Orson Scott Card.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2011. Título original: Keeper of Dreams. Traducción: Francisco Pérez Navarro. 588 páginas.
Mucho
y muy variado material es el que contiene este volumen, 22 relatos
publicados desde la aparición de la anterior mega recopilación del
autor, Mapas en el espejo,
en 1990 hasta la actualidad, lo que permite hacerse una muy buena idea
de la producción más «reciente» del autor y de los temas en los que
mejor se mueve. La antología está dividida en varios apartados que
responden al género o a la temática de los relatos: Ciencia ficción, Fantasía, Literatura, Río Hatrack e Historias mormonas
—aunque la preeminencia se la lleven las dos primeras con 14 relatos en
total—. De alguna manera, sin embargo, al terminar la lectura queda
cierta impresión de que al tratarse de la producción de un escritor ya
consolidado los cuentos son menos arriesgados, que no por ello peores, que los recogidos en la
citada antología anterior. Se trata de historias que muestran la excelente
plenitud de Card,
su gran maestría narrativa, pero en los que aquello que sin duda han
ganado en perfección estilística quizá lo hayan perdido en riesgo y
ruptura. Son buenos relatos, incluso alguno muy bueno, pero al final queda la sensación de cierta falta de la refrescante frescura de
aquel autor que luchaba por hacerse un nombre, como él mismo reconoce
implícitamente en el prefacio
que abre el volumen. Son cuentos de madurez, de un autor asentado
plenamente consciente de qué quiere contar y cómo quiere contarlo, pero
que ya no necesita cumplir ningún reto especial para agradar al lector, ningún más difícil todavía, porque ya lo ha logrado.
Cada
relato viene acompañado de unas notas posteriores que sirven como
explicación de algún dato curioso sobre lo que se acaba de leer, sobre
el momento en que fue escrito, lo que desencadenó su escritura, si fue por «inspiración» propia o por encargo, el
objetivo que buscaba al escribirlo o cualquier anécdota que Card
recuerde sobre su génesis literaria... Realmente se agradece que esa
explicación sea a posteriori, pues sirve para complementar las historias
al tiempo que no se desvela anticipadamente nada de ellas. La excepción
son los cuentos «mormones» que cierran el volumen, donde el autor sí
que ofrece una introducción previa mostrando algunas de las claves de la
sociedad mormona para iluminar a los «ajenos» a ella y hacerlos más
comprensibles y cercanos. Siendo estos relatos, quizá, los menos
interesantes de todos los aquí reunidos, salvo tal vez como una
curiosidad antropológica, no dejan de resultar ciertamente curiosos y
reveladores de la idiosincrasia del autor.
Tanto
los cuentos de ciencia ficción como los de fantasía se mueven dentro de
la visión más humanista de ambos géneros, lejos de parafernalias
tecnológicas y espaciales —y de alguna manera de la serie que más fama
ha dado al autor, la de Ender— o ambientes medievales de espada y brujería. De hecho entre los de fantasía el único cuento que puede considerarse cercano a esa corriente más tradicional, Polvo, se encuentra más hermanado con Alicia a través del espejo o los libros de Narnia que
a cualquier otra fantasía típica de corte más épico medievalizante; el
resto juegan con las casas encantadas —como en el «canónico» Casi a su alcance
o (aunque la «ocupación» no sea exactamente de fantasmas y uniéndolo a su
amor por las artes escénicas) en el estupendo y emotivo En La Casa del Dragón—, los hechos inexplicables o una magia cercana y actual —de hecho dos de ellos, Niña acuática y El guardián de los sueños perdidos, son elaboraciones de ciertos pasajes que luego aparecerían en la novela Calle de Magia—.
La ciencia ficción de estos relatos de Card
explora más los posibles caminos de la evolución de la Humanidad, el
futuro como especie por el que se podría deambular, más que los
adelantos científicos que harían posible ese devenir. Hay en el autor
una ciencia ficción que casi se podría considerar «post humanista», como
en Los elefantes de Poznan o Cúrate a tí mismo,
junto a otra que navega entre géneros presentando una ruptura en nuestro mundo presente con realidades alternativas como en El niño del espacio.
Es curioso la forma en que puede cambiar el sentido de los relatos
cuando la manera de viajar entre mundos es a través de una puerta o un
túnel que se abre a un paisaje fantástico o cuando se hace traspasando
un agujero de gusano que lleva a un lugar con diferentes leyes físicas.
En otro orden de cosas, el mismo Card reconoce que unas cuantas de estas historias —como Ángulos o la ya citada En La Casa del Dragón—
no son sino las bases de lo que tenía intención de que hubieran sido —o
todavía pudieran ser— futuras novelas, pero por suerte su más que
correcto acabado hace que se sientan satisfactoriamente completas;
aunque es imposible no jugar con la idea de cómo podrían ampliarse y por
que caminos llevaría sus argumentos el autor. Cabe también advertir que
las dos historias del Río Hatrack —pertenecientes al corpus de la serie de Alvin Maker—, El hombre sonriente y El Reina Yazoo, fueron publicadas originalmente de forma sucesiva en las antologías Legends —I y II—, siendo el segundo de ellos realmente una suerte de introducción a La Ciudad de Cristal,
y tuvieron su correspondiente edición en nuestro país, así que es de
suponer que ya sean conocidas por el público al que van destinadas. En
un sentido similar, La Atlántida se encuentra emparentada con Vigilantes del pasado: La redención de Cristobal Colón
y muestra una interesante teoría sobre la creación de los grandes mitos
—en esta caso una mega inundación que hace desaparecer todo vestigio de
una pujante civilización— buscando su base histórica entre toda la paja
añadida por los diferentes cronistas a lo largo de los siglos.
Como
en sus novelas, los dilemas éticos y morales, la forma más honesta de
enfrentar los problemas, la evolución de la especie, la importancia de
los lazos familiares y los protagonistas jóvenes, siguen siendo algunas
de las constantes de los relatos del autor. A pesar de ello, incluso en
los que más se terciaban a ello, se puede afirmar sin temor que no se
trata de relatos «religiosos» o adoctrinadores —antes bien el retrato
que hace de la sociedad mormona no deja precisamente muy bien parado a
un buen sector de la misma—, sino que tienen más bien un alto componente
«costumbrista»; hay muchos que tienen moraleja, sí, pero se encuentra
lejos de una actitud dogmática que busca imponer su punto de vista, sino
que ofrece posibilidades y deja en manos del lector su aceptación o
rechazo. Se nota que se encuentra a gusto escribiendo sobre
protagonistas, o secundarios «principales», adolescentes, ofreciendo al
lector caminos de crecimiento, respuestas a los retos que el proceso de
maduración supone o simplemente retratos de una época idílica en que el
mundo no debería interferir con los sueños, cuando el futuro no está
escrito y todo es todavía posible.
Si en general se ha disfrutado de anteriores obras de Orson Scott Card los cuentos recogidos en El Guardián de los Sueños
no decepcionarán —al fin y al cabo sus temas más queridos se encuentran
aquí representados—; si no se ha leído nada del autor, este podría ser
un buen punto de partida —con ciertas reservas— para acercarse a su obra
y ver si podría llegar a gustar; pero si su producción anterior ha
defraudado, este seguramente no será el libro más indicado. Mucho y muy
variado es lo que contiene el volumen, en efecto, y en conjunto, una
mayoría de relatos interesantes y entretenidos. El buen hacer literario
del autor —y seguramente de su traductor— hace valer sus tablas y
experiencia, consiguiendo que incluso aquellos cuentos que pudieran
considerarse más «insulsos» se sigan de forma agradable, impulsando a
leerlos todos ellos, hasta aquellos que temáticamente igual son menos
atractivos para el lector español. Ni cansa ni aburre, y eso que son un
buen número de páginas que se leen de forma fluida y rápida.
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