Las monarquías de Dios 5.
Paul Kearney.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alamut. Serie fantástica. Madrid, 2011. Título original: Ships from the West. Traducción: Núria Gres. 281 páginas.
Llegados
aquí resulta obvio que quienes no hayan leído las cuatro entregas
precedentes se van a ver absolutamente perdidos si se adentran en la
lectura de este de forma independiente. Al adentrarse en la quinta y
última entrega de Las monarquías de Dios
el lector descubre que, en el que es el mayor salto temporal entre
libros de toda la serie ya que anteriormente la acción se encadenaba
directamente de uno a otro sin dilación, han pasado más de quince años
desde la batalla de Armagedir y el cierre del anterior volumen. Torunnianos y merduck
son ahora aliados. La Iglesia himeriana gobierna ferreamente sobre dos
tercios del continente y amenaza anexionarse el resto de reinos. Frente a
Hebrion
la amenaza del oeste se traduce en la aparición de una flota de barcos
aparentemente vacíos que arrastran sin embargo consigo una ominosa
amenaza y oscuros presagios. El poderoso hechicero Aruan
ha regresado al viejo mundo dispuesto a convertirse en su máximo
gobernante, desencadenando la batalla final entre los seguidores de dweomer y aquellos que han decidido depositar sus esperanzas en el acero y la pólvora, rechazando la hechicería.
Kearney
despliega de nuevo toda su imaginación para ofrecer unas tramas que se
van a ir superponiendo las unas a las otras, llenas de suspense, de
retorcidas sorpresas y de bien narradas batallas. Ha llegado el final
del «juego», el momento decisivo para el que las piezas habían sido tan
primorosamente colocadas en su sitio, y los personajes conocidos, los
supervivientes en todo caso, han de dar un paso al frente para
participar en la emotiva despedida de la serie. Una despedida llena de
dramatismo y tragedia, ya que, fiel al espíritu de la serie hasta el
final, el sangriento realismo de los tiempos de guerra se va a imponer
sobre cualquier otra consideración sentimental. Todos los protagonistas
que han ido pasando por las páginas anteriores y que han logrado llegar
hasta aquí, cada cual en su medida, van a tener su momento álgido y su
punto y aparte —o final en algunos casos—. Y si bien algunas de las
decisiones del autor podrían ser cuestionadas desde los gustos
personales, lo cierto es que en todo momento se muestra coherente con lo
que ha sido el resto de la serie y con el tono narrativo de la misma.
Como bien se podía intuir no caben demasiados finales felices y la carga
dramática pudiera haber sido incluso mayor si no se hurtaran de forma
furtiva al lector las muertes de ciertos personajes que hubieran
merecido desaparecer con un poquito más de gloria o, al menos, de
atención.
El
autor sigue ofreciendo la estructura narrativa de libros anteriores de
ir saltando de un personaje a otro —o a un grupo de personajes—,
mostrando momentos concretos de la trama, recreándose incluso en escenas
que dan color y sabor y un agradecido toque de profundidad al fondo de
la historia aunque sus protagonistas no vuelvan a salir más en toda la
novela, dosificando hábilmente la acción al cambiar recurrentemente el
punto de vista desde el que el lector asiste al relato y consiguiendo
así una narración que no pierde el interés en momento alguno de sus
diversas líneas.
Fiel
a ese estilo de fantasía realista, aunque la magia haga acto de
presencia con mayor profusión a lo largo del desarrollo de esta novela
que en las previas, Kearney
ofrece una nueva lección de madurez literaria. Es cierto que muchas de
las muertes de los protagonistas pueden resultar irónicamente dolorosas,
ridículas en ocasiones, innecesarias o absurdas; pero es un nuevo trago
del amargo realismo que el autor ofrece a sus lectores. Las monarquías de Dios
se encuentran inmersas en la guerra definitiva de cuyo resultado pende
el destino de todo su mundo, y en medio de una guerra así no todas las
muertes son gloriosas o llenas de significado; los soldados también
pueden quedar olvidados en la cuneta del camino, desangrados o ateridos
de frío, lejos del campo de batalla; los civiles pueden fallecer
víctimas de las enfermedades, de los complots o de simples casualidades
después de haber sobrevivido a terribles ordalías. Una bala perdida no
discrimina, un hechizo desbocado puede producir resultados
insospechados. Si algo ha caracterizado hasta el momento la serie ha
sido ese apego a cierto «realismo» por muy fantástico que fuera lo
narrado, y aquí no iba a ser menos, algo que se siente con fuerza en la
descripción de los aparejos navales, de las armaduras de los
combatientes, del cruce de unas montañas, de las reacciones de cada
hombre o mujer, o de las intrigas políticas necesarias para rubricar
pactos entre los reinos.
La
novela cierra la pentalogía de una forma que se antoja un tanto
apresurada, dando la impresión de que el autor tuviera planeados más
libros que al final, por puro cansancio, por imperativo editorial o
quien sabe por qué, hubiera tenido que concentrar solo en uno. Los
hechos se suceden de forma vertiginosa, sin dar respiro alguno e incluso
despachando en un par de condensados párrafos tramas enteras que habían
tenido suma importancia anteriormente. Hay cuestiones que
desgraciadamente quedan sin respuesta, sobre todo en torno a los sucesos
de esos años que han discurrido entre El segundo imperio y este libro y que proyectan muchas sombras sobre la trama, pero también de temas que venían arrastrándose desde la primera entrega y que ahora permanecen irresolutos.
Épica y emoción no faltan, el nuevo viaje marino de Hawkwood está lleno de percances y el camino de Corfe aparece inevitablemente lleno de combates hasta desembocar en la batalla final. Jemilla parece haberse resignado a su suerte olvidados sus complots e intrigas, y su hijo crece lejos de la corte. Murad en cambio, no renuncia a sus ambiciones, por muy ocultas que las mantenga al mundo. Aruan domina con mano firme al imperio himeriano valiéndose de sus cambiaformas y otras criaturas mágicas. Golophin y Bardolin
ponen a prueba sus lealtades y su amistad. El nuevo sultán busca un
nuevo equilibrio. Las naciones fimbrias se mantienen a la espera...
Mucho por contar y, quizá, pocas páginas para hacerlo. Con la de veces
que nos hemos quejado por esas novelas engordadas artificialmente y aquí
se echa en falta algo más de volumen para no tener que decir que el
relato se siente en ocasiones excesivamente precipitado. O tal vez tan
solo se trate del deseo de que la serie no hubiera acabado después de
habernos hecho pasar tan buenos ratos. Pero ya no se puede hacer nada al
respecto, llegada la hora de bajar el agridulce telón.
A
pesar de la pequeña sensación de «vacío» que deja el cierre de la
novela, sin duda se trata de un buen fin para una serie que terminará
demostrándose imprescindible dentro de la actual fantasía épica. Si
hubiera más novelas tal vez estaríamos quejando del alargamiento
innecesario de la trama, así que lo mejor es disfrutar de una pentalogía
con un toque de magia que se vislumbra bajo la nube y el olor a
pólvora. Literatura histórica de un mundo fantástico con ciertas
reminiscencias al nuestro. Unos libros que se pueden recomendar sin
miedo a todo aquel que disfrute del género que nos ocupa.
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Reseña de otras obras del autor:
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