Joe Abercrombie.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Alianza editorial /
Runas. Madrid, 2013. Título original: Red Country. Traducción:
Javier Martín Lalanda. 626 páginas.
Tras el implacable y
violento thriller que daba forma a La mejor
venganza y el exceso de épica bélica de
Los Héroes, Abercrombie, sin abandonar
el mundo creado para sus anteriores obras ni a alguno de sus
personajes más queridos, imprime en Tierras Rojas un cambio
evidente de registro trasladando con acierto los parámetros del
western ―dedicatoria a Clint Eastwood
incluida― a la fantasía de más rabiosa actualidad. Un fantasía
violenta y «cercana» que, curiosamente, hace del realismo su mejor
arma con la plasmación de unos «héroes» imperfectos, muchas veces
brutales y sangrientos, para nada virtuosos, pero que, sin embargo,
cuando se rasca un poco bajo la superficie se empieza a vislumbrar
que todos tienen sus razones, equivocadas o no, para actuar como
actúan. En definitiva, son profundamente humanos. Si Tierras Rojas
fuese una película hubiese sido una dirigida con la violencia del
Sam Peckinpah de Grupo Salvaje (The Wild Bunch),
aunque ciertos paralelismos con Sin perdón
(Unforgiven) sean más que evidentes, y las resonancias a otras obras
míticas de directores como John Ford o Sergio Leone,
cintas como ―entre otras muchas― Raíces profundas
(Shane), Centauros del desierto (The Searchers), La
leyenda de la Ciudad sin Nombre (Paint your Wagon) o Pequeño
gran hombre (Little Big Man) y series más modernas como
Deadwood, se hagan notar de forma continua para
disfrute de los amantes de ambos géneros.
A lo largo de toda la
novela el lector se va a ir encontrando con situaciones «clásicas»
del western que, no obstante, también podrían considerarse
perfectamente estereotipos de la fantasía de corte medieval: la
granja asaltada con sus habitantes muertos o raptados mientras los
protagonistas se encontraban lejos; los pioneros y las caravanas de
colonos en busca de una mejor vida que son asaltadas por los
«salvajes» de las llanuras, los llamados «Fantasmas» en este
caso; la fiebre del oro que vuelve locos a los hombres; el trampero
reconvertido en guía con mucha historia a sus espaldas; las
poblaciones fronterizas donde se impone la ley del más fuerte; los
pueblos abandonados tras cambiar su suerte; el escritor decidido a
glosar las azañas del héroe, aunque sea a costa de «embellecerlas»
convenientemente, para disfrute de un público lejano y provinciano
ávido de emociones; los rancheros arreando su ganado en pos de
nuevos pastos; la caballería y los pistoleros ―mercenarios― a
sueldo; las peleas de taberna, los asaltos, duelos, forajidos,
prostitutas…
Abercrombie revisa
con gran imaginación todos los «tópicos», traduciéndolos a un
lenguaje que troca en espadas y ballestas los colt y winchester
habituales, sin perder por ello ni un ápice de las características
intrínsecas del género. Es cierto que en algunos momentos puede
llegar a ser algo desconcertante, dado que la influencia del western
se deja sentir con mucha fuerza en ciertas escenas y situaciones, con
un cambio un tanto radical de la ambientación y el estilo a los que
el autor había acostumbrado a sus lectores. Sin embargo, a poco que
uno se deje llevar por la historia, el resultado es más que
satisfactorio.
Tierras Rojas hace
gala de una trama en general más lineal de lo que Abercrombie había
acostumbrado hasta el momento, con mucha historia de «fondo», pero
más centrada en los personajes y sus vivencias, más intimista, que
conlleva también un ritmo menos frenético, más pausado en
ocasiones, muy al estilo de ciertos «westerns crepusculares». Lo
cierto es que, con el destino de Pit y Ro en juego, se antoja que la
persecución se demora en exceso en la travesía de las desérticas
llanuras o en la estancia en el pueblo llamado Arruga, donde
los protagonistas «pierden» buena parte de su tiempo, aunque
siempre sea de manera justificada. Eso sí, eso no significa que los
estallidos de violencia y la aventura pura no estén garantizados.
Hay múltiples enfrentamientos, duelos en el «círculo de espadas»,
escaramuzas, asaltos, persecuciones varias, luchas caóticas,
espectaculares incendios e, incluso, algo que pudiera parecer una
batalla.
Los dos hilos
«principales» van a centrarse en Shy y Temple
respectivamente, aunque, como ya sucedía en entregas anteriores,
ambas se ven complementadas con la inclusión de un buen número de
puntos de vista «secundarios», ampliando el foco e iluminando
hechos, vitales para la trama, que de otra manera hubieran pasado
desapercibidos al estar protagonizados por otros personajes, y
matizando los sucesos con otras interpretaciones dependiendo del
observador de los mismos. Y es que, más allá de contar una buena
historia, donde Abercrombie vuelve a destacar una vez más es
en la construcción de sus personajes, dotándolos de una vida y una
profundidad realmente encomiable. Los protagonistas van cambiando
conforme avanza el libro, matizando sus opiniones, variando sus
motivaciones, y lo hacen de una forma harto coherente, lenta y
paulatina, totalmente justificada por lo que les va sucediendo, por
todo lo que van viviendo y por las gentes que van conociendo. Las
relaciones están en continua evolución, para lo bueno y para lo
malo.
Hay un intercambio
evidente de roles entre la nada «tímida» Shy ―una suerte de
Calamity Jane―, quien no necesita que nadie le saque las
castañas del fuego, y el apocado Temple, siempre con necesidad de
protección. Sarcástica, competente, fuerte e inteligente, Shy lucha
duramente por llevar la vida correcta, por cuidar de los suyos y no
dejarse arrastrar por los errores de su pasado. No se da nunca por
vencida, y es tan decidida como de alguna manera vulnerable, por lo
que muestra siempre una apariencia dura e intenta mantener a los
demás a cierta distancia. Temple es un auto reconocido cobarde, que
intenta ser un tipo decente, pero que se deja llevar siempre por la
elección más sencilla, la que menos problemas inmediatos le cause
―algo que termina causándole graves problemas a largo plazo―.
Lamb, un poco en
segundo plano, es el auténtico motor de la narración, aunque en
casi todo momento sus acciones se vean reflejadas a través de los
ojos de los que le rodean y Abercrombie prácticamente no de voz a
sus pensamientos o intenciones. Es un lobo con piel de «cordero».
Sólo busca la paz, el olvido, pero la violencia siempre parece
terminar por encontrarle. Conforme el relato avanza y los cuerpos se
amontonan en el camino, Lamb debe tomar una serie de complicadas
decisiones, muy lejos de la cobardía que su hija adoptiva le echa
siempre en cara.
Junto a ellos, personajes
conocidos como Amistoso, Caúl Escalofríos ―a pesar
de lo poco que aparece, que grande es su última escena con Lamb―,
cierta dama que no aparecía desde La Primera Ley, o el
propio Cosca, convertido conforme avanza la trama sin embargo,
en su decidido descenso a los infiernos, en algo similar a un villano
de opereta, muy alejado del personaje que el lector creía ya
conocer. Y nuevos como el cronista Sworbreck, el inquisidor
Lorsen, el guía Dab Sweet y su compañera «Fantasma»
Roca Llorona, los muchos y pintorescos componentes de la
caravana, los compañeros mercenarios de Cosca, los fascinantes
habitantes del pueblo fronterizo de Arruga y los intrigantes
dirigentes del Pueblo del Dragón...
Abercrombie los
sitúa en una parcela del mundo prácticamente ajena a la magia y en
la que el asomo de la preindustralización, atisbos de máquinas de
vapor incluidas, y el incipiente uso de algo que perfectamente podría
ser pólvora augura un nuevo futuro, quizá no mejor, pero sin duda
distinto. Es así ésta una novela de tono crepuscular, con un humor
casi doloroso, cortante, y una ironía siempre presentes que hacen
esbozar en muchas ocasiones sonrisas al lector, como en las engoladas
apariciones de Cosca y su cronista, o en la relación que la deuda
contraída por Temple con Shy establece entre los dos.
Tierras Rojas al
fin y al cabo es la historia de una búsqueda de redención en un
mundo demasiado violento como para tener demasiadas oportunidades de
encontrarla. El viaje de rescate de Ro y Pit se convierte de alguna
manera en un camino de autodescubrimiento, de aceptación de lo que
cada uno es en su interior y de la constatación de que, por mucho
que se desee, es muy difícil dejar atrás los demonios que se llevan
dentro, que por muy lejos que uno viaje al final el pasado siempre
parece encontrarle. Todos los implicados, muchos sin siquiera
saberlo, se encuentran buscando ese «algo» que les falta y que,
seguramente, les haría mejores personas. ¿Lo encontrarán? ¿Hay
acaso finales felices en el mundo en que los hace moverse
Abercrombie?
Tal vez no sea la novela
que algunos de los seguidores acérrimos de Abercrombie estaban
esperando, pero seguro que una vez aventurados en sus páginas no
encuentran motivos para excesivas quejas. El golpe de timón es
evidente y la intención de hacer algo diferente, de no dar «más de
lo mismo», es muy de agradecer. Después de cinco novelas situadas
en un mismo mundo es de destacar la capacidad de sorprender de esta
sexta. Quizá no sea la más «redonda», pero no se le puede negar
el gusto por el riesgo y el acierto de conjugar a la perfección
western y fantasía con un resultado más que satisfactorio e
interesante. Lo cierto es que todo Abercrombie está aquí: la
sinrazón, la brutalidad, la crueldad, la violencia, la amistad, la
traición, el honor, la lealtad, las palabras soeces, el humor negro,
los excesos, los raros momentos de amor, la imperfección humana, la
codicia, la ambición, la suciedad, los diálogos vivos... y, sobre
todo, sus personajes y ese decidido tono gris polvoriento teñido de
rojo sangre.
==
Reseña de otras obras del autor:
La voz de las espadas. La Primera Ley: libro I.
Antes de que los cuelguen. La Primera Ley: libro II.
El último argumento de los reyes. La Primera Ley: libro III.
La mejor venganza.
Los Héroes.
Antes de que los cuelguen. La Primera Ley: libro II.
El último argumento de los reyes. La Primera Ley: libro III.
La mejor venganza.
Los Héroes.
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