domingo, 11 de diciembre de 2011

Reseña: El Segundo Imperio

El Segundo Imperio.
Las Monarquías de Dios 4.

Paul Kearney.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alamut. Serie fantástica. Madrid, 2011. Título original: The Second Empire. Traducción: Núria Gres. 267 páginas.

[El presente párrafo y la reseña posterior puede contener, y contiene de hecho, algunos datos sobre sucesos anteriores que desvelan anticipadamente alguna sorpresa de las novelas precedentes]. La situación en los reinos normannios es cada vez más convulsa y los sucesos parecen precipitarse como una gran ola a punto de romper contra la costa. La fractura entre unos y otros es ya aparentemente insalvable, con la Iglesia himeriana convirtiéndose en un gran poder terrenal. En Hebrion, navegando desde el oeste, Hawkwood, Bardolin y Murad han vuelto a casa llevando con ellos la dura historia de lo sucedido en el continente occidental y una amenaza que podría acabar con el mundo al que acaban de regresar. En Abrusio, el rey Abeleyn intenta recomponer su reino y su persona de las secuelas de la reciente guerra. Mientras tanto, los merduck siguen presionando a Torunna, amenazando con doblegarlo en una devastadora campaña final, que su nuevo general intentará detener a toda costa pasando a la ofensiva. Más al este todavía, Albrec persevera en su intento de convencer a Aurungzeb y a sus gentes de que Rasmusio y Ahrimuz eran la misma persona y, por tanto, como hijos de una misma fe ambos bandos deberían terminar con los enfrentamientos: si toda guerra es absurda las religiosas todavía lo son más.

Si al final de la reseña del anterior libro, Las guerras de hierro, enumeraba un buen puñado de los emocionantes frentes abiertos y de las líneas narrativas que se encontraban en un punto álgido, y terminaba con un enfático «quiero más», debo decir que eso, ni más ni menos, es precisamente lo que ofrece El Segundo Imperio. Para los que hayan llegado hasta aquí leyendo los tres anteriores volúmenes —cosa por otra parte totalmente recomendable al no tratarse de historias independientes— la lectura de este les supondrá una nueva ración de lo «mismo», y visto la calidad de lo previo no es decir poco, la verdad: una historia llena de intriga, de giros y sorpresas, inteligentemente diseñada para no perder el interés del lector en momento alguno, repleta de magia al tiempo que permanece fielmente apegada a un cierto realismo que consigue hacer de personajes y tramas algo atractivo y cercano. Con un ritmo muy rápido, sin tregua, la acción bélica y las manipulaciones políticas y religiosas se van a suceder sin apenas respiro mientras los distintos hilos van confluyendo.

La trágica historia de Corfe y Heria planea en todo momento sobre las elecciones que han de tomar los implicados en los derroteros de la guerra. Ante las intrigas que atan sus decisiones  y los movimientos políticos que amordazan los sentimientos personales en pos de un bien mayor —el bien del reino que convierte en necesarios horrores que jamás se habrían tenido en cuenta en tiempos de paz— los escrúpulos son algo prescindible.

Kearney desvela con un remarcable realismo la guerra en toda su salvaje crudeza, mostrando tanto el caos de los enfrentamientos, las dudas, el honor y el sacrificio de los combatientes como el sufrimiento que los invasores inflingen en los inocentes, en los campesinos asesinados, las mujeres violadas y convertidas en esclavas... Más allá de la épica y de las acciones gloriosas se esconde la tragedia de quienes sin comerlo ni beberlo se ven de repente inmersos en el juego perverso de los poderosos y sus maquinaciones bélicas. Es en esa «trastienda» de la narración donde el autor muestra con fuerza su capacidad de emocionar al lector: La batalla de Berrona, apenas mostrada, produce sin embargo uno de los momentos más emotivos de la novela.

A pesar de lo que podría parecer ante el mayoritario protagonismo de Corfe en la acción y de la abundancia de batallas, con sus detallados planes y su vívido desarrollo, no es este un libro de exaltación del guerrero o de la gloria del combate, si no que refleja el sufrimiento que la guerra produce en todos los implicados, de la tensión previa al enfrentamiento y de lo que queda después, de los muertos y del dolor y el sentimiento de culpa por seguir vivos de los supervivientes. La novela no esconde la violencia, al contrario la saca a la luz en todo su despreciable horror que coloca a los hombres en posición de cometer los más repulsivos actos amparados en el anonimato del grupo; mostrando como incluso los mejores hombres deben sacrificar una parte de su alma para seguir viviendo un día más o para llevar a los suyos a la victoria al precio que sea.

En los momentos más introspectivos, el autor hace gala de un brillante uso de la elipsis narrativa, aligerando la trama y haciéndola muy ágil. No hay páginas superfluas, no hay largas descripciones innecesarias que se limiten a dar «ambiente», no hay idas y venidas que no aporten algo. Va al meollo de la cuestión, saltando entre los protagonistas cuando la acción lo requiere, colocando el foco sobre lo más destacable e importante, y obviando a ciertos personajes hasta que vuelven a ser necesarios. Alguno de ellos, dado lo acelerado de los acontecimientos, se ven relegados de pronto a un segundo plano, como por ejemplo la taimada Jemilla, pero no hay sitio para dudar que volverán con renovadas fuerzas más adelante.

En la presente entrega el autor desvela por fin muchos misterios y se puede decir que cierra alguna de las principales líneas que se venían desarrollando desde el principio de la serie en una especie de final anticipado que deja todo preparado para el último acto: Naves del oeste. El olor de la pólvora persiste en el ambiente, los gritos de muerte resuenan en los oídos, la sangre derramada tiñe la tierra y el futuro se presenta muy negro mientras los «lobos» aullan a las puertas de los reinos normannios... Las Monarquías de Dios es una serie de fantasía «renacentista» francamente recomendable.

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Reseña de otras obras del autor:

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