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viernes, 25 de mayo de 2018

Reseña: La ciudad y la ciudad

La ciudad y la ciudad.

China Miéville.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova. Título original: The City & the City. Traducción: Silvia Schettin Pérez. 400 páginas.

Miéville, acostumbrado a cambiar de registro entre sus diferentes obras, se embarca en esta novela en una historia situada en un lugar indeterminado de nuestra Europa del Este, con un tono noir y policíaco mezclado con realismo mágico realmente atractivo. Una propuesta que el autor destila con un algo de Kafka, un poco de Orwell y un mucho de Dick, pasados por el tamiz de Chandler bajo el prisma del Orson Wells de El tercer hombre con una gotita del Powers de Declara. Jugando de alguna sutil manera con la teoría de cuerdas, el autor ofrece a través del relato policial una lúcida parábola política, una fábula moral y ética que refleja sucesos de la Historia europea reciente. Una metáfora casi metafísica de la segregación y la xenofobia, de la separación, el odio y la desconfianza de los pueblos, del nacionalismo y el patriotismo, el autoritarismo, la identidad cultural, del sentido de las fronteras y el aislacionismo.

Dos ciudades superpuestas, Beszel y Ul Qoma que ocupan un mismo lugar solapándose la una sobre la otra, con sus respectivos ciudadanos intentando por ley no interactuar los unos con los otros, bajo pena de terribles castigos ejecutados por una entidad misteriosa llamada la Brecha. Dos mundos que se tocan, que ocupan un mismo espacio, pero que no pueden relacionarse; condenados a convivir sin «verse». Una ciudad oscura, pobre, decadente, casi aislacionista respecto al resto del mundo, y otra mucho más luminosa, moderna, aperturista, favorecida por la suerte con mejores recursos. Acostumbrados desde jóvenes a «desver» a los del otro lado, los ciudadanos de ambos lugares, salvo unas minoritarias facciones que abogan por la «unificación», viven de espaldas los unos de los otros. El inspector Tyador Borlú, de la Brigada de Crímenes Violentos de la policía de Beszel, se va a ver involucrado en un intrigante misterio cuando acuda a investigar el asesinato de una joven en principio inidentificada. Pronto los detalles del caso van a mostrar extraños indicios, encaminándole en una dirección que nunca hubiera deseado tomar.

Entre las obras de Miéville La ciudad y la ciudad pertenece al grupo de las menos de «género» fantástico: ciencia ficción por la posible explicación cuántica del fenómeno, pero derivando poderosamente hacia la novela negra de detectives. Tras el asesinato, que podría no ser el único, empieza a perfilarse una compleja conspiración, pero ¿quién se encuentra detrás? ¿Qué objetivos persigue? ¿Qué peligro le suponía la joven, qué conocimientos había adquirido, para tener que matarla y montar tan complicado tinglado?

El inspector Borlú deberá hacer frente a una imprevisible investigación donde las pistas contradictorias van a llevarle a extraños callejones. Uniendo fuerzas con su homólogo de Ul Qoma, Qussim Dhatt, se verá inmerso en el submundo político de las ciudades, entre los nacionalistas de uno y otro lado, quienes solo buscan el aislamiento respecto a la otra ciudad rompiendo todo contacto, y de los unionistas radicales que aspiran a la unificación, la fusión de ambas, pase lo que pase. Organizaciones que buscan objetivos contrapuestos, incluso mediante el uso de la violencia, y por las que el delicado equilibrio mantenido hasta el momento podría saltar por los aires con insospechadas consecuencias.

Con reminiscencias de la guerra de los Balcanes, de la Guerra Fría y el post-comunismo soviético, superpuestas hace un tiempo por un inexplicable, e inexplicado, fenómeno llamado la escisión, Beszel y Ul Qoma se fusionaron en parte, pero manteniendo sus propias idiosincrasias. Cada ciudad posee su propia cultura, su identidad social, su lengua, su moda, su arquitectura... En un lugar indeterminado de esa Europa del Este un tanto etérea, Beszel, la ciudad del protagonista, lucha sin demasiado ahínco contra un pasado que se puede leer en cada una de sus calles: edificios monolíticos de funcional hormigón, colores grises, monótonos, anodinos tranvías traqueteantes, material policial anticuado y defectuoso, residuos de secretismo y totalitarismo en las altas esferas.

Siguiendo a Borlú como narrador en primera persona, Miéville echa mano para la ocasión de una prosa mucho más sobria y contenida que el habitual barroquismo y despliegue pirotécnico al que había acostumbrado a sus lectores. Con un estilo más «gris», como la sociedad que está describiendo, y sin grandes introspecciones, el relato se hace muy directo, cercano, descarnado, desnudo. Pronto el asesinato en sí deja de ser lo más importante para centrar el foco en las tensas y complicadas relaciones entre ambas ciudades y las difíciles interacciones entre ambas sociedades. La historia se enreda en torno a la burocracia que marca cualquier iniciativa que busque la interacción, la colaboración o el simple paso de una a otra, de las complicadas maniobras y reglas que se deben seguir para poder coordinarse entre ambas.

Entonces, la investigación, y el relato, se va a ver complicado con la misteriosa posibilidad de la existencia de una tercera ciudad, Orciny, ocupando los huecos entre Beszel y Ul Qoma, viviendo en los intersticios y las zonas de sombras, secreta para ambas, manejando en realidad sus destinos.

Cuesta un tanto entrar en el juego de Miéville, pero el esfuerzo requerido merece la pena y una vez dentro es imposible resistirse. El autor, a través de los ojos de Borlú, no pierde el tiempo en descripciones superfluas de aquello que ya es conocido para su personaje pues ha vivido allí toda su vida, con lo que toda la ambientación va aflorando gradualmente, sin prisas, de sus observaciones y no de descripciones directas de un narrador omnisciente. Va dejando caer las piezas para que sea el lector el que se tome la molestia de montarlas para obtener la imagen completa. Y cabe decir que es una imagen impresionante y que, solo cuando la misma se hace visible, Miéville acelera el ritmo y la acción se desata hasta el impactante desenlace.

Da igual que Borlú se muestra excesivamente arquetípico, da igual la aparición de algún deus ex machina, da igual que el autor escamotee en cierto momento una información vital..., lo cierto es que, después de todo, las auténticas protagonistas son esas dos ciudades antagónicas pero condenadas a compartir un mismo espacio, y lo mejor de la novela surge cuando las fronteras amenazan con ser violadas, transgredidas, obviadas por la necesidad de resolución y vindicación de un asesinato. Y esa historia es fascinante.

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