazara con devorar todas las demás preocupaciones y problemas en los que se encuentra inmersa.

La protagonista va madurando a lo largo de la acción, pero se sigue mostrando en muchas ocasiones como la adolescente de 17 años que es. Al principio del libro es todavía la típica adolescente malhumorada, algo caprichosa y rebelde, enfadada con el mundo y con los que la rodean, sintiendo que no tiene realmente con quién hablar de sus problemas, un alma con la que desahogarse que Mead dejó al final de la anterior entrega. Ahora, el enfrentamiento con su madre es inevitable, sobre todo por la frustración de la joven ante lo que siente como abandono en su infancia y juventud y los muchos reproches que guarda contra ella, de su falta de apoyo cuando la necesitaba. Conforme avanza la acción y la situación es cada vez más peligrosa, Rose va aprendiendo un poco, no mucho también es cierto, de auto control, y ya no saltará a las primeras de cambio, sino que medita un tanto más las respuestas a cada situación. Sigue siendo temeraria, y hace demasiado caso a sus emociones, haciéndose la zancadilla muchas veces a sí misma, enfrentándose a quien no debe y apartando a quienes podrían ayudarla de su lado por su carácter excesivamente independiente. También es cierto que sigue siendo más amiga de sus amigos que nunca, y que siempre está dispuesta a arriesgar su propia vida por ellos. Sin perder un ápice de rebeldía, poco a poco aprende de sus errores, de la necesidad del orden y la obediencia. Cuando la novela termina, sin duda Rose es una persona más completa, más centrada, un poco más sabia y, sin duda, más reflexiva y, por qué no, menos egoísta.

Mead utiliza un tono fresco y ligero, desenfrenado, excitante y con un puntito sexy, supeditando el romance a la acción para que la tensión no decaiga, con abundantes escenas trepidantes y sangrientas, y situaciones peligrosas que no dejan bajar la guardia a los protagonistas. La amenaza de los strigoi está más presente que nunca y la posibilidad de que se hayan aliado con algunos humanos convierte el futuro de moroi y dhampir en algo muy incierto y tenebroso, pues ya no podrán sentirse seguros ni durante el día, que se supone que es cuando sus enemigos mortales se encuentran impedidos por la luz del sol.

Sus protagonistas femeninas son fuertes, no se dejan dominar (salvo por sus propias pasiones), aunque en esta ocasión Lissa está bastante apartada del primer plano. Su conexión psíquica con Rose sigue siendo muy importante, pero el protagonismo de la trama va a ir por derroteros muy diferentes de los de la anterior entrega, tomando una dirección en la que su participación directa no es necesaria, aunque siempre se encuentre en los pensamientos de la joven dhampir, quien incluso llega a dolerse de ser dejada de lado por la creciente y cada vez más tórrida relación de su amiga con Christian. Lo cierto es que el personaje de Lissa está convirtiéndose un tanto en el de la típica niña malcriada, siempre quejosa de sus supuestas desgracias, siempre en busca de atención, superficial, bastante egoísta, que se despreocupa de su amiga hasta que esta se encuentra realmente en peligro. También es cierto que las medicinas que controlan que no pueda usar su poder magico hacen que ciertamente sea un personaje con mucho menos potencial y menos interesante que cuando se encuentra en total posesión de sus aptitudes, como en el anterior libro.

La gran sorpresa es la evolución de Mia, de secundaria insoportable, antagonista de Rose y Lissa, y personaje a odiar en la primera entrega que pasa en esta novela a ocupar un papel mucho más relevante e incluso conmovedor aquí, pero mejor es no desvelarlo, sin duda, y que cada lector lo descubra por si mismo.

Sangre azul es una novela sencilla de leer, destinada muy claramente a un público juvenil que trata, sí, sobre el amor y la amistad; llena de drama, de dolor, de dudas románticas, de celos, de adolescentes que buscan encontrar su lugar en el mundo y su propia personalidad, de los primeros escarceos amorosos, de la iniciación con el alcohol y sus dolorosas consecuencias... pero también de vampiros, de luchas cruentas y muertes crueles y sádicas, de sacrificio y heroismo, y donde Rose tendrá que encontrar toda su fuerza y potencial oculto si quiere sobrevivir para ver un nuevo día.

Con una prosa ligera y ágil, de acción lanzada y lectura rápida, con más diálogo que descripción, con un humor socarrón e irónico que a veces le juega malas pasadas a la protagonista cuando no es capaz de cerrar la boca... se deja leer de un tirón sin parón alguno. Entretenimiento puro sin complicaciones, con un toque picante y con abundante sangre para los amantes de los vampiros modernos y de los clásicos, que aquí hay de los dos (aunque evidentemente con más protagonismo de los primeros, lo cierto es que aquí los strigoi demuestran todo su potencial para el mal desencadenado e irracional).Con un buen número de entregas para seguir sus aventuras en el futuro, la que nos ocupa da todo lo que ofrece para las adolescentes de hoy en día. Entretenimiento, aventura, romance, chicos y chicas guapas, y la emoción de la sangre derramada con su puntito justo de tragedia. Ni más ni menos.

[Reseña de la anterior novela, Vampire Academy, pinchando aquí].


lunes, 21 de junio de 2010

Reseña: Almas en guerra

Almas en guerra.

Liz Williams.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Solaris Ficción # 132. Madrid, 2010. Título original: Banner of Souls. Traducción: Carles Muñoz Miralles. 320 páginas.

El interés de Almas de guerra radica, sin duda, mucho más en la creación del mundo en que se desarrolla la trama que en la trama en sí misma. Williams ha imaginado un post catastrofista y muy lejano futuro, en el que un matriarcado marciano, estructurado en una casta de guerreras, domina el Sistema Solar, incluyendo una inundada Tierra donde lo que queda de la humanidad ―o algo parecido a ella― sobrevive en las cumbres de las antiguas montañas convertidas ahora en islas ―aunque visto que no existen los nacimientos naturales, que el papel de madre es, cuando menos, discutible, y que los hombres como tales solo existen como restos brutales con apenas inteligencia que se dedican a cazar y ser cazados por las guerreras marcianas, casi se podría hablar más de una «feminocracia»―. La colonización ha llegado hasta los confines del sistema, hasta el planeta Noche Sombría donde tiempo atrás se produjera un contacto con supuestas inteligencias alienígenas que entregaron extrañas y muy avanzadas tecnologías que parecen incomprensibles para sus usuarios actuales, y que funcionan a través de un misterioso reino de Eldritch, un canal mediante el cual las almas de los muertos se introducen en los aparatos y objetos tecnológicos o se re-corporizan como aparentes fantasmas, permaneciendo al alcance de los vivos permitiendo una perpetuación de los conocimientos.

Unos conocimientos que aparentemente tanto las mujeres de Noche Sombría como el matriarcado de aquel entonces no dudó en utilizar a discreción creando nuevas especies animales y nuevas formas para los cuerpos humanos, con «mejoras» solo limitadas por el intelecto y la imaginación, llegando a mezclar características humanas y animales dando lugar a nuevas «razas» como las kappas, mujeres con características anfibias convertidas en una casta de servidoras, rebajadas casi al nivel de la esclavitud, que se ocupan de multitud de tareas, desde las más ingratas a las más mundanas, muchas más de las que se pudiera sospecharse. De esta manera, temas como la biología, la nanotecnología o la ingeniería genética van a adquirir especial importancia en el devenir de la trama, aunque en ningún momento la novela se adentre en los territorios de la «SF hard», sino más bien en el de la «tecnojerga».

Liz Williams ha sido englobada dentro de la New Weird, la tendencia literaria que intenta trascender los límites de la ciencia ficción, mezclándola en demasiadas ocasiones con la Fantasía y otros géneros «paralelos», dando obras magníficas como suelen ser las de China Mieville o tan intrigantes y extrañas como las de Jeff Vandermeer. En este caso, el lector se enfrenta a una lectura complicada que bebe de diversas fuentes y que se inicia con una ausencia de explicaciones que fuerza a subir en marcha a una aventura ya comenzada situada en un Sistema Solar futuro muy cambiado respecto al actual y donde muchos hechos narrados se podrían interpretar como causados por la magia. La autora no da nada fácil, siendo a veces incluso demasiado oscura, demasiado críptica en sus descripciones.

En la historia hay una niña, Lunae, pieza importante en el futuro de la humanidad, y dos faciones enfrentadas: una, proveniente del lejano planeta Noche Sombría en el borde del sistema Solar, quiere eliminarla, tarea para la que será enviada ; otra, busca protegerla y propiciar que lleve a cabo su destino, misión en la que se embarcará la guerrera marciana Sueños-de-Guerra, desplazándose a la Tierra para hacerse cargo como tutora y protectora de la niña. Lunae es un producto de ingeniería genética llevado a cabo por las Abuelas, unas misteriosas ancianas con antiguas conexiones con Noche Sombría; es una especie de niña-probeta de crecimiento acelerado que parece tener la potestad de manipular el tiempo y estar destinada a ser una hito-bashira, la mujer que «contiene el flujo» ―signifique eso lo que signifique―. La aparente lucha de poder entre Noche Sombría y Marte va a personificarse en la persecución de la muchacha, trofeo, viva o muerta, por el que ambas partes compiten.

Teniendo misiones totalmente antagónicas, destinadas sin duda a enfrentarse en la lucha por la vida de Lunae, ambas mujeres, Sueños-de-Guerra e Yskatarina, muestran curiosos paralelismos que las acercan más que las alejan. Ambas han visto como, antes de empezar su misión, su mente será trasformada, la primera para mostrar sentimientos casi maternales hacia la niña ―en la sociedad marciana los sentimientos son algo innecesario, casi repugnante, un lastre en la personalidad de una guerrera, algo a ser expurgado y rechazado―, al tiempo que a Yskatarina se le implanta un sentido de amor, obediencia inquebrantable y adoración incondicional hacia su «tía» Elaki. Ambas deberán luchar de alguna manera contra su «programación», rebelándose contra el destino que otros han elegido para ellas y eligiendo su propio camino si es que pueden, tomando sus propias decisiones ―que pueden estar o no en sintonía con la misión original que les fuera encomendada a cada una―. Ambas parten de una misma desinformación sobre sus objetivos, sobre la importancia real de la joven que deben proteger o matar respectivamente, o desconociendo el motivo último para llevar a cabo esa tarea. Ambas nadan contracorriente, buscando respuestas contra el ostracismo que las rodea, intentando tomar las riendas de sus vidas aunque esa misma iniciativa pueda acabar con ellas.

La irrupción en la trama de las «kami», espíritus incorpóreos de los alienígenas que suspuestamente entregasen la tecnología espectral a Noche Sombría no se sabe demasiado bien a cambio de qué, y que habitan cuerpos humanos a los que dominan eliminando su anterior personalidad, pondrá más apremio en la misión. Su interés en Lunae añadirá nuevos jugadores a la partida, desencadenando sucesos de inesperadas consecuencias.

En Almas en guerra es difícil tomar partido por un bando u otro. Williams juega con la ambigüedad de los sentimientos de los personajes. Mientras que en la supuesta facción de los «buenos», las Abuelas se muestran terriblemente manipuladoras, siendo Sueños-de-Guerra una guardaespaldas más que renuente, en la parte de los supuestos «malos», Yskatarina lucha en todo momento contra la «programación» que le ha impuesto su tía Elaki, cuestionándose continuamente sus acciones y la finalidad de la misión. Desconociendo, además, el destino al que supuestamente se encuentra avocada Lunae, ni las consecuencias que podrían derivarse de su consecución, es muy difícil apoyar a una causa u otra más allá de las simpatías que despierten los actos de unas u otras. Mientras la mayoría de las protagionistas principales se debaten en la oscuridad, el propio lector debe nadar en aguas farragosas, desentrañando lo que la autora va narrando sin apenas pistas, sin dar nada fácil ni mascado, sin apenas descripciones o explicaciones ―claro ejemplo es el del «familiar» de Yskatarina, el ánimus, del que no se adquirirá una imagen más o menos clara hasta bien entrados en la segunda parte de la novela; o de las «tijereteras», que se antojan una versión femenina de Eduardo Manostijeras, pero con cualidades mucho más espeluznantes y aterradoras, y que no terminan de ser descritas de una forma satisfactoria para poder hacerse una idea total de ellas―. Es quizá una novela más de sensaciones que de certezas, y donde el lector debe poner mucho ―mucho― de su parte para disfrutar a fondo de la narración ―y lo cierto es que si lo consigue, se llega a disfrutar bastante de la aventura―.

Pero si de alguna manera la trama se sienta algo coja, de una extrema simpleza a pesar de las vueltas y revueltas en las que se ven inmersas las protagonistas a través de una persecución que permite su periplo por la Tierra y Marte, y los personajes se muestren excesivamente esteriotipados, el escenario es, sin duda, impresionante. El trabajo de construcción del mundo es el fuerte de la novela y lo que auténticamente mantiene la atención del lector. Una Tierra víctima de ignotas catástrofes que se encuentra anegada por los océanos, en cuya aguas moran aterradoras y enormes bestias, los Reyes Dragón, que surgen de las profundidades trayendo las tormentas y haciendo zozobrar las embarcaciones; con ciudades que se agarran a las laderas de las montañas reconstruyéndose más y más arriba conforme el terreno se hace más escaso; con una civilización al borde de la supervivencia que mezcla sin problemas la tecnología más puntera con tradiciones arcaicas... Un Marte “cuna” de la humanidad, supuesto punto de partida de la civilización y colonización del resto del Sistema Solar; un planeta de grandes praderas desérticas recorridas por manadas de sorprendentes animales fruto de antiguos experimentos genéticos y donde las guerreras se prueban una y otra vez contra los elementos y contra los “restos de hombre” caníbales; donde el matriarcado rige con mano firme los destinos de esta humanidad femenina, repartiendo y controlando los dones de la ciencia, basando su dominio y superioridad sobre la Tierra bajo la capa de una Historia que pueda que no sea tal y como se recuerda; con antiguas ciudadelas-fortaleza de torres de metal desde las que ejercen su férreo poder... O Noche Sombría, un planeta en la frontera exterior del Sistema Solar, receptor de la tecnología de los alienígenas que guarda celosamente, lugar de habituales experimentos genéticos y de conspiraciones silenciosas... Sociedades extrañas y familiares a un tiempo, con nuevas formas de vida, tanto humana como animal y nuevas formas de interacción social.

Después de jugar con las protagonistas ―y con el lector― a un envenenado juego del gato y el ratón ―donde no se sabe del todo bien quién es qué―, ofreciendo fascinantes visiones de ese mundo futuro tan aterrador y atractivo a un tiempo, haciéndoles dar vueltas sobre sí mismas y lanzándolas de un lado para otro, lo cierto es que Williams acelera la acción de manera alarmante en la última cicuentena ―o menos― de páginas, ofreciendo un pirotécnico final con sorprendentes revelaciones ―sí, reconozco que la identidad de los «kami» no me la esperaba―, pero con algún truco inesperado sacado de la manga que deja un regusto algo indefinido. El destino de la humanidad ―de esa Humanidad extraña, femenina, desconocedora de su auténtica Historia, y que le gusta jugar consigo misma― pende del filo de la balanza. Según qué bando cumpla sus objetivos las consecuencias pueden ser devastadoras y el futuro no pinta nada bien, oscurecido por demasiados nubarrones.

Almas en guerra es una novela de ciencia ficción por su ambientación, con un sutil toque de space opera aunque no se abandonen los confines del Sistema Solar, que bordea en muchas ocasiones ―por su desarrollo y la temática de la «elegida» más que nada― la Fantasía, con algo de thriller y novela negra. El lector se enfrenta a una lectura intrigante, algo caótica en ocasiones, no del todo satisfactoria en su plasmación, pero terriblemente imaginativa, con personajes quizá demasiado «cuadriculados» ―que no significa que sean planos en absoluto, sino que les cuesta demasiado salir de unos parámetros demasiado estrictos; tal vez un poco de humor no hubiera venido mal para suavizar los caracteres y humanizarlos en cierto modo―, que sin embargo cumplen sobradamente su cometido, y que, sin duda, tiene su fuerte en la creación del mundo, el trasfondo y las sociedades en que Williams sitúa su, muchas veces, vertiginosa aventura.


viernes, 18 de junio de 2010

Redifusión: Guardianes de la noche

Aprovechando la reedición de este título en DeBolsillo, traemos de nuevo a portada la reseña del mismo publicada originalmente el 14 de febrero de 2007:

Guardianes de la noche.

Serguéi Lukyanenko.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Plaza y Janés. Barcelona, 2007. Título original: Nochnoi dozor. Traducción: Jorge Ferrer. 511 páginas.

Guardianes de la noche
viene avalada en España por el relativo éxito que tuvo la película que con el mismo título se basó en este libro. Confieso que no he visto la versión cinematográfica, así que me enfrentaba bastante libre de prejuicios a la lectura del mismo. El volumen se compone de tres historias, de las cuales, lamentablemente, la mejor es, sin duda para mí, la primera y luego la cosa va en descenso, siendo la última la más flojilla. Digo lamentablemente porque empezar por lo bueno e ir luego cuesta abajo siempre deja un cierto mal sabor de boca.

El planteamiento, presentando una vez más el eterno enfrentamiento entre el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, es dentro de lo que cabe bastante original. Se supone que las dos fuerzas, para evitar la desaparición de ambas, han llegado a un gran pacto por el cual todo acto malvado llevado a cabo por uno de los Otros, las criaturas con poderes excepcionales y fantásticos que viven entre nosotros o sumergiéndose en un mundo particular y superpuesto al nuestro que es el Crepúsculo, debe ser compensado por un acto bondadoso y viceversa. Con el propósito de vigilar el cumplimiento de ese pacto se crearon hace tiempo dos grandes organizaciones: la Guardia Nocturna, en la que los luminosos velan porque no se comentan maldades no admitidas o sancionadas por las altas esferas, y la Diurna, en la que los tenebrosos vigilan para que no haya desviaciones hacia la Luz fuera de lo pactado o de las licencias permitidas.

Es dentro de la Guardia Nocturna donde vamos a encontrar al protagonista principal (o a uno de ellos) de la historia, Antón, quien será el encargado de relatar en primera persona sus vivencias y (des)venturas. Digo que es uno de los protagonistas principales, porque a mí entender, a pesar de aparecer mucho menos en la narración, el personaje básico llamado a convertirse en piedra angular de la trama es Svetlana, llamada a grandes cosas dentro de la Guardia y motor que moverá las piezas en la particular partida de ajedrez que los jefes de ambos bandos parecen estar jugando desde tiempos inmemoriales. Y junto a ellos encontraremos un buen número de personajes secundarios, ciertamente curiosos y extraordinarios, desde un vampiro buena persona vecino de Antón, pasando por el jefe y los compañeros de la Guardia Nocturna, hasta los sicarios y operativos de la Guardia Diurna y su jefe, Zabulón..

El tratamiento es, como digo, bastante original, a pesar de que todos podremos traer a la mente referencias de otras historias en que el Bien y el Mal llegan a ciertos acuerdos y, por supuesto, tratan de interpretar los términos a su favor; o donde los seres extraños: vampiros, hechiceros, grandes magos, cambiaformas y otros muchos conviven entre nosotros sin que seamos capaces de reconocerlos, llevando una existencia paralela a la nuestra y formando una sociedad al margen de la establecida por los humanos, aunque con muchos puntos de contacto con la misma. Sin embargo, lo importante aquí es el enfoque, el de una historia fantástica, llena de conjuros, maldiciones y amuletos mágicos a la que se imprime un giro hacia un thriller casi policíaco, detectivesco se podría decir, que el autor da a las historias que componen el volumen, donde las Guardias son casi un cuerpo policial dirigido a controlar las infracciones del otro lado, y donde la intriga reside en cómo tensar, sin llegar a romper, los términos del Gran Pacto, para llevarse el gato al agua en su largo lucha por controlar el destino y los designio de los humanos. Humanos de los que los Tenebrosos se aprovechan y que los Luminosos tratan de defender en una pugna que se nos muestra aparentemente muy desigual.

Y es en esta pugna en la que se encuentra de pronto sumergido Antón, un operativo novato, que ve como su vida se convierte en un rompecabezas o en un tiovivo que no para de dar vueltas, llevándolo de un lado a otro sin que consiga encontrar las claves de todo lo que le está pasando y sin saber del todo a quién o a qué bando pertenece la mano que está tirando de sus hilos. Como ya he comentado, todo se nos desvela como una gran partida de ajedrez, y en pos de conseguir las piezas mayores, los peones son, como siempre, sacrificables, aunque en última instancia una vez cruzado todo el tablero los mismos puedan llegar a convertirse en piezas superiores.

De esta forma las tres historias que componen el volumen no son en absoluto independientes, sino que se van apoyando las unas en las anteriores para ofrecernos tres momentos de un relato mayor que sólo está completo al terminar de leerlas las tres. Lo malo es que el interés y emoción de lo narrado va decreciendo conforme se avanza en la lectura, yendo de más a menos y que acaba con un final que más que satisfacción produce alivio por haber terminado. Y es que la última historia es bastante sosita, sobre todo comparada con la primera. Se pasa de la originalidad del planteamiento, del descubrimiento y descripción de un mundo ciertamente intrigante, y del interés por la investigación, los giros de la trama, la acción y el puro estallido de magia, a un relato que cae casi en la pseudo filosofía, con unos personajes que a fuerza de querer ser introspectivos y atormentados se convierten en algo pedantes, y con unos problemas existenciales de patio de colegio. Se cambia acción por debate interno, y la narración pierde bastante por el camino.

Una lectura, en definitiva, bastante entretenida para pasar el rato, que empieza muy bien pero que decae conforme se avanza en las historias para terminar casi en la indiferencia. Si alguien quiere darle una oportunidad a este autor mi recomendación es que se lea Línea de sueños, libro publicado por Bibliópolis, y que es una novela en la que merece realmente la pena que se invierta un tiempo de lectura en ella.

miércoles, 16 de junio de 2010

Reseña: Las sendas púrpuras

Las sendas púrpuras.

Ángel Torres Quesada.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo AJEC. Col. Albemuth Internacional # 29. Granada, 2010. 293 páginas.

Quizá la obra más conocida de Ángel Torres Quesada sea la Trilogía de las Islas (posteriormente convertida en tetralogía con la publicación de Wyharga, que debería haber sido el inicio de una nueva trilogía cuyas continuaciones nunca verían la luz), pero si hablamos de A.Thorkent y su serie del Orden estelar la cosa cambia. Escritor crecido como tal en la época de los bolsilibros o novelas de a duro, tuvo en aquel entonces una enorme producción de libritos de ciencia ficción, sobre todo space opera, que terminaron formando una impresionante saga ―deudora en gran parte del universo asimoviano― llena de emoción, aventuras, erotismo y muchas ideas apasionantes. En Las sendas púrpuras recupera de alguna forma el espíritu de aquellos libros ofreciendo un relato ameno, rápido, ágil y entretenido que, sin embargo, aparenta haberse quedado algo atado a aquella forma de narrar de antaño que hace que el formato más largo de esta novela se le haga algo excesivo ―cosa que curiosamente, sin embargo, en absoluto le sucediera en la Trilogía de las Islas u otros libros posteriores como La dama de plata o Los vientos del olvido―. Hay que reconocer que el fuerte de Torres Quesada es la acción, la aventura, las luchas y enfrentamientos... y que los momentos más introspectivos, las largas descripciones o explicaciones y los diálogos elaborados, al menos aquí, no son en lo que destaca, quedando un tanto flojas en comparación con los momentos explosivos de acción desatada y la enrevesada trama de complots y dominación estelar que nos ofrece con descaro. Quizá el haber querido obtener un libro más largo de lo que daba de sí la trama termine precisamente lastrando el ágil desarrollo de la misma y su natural discurrir.

El comienzo de la novela, con la protagonista, Giselle, escondiéndose en los túneles de Wuffan, un planeta del Borde condenado al aislamiento por su enfrentamiento con el poder centralizado del Purpurado, es realmente impactante, lleno de fuerza y tensión dramática. Una infancia así, sin duda, marca la personalidad y el posterior crecimiento, no se puede pasar por semejante ordalía y salir mentalmente intacto, cosa que luego se verá en la forma de ser y actuar de la joven, inmersa además en el centro de una conspiración de la que lo desconoce todo, pero de la que no podrá ni escapar ni evitar tener que tomar un papel central obligada por las circunstancias.

Rescatada in extremis por su padre, Yolden Abasi, dueño de un misterioso pasado, la joven se instala rápida y cómodamente en la vida disoluta llena de despreocupación, fiestas y sexo que supone la pertenencia al Ámbito, un conglomerado de planetas unidos por una red de transporte instantáneo, la Malla, formado por las Sendas Púrpuras del título y dominada por el Purpurado desde el mundo de la Cúpula, conformando una especie de gobierno galáctico que también controla la Fuente de la Sabiduría, el compendio del saber humano que permite la comunicación instantánea y provee de todo lo necesario, y de donde han sido «expurgados» aquellos conocimientos que los purpurados consideran peligrosos para la felicidad ―y el sometimiento― de sus ciudadanos. Pero, pista tras pista, Giselle empezará a sospechar que algo se esconde en las actuaciones de su padre, y de la noche a la mañana todo se precipitará, viéndose inmersa en una lucha de poder en la que no tiene muy claro cuál es su bando, mientras busca desentrañar los secretos que le ocultaba su progenitor.

Torres Quesada ofrece una historia básicamente de acción, bajo la que subyace no obstante una feroz crítica a los sistemas totalitarios, ya sean gobiernos u organizaciones, y a la globalización ―en este caso, a la «universalización»―, sin dejar pasar el inevitable y ya algo cansino ataque nada sutil a la religión católica. Los purpurados son una especie de Imperio Galáctico que se perpetúan en el poder gracias al dominio de la tecnología y de los conocimientos de la Fuente, un hecho que les permite controlar la red de “caminos” ―las Sendas― que posibilitan el viaje y comunicación instantánea entre los diferentes planetas, pudiendo negarles tal conexión a los planetas rebeldes, condenándolos al barbarismo, si no acatan el orden imperante. Es esta especie de «poder absoluto» la que les otorga una arrogancia insoportable que les lleva a situarse por encima del resto de seres humanos provocando no poco rechazo entre la hedonista sociedad del Ámbito. En estas condiciones es inevitable que surjan grupúsculos rebeldes que buscan el derrocamiento del sistema, que sin embargo son rápidamente sofocados por la evidente superioridad técnica del Purpurado.

A través de sus observaciones de hechos extraños, de conversaciones oídas de refilón, de las visitas secretas que recibe, de sus curiosas amistades..., Giselle empieza a sospechar que su padre se encuentra en el centro de una de estas conspiraciones, y por ello emprenderá un frenético viaje con el objetivo de desentrañar el misterio y descubrir la verdad tras la cortina de humo que parece rodear su vida, y que la llevará a visitar mundos en guerra y enfrentarse a su pasado de una manera inesperada que hará tambalear los cimientos sobre los que creía edificada su existencia. A pesar de los muchos giros y sorpresas, las pistas son más que suficientes para saber por dónde quiere llevar Torres Quesada a sus lectores. La escritura es simple, incluso escueta en ocasiones, pero la narración se vuelve algo confusa cuando el autor se empeña en intentar liar la trama más allá de lo necesario, añadiendo páginas por el método de recargar su estilo sin llegar realmente a ningún sitio.

Giselle, coherentemente con lo que el autor va edificando a su alrededor, se muestra en todo momento algo antipática ―seguramente por las circunstancias que han forjado su personalidad―, independiente y cabezota, dada a usar a los que la rodean mientras le conviene y a olvidarse de ellos cuando no, caprichosa y malcriada, dispuesta a perseguir sus objetivos sin importarle las consecuencias ni a quien lastime por el camino, antojándose de alguna manera que una buena regañina o un par de sopapos a tiempo podrían haberla hecho menos egoísta e impulsiva. Sin embargo, es lo que la trama necesita para llegar a buen puerto, así que con todos los «peros» hay que reconocer que es un personaje muy conseguido que logra su objetivo a pesar de la desconexión emocional con el lector. Del resto de personajes poco más se puede decir aparte de que se encuentran al servicio de la protagonista, supeditados en todo momento a ella, sirviéndole casi de mero contrapunto, receptáculos de sus ansias, iras, anhelos o dudas, meros espejos que le devuelven la imagen difusa de su personalidad en construcción, cada uno aportándole una pieza del puzzle que conforma su pasado. Quizá el más logrado sea precisamente el virtual Hesperis ―la personalidad y recuerdos de un antiguo erudito y filósofo volcados en y guardados por la Fuente para que cualquier ciudadano pueda acceder a sus conocimientos―, mentor, maestro y consejero de la joven, e intrigante conspirador a través del tiempo.

En todo momento durante la lectura se intuye un titiritero que tira de los hilos de los principales protagonistas, sin terminar del todo de saberse cuáles son sus verdaderas intenciones ni quién maneja el cotarro, quién es el ideólogo del complot y quién un simple peón manipulado para conseguir los objetivos de otros. Las vueltas en la trama son continuas, algunas veces de forma compleja, pero siempre coherente con lo que el autor nos está contando. Torres Quesada va dosificando con acierto las preguntas y las respuestas, donde la resolución de un misterio lleva a plantearse nuevas cuestiones, guiando al lector con acierto hacia un final que no por previsto pierde interés. Es este un típico caso donde es más importante cómo se llega que el llegar mismo. Porque es difícil no intuir qué se encuentra al final ―o al principio― de la Senda Umbilical, pero la forma de conseguir surcarla y lo que allí se pueda encontrar es lo que llena de emoción la narración.

Las sendas púrpuras es una space opera de grandes escenarios, de planetas de belleza exuberante o de inquietante abandono, de civilizaciones en ruinas luchando por su supervivencia y de sociedades decadentes que solo buscan su propio placer, de incomprensibles tecnologías que permiten hechos casi mágicos, de gentes que luchan por la libertad. Hay enfrentamientos de naves ―aunque no grandes batallas espaciales―, pero no son aquí lo más importante. El autor busca más la aventura individual, la peripecia personal de la protagonista y de los compañeros que se unen a ella en su búsqueda de respuestas y vindicación. Llena de muchas de las grandes ideas de la ciencia ficción ―el viaje y la comunicación instantáneos, los imperios galácticos, la manipulación genética, la realidad virtual...―, la forma de narrar la historia se antoja algo anticuada aunque, no obstante, llena de encanto, a pesar de que podría haberse liberado de ciertas redundancias, explicaciones excesivas y diálogos artificialmente alargados. Es esta una novela de aventuras espaciales de corte clásico ―quizá demasiado clásico―, entretenida y amena, que no destaca precisamente por la originalidad de sus planteamientos y especulaciones, sino por la manera de aplicarlos a las peripecias y vicisitudes de los protagonistas, que sirve para pasar un buen rato sin preocuparse demasiado.


domingo, 13 de junio de 2010

Reseña: Iron Man 2

Iron Man 2.

Jon Favreau.

Reseña de:
Amandil

Paramount Pictures - Marvel Entertainment - Fairview Entertainment. 2010, 124 minutos.

Tras el indudable éxito de la primera parte de la nueva franquicia de la Marvel, era lógico y normal, que cualquier nuevo acercamiento al personaje de Iron Man repitiese algunos de los elementos que formaron parte del anterior taquillazo. Así que Iron Man 2 es, en cierto modo, un "remake" de la película anterior aplicando el sencillo principio de "más de lo mismo pero más gordo". Nueva armadura del protagonista, nueva armadura para el malo de turno, nuevo problema de salud para Tony Stark y nueva importancia del "escolta" encarnado en Jim Rhodes.

En esta ocasión, Tony Stark (Robert Downey Jr.) se encuentra en una situación bastante difícil ya que su cuerpo está siendo envenenado por uno de los componentes que necesitan las baterías que le mantienen con vida. Sus abultados conocimientos científicos sólo pueden retrasar temporalmente el fin inevitable: la muerte. Como consecuencia de ello opta por la vía de "que me quiten lo bailado" y se dedica a dar rienda suelta a sus excesos más infantiles mientras transfiere el control de las Industrias Stark a Pepper Potts (Gwyneth Paltrow), su dulce y eficaz secretaria, que se las verá y deseará para controlar la cada vez más enloquecida vida de su jefe.

Paralelamente, en la lejana Rusia, Ivan Vanko (Mickey Rourke) decide vengar la muerte en la indigencia de su padre, un reputado científico ruso que en su juventud fue colega del padre de Tony Stark, creando una nueva arma basada en la misma tecnología que sustenta la armadura de Iron Man, y logrando destruir la reputación (y de paso aniquilando) al propio Tony. Los acontecimientos terminan por unir a Vanko con el enloquecido fabricante de armas Justin Hammer (Sam Rockwell), confluyendo ambos en el papel de "los malos de la película", sin quedar exentos ellos mismos de una serie de enfrentamientos un tanto peculiares.

Y, para terminar de liar las cosas, la agencia gubernamental conocida como Escudo (Shield) infiltra a una de sus mejores agentes, Natasha Romanoff, aka Viuda Negra (Scarlett Johansson) en el entorno de Tony Stark para controlar sus actividades, protegerle y asegurarse de que termina de desarrollar un nuevo avance tecnológico que le permita mejorar su armadura y hacerla más estable.

La cosa se complica porque, según cuentan, la mera existencia de Iron Man ha provocado una especie de "paz armada" a nivel mundial puesto que él sólo es capaz de contrarrestar cualquier amenaza contra los EE.UU. Eso, en vez de ayudar, es percibido por algunos políticos como un problema ya que supone poner la seguridad del país (y del mundo) en manos de una persona que no responde necesariamente a los intereses estratégicos de Washington y que, además, es conocida por sus excentricidades (y veremos muchas a lo largo de la película). Además, se sabe que los enemigos del país (China, Corea del Norte, Irán) están intentando copiar el modelo de armadura y que, en cualquier momento, podrían dotarse de un arma tan eficiente como esa...

Los temas tópicos siempre presentes en una película de estas características y que, en cierto modo, son la esencia del género, se pueden resumir de este sencillo modo:

- Venganza: el móvil de un Mickey Rourke que cumple de sobra con un papel que consiste en poner mirada de "soy más listo que tú" y de un odioso Hammer, que interpreta magistralmente Sam Rockwell y que tiene toda la pinta de que ha venido para engrosar la fila de "villanos recurrentes".
- Amor: se comienza a resolver esa tensión emocional entre el mujeriego Tony Stark y la eficiente Pepper, al que se añade la tremenda carga erótica que añade el personaje (y los volúmenes) de Johansson, que estoy seguro que darán que hablar en próximas entregas de la franquicia.
- Humor: se sigue incidiendo en el elemento para todos los públicos por medio del sencillo mecanismo de crear personajes amables y simpáticos que, en diversos momentos (el ataque en Montecarlo o el asalto a la instalaciones Hammer), permiten rebajar un poco el nivel de desmadre ambiental. Ya se sabe, un chistecillo o comentario jocoso(a repartir los "gags" entre el personaje del guardaespaldas superado por los acontecimientos, Happy Hogan -que interpreta el director, Jon Favreau-, el propio Iron Man).
- Acción: el motor de toda la parafernalia fílmica relacionada con los superhéroes. La acertada combinación de los efectos especiales (hoy ya sólo nos sorprenden cuando están mal hechos) con unos planos que no son mareantes ni apabullantes (aún me duele la cabeza al recordar las escenas de combates en la decepcionante La Liga de los Hombres Extraordinarios).
- Moralina: Los buenos (ricos y guapos) ganan y se quedan con la chica. Los malos mueren por su enfermizo exceso de confianza. Nada nuevo por aquí.

En definitiva, Iron Man 2 es una secuela predecible y entretenida de la primera parte. Siguen existiendo vínculos entre las líneas argumentales que marcó el cómic. Así, por ejemplo, vemos al Tony Stark [levemente] alcohólico, a Jim Rhodes (ahora interpretado por Don Cheadle) enfundado en la "Armadura B" -War Machine-, comienza el romance Tony-Pepper, se acerca aún más el inicio de la saga de "Los Vengadores"). Todo ello, con una adaptación a los nuevos tiempos y con un personaje principal mucho más cercano a los estándares actuales del cine de acción en el que la vis cómica tiene un acento mucho más marcado que en el cómic (en ocasiones Robert Downey Jr. recuerda al Jack Sparrow moldeado por Johnny Deep).

Así que, si te gustó Iron Man es muy probable que disfrutes de lo lindo con esta nueva entrega a la que no le falta de nada sin ser por ello una revolución en el género de los superhéroes.

jueves, 10 de junio de 2010

Reseña: Gladiadora

Gladiadora.

Russell Whitfield.

Reseña de: Jamie M.

La Factoría. Col. Bonus # 4. Madrid, 2010. Título original: Gladiatrix. Traducción: Almudena Romay Cousido. 348 páginas.

Gladiadora no es esta tanto una Novela Histórica sino una novela que utiliza la excusa de un particular momento y suceso histórico para ofrecer al lector un relato de aventuras, de puro entretenimiento, con mucha sangre, mucho odio, algo de amor, bastantes referencias sexuales (hetero y homo) y algo de politiqueo, que se sirve del marco y escenario más que ceñirse a ellos.

Según explica el autor en una nota al final del libro, la inspiración le vino de una estela encontrada en Halicarnaso donde se veía a dos gladiadoras de las que solo se llegó a saber sus nombres, Amazona y Aquilia, y com una inscripción que es mejor no desvelar ahora para no chafar el final de la novela. Whitfield tomó prestados esos nombres para “reconstruir” su historia, la narración de las experiencias y del camino que ambas recorrieron para llegar a merecer ese monumento conmemorativo.

La protagonista, Lisandra, quien llegaría a ser conocida en la arena de los combates por el sobrenombre de Aquilia (la forma femenina de Aquiles), es una sacerdotisa de Atenea en una peculiar orden espartana que la ha educado desde su infancia en el agogé en el uso de las armas y en la vida marcial; única superviviente de un naufragio que la deja exhausta en la playa, es encontrada allí por los agentes de Lucio Balbo, dueño de una escuela de luchadoras. Según las leyes romanas, la mujer pasa a ser de su propiedad y es llevada al ludus (escuela de preparación de gladiadores, gladiadoras en este caso) que dirige. Para su asombro, la espartana se convierte en un valioso activo, dado su dominio de las tácticas guerreras y de las armas; sin embargo, pronto descubrirá que el orgullo de Lisandra, su forma de pensar que le impide aceptar su esclavitud y adaptarse a las nuevas circunstancias de su vida, amenaza con romper su espíritu y convertirla en un cascarón vacío, carne propiciatoria para el sacrificio en el circo. Decidido a proteger su propiedad e inversión (se nos explica que el entrenamiento y la manutención conllevan muchos gastos), la dejará en manos de un sacerdote de Atenea quien intentará cambiar su forma de interpretar las nuevas circunstancias de su vida y reconciliarla con la idea de su futuro en la arena.

La novela, como no podía ser de otra manera, está llena de acción, desde el entrenamiento en el ludus a los combates en el circo; unos enfrentamientos, narrados con una escritura casi cinematográfica ―la obra debe bastante, sin duda, a la referencia que enseguida le viene uno a la cabeza: la película Gladiator― que se suceden con realista, y sangrienta, brutalidad. Fuera de la arena, la tensión crecerá entre los diversos “actores” implicados, por un lado cuando Lisandra encuentre inesperadamente el amor en brazos de otra gladiadora del ludus, un hecho que producirá enormes fricciones con otras mujeres implicadas, y por otro cuando uno de los cuidadores se encapriche de ella y la someta a terribles tropelías que el autor describe sin hurtar nada en absoluto al lector.

A lo largo de la narración Whitfield comete una serie de anacronismos, sobre todo en el lenguaje, que sin ser terriblemente molestos, sin duda hubieran sido fácilmente subsanables. Cosas como llamar continuamente al futuro emperador Trajano como el “español” (sí se ha documentado para otras cosas, salpicando el texto de nombres antiguos de armas, formas de lucha y lugares, creo que no habría sido tan difícil no haber fallado en esto) impiden que el lector se sumerja de forma del todo satisfactoria en ese mundo antiguo que se nos está describiendo con excesiva modernidad. Introducir un buen número de términos en latín (sobre todo en cuanto a las armas y técnicas usadas por las gladiadoras) solo da idea de una somera búsqueda de referencias que incluso se antojan algo pedantes.

Aparte de la posible existencia histórica de las dos gladiadoras involucradas en la acción, los dos únicos personajes conuna existencia histórica documentada que llegan a aparecer de forma secundaria son el gobernador romano de Asia, Julio Sexto Frontino y el mencionado todavía senador Marco Ulpino Trajano, de visita en la región y en honor de quien se organizan unos fastuosos juegos donde se enfrentarán las protagonistas. El resto de personajes y sus vidas, incluidas las trayectorias vitales de las dos gladiadoras, se debe a la libre imaginación e interpretación de Whitfield, que da rienda suelta a su prosa para ofrecer a los lectores una truculenta y sangrienta historia de superación personal, de amores, celos, rivalidades, venganzas, traiciones, combates, muertes, ambiciones, sueños imposibles y vistorias pírricas. La novela cumple sobradamente con su objetivo de entretener, sin destacar demasiado, sin plantear grandes cuestiones, sino ofreciendo un honesto relato de aventuras sin más problema, un retrato de las pasiones de las mujeres que se ven obligadas a enfrentarse a la muerte en el circo y a su forma de entender la vida que les ha tocado en suerte.

Lisandra es un personaje que está siempre en el filo de hacerse realmente repulsivo (su creencia en su absoluta superioridad moral, mental y física sobre las mujeres ―y hombres― que la rodean por su rígida y marcial crianza y educación, sus desplantes y desaires a todo bicho viviente, su absoluta falta de tacto ante los problemas y sufrimientos de las demás, la frialdad de sus sentimientos, su palpable arrogancia, su evidente incapacidad para empatizar con el resto de esclavas... y sin embargo tiene momentos ciertamente entrañables cuando las dudas se adueñan de su mente, cuando se apiada de la pequeña esclava del ludus, cuando se enamora contra todo lo que le dice su razón, cuando se demuestra que actúa con absoluto convencimiento y sinceridad, sin dobleces ni malicia ninguna. Una imagen totalmente ambivalente que consigue dotar de cierto relieve al personaje del que carecen otros de los protagonistas, mucho más planos.

La vida en el ludus se encuentra descrita con detallado realismo, con crudeza y simpatía a un tiempo. Recrea la vida de las gladiadoras en su mundo cerrado y aislado del exterior, no solo los duros entrenamientos, sino también sus momentos de asueto y relajación, las rivalidades (de combate, de procedencia de nacimiento, de jerarquía...) y las relaciones y enemistades. Los personajes secundarios sirven para dar un somero trasfondo a la historia, dándole mayor profundidad, a pesar de que en muchos casos sus personalidades no pasen del esbozo. Desde el propio Lucio Balbo, siempre preocupado por sus “inversiones” al tiempo que busca complacer siempre a sus patrone; los entrenadores, el cruel Nastasen, capaz de las mayores depravaciones, y su contrapunto en el soñador Cativolco, que aspira a comprar su propia libertad y se enamora de quien no debe; la sanguinaria y orgullosa Sorina, princesa de una tribu bárbara de los dacios, que sueña con vengarse de los romanos opresores sea cual sea el coste que deba pagar hasta que se de cuenta que tal vez este sea demasiado alto; el sacerdote de Atenea, Telémaco, que busca el equilibrio entre recuperar la mente de Lisandra, sabiendo que la está enviando a su posible muerte en la arena al tiempo que ve como su presencia en el empobrecido templo atrae las tan necesarias donaciones de los feligreses; la teutona Hildreth, con su débil comprensión del lenguaje y su relación de amistad-competencia con la protagonista y que da la única pincelada de humor en todo el relato... Todos ellos son descritos con claroscuros, todos (o casi, que hay un par que no, como el númida Nastasen) tienen buenas justificaciones para hacer lo que hacen, aunque se trate de algo a priori inmoral o negativo. No hay en la novela lo que se dice personajes “buenos”, ninguno destaca por su especial bondad (quizá la pequeña asistenta esclava Varia, personificación de la inocencia), pero la mayoría tienen su rayito de luz, sus esperanzas y motivaciones positivas aunque luego se tuerzan y se traduzcan en algo fallido. Al fin y al cabo, el destino de la mayoría es matar o morir en el coliseo, un destino no muy inspirador para mover a hacer amistades o a las buenas obras.

Gladiadora, destacando sobre todo la violencia de entrenamientos y combates en la arena, tiene un poco de todo, desde la historia de amor sáfico entre la protagonista y la hermosa Eirianwen, hasta los movimientos políticos de los dirigentes imperiales, el odio, la venganza, la sangre, la tragedia... sin dar apenas tiempo para la reflexión. La novela tan solo busca el entretenimiento y quizá por ello queda un tanto frío, un tanto mecánico en cuanto a sus resortes narrativos. La implicación emocional es distante, al no identificarse realmente con ninguno de los personajes y vista la distancia y lejanía de las referencias históricas, el lector no siente realmente como suyas las desgracias que les suceden a cada uno de ellos. Incluso la cruda descripción de una violación está narrada con una especie de distanciamiento, con una fría racionalización que le despoja de su auténtica carga emocional, causando rechazo, sí, pero sin horrorizar tanto como debiera. Tal vez por esa distancia inevitable ante la lejanía de las referencias culturales del pasado y la actualidad, el autor haya “modernizado” el lenguaje de los personajes, con expresiones demasiado de hoy en día, que sin duda chocan provenientes de las bocas de los implicados, a pesar del ambiente cuartelario imperante en el ludus.

Desconozco si el autor estará preparando una continuación, pero a mí el hecho de que durante buena parte de la novela, el ludus y sus gladiadoras se estén entrenando para un singular combate a gran escala, un espectáculo cuya preparación ocupa buena parte de la trama y que finalmente no tiene lugar, me ha dejado, cuando menos, desconcertado y perplejo. El epílogo que apunta en una nueva dirección, con los problemas de Roma en Dacia (y recordemos que el emperador Trajano destacía posteriormente por su campaña contra los dacios), totalmente distinta a la esperada, ha ayudado mucho a esa sensación, abriendo un camino muy distinto para la posible secuela, que también podría tener su interés, pero que no es, desde luego, para lo que aparentemente Whitfield había estado preparando al lector. En todo caso habrá que esperar a saber siquiera si esa continuación va a ser escrita para descubrir por dónde podría discurrir su acción. La respuesta solo se encuentra en manos del autor.