Andrzej Sapkowski.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Artifex. Madrid,
2013. Título original: Zmija. Traducción: José María Faraldo. 211
páginas.
Conocido sobre todo, al
menos en nuestro país, por la saga de Geralt de Rivia,
Luis G. Prado editor permite
ahora a sus lectores, a través de su nuevo sello Artifex
―que vienen a sumarse a Bibliópolis
y Alamut―, paliar
la espera de la conclusión de sus Guerras Husitas
con la edición de una de sus más recientes obras: Una novela corta
autoconclusiva ―apenas 180 páginas― radicalmente diferente de la
fantasía desbordante de la serie del brujo albino, mucho más
«realista» y ambientada en nuestro propio mundo, mayoritariamente
en la «ocupación» soviética de Afganistán en la década
de los 80 del siglo pasado. Una
obra que, sin embargo, no deja de guardar cierta semejanza en su
sustrato anti belicista y en el muy personal y reconocible estilo del
autor polaco. De hecho, se trata de un muy interesante texto,
intenso, duro, violento y esclarecedor…, más lo cierto es que quién
acuda buscando tan sólo «más Geralt» quizá pueda verse, sin
duda, un tanto «defraudado». Víbora
es otra cosa, otra liga temática. Ni peor ni mejor por eso,
pero sí muy diferente ―algo de agradecer por otra parte―.
Desde el mismo principio,
absolutamente frenético y explosivo, Sapkowski sumerge la
narración directamente en el conflicto bélico. Pavel Levart,
praporshchik ―una suerte de alferez― del ejército
rojo, contempla desde su posición fortificada el acercamiento de un
convoy por los sinuosos caminos de montaña en el Hindukush.
Poco después habrá de convertirse en uno de los escasos
supervivientes de una emboscada afgana, descrita gráficamente de
forma brutal y sangrienta. La confusión, el miedo, las explosiones,
el tableteo de las armas derramando muerte… introducen al lector de
lleno en la historia de forma impactante. Destinado a una nueva
posición, un en principio mínimo elemento de corte fantástico irá
introduciéndose sutilmente en el relato de lo que no deja de ser una
narración de historia bélica. Una serpiente dorada de ojos de oro,
una víbora que todo el mundo parece estar convencido de que no puede
existir, se muestra ante los ojos del praporshchik. Según
descubrirá, dicen las leyendas que se trata de un ser sobrenatural
que custodia un inmenso tesoro escondido en las montañas. Un
elemento fantástico que, en realidad, queda casi reducido a una
anécdota dentro del juego temporal del autor que aprovecha el
conflicto afgano para abrir ciertas ventanas a tiempos anteriores
mostrando que los humanos tampoco es que hayamos cambiado tanto a lo
largo de las épocas, a través de los errores repetidos a lo largo
de los tiempos al albur del sentido del deber, de la patria, de la
nación, de la ideología, dejando atrás lo que de verdad debiera
importar: hogar, familia, amor… Un elemento fantástico, además,
que el autor se cuida de dejar a elección de sus lectores si creer o
no, entregando incluso una justificación sobre el terreno para los
más incrédulos.
Fotografía: Stefan Maszewski |
Sapkowski muestra
la «realidad» de la soldadesca alejada del gran teatro de
operaciones, un tanto abandonada a su propia suerte. La picaresca que
se extiende entre las tropas, con el estraperlo y el contrabando. La
desidia. la desmotivación, la caída hacia la crueldad gratuita. La
deshumanización. No hay ética ni moral, ni apenas amistad, en la
guerra, cuando lo más importante es sobrevivir ―el precio,
realmente, no importa―. No hay épica, ni gloria, ni razón en la
matanza, sólo sangre. Y el heroísmo se convierte simplemente en
otra cara de la desesperación. Pavel Levart no es ningún
héroe, ni reticente ni decidido, pero trata de hacer las cosas lo
mejor posible. Tiene ciertas dotes psíquicas que decidió «enterrar»
en el pasado, pero que de vez en cuando hace que le asalten
premoniciones, sobre todo cuando se acerca algún peligro. Esta
sensibilidad, seguramente, es la que le hace tan receptivo al
«hechizo» de la víbora, deudora de la mística de las serpientes
desde tiempos inmemoriales.
En un relato continuo,
sin capítulos ni altos en el camino, el autor se permite ciertos
requiebro temporales, ciertas miradas al pasado que consiguen que en
el texto resuenen los pasos de los ejércitos de antiguos imperios a
lo largo de la Historia por las quebradas de Afganistán: los
persas, los macedonios de Alejandro magno, los británicos o los
soviéticos ―e ìncluso los estadounidenses―, enfrentados todos a
la aridez del terreno, al viento, al polvo, al frío y al silencio.
Las grandes ambiciones de poderes lejanos enfrentados a una tierra y
unas gentes que han derrotado una y otra vez a quienes desearon
subyugarlas y dominarlas, demostrando que la Historia no son más que
son ciclos que la humanidad parece condenada a repetir una y otra vez
con terca estupidez y futilidad.
El acierto del estilo de
Sapkowski ―y por ende de la magnífica traducción― es el
desenvuelto estilo coloquial, campechano y socarrón, de la
narración, que hace que se antoje estar asistiendo directamente al
relato de los hechos por parte de los soldados soviéticos en torno a
la lumbre, con sus particulares giros y habla llana. Un tono que se
modifica, haciéndose más «culto» o elevado, cuando cambia el foco
y los protagonistas son los soldados británicos o macedónicos. Fiel
a sí mismo, el autor incluye en el texto coloridas pinceladas de un
humor franco no exento de cinismo, unos diálogos contundentes ―y
un tanto sentenciosos―, unas descripciones brutalmente realistas y
unos personajes cargados de humanidad ―aunque se encuentren
precisamente en el filo de perderla―. Da rienda suelta a su
erudición dando muestra de grandes conocimientos sobre los muchos
conflictos que han tenido lugar en tierras afganas, sobre el
armamento soviético ―y del resto de actores que toman parte,
aunque sea indirectamente, en la contienda―, sobre la organización
del ejército, su jerarquía, su estada de ánimo o el desarrollo de
los combates.
De hecho, dado el exceso
de argot y de nomenclatura militar «extraña» al lector, que puede
resultar desconcertante de inicio, es muy de agradecer que la edición
de Artifex incluya un ―muy necesario― «Diccionario de
los “afganos”», con muestras de la jerga utilizados por los
combatientes de ambos bandos o con términos técnicos en torno a las
armas, instalaciones, estamentos y mandos de los ejércitos, entre
otros.
Complementando la
brevedad de la novela, el volumen se cierra con un apéndice titulado
«Historia y literatura fantástica», que recoge diversas
preguntas y respuestas extraídas de diversas entrevistas de
Stanislaw Beres, historiador, crítico y poeta polaco, a
Sapkowski, en las que se desvela gran parte de la filosofía
vital del autor polaco en cuestiones tan interesantes como sus
opiniones sobre la guerra, los estamentos militares, su afiliación
al género fantástico...
Víbora es un buen
«entretenimiento» para
los seguidores del autor polaco, y una perfecta carta de presentación
para el lector que desee acercarse al estilo y, un poco más de
lejos, a los temas de Sapkoski. Un canto antibelicista que
hace de mostrar el horror de la guerra en toda su magnitud y
estupidez su virtud, uniéndolo a una pequeña vertiente fantástica
que sirve para diseccionar el alma de los hombres y sus tristes
pasiones y ambiciones. Que nadie se lleve a equivoco por el número
de páginas, pues se trata de una lectura intensa, liosa en
ocasiones, pero narrada en su justa medida y satisfactoria en su
final.
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Reseña de otras obras del autor:
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