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martes, 30 de marzo de 2010

Reseña: Algo huele a podrido

Algo huele a podrido.
Una aventura de Thursday Next.

Jasper Fforde.

Con ilustraciones de Maggy y Stewart Roberts.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2010. Título original: Something Rotten. Traducción: Pedro Jorge Romero. 398 páginas.

Cuarta entrega de las surrealistas aventuras literarias de Thursday Next y última del presente ciclo, tras El caso Jane Eyre, Perdida en un buen libro y El pozo de las tramas perdidas. Resulta increíble que después de tres excelentes novelas, la cuarta pueda ser todavía mejor, pero así es. Consciente de que el tema de Jurisficción se encuentra un tanto agotado, Fforde evita repetirse devolviendo a Thursday a la realidad, a SU realidad ―en la que Gales es una independiente república socialista o donde la Guerra de Crimea duró hasta la decada de los '80 del siglo pasado―, tan fascinantemente diferente de la nuestra. Su protagonista, cansada de su trabajo como Bellman dentro de los libros y anhelando con toda el alma recuperar a su esposo erradicado en anteriores entregas por la malvada Corporación Goliath, decide regresar a su ciudad natal, Swindon, e instalarse allí con su hijo de dos años, Friday; pero no volverá sola, le acompañan sus dodos mascota, Pickwick y Alan, y Hamlet, príncipe de Dinamarca, salido directamente de la obra de Shakespeare para tomarse un periodo de reflexión sobre la, en su opinión injusta, fama de indeciso que arrastra tras él. Mientras intenta volver a su antiguo puesto en Operaciones Especiales como Detective Literaria, la protagonista se da cuenta de que nada va a resultarle fácil si quiere conseguir traer a su marido de vuelta. Las capas de enredo se van amontonando en torno a ella y la diversión desbocada se encuentra servida.

Como si de una comedia de situación se tratase, con un ritmo frenético, endiablado, el autor no para de abrir nuevas líneas en la trama consiguiendo mantener el interés en todas ellas, sin perder de vista ninguna y sin que ninguna se apodere de la narración por encima de las demás. Thursday sigue intentando encontrar el libro del que salió el ficcionauta Yorrick Kaine, quien ha conseguido convertirse en primer ministro de Gran Bretaña en el periodo de ausencia de la protagonista y ha desatado una feroz campaña anti danesa para mantener el interés del público lejos de la situación interna del país y aspirando a convertirse en Dictador de la nación. La Corporación Goliath ha emprendido a su vez una campaña, con secretos designios, para convertirse en una entidad religiosa en vez de empresarial, por lo que está empeñada en conseguir el perdón de todas sus anteriores víctimas, incluida Thursday. El padre de esta ha sido readmitido en la CronoGuardia y aparece para dar ciertos consejos a su hija. Su madre tiene como huéspedes en casa a Lady Emma Hamilton y al canciller Bismark a la espera de que se resuelvan unos inoportunos conflictos. Su hijo, que solo habla con fragmentos del Lorem ipsum, necesita niñera y quién mejor que la esposa del comandante Bradshaw ―si no fuera porque se trata de una gorila―. El almirante Nelson parece empeñado en morir en Trafalgar, aunque hay quien se muestra convencido de que la historia no se desarrolló así. Landen sigue erradicado. De vuelta en OpEsp, Thursday se enfrentará a un extraño caso de clonación de William Shakespeare. Los inventos de su abuelo continuarán dando que hablar. El profeta del siglo XIII, san Zulkx, ha profetizado su propia aparición días después y hay gran expectación en torno al suceso. Dentro de Hamlet ―el libro―, Ofelia, descontenta con su papel, aprovechará la ausencia de su protagonista para introducir una serie de cambios en el argumento. Y Thursday tendrá que tomar parte en un enloquecido y brutal partido de cricket de cuyo resultado muy posiblemente depende el destino del mundo. Casi nada, y todo ello no es sino apenas la superficie de la novela. Son tantos los personajes y las tramas en que se ven envueltos, muchas de ellas relacionadas inesperadamente entre sí, que el lector no puede si no preguntarse con admiración cómo es posible que Fforde mantenga el interés de todas ellas sin liarse ni dejar colgada ninguna, cerrándolas todas a la perfección, sin dar el más mínimo paso en falso.

Algo huele a podrido está plagado de juegos de palabras (y se agradece la labor de traducción-adaptación que tan bien ha conseguido captar el estilo del original, como en el particular caso del sobrenombre de la asesina que va tras Thursday), de dobles sentidos, de giros insospechados, de continuas alusiones literarias, de viajes inesperados, de personajes carismáticos y muy humanos, de una tensión dramática palpable, de chistes absurdos, de sátira descarnada, de aventuras divertidas, de situaciones tristes, de una afilada crítica social...

Fforde demuestra un sensacional dominio del «tempo» de la trama, haciendo alarde de una complejidad extraordinaria, consiguiendo sin embargo una apariencia de sencillez realmente pasmosa. Mantiene un admirable pulso narrativo, logrando que una anécdota se enlace con la siguiente con absoluta perfección, sin fisuras, sin tiempos muertos, saltando de una situación a otra sin dar tregua ni descanso ni a los protagonistas ni a los lectores y sin que nada chirríe en absoluto. El autor ha creado un mundo fascinante, repleto de pequeños detalles que no dejan de llamar la atención y que conforman una ucronía coherente consigo misma, con sus propias reglas, donde caben los viajes en el tiempo, el poder entrar dentro de los libros o el hacer una visita a la estación donde las almas de los muertos cruzan el puente hacia el otro lado, sin que nada rompa la cohesión interna.

Algo huele a podrido es el cierre perfecto, con el final perfecto, a este «primer» ciclo de las aventuras de Thursday Next, y muy bien lo tendrá que hacer Fforde en First Among Sequels para mantener el nivel después de la sorpresa con que termina esta novela. Con la sentencia del juicio por haber alterado el final de Jane Eyre, que se venía arrastrando desde la primera novela, deja todos ―y eran muchos― los cabos atados y bien atados, sin dejar prácticamente nada en el aire ―prácticamente, sí, hay un pequeño detalle al que no da solución, pero es secundario dentro de su importancia y no afecta al resultado―. De hecho, queda todo tan bien atado que dan ganas de empezar a leer desde el principio los cuatro libros seguidos para observar cómo todas las piezas van encajando en su sitio con una maestría envidiable.

Desde luego, no es este un volumen por el que empezar la lectura de la serie; aunque es cierto que el autor se esfuerza por hacer que todo sea comprensible sin referencias previas, también lo es que el lector que se inicie aquí se va a perder gran número de referencias, de pistas y de giros que vienen de antes y que demuestran el inteligente dominio de la narración de la que hace gala Fforde, rescatando escenas y detalles aparentemente intrascendentes de entregas anteriores y que solo ahora cobran su auténtica importancia. Ante tal despliegue solo cabe quitarse el sombrero y disfrutar con una sonrisa en la boca de principio a fin de la novela.

El autor hace gala de un humor cáustico, extravagante, absurdo en ocasiones, hilarante por momentos, crítico sin llegar a aleccionador, que invita a pensar a la vez que divierte, muy en la línea de un Terry Pratchett o un Douglas Adams. La novela está plagada de personajes interesantes, apasionantes, todos con su profundidad, lejos de estereotipos y personalidades planas. Incluso los más secundarios, los que apenas aparecen, son tiernamente humanos, cercanos, verosímiles a pesar de lo lejos que nos queda ese mundo tan diferente al nuestro y con unas reglas tan distintas, incluso los más disparatados personajes literarios sacados de la ficción, como Zhark, ese Emperador galáctico que acude al rescate de la protagonista al frente de su flota galáctica ocasionando más problemas de los que soluciona y que está deseando hacerle una visita a su «creador» para hablar sobre futuras líneas argumentales de sus novelas, están tratados con tal ternura que cobran un sentido y una humanidad que los acerca enormemente al lector, al que es imposible no tomarles cariño.

Como nota curiosa añadida, comentar que el texto se encuentra acompañado en esta ocasión de algunas ilustraciones obra de Maggy y Stewart Roberts que dan un sabor muy clásico a la edición, ofreciendo un toque especial a la narración, complementando ciertas escenas y convirtiéndose en alguna broma en sí mismas ―¿Sherlock equivocándose de libro?―. Desde luego se puede decir que Fforde ha utilizado todos y cada uno de los recursos que el actual formato de libro le permite manejar.

En una aparente contradicción mientras avanzaba en la lectura me encontraba deseando que el libro no se acabase, que no se resolvieran todos los misterios, que Thursday siguiera con su endemoniada y terriblemente adictiva carrera contrarreloj, que no hubiese una meta... al tiempo que pasada la última página me da un terrible miedo la continuación. El último giro es tan absolutamente sorprendente, tan perfecto, es un broche tan hermoso, que no sé si era realmente necesario añadir algo más sobre el personaje en una nueva secuela. De verdad, no lo sé, pero estoy convencido de que seré de los primeros en comprar Fisrt Among Sequels cuando, casi seguro, se publique en español. Mientras tanto, no lo duden, las aventuras de Thursday Next son una lectura absolutamente recomendable, aunque quien empiece ahora con la serie corra el peligro de no poder parar hasta cerrar este último Algo huele a podrido. Aquellos que aman la Literatura y disfrutan con un inteligente sentido del humor, con un importante toque surrealista, se enamorarán sin duda de estos libros.

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Otras reseñas de obras del autor:

El caso Jane Eyre. Thursday Next 1.

Perdida en un buen libro. Thursday Next 2.

El pozo de las tramas perdidas. Thursday Next 3.


lunes, 29 de marzo de 2010

Libros recibidos: marzo 2010

Por cortesía de Edebé hemos recibido el siguiente libro como servicio de prensa para su reseña:

jueves, 25 de marzo de 2010

Reseña: La sociedad de la Sangre

La sociedad de la Sangre.

Susan Hubbard.

Reseña de: Jamie M.

Ediciones B. Barcelona, 2009. Título original: The Society of S. Traducción: Dolors Gallart. 381 páginas.

Partiendo de la idea del vampiro más tradicional, Hubbard ha intentado darle una nueva vuelta de tuerca al mito queriendo ofrecer una visión original y moderna del mismo adecuándola a los nuevos tiempos del siglo XXI. El problema surge cuando uno se da cuenta de que está prácticamente todo dicho, que la mayoría de los posibles caminos han sido ya explorados y que ofrecer algo realmente nuevo e innovador sobre los vampiros es muy pero que muy difícil. Lamento decir que la autora no ha salido triunfante precisamente en la tarea y que la lectura de la novela, con muy buenas ideas de partida, se hace bastante árida, cuando no directamente aburrida. El que quiera dotar a la narración de unos toques eruditos que tan solo resultan pedantes en grado sumo no facilita precisamente su disfrute, y la falta de documentación en ciertas parcelas que la autora parece incluir para conectar con los jóvenes tampoco es que contribuya mucho, convirtiéndola en muchos momentos en una obra artificial y pretenciosa. Pero ya llegaremos a ello.

Es esta una novela de misterio, un intento de thriller sobrenatural que queda devaluado por la absoluta falta de tensión durante toda la trama. Ariella Montero es una chica de 13 años que ha crecido aislada del mundo en una sombría mansión de Saratoga Springs, estudiando en casa las más diversas disciplinas académicas y alimentándose bajo una rigurosa dieta vegetariana con la excusa de una extraña enfermedad que la deja periódicamente aquejada de anemia. Su padre, Rafael, es un riguroso y apuesto científico de excéntrico comportamiento que lleva a cabo sus misteriosas investigaciones sobre una sustancia llamada Seradrome en el sótano de la gran casa, con la ayuda de su asistente Dennis, quien también ejerce de profesor de Ariella. Cuando, gracias al ama de casa y cocinera, la sra. McGarritt, empiece a tener algún contacto con el exterior y con otras personas fuera de su reducido círculo, haciéndose amiga de su hija Kathleen y sintiendo un primer interés romántico en su hijo Michael, pronto empezará a darse cuenta de las extrañas circunstancias que rodean su existencia y, sobre todo, echará en falta a su madre, desaparecida sin explicación al nacer ella y a la que anhelará poder encontrar hasta el punto de escaparse de casa e iniciar en solitario un viaje de inesperadas consecuencias.

El tema del vampirismo se va filtrando poco a poco en la narración, sin estridencias, sin llamar la atención, sin truculencias sangrientas ni transformaciones espectaculares. Los vampiros existen, sí, pero lejos del estereotipo de otros tiempos el vampiro moderno ha aprendido a integrarse en la sociedad humana y une a algunas de sus inmemoriales habilidades (son rápidos, fuertes, pueden hacerse invisibles...) el haberse deshecho de unas cuantas de sus debilidades (pueden comer normalmente, soportan la luz diurna ―aunque con protector solar― y, por supuesto, la parafernalia religiosa, han inventado diversos sustitutivos de la sangre que evitan sus dependencia ―sí, algo similar a lo de True Blood― y han montado toda una industria farmacéutica en torno a ello). Todavía existen individuos radicales, vampiros malvados a la antigua usanza, pero parece que la mayoría de ellos busca la ausencia de conflictos con los humanos haciéndose notar lo menos posible, conformando la llamada Sociedad de S. No hay que buscar, pues, en La sociedad de la Sangre violentos enfrentamientos en la línea del sanguinario vampiro tradicional de Stoker, pero tampoco una historia tirando a lo romántico en plan Anne Rice o Stephenie Meyer y su legión de imitadoras. Es esta una historia apacible, casi sin sobresaltos (algunos hay, pero casi siempre se encuentran “fuera de cámara”, evitándonos la contemplación de la violencia y limitando el contenido de acción en la novela al mínimo), donde lo importante es el «crecimiento» de Ariella, su búsqueda, interior de su propia personalidad y exterior de su madre, de conocimiento en torno a su naturaleza, a su herencia y antecedentes eliminando capa tras capa de las mentiras y medias verdades que han conformado hasta entonces su vida.

Con paciencia, sin ninguna prisa, Hubbard sigue el camino de su joven protagonista hacia el auto conocimiento mientras va en pos de su desaparecida madre enfrentándose a todas las dificultades que se interpongan a su paso ―y por mucho que se intente justificar, el resultado es bastante poco verosímil a la vista de los 13 años de la protagonista―. Surge además un problema cuando la autora ha querido plagar el texto de detalles supuestamente eruditos (que sin duda lo son) a golpe de cita en torno a escritores, artistas y filósofos, que lo único que consiguen es que todo el texto suene extremadamente pedante y académico. Mira que me encanta Poe y que muchos detalles de lo que Rafael le cuenta a su hija sobre él son realmente interesantes (aunque tal vez conocidos en exceso), pero la forma de introducirlos, la respuesta de la joven, que, por muy aislada que haya vivido, por muy madura que se la suponga y por mucha educación erudita que haya recibido, insisto, no deja de tener 13 años, tiene una falta de credibilidad que asusta.

Otros detalles, como el que la protagonista acompañe a la familia del ama de llaves a una misa católica un domingo cualquiera y en la misma al darles la comunión les reciten el antiguo rito del Miércoles de Ceniza (exclusivo de ese día) y encima en latín (cuando desde Vaticano II ya no se usa en la liturgia) no hace sino acentuar la sensación de que la autora quiere dárselas de culta tomando a sus lectores por incultos. Si a eso unimos el muy extraño juego de rol al que se supone juegan en varias ocasiones, una mezcla de improvisado rol en vivo con teatro de pantomima que resulta realmente ridículo para cualquiera que sepa un poco del tema, da la impresión que Hubbard se ha “documentado” por la televisión en algún reportaje satírico de cualquier convención de freaks disfrazados quedándose con una capa muy externa y falsa del rol, y sin profundizar realmente en nada. Si de esta manera pensaba acercarse a un público joven escribiendo sobre sus supuestos gustos, creo que le ha salido el tiro por la culata, pues lo único que consigue es rechazo. Si lo que buscaba era un público más adulto, ajeno a ese mundillo, puede que cuele y todo, pero no creo que sea el mejor camino.

La autora plantea un escenario bastante interesante donde podría haber desarrollado una intrigante historia, planteando la existencia de otros seres paranormales, no solo vampiros, sino también por ejemplo espectros, pero sin profundizar en ello. Da la sensación de que la autora va dando pinceladas a su mundo sin terminar de perfilarlo, dejando muchos espacios en blanco, sin sumergirse en los detalles. Es paradigmático lo colgada que queda la historia de como tiene lugar la transformación de los dos jóvenes científicos, buscando supuestamente que trabajen para un misterioso millonario, que desaparece sin más de la narración una vez cumplido su mero cometido iniciático o los muchos detalles que faltan en la historia «de amor» de los padres de Ariella (y eso que el flash back de la estancia de Rafael en Cambridge es de lo más interesante del libro; posiblemente una historia protagonizado por él hubiera ganado mucho frente al protagonismo de su hija) o muchos otros que no conviene airear en pos de no estropear los pocos detalles sorprendentes del relato.

La sociedad de la Sangre está escrito como si del diario de Ariella se tratase, un diario que en teoría debe servir para que los meros mortales comprendamos y aceptemos a los vampiros entre nosotros. Se convierte así en la descripción del despertar de una joven a un mundo que le es ajeno habiendo crecido en un ambiente sumamente cerrado y protegido, de la construcción de su personalidad mientras busca su lugar, su identidad, al tiempo que a su madre. Con un ritmo muy irregular y bastante lento, un problema importante es que apenas pasan cosas, el elemento sobrenatural está muy contenido, sin llegar en realidad a aparecer hasta casi pasada la mitad del libro, hay muy poca acción y todo lo interesante parece suceder, como ya he comentado, “fuera de cámara” o cuando la protagonista no se encuentra mirando (son cosas que les suceden a otros y de las que ella siempre se entera a posteriori). No será hasta casi el final cuando la narración se anime un poco, muy poco, huracán incluido, pero sin llegar en ningún momento a grandes, ni pequeñas, cotas de emoción.

La Sociedad de la Sangre es una novela que partía con unos buenos presupuestos pero que los desperdicia por el camino, es un libro con mejores intenciones que resultados, con graves problemas de conexión con un lector abrumado por la pedantería de protagonista y autora. Cuenta, además, con una continuación, El año de las desapariciones, también publicado en nuestro país y que tal vez levante el vuelo con ciertos interrogantes suscitados al final de este volumen. Desde luego no me atrevo a recomendar la lectura de la novela presente a pesar de la interesante premisa de la que partía, ya que es una obra floja, flojilla. No sé si caeré con la siguiente, que la carne es débil, pero es difícil que suceda.


lunes, 22 de marzo de 2010

Reseñas: El secreto de los dioses olvidados

El secreto de los dioses olvidados.

Rafael González.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo Ajec. Col. Albemuth Internacional # 28. Granada, 2009. 255 páginas.

Es esta la opera prima ―al menos en cuanto a su publicación― de Rafael González y quizá se nota en exceso, pues un buen pulido y una labor de repaso o reescritura en ciertos pasajes no le habría venido mal a la novela; dicho esto, cabe añadir que El secreto de los dioses olvidados es una obra francamente atractiva, con muchos puntos de interés, sorprendente en ocasiones, con abundantes giros narrativos que impiden abandonar la lectura y que deja un buen sabor de boca en cuanto a la historia a pesar de esos fallos noveles en la escritura.

En 1875 el erudito Saul Mesfon intenta salvar unos libros de incalculable valor de la Bibliothèque Nationale de París de las llamas de la Revolución, aunque se verá traicionado por el enigmático Conde Mazarius.

En 1929, el imperio Germano-Ruso nacido de la victoria del káiser Guillermo en la Gran Guerra europea busca asentar su dominio y expandir aún más sus territorios. En París el profesor Rechenbaum, un erudito estudioso del mito de la Atlántida, ha realizado un poderoso descubrimiento que podría cambiar el devenir futuro del planeta y, sobre todo, de su equilibrio geo-político, pero es asesinado antes de poder hacerlo público. Una conspiración de proporciones insospechadas se extiende por los territorios del Imperio, en cuya desarticulación se verán envueltos el joven correo de la resistencia del Mixed Bureau, Jean Fontanabella, el antiguo soldado Marcel DeFer, el profesor Ryssell y la joven hija del señor Biedermann, el secretario del estudioso asesinado, Susanna, una muchacha con unas habilidades «especiales» que los conspiradores desean usar en su favor, razón por la cual la mantienen encerrada en un sanatorio mental sujeta a ciertos tratamientos experimentales con drogas para el sueño.

Siguiendo el rastro de los asesinos, se embarcarán en la búsqueda de ciertos códices escritos en latín y adjudicados a un visionario escritor llamado Jules Verne, supuestas copias de manuscritos más antiguos y de incalculable valor, que les arrastrará en un viaje lleno de sobresaltos a lo largo de buena parte de Europa e incluso más allá de sus fronteras, con la posible existencia de la Atlántica y su poderosa tecnología en el punto de mira. Conforme avanza la trama se suceden los misterios, se amontonan las pistas que parecen llevar a caminos sin salida o a puntos donde los conspiradores han llegado antes que ellos por muy poco, desvelando como con cuentagotas el secreto oculto en los viejos códices, y conjugando hábilmente las escenas de acción entre los momentos más reposados de investigación.

González imagina una Europa con una realidad que ha divergido de la nuestras en el transcurso de la Gran Guerra y que el autor llena de detalles curiosos e interesantes, con unos sutiles toques steam-punk, mezclando en parte ciencia ficción con una fantasía mitológica que termina dando ―o intentándolo―, no obstante, unas explicaciones tecnológicas a la existencia de los atlantes que inscriben la novela plenamente en la literatura especulativa, aunque sea mirando hacia el muy lejano pasado. No es la primera vez que se postula la teoría de que la Atlántida era una civilización enormemente adelantada a todos sus coetáneos que desapareció víctima de su propia desmesura; pero la forma en que el autor enfrenta el tema, uniéndolo al esfuerzo bélico de las potencias en guerra por el dominio de Europa, hace que el lector se sumerja con interés en la búsqueda de respuestas sin cuestionarse en exceso la realidad o no del mito. Al fin y al cabo, no es tan importante la existencia de la Atlántida por sí misma, sino la posibilidad de “recuperar” una fuente de energía tan poderosa que cambiaría para siempre el equilibrio de fuerzas y la forma de entender nuestro mundo por el camino. Quien domine ese fuente de energía dominará sin duda el planeta. Pero, por supuesto y para suerte del lector, nadie ha dicho que la misma sea sencilla de conseguir y nuevos poderes se inmiscuirán en la búsqueda, en una carrera desenfrenada con un enorme premio para quien llegue primero a la meta y cuyo resultado puede deparar muchas sorpresas. Así, mezclando hábilmente ficción especulativa y fantasía, González va desenvolviendo capa tras capa del enigma para solaz de los lectores. La historia de misterio, investigación y espionaje va dando paso a la escalada bélica, con enormes máquinas e ingenios militares dominando los cielos que pronto habrán de enfrentarse a los poderes ―o superpoderes, más bien― de los dioses olvidados y sus particulares ejércitos. Espías, soldados de fortuna, caballeros teutones, un Rasputín redivivo, viejos mitos renacidos, naves voladoras, movimientos de tropas, conflictos, traiciones, una historia de amor y de ambición a través del tiempo... No se puede decir que a la novela le falten precisamente buenos ingredientes.

El autor, sin embargo, comete algunos fallos obvios en cuanto a la redacción, algo farragosa en ocasiones, en ciertas transiciones entre escenas, que pueden resultar confusas, en unos diálogos en ocasiones demasiado artificiales y en unas reacciones puntuales de los personajes demasiado teatrales ―o acartonadas, como sucede en la mayor parte de las intervenciones del profesor Ryssell, un personaje que no termina de hacerse “real” para el lector― y sobre todo, en una novela con un comienzo dubitativo, lento, con un exceso de descripciones innecesarias y a veces redundantes, que se va acelerando conforme el autor parece ir ganando confianza y que finaliza con un frenesí explosivo que puede llegar a desconcertar y que provoca la sensación de que el autor quería poner el broche a la novela cuanto antes. Es así una obra algo descompensada en cuanto a ritmo, que va de menos a más, dilatándose en exceso en una primera parte más arqueológica y de investigación, para llegar luego a una segunda de pura acción bélica y superheróica cuando se desvele el misterio de los dioses olvidados.

Se habría agradecido, seguramente, un mayor seguimiento de ciertos personajes, o que no hubieran desaparecido tan bruscamente una vez terminada su utilidad para la trama. Es sintomático en este sentido, el preludio en 1975, que presenta un enigmático y traicionero personaje, el conde Mazarius Thube, que parece llamado a una intervención importante en torno al destino de los manuscritos, pero que no vuelve a aparecer tras las dos páginas del preludio. O Susanna, un personaje cargado de interés y posibilidades que podría haber dado para mucho más, pero que una vez cumple su función de oráculo desaparece casi sin más pena ni gloria. En ese sentido, da la sensación de que el autor da algunos bandazos demasiado bruscos cuando la trama lo requiere, cambiando de escenario a conveniencia y olvidándose un tanto de lo que quedaba atrás en un intento de hacer avanzar la trama rápidamente hasta el punto que le interesa, el enfrentamiento entre los diversos poderes envueltos en la lucha por la posesión del secreto de los atlantes. Un secreto que dará a quien lo posea el dominio sobre el resto de las naciones de la Tierra.

Una Tierra ―sobre todo una Europa― ucrónica realmente fascinante; basta solo echar una ojeada al mapa que abre el libro para que la imaginación corra desbocada intentando descubrir cómo se ha llegado a ese reparto de poderes. Con un imperio Germánico dominando gran parte del continente, con una Rusia dividida entre zaristas y bolcheviques, con una Austria-Hungría bajo la bota del Káiser, con media Francia libre y otra media ocupada, con una Gran Bretaña que mira con desconfianza al otro lado del Canal. Es una Europa de la que, sin duda, al lector no le importaría en absoluto conocer algo más, dada la enorme labor de investigación que se intuye tras los cambios introducidos para hacer coherente esa realidad paralela divergente de la nuestra.

En cuanto a la edición, es obligado dar un nuevo tirón de orejas ―y ya no llevo la cuenta― a la editorial por una presentación que sin duda desmerece al contenido. Lástima que fallos como esos párrafos sin justificación derecha, la ausencia de algunas letras o palabras, los puntos a principio de línea que tenían que haber ido al final de la anterior... distraigan la atención de lo realmente importante ―sí, sé que soy demasiado pejiguero, pero es que esos detalles me sacan de la lectura―, de la lucha titánica por la posesión del secreto de los atlantes, una fuente de energía que permitiría a quien la posea imponerse en los campos de batalla de Europa y alzarse sobre todos los poderes de la Tierra. Con todos sus fallos, El secreto de los dioses olvidados es una lectura intrigante y apasionante, llena de emoción y misterios, que invita a seguir de cerca la carrera literaria del autor; habrá que estar atento a sus próximas obras para ver si, aunque él mismo se haya puesto el listón bastante alto, logra superar el reto, afilar sus virtudes y pulir sus defectos, ganando en altura y en profundidad. Yo al menos estaré esperando.


sábado, 20 de marzo de 2010

Reseña: Una dama en juego

Una dama en juego.

Carla Montero Manglano.


Reseña de: Amandil

Círculo de Lectores. Barcelona, 2009. 356 páginas.

Carla Montero Manglano se hizo con el premio Círculo de Lectores de Novela 2009 gracias a la votación de los socios de esa entidad, logrando así la publicación de su primer libro con el respaldo, inicial, de un buen número de lectores voluntarios que consideraron que era una obra merecedora de ese honor. Y lo cierto es que, como novela de presentación y primeros pasos de una autora novel, Una dama en juego, logra de lejos mostrar lo que podrían definirse como grandes esbozos de una capacidad para la escritura que puede mejorar y asentarse con el tiempo. Así que, de entrada, el libro cubre las expectativas que se puedan tener sobre un primer paso en el mundo editorial de una autora joven, con buenas ideas y con un estilo asentado y en crecimiento.

La historia en sí es muy sencilla y no excesivamente original, teniendo en cuenta además que uno de los pretendidos giros sorpresa es absolutamente predecible aunque solo sea porque el propio título del libro lo desvela.

En los albores de la Primera Guerra Mundial, los Servicios Secretos Británicos han detectado que una peligrosa secta de origen hindú, los Kalikamaistas, pretenden llevar a cabo algún tipo de acción que provoque una confrontación bélica entre los países europeos (ya de por sí proclives a una espantosa guerra) para, de ese modo, alcanzar un estado de purificación y sacrificio que glorifique a su deidad. El problema está en que los líderes de la secta son desconocidos y todos los intentos de infiltración por medio de agentes especiales han sido detectados y han acabado en sonoros fracasos.

La ocasión parece prestarse con la celebración de la fiesta de Navidad en el castillo de Brunstriech, a las afueras de Viena, dónde todos los años, convocados por la Gran Duquesa viuda Alejandra, asiste una colección variopinta de personajes europeos que, cada uno a su modo, representan lo mejor y lo peor de la alta sociedad de la época. Hasta allí, sacada de las desgracias de una nobleza venida a menos y de un fracasado intento de matrimonio, llega una jovencita española, Isabel de Alsasúa, sobrina de la duquesa. Afrontando una nueva vida lejos de su pequeño pueblo andaluz se desliza sin querer en un mundo fastuoso, lleno de lujo y esplendor, en el que su cálido y sensual temperamento despierta los amoríos y las bajas pasiones de los dos hijos de la anfitriona: el frío y serio Karel y el simpático y atractivo Lars. Isabel, azotada por un pasado lleno de desengaños con los hombres, sueños destruidos y anhelos inalcanzables, se ve atraída por ambos hombres con los que inicia un juego de insinuaciones, alejamientos, engaños y rupturas, que la enfrentarán a la postre consigo misma y con un dilema crucial: ¿mantener sus principios y su independencia o sucumbir a alguno de ellos y exponerse al riesgo del abandono y el engaño?

Paralelamente, la protagonista se ve inmersa en una serie de extraños acontecimientos que se desarrollan en el castillo de un modo oculto a los asistentes y con los que la secta KaliKama parece estar relacionada de un modo muy directo. Isabel, arrastrada por su curiosidad y la casualidad será testigo de excepción de algunos de los momentos cruciales en los planes de los cultistas debiendo sobrevivir a ese oscuro secreto al tiempo que decide qué hacer. Además, ¿de quien fiarse si cualquiera en el castillo puede estar tras las máscaras de los seguidores de KaliKama?

Una dama en juego es un libro que se ciñe casi por completo al folletín decimonónico (aunque transcurra entre 1913 y 1914) incluyendo las pertinentes dosis de exotismo oriental (con grandes cesiones a la exaltación del misticismo hindú en su variante yogui), sensualidad bulliciosa y, en ocasiones, excesivamente directora de los acontecimientos (sin caer, en cambio, en una sexualidad barata con descripciones explícitas de actos sexuales, salvo en el incidente en la cabaña de caza dónde, por motivos dramáticos se narra algo más de la cuenta) y una trama que gira a partes iguales entre las tensiones amorosas y la novela de espías. Sin embargo, hay que decir que el relato en su vertiente "detectivesca" es muy endeble en todo momento y no logra sembrar el suficiente misterio como para poder proceder en la segunda mitad al paulatino descubrimiento de secretos sorprendentes que aumenten la emoción de la novela. De hecho, los (pocos) pretendidos momentos de "giro con revelación" son excesivamente evidentes mucho antes de que pasen y solo vienen a reforzar en el lector la sensación de que hasta ese momento la autora ha estado tomándonos el pelo.

El cambio de registro del personaje de Isabel es bastante torpe por lo estrambótico que es (y, ese sí, muy sorprendente) y se produce de un modo que alimenta la creencia de que, hasta ese momento, todo el libro se ha construido sobre una triquiñuela que Montero Manglano ha explotado hasta la saciedad (espejismo de ingenuidad de los personajes, motivaciones falseadas, pistas equívocas que impiden al lector deducir el truco hasta que se lo topa de golpe y casi a traición) y que, aunque me olió de lejos a algún elemento de las pocas novelas de Agatha Christie "con truco" (El asesinato de Roger Ackroyd, por ejemplo) no alcanza a empalmar satisfactoriamente la primera parte del relato con la segunda. Probablemente, con más experiencia en el oficio el paso de un estilo romántico a otro más cercano a James Bond habría cuajado mejor y evitaría un cierto chirriar en la historia que la debilita y deja, al final, una mala sensación en la boca.

Los personajes principales (Isabel, Karel y Lars) están bastante bien esbozados dejando, por contra, que los demás queden difuminados y se conviertan, en ocasiones, en arquetipos que lastran el misterio y que se convierten en poco más que juntadores de palabras y de acciones necesarias para que se engrandezcan los tres ya citados. La reunión navideña en Brunstriech, trasfondo de la mayor parte de la historia, nunca está bien esbozada del todo (¿cuantos invitados hay? A veces parece que hay media docena y otras, en cambio, parecen un centenar) y no consigue envolver por completo a los actores de la tragedia. Falla el ambiente, dejando demasiado espacio descriptivo vacío, como queriendo dar paso rápidamente a la acción y a los pensamientos de Isabel y Karel. Además, aunque se trate de personajes muy distintos, se percibe que ambos nacen de un mismo origen al no hacerse distinciones entre el estilo narrativo de cada uno (enfrentándose el lector a dos "diarios" distintos que son los que cargan con el peso de la narración) ni al modo que tienen de pensar y sentir (Karel reflexiona desde la sensibilidad de una mujer, de la autora, y sus palabras bien podrían haber sido las de Isabel y viceversa).

También llama la atención, en algunos momentos puntuales, el despliegue de conocimiento casi enciclopédicos del que el personaje de Isabel de Alsasúa hace gala y que parece un intento de dar ambientación histórica a la novela a través de un listado de temas vigentes en la Viena de los primeros años del siglo XX. Por momentos, el lector cree estar asistiendo al resultado de una búsqueda en la wikipedia.

Finalmente, la ambientación histórica, muy bien conseguida en general, adolece de algunas incongruencias un tanto forzadas para justificar determinados giros de la trama pero que restan credibilidad global al libro. Por ejemplo, la boda por interés que se planea para Karel con una noble rusa (personaje insípido, por otra parte) se apoya en un tratado secreto entre Rusia y Austria-Hungría cuyas condiciones son absolutamente imposibles. O la extraña relación que existe entre el Servicio Secreto Británico y un influyente personaje del libro no responde a un mínimo de consistencia argumental. Trazos muy gruesos que desdibujan el resultado final del dibujo que la autora nos presenta.

En definitiva, Una dama en juego es una novela primeriza, que se mueve entre dos temas atractivos (espionaje y romanticisimo) sin acabar de conseguir que cuadren ambos en un relato no muy extenso y poco original en cuanto al tema. Sin embargo, precisamente por ser un primer tanteo de una autora novel, hay que destacar que se atreve con un estilo complicado y al que quizá debería acercarse nuevamente cuando domine mejor algunos de los trucos del oficio. Hay buenas maneras y capacidades (me ha gustado más este libro en todos los aspectos que uno anteriormente reseñado, El secreto de la porcelana, del finalista del último premio Planeta, Emilio Calderón) y es muy probable que si publica otro libro se note una mejoría sustancial que pula los errores que han debilitado esta obra.

jueves, 18 de marzo de 2010

Reseña: Noches de baile en el Infierno

Noches de baile en el infierno.

Varias autoras.

Reseña de: Jamie M.

Alfaguara. Madrid, 2010. Título original: Prom Nights from Hell. Traducción: Alexandre Casal Vázquez. 306 páginas.

Como ya sucediera en Amor en el infierno, este volumen ofrece cinco relatos de otras tantas autoras de las que poder degustar su obra antes de embarcarse en la lectura de novelas de mayor envergadura. La premisa de la que parte la recopilación es presentar historias que giren de alguna manera en torno al tradicional baile de graduación de los institutos estadounidenses que tantas veces hemos visto en las películas. Algo falla sin embargo, al menos en mi opinión, cuando se da el caso de que dos (incluso me atrevería a decir que tres) de las historias (y además dos de las que más estaba disfrutando) más parecen introducciones o primeros capítulos para futuras novelas o series que relatos completos y con entidad por sí mismos como se les supone al formar parte de la antología. Son más bien presentaciones de personajes y de escenarios donde dejan demasiadas cosas en el aire esperando una resolución futura. No sé si es el caso, si existirán esas continuaciones (bueno, al menos en el caso de Kim Harrison sí que existen y en este mismo 2010 verá la luz ―en inglés, puntualizo por si acaso― la segunda novela de su serie sobre Madison Avery), pero dejan una sensación de frustración, de querer saber qué sucede después, y que aún siendo uno de los objetivos del libro (crear expectación por otras obras de las autoras) pienso que no era esta la mejor forma (dejando colgados a los lectores).

Cabe avisar también, por si acaso es lo que buscaba alguien, que el romance en este volumen se encuentra mucho más atenuado (aunque no deja de estar presente) que lo que se podía encontrar en Amor en el infierno. Está presente, por supuesto, pero es más bien un punto de partida de las historias, una excusa para la trama, que un elemento central de la misma. El amor, o el enamoramiento más bien, es el detonante de muchas de las situaciones presentadas, pero el desarrollo posterior de la mayor parte de los relatos sigue otros derroteros.

Las historias de Noches de baile en el Infierno son:

La hija de la exterminadora, de Meg Cabot. Una historia de cazavampiros. Cuando Mary acude a una discoteca para matar a Sebastian Drake, descendiente del propio Drácula, no podía suponer que las cosas se iban a poner tan feas. Pero con su amigo Adam, un compañero de estudios, a su lado el baile de fin de curso, al que no pensaba acudir y al que ahora tendrá que ir obligada por las circunstancias, puede no ser el desastre total que anticipaba. Relatada curiosamente en una doble primera persona según se sigue a cada uno de los dos protagonistas es una historia completa aunque con final excesivamente abierto. Se agradece mucho la inclusión de cierto humor algo caustico por parte de la protagonista que sirve para rebajar la tensión de lo narrado.

El ramillete, de Lauren Myracle. Una historia tópica y previsible donde las haya, pero simpática (y triste) y agradable de leer al fin y al cabo; y a la que se agradece que tenga principio y final. Os encontramos aquí a una adolescente, Frankie, enamorada de sus mejor amigo, Will, suspira porque el chico la invite al baile de graduación, cosa de la que él parece no enterarse a pesar de tener todas las luces verdes destellando delante de sus ojos. Una visita a Madame Zanzibar, una pitonisa que les revelará oscuramente sus destinos, convertirá el relato en la típica historia en que la protagonista se hace con un objeto, el ramillete en cuestión en esta ocasión, que concede tres deseos a su propietario. A partir de ahí todo es muy fácilmente imaginable y no cabe sorpresa alguna sobre cúal va a ser el primer deseo y el resultado del mismo que condicionará los siguientes, pero no deja de ser encantador y a la vez terrible asistir a los anhelos algo patéticos de la muchacha enamorada, y al resultado nefasto de sus peticiones. Inspirada abiertamente en «La pata del mono», de W.W. Jacobs, es el típico relato sobre «Cuidado con lo que deseas pues puede serte concedido, aunque no como te esperabas». Es, quizá, la única historia con un final redondo, sin dejar cabos sueltos para posibles continuaciones, cosa que se agradece. A pesar de lo tópico y de que se va venir el final desde quilómetros antes, resulta simpática y agradable.

Madison Avery y los carontes, de Kim Harrison. Quizá la mejor y al tiempo más decepcionante (en cuanto a su final) historia del volumen. Cuando Madison abandona el baile del instituto con Seth, un joven que acaba de conocer allí mismo después de dejar a su acompañante colgado, nunca hubiera podido esperar lo que le iba a deparar el destino. Resulta muy frustrante que esta interesante historia sea tan solo la presentación del personaje de Madison Avery y del «escenario» en que van a desarrollarse sus aventuras. Un mundo poblado por «carontes» blancos, negros o grises, por muertos que no quieren cruzar al otro lado y por poderes que se disputan el destino final de las almas indecisas. Deja, sin duda, con ganas de más, pero creo que ese no era el camino, que las historias debieran haber sido autoconclusivas, aunque luego presentasen un mundo mayor donde continuar «otras» aventuras. No se puede decir que aquí haya un final que deja muchos hilos sueltos, es que no hay siquiera un final. Esperemos, al menos, que alguna editorial se anime a publicar en el futuro los libros de la serie.

Verdades, de Michele Jaffe. Otra de las gratas sorpresas del volumen. Miranda, una estudiante que trabaja como chofer de limusinas, guarda un secreto que no desea que nadie conozca: una serie de “habilidades especiales” (algunos las llamarían directamente «superpoderes», entre los que se incluyen una gran fuerza) que, unidas a una gran conciencia moral, la han llevado a ser una especie de luchadora contra el crimen en su escaso tiempo libre (y es que además es jugadora profesional de roller derby). Cuando recoge con su limusina a Sibby, una desconcertante jovencita empeñada en besar a cuanto joven se cruce en su camino, y un montón de cosas extrañas comiencen a suceder a su alrededor la aventura sale a su encuentro convirtiendo su día en un carrusel de acción en el que incluso tendrá tiempo para que le rompan el corazón. Un relato muy divertido y atractivo, que deja demasiado colgado el destino de las dos chicas (como sucediera con el de Madison Avery) y al lector queriendo saber más de ellas. Una historia con un humor que en ocasiones roza el sarcasmo, pero que se lee con mucho agrado y que mezcla hábilmente el suspense, la intriga, la acción y la reflexión. Todo un acierto.

El infierno en la tierra, de Stephenie Meyer. El supuesto «gancho» del volumen, dada la fama y repercusión de la autora en cuestión, es, sin embargo, el que deja más “frío”. Aunque se puede apuntar el tanto de que mientras en algunos de los anteriores relatos lo del baile de graduación era una mera excusa y tan solo aparecía mencionado de refilón, sin tener una gran importancia en la trama, aquí toda la narración discurre dentro del mismo. Gabe, no está precisamente disfrutando de la fiesta, pero hace todo lo posible para que los demás se lo pasen bien. Una tarea que se verá firmemente entorpecida por el plan de Sheba, una demonio de segunda fila empeñada en extender la miseria e infelicidad sobre la tierra para poder ascender en el escalafón del Infierno. Para conseguirlo se dedicará a ir sembrando la discordia entre todas las parejas del baile haciendo que una negra atmósfera reine sobre todos los jóvenes y bordeando peligrosamente la tragedia si Gabe no consigue, sin percatarse siquiera de ello, evitarlo. Siendo la narración más corta de la antología, es esta no obstante una historia que, partiendo de una propuesta interesante, resulta excesivamente hinchada, llena de detalles y conversaciones (por ejemplo la de Sheba con su «hermana») superfluas que directamente sobran, ya que no aportan nada a la trama sino que consiguen distraer del objetivo central del relato. Decepcionante, ya que parece una pequeña anécdota engordada para conseguir un relato más largo. Además el exceso de personajes no ayuda precisamente a seguir la trama con agrado dada la poca caracterización de ninguno de ellos. Al menos es la «otra» historia con un final lo bastante cerrado (aunque es obvio que la autora podría expandir sin demasiados problemas este mundo) como para dejar satisfecho al lector.

Cinco historias llenas de adolescentes de fuerte carácter, valientes y apasionados con los que el lector joven puede de alguna forma identificarse (a pesar de superpoderes y otros “pequeños” detalles), y de algunos seres paranormales que no terminan de dar todo el miedo que se les supone. Una lectura orientada y recomendable casi exclusivamente para adolescentes, que tiene un nivel medio algo más bajo que Amor en el infierno (a pesar de incluir autoras, al menos en nuestro país, de más renombre que aquel), pero que no deja de ser una lectura agradable para una tarde tranquila y ociosa (porque además se lee en un momentito). Emoción, algo de romance, problemas adolescentes, enamoramientos y desengaños, seres poderosos, mucho drama, ciertos toques de humor y, eso sí, demasiados cabos sueltos pendientes de que sus autoras escriban futuros libros con los personajes aquí presentados. Sin duda, para su público.


lunes, 15 de marzo de 2010

Reseña: Las siete Margarets

Las siete Margarets.

Sheri S. Tepper.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, .2010 Título original: The Margarets. Traducción: Carlos Mayor Ortega. 510 páginas.

Hace ya un tiempo que Sheri S. Tepper enarboló, junto a su eterno feminismo, la bandera de la ecología. El problema es que ambas facetas pueden ser tan satisfactoriamente tratadas, con tramas e historias consistentes, como en obras tan interesantes como El árbol familiar, o perderse en caminos farragosos, sin sustento y algo absurdos resultando obras tan ¿fallidas? como la que nos ocupa. Es el problema de querer nadar en demasiadas aguas sin la necesaria cohesión, presentando una interesante propuesta pero una deficitaria resolución. Tema aparte es el de la clasificación de su género, pues aunque es obvia su adscripción, temática y narrativamente, a la ciencia ficción, contiene unos cuantos ―muchos― elementos que la acercan más bien a la fantasía. Tal vez se pueda excusar en la máxima de Clarke de que “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, pero es que aquí la ausencia del elemento tecnológico en las posibles explicaciones cuando las hay ―siquiera de tecnojerga―, suplido por algo demasiado cercano al misticismo chirría en exceso.

Antes de empezar a destrozarla, cabe decir que Las siete Margarets, como es habitual en las novelas de Tepper, está escrita con un estilo fluido y agradable, creando el interés y la tensión necesarios en los momentos necesarios, y facturando una obra en su vertiente aventurera ciertamente disfrutable, siempre que se deje la incredulidad bien aparcada lejos de la mente del lector.

La novela empieza con una una especie de cuento que posteriormente tendrá una importancia mayúscula: hace mucho, mucho tiempo, una especie de bípedos sin pelo se ganaron el odio eterno de los quaatares al colarse un grupo de ellos de polizones en una de sus naves de exploración y colonizar involuntariamente uno de sus mundos. La venganza de los viajeros espaciales no se hizo esperar y robaron a los prehumanos «algo» que les convertiría en una raza de tullidos psíquicos.

En el futuro lejano, la humanidad ha llevado la Tierra al borde del colapso y se enfrenta a la extinción debido a la superpoblación y a la esquilmación de los recursos naturales a un ritmo insostenible. Rescatados en el último momento por los gentheranos, la humanidad debe ahora recortar drásticamente su número y su crecimiento mediante una férrea política de control de los nacimientos y la venta de los “excedentes” como esclavos o animales de compañía de otras razas estelares. Margaret Bain, crece en una colonia que trata de establecer en Fobos, el satélite de Marte, una nueva salida para los humanos. Como única niña del lugar y ante la falta de comunicación con los adultos, encontrará compañía inventándose hasta seis personalidades diferentes de sí misma. Cuando la colonia sea cerrada y ella y sus padres enviados a la Tierra, cada vez que Margaret se enfrente a una crisis personal o tenga que tomar una decisión trascendental sobre su futuro, su persona se disociará en otra, dividiéndose en dos, hasta que llegan a existir siete de ellas, creciendo hasta la edad adulta ―hasta diferentes edades, en realidad, dada la dilatación temporal de los diferentes viajes espaciales en los que participa― en distintos mundos y entornos que irán construyendo divergentes tipos de personalidad.

Conforme avanza la acción y se asiste al seguimiento un tanto desequilibrado entre unas Margarets y otras, el lector descubrirá que todo parece formar parte de un gran plan de una organización secreta que se denomina la Tercera Orden de la Hermandad, que busca evitar el genocidio de la humanidad, para lo cual debe conseguir que se cumpla un viejo cuento o profecía gentherano: solo cuando una persona recorra siete caminos a la vez podrá ver al Guardián y pedirle así recuperar lo que fue robado.

Los problemas de la novela son varios, empezando por ese ecologismo de manual, tan burdo que parece que la autora quiera hacerlo entrar a ladrillazos en la mente del lector con la sutileza de un elefante en estampida dentro de una cristalería. Es demasiado evidente, demasiado forzado. Parece tomar como tontos a sus lectores, como si no fuesen a entender su mensaje y hubiera que dárselo bien mascadito. Además se antoja poco realista que toda la solución propuesta sea el control de natalidad y la erradicación de los «excedentes» cuando seguramente se podrían adoptar otras muchas soluciones menos traumáticas.

Es algo triste, además, la aleccionadora moraleja de la historia de las hijas gemelas de Margaret en el planeta-colonia Tercis ―la irresponsable que no para de tener hijos y todo le va mal, y la sensata que controla sus impulsos, limita su descendencia y consigue la felicidad― es realmente deleznable, maniquea y manipuladora, al tiempo que muy poco sutil.

Otro problema evidente es el de la absurda caracterización de las especies galácticas. Los muy buenos ―caracterizados como unos grandes gatitos parlantes― y los rematadamente malos ―desagradables a la vista, casi insectos gigantes, denominados “infames”―, contraviniendo sus propias definiciones aplicadas a los humanos. Algunas de esas malignas razas alienígenas son un tanto absurdas, dando la sensación de que no podrían desarrollarse y menos aún alcanzar ese nivel tecnológico, sobre todo si se comparan las condiciones que se plantean a los humanos. Una especie como los quaatares, cuya sociedad se basa simplemente en la crueldad pura e irracional, que desconocen totalmente la empatía hacia sus semejantes ―y no hablemos hacia los diferentes―, que adoran, literalmente, a un dios de odio y muerte, que desprecian al género femenino de forma total, que basa sus relaciones en la dominación y en el orgullo... se antoja bastante difícil que hubieran podido desarrollar una civilización no ya galáctica, sino simplemente planetaria a un nivel social, político o comercial.

Un tercer problema es el misticismo que envuelve toda la novela, incluido ese lugar al que se accede «astralmente» y donde se encuentran las representaciones de todos los dioses de todas las razas que han sido ―humanos y alienígenas― y que llegan a participar plenamente en la acción. Y es que, para los que gustan de definir claramente lo que es la ciencia ficción, un escollo importante es el de las explicaciones a lo conejos sacados de la chistera muy necesarios para la resolución de la trama, pero que parecen demasiado traídos por los pelos. Como la separación de las Margarets sin un intento de explicación siquiera cuántica y que se muestra simplemente como obra de poderes superiores, la existencia de unos portales teleportadores o agujeros de gusano que comunican superficies planetarias partiendo de en medio de la "nada" ―en una cueva, entre unas rocas― sin que ninguna tecnología aparente las mantenga (que sí se intuye que debe existir, pero no hay mención a ello), la existencia de zonas “fuera del tiempo” desde las que ciertos personajes auto elegidos como salvadores de la raza humano manejan los hilos de sus títeres, la participación de esos seres superiores que podrían considerarse dioses y que favorecen a unas razas sobre otras, y ese final cargado de misticismo barato... Sería más fácil inscribir Las siete Margarets directamente en el género de la fantasía y no tratar de buscar explicaciones donde ciertamente no las hay. Obviando el detalle de que es otra cosa lo que nos han “vendido” antes de empezar la lectura, no sería mayor problema sino fuera porque lo que sucede entonces es que ni siquiera es buena fantasía, no termina de funcionar ni aún bajo los particulares parámetros de la magia o la mitología.

Las siete Margarets navega indecisamente en la frontera entre la ciencia ficción y la fantasía, tomando muchos elementos de los cuentos de hadas (incluidas la lucha entre el Bien y el Mal y el inevitable «happy end» ―para la humanidad al menos―) transportándolos a ese lejano futuro y dándoles un barniz tecno científico que no termina de hacerse “real” o creíble, ni consigue la necesario inmersión del lector como para aceptar ciertos giros sacados de la manga y sin los que la trama no puede avanzar.

Y aún otro problema terrible, difícil de perdonar, aunque aparentemente se podría considerar que menor, es el de que al plantear que la humanidad ha llegado a ese estado desastroso, no por ella misma sino porque hace mucho tiempo se le “robó” ese algo imprescindible para desarrollarse como especie sostenible, lo que consigue es descargarnos de nuestras propias culpas poniéndolas sobre hombros ajenos. Justifica todo lo que le estamos haciendo al planeta por ese elemento imprescindible que le falta a la humanidad, con lo cuál en realidad está dando un mensaje totalmente contrario al que parece que quería dar: estamos destrozando el medio ambiente, sí, pero no es culpa nuestra, en realidad somos las víctimas; con lo que da pie a la justificación perfecta para seguir haciéndolo. Es imposible en estas circunstancias que la humanidad asuma la responsabilidad de sus actos. Por no hablar del paternalismo implícito en la «tutela» de los extraterrestres benignos en lo que se supone es una autora feminista.

El que la posible solución a todos nuestros problemas venga de la mano de los buenos sentimientos de otra especie estelar que nos toma bajo su ala y hace de todo para sacarnos del atolladero, no hace sino acentuar esta sensación. El problema no es culpa nuestra y encima cuando la cosa se ponga auténticamente difícil vendrán otros a salvarnos; entonces ¿por qué preocuparnos? ¿Para qué buscar remedios o hacer nada? Vamos a seguir tal cual, si la solución no depende de nosotros. No creo que fuese el mensaje de la autora, pero sin duda es lo que transmite. La crítica social y el mensaje de la necesidad del control de natalidad queda diluido por unos planteamientos poco coherentes y por una solución demasiado controvertida, que supongo que busca remover las conciencias y solo consigue el rechazo.

El feminismo radical aflora entonces, culpando a los machos de las especies ―humana y alienígenas nuevamente― de la deplorable situación a la que se encamina no solo nuestro mundo, sino toda la galaxia. Es “curioso” que la única representación masculina de las Margarets sea la del guerrero ―la dominación―, mientras que el resto de personalidades sean positivas y humanistas, incluyendo a los dominados ―la esclava―. Las siete personalidades son: lingüista, curandera, espía (esclava), telépata, reina, chamán y guerrero. Siendo la lingüista la que mantiene la personalidad “principal” y el nombre de Margaret, dando idea de la importancia que la autora concede al lenguaje como vehículo no solo de comunicación, sino como elemento básico para establecer las relaciones de un individuo con su entorno, para mostrar la diferente percepción del mundo y de las experiencias según el bagaje léxico que cada cual adquiere ―casi justifica la maldad de alguna de las especies alienígenas porque en su vocabulario no existen ciertas palabras relacionadas con el mal y la moral―. Una vez más, el problema surge cuando al tener siete historias en la mano, no puede dedicarles la misma atención a todas, además de que su interés no es parejo, de manera que alguna está allí de forma casi simbólica, mientras que otras se llevan la parte del león. El reparto está muy desequilibrado, mientras algunas Margarets reciben mucha atención, otras casi no aparecen ―por ejemplo, la reina Wilvia apenas sirve para tener descendencia y permanecer escondida hasta el final―. Desafortunadamente, en ningún momento el lector siente que las Margarets se encuentren guiando las riendas de sus propias vidas; en todo momento están reaccionando a lo que les sucede, pero siempre por detrás de la acción que las arrastra, sin participar realmente en las decisiones que asfaltan la carretera de sus existencias y que otros toman por ellas ―todo está planificado por esa organización alienígena secreta y las siete solo tienen que mantenerse vivas, que aunque no es poco, no es suficiente para crear empatía e interés por ellas―. Por otro lado, las siete Margarets le permiten a Tepper desarrollar siete historias de muy distinta condición, desde lo más costumbrista hasta la instrucción bélica, pasando por muy diferentes registros. Es obvio que no tiene el mismo interés el seguimiento de una esclava limpiando un establo que otra luchando contra la opresión o un soldado asistiendo a su instrucción, pero por lo menos la variedad se encuentra asegurada.

A pesar de un ritmo muy desigual, donde tan pronto acelera para saltar varios años hacia adelante como se dilata en el algún periodo concreto o vuelve hacia atrás para mostrar algo que se había hurtado al lector para crear tensión dramática, Las siete Margarets es una novela que se puede leer como un libro de aventuras obteniendo así cierto placer del mismo. Hay acción, persecuciones, ejecuciones, luchas, traiciones, confabulaciones, conspiraciones, rescates en el último minuto, algo de romance, misterios, muchos mundos que descubrir... Pero como fábula moral y ecológica es absolutamente fallida, demasiado plana en sus planteamientos y soluciones tanto del problema en sí como de sus causas y motivaciones, que elude toda la complejidad ética de la situación, que sitúa a un planeta muy por encima de las personas que lo habitan, que no pone soluciones en las manos de la humanidad sino que todo lo encomienda a la intervención exterior de razas extraterrestres y de los mismos dioses. Y que invierte demasiadas páginas y demasiados elementos que se antojan irrelevantes para llegar a una solución tópica y poco «creíble». ¿Mi recomendación? Dedicar el tiempo de lectura a los libros anteriores de Tepper que sí merecen la pena y decidirse por este solo si se tienen muchas, muchas ganas. Otra vez será.


sábado, 13 de marzo de 2010

Reseña: Número 9

Número 9.

Shane Acker.

Reseña de: Amandil.

Focus Features/Relativity Media/Tim Burton Productions/Starz Animations, 2009. Duración: 79 minutos.

Los últimos años las películas de animación se han convertido en el filón que ha desterrado casi por completo a los dibujos animados y que ha permitido dar el salto desde los rudimentos (maravillosos, eso sí) de Pesadilla antes de Navidad hasta una obra tan atractiva como Número 9. Vaya por delante que esta original obra de Shane Acker me ha encantado tanto por la historia en sí como por la ambientación que rodea las andanzas de 9, el protagonista de esta nueva visita al género postapocalíptico.

Pero ¿hay sitio todavía en ese "género" sujeto a las cerradas normas de cualquier "día después" al cataclismo (ya sea por una guerra atómica, por una plaga, por la errática y caprichosa voluntad de la Naturaleza o por la acción de despiadadas máquinas)?¿Se puede ser original de algún modo en este campo?¿Qué nuevos giros o añadidos nos pueden sorprender?

Bien. Número 9 bebe, en efecto, de las premisas establecidas para cualquier película que tenga como trasfondo un apocalipsis: el mundo está arrasado, no hay vestigios de vida humana, sólo restos de una brutal guerra entre hombres y máquinas que, al parecer, perdieron los hombres. Como consecuencia de esa guerra la misma naturaleza ha quedado convertida en una sucesión de tormentas de arena, páramos secos y permanentes nubarrones marrones que no presagian nada bueno.

Pero, pese a la catástrofe, hay supervivientes... que no son humanos. Son creaciones, pequeños homúnculos, que se han agrupado en su mayoría entorno a 1, una líder mesiánico, catastrofista, lleno de todos los prejuicios posibles contra lo ajeno, lo nuevo, lo extraño, al considerar que la curiosidad y la tolerancia han sido la causa de la destrucción del mundo. Por ello, como un Moisés de veinte centímetros, ha dirigido a los homúnculos hacia un refugio seguro (una semiderruida catedral), imbuyéndose en una especie de figura pontificia (muy acorde con el entorno) y tratando por todos los medios de mantener con vida a su grey. Pero no todos sus seguidores comparten su modo de enfrentarse a las cosas. 7, la aventurera y luchadora, abandona la protección de la catedral y opta por una vida independiente. Y los gemelos, 3 y 4, trasladan su residencia a una antigua biblioteca en dónde se convertirán en los guardianes de todo el saber que sean capaces de acumular.

El resto de la tribu permanece al lado de 1, aunque mantienen sus propias manías y gustos. Así 2, no puede evitar curiosear, inventar y convertirse en una especie de profesor simpático y protector. 5 se siente fascinado por conocer el entorno y querría salir a explorar constantemente, aunque su timidez y cobardía le hacen adoptar un papel de seguidismo con respecto a 2, al que admira y quiere. 6 es algo así como el místico que no puede evitar pintar constantemente unos extraños símbolos que le obsesionan pero que no saben qué pueden significar. Y, finalmente, 8 es el musculitos enorme y sin apenas cerebro que pone su fuerza bruta al servicio de 1.

Todos ellos, pese a sus diferencias, viven en un constante estado de terror ante un ser espantoso y cruel conocido como "La Bestia", que intenta cazarlos por todos los medios y al que no son capaces de derrotar porque no se atreven a hacerle frente. De ese monstruo sólo saben que es malvado y que su guarida está en una antigua y tenebrosa fábrica.

Su vida transcurre de ese modo desde que terminó la guerra entre humanos y máquinas... hasta que, un buen día, aparece 9, curioso, inquieto y lleno de preguntas sobre el porqué están aquí, de dónde vienen, qué es La Bestia... y provoca un cambio trascendental y espantoso en el mundo que le costará la vida a 2 y despertará a un ser dormido desde hace años y que fue el causante del holocausto que acabó con la humanidad.

Desde ese momento la misión de los homúnculos, capitaneados por 9, será la de destruir al monstruo que ha sido despertado pero, para ello, deberán bucear en el pasado, descubrir las causas de la destrucción del mundo y enfrentarse a sus propios temores, prejuicios y miedos. Llegando a un final sobrecogedor, que explica todos los misterios y que permite albergar una trascendente (y bastante inocente) esperanza.

Número 9 conjuga de un modo magistral el estilo propio de la película de aventuras, con componentes de terror (los monstruos mecánicos son realmente tétricos) y un fondo de crítica contra el militarismo, el abuso de la confianza en la máquina y la manipulación de la ciencia con fines espurios y peligrosos. Y todo ello sin caer excesivamente en el mensaje tópico y lleno de bongos y "love and peace" que atenaza a muchas de las películas de intentan mostrarse profundas y comprometidas.

La tecnología se ha puesto al servicio de la historia y los personajes (que en su versión en idioma inglés se engrandecen con las voces de actores como Chritopher Plummer o Martin Landau, sin desmerecer por ello las versiones en español) aunque se mueven en una cierta limitación arquetípica (explicada muy satisfactoriamente en la propia película) son entrañables y muy creíbles, al reflejar roles humanos no siempre compatibles entre sí. La ambientación, por otra parte, nos presenta de un modo efectista y muy atractivo un mundo contemporáneo pero con toques propios de épocas distintas (la Primera y Segunda Guerra Mundial, la era de la revolución industrial, detalles actuales) creando una sensación de indefinición temporal muy sugerente que me ha recordado de algún modo al Batman de 1989 y a Pesadilla antes de Navidad (a fin de cuentas el propio Tim Burton fue director de aquellas y productor de esta).

En definitiva Número 9 es una película hermosa, entretenida y bien hecha, que se mueve entre lo fantástico, lo catastrófico y lo cómico, pudiendo ser un producto para el público infantil aunque su verdadera profundidad quede patente desde una perspectiva más adulta.



jueves, 11 de marzo de 2010

Reseña: El prefecto

El prefecto.

Alastair Reynolds.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Solaris Ficción # 130. Madrid, 2009. Título original: The Prefect. Traducción: Olga Marín Sierra. 410 páginas. ―

Con la publicación de El prefecto, La Factoría completa la edición de las novelas situadas en el universo de Espacio Revelación iniciada con el libro de mismo título, también conocida como “serie de los Inhibidores”, aunque el término no sería aplicable a la obra que nos ocupa; faltarían otros dos libros de narrativa breve situada en el mismo universo: «Diamond Dogs, Turquoise Days» ―dos historias cortas, incluyendo en la segunda la participación de Clavain, de El Arca de la Redención― y «Galactic North» ―una recopilación de relatos y novelas cortas situadas en el mismo escenario―. Cabe decir que El prefecto es una novela individual e independiente de las precedentes, y que de hecho sería una “precuela” a la serie. Es, no obstante, muy recomendable leerse las anteriores obras antes que esta, ya que presenta ciertos hechos ―sobre todo de ambientación― que el autor de como ya conocidos y que pueden desconcertar al lector no avisado ―los Ochenta, la familia Sylveste, Sandra Voi, los ultras...―, aunque también es verdad que los personajes protagonistas son nuevos y que los acontecimientos de las otras novelas tienen poca repercusión en la trama de la que nos ocupa.

El prefecto es una historia de detectives, casi un thriller, situada en el Anillo Brillante, el conjunto de 10.000 hábitats situados en el sistema de Yellowstone ―planeta donde se sitúa la acción de Ciudad Abismo―. La trama, a pesar de dividirse pronto en dos, es bastante simple y lineal ―sobre todo para lo que acostumbra Reynolds―, centrándose en media docena de personajes ―y de hecho se podría decir que prácticamene solo en dos― y con un escenario más contenido que en otras obras. Tom Dreyfus es el prefecto del título, agente de Panoplia, el hábitat encargado de mantener la extraña democracia del Anillo Brillante, quien se embarcará junto a sus ayudantes, el hiper-cerdo Sparver, que carga con el desprecio racista de gran parte de sus compañeros humanos, y la novata Thalia Ng, que debe luchar contra la memoria de su fallecido padre acusado de traición, en dos investigaciones que pueden revestir mucha importancia: por un lado un aparente fallo de seguridad en la votación ―el sistema automatizado por el que todos los habitantes del Anillo expresan su voluntad sobre infinidad de temas― de uno de los hábitats, fácilmente subsanado, pero que llevará a una profunda revisión de los protocolos de voto que implica la instalación de un parche en todos los núcleos; por otro, la destrucción sin sentido de un hábitat completo del que solo sobreviven unas copias beta de la personalidad de tres de sus habitantes. Dreyfus, y Thalia, se verán envueltos sin aviso en una conspiración de fines totalitarios, aunque supuestamente benignos, que pondrá en peligro todo lo que conocen tal y como lo conocen.

Los secretos se suceden, llenando de intriga la trama, tanto dentro de Panoplia como ocultos en los propios protagonistas, quienes guardan en su pasado hechos que tal vez prefieran no salgan a la luz. Y hagan lo que hagan para resolver los misterios que se les van planteando, siempre parecen ir un paso por detrás de los conspiradores. La escalada de la amenaza es continua, forzándoles a reaccionar todo el rato sin poder tomar la iniciativa. Tal y como se desarrollan las cosas, parece claro que alguien se ha infiltrado en las filas de los prefectos, alguien con un alto cargo que está ayudando a sus invisibles enemigos, colocando toda clase de trabas para que Dreyfus y su gente no puedan desarrollar satisfactoriamente sus investigaciones. Llega así un punto en el que es muy difícil saber en quién puedes confiar y en quién no; el nivel de sospecha es enorme y aplastante, y la tensión dramática no deja de crecer.

Cabe decir que la acción pronto se divide en dos líneas, bastante descompensadas tanto en ritmo como en revelaciones, aunque interesantes ambas. Por un lado, la narración sigue la investigación de Dreyfus, y por otro, la instalación de los parches en el sistema de votación en cuatro hábitats por parte de Thalia Ng. La parte del león se la lleva Dreyfus, mientras que la trama de Thalia queda enseguida coja, limitada a la supervencia de un hábitat, dando importantes datos, pero separada del total de la narración y llegando a desaparecer prácticamente hacia el último tercio de la novela conforme se acerca el final y su aportación deja de ser necesaria. En la línea de Dreyfus el ritmo es mucho más acelerado, extendiéndose en diversos niveles y localizaciones, llena de sorpresas y descubrimientos continuos que añaden nuevas preguntas y sospechas, luchando contra todas las zancadillas que los conspiradores ponen en su camino, contra la traición instalada en Panoplia, contra Inteligencias Artificiales con enormes recursos y con la amenaza de un auténtico genocidio en el futuro cercano si no se pone fin a la conspiración.

En una novela en la que Reynolds ofrece, comparada con anteriores obras, un menor contenido “hard”, menos especulación, menos “grandes ideas” ―quizá porque muchas de las cosas que describe ya se encontraban incluidas las anteriores―, con lo que el interés se centra en el desarrollo de la intriga y, parecería, en el desarrollo de los personajes, pero, por desgracia y como es habitual en él, Reynods sigue fallando de alguna manera en la caracterización de los mismos, sin dotarlos de la necesaria profundidad. En este caso, los protagonistas son excesivamente tópicos conforme al estándar “policíaco” se refiere: Dreyufs no deja de ser el arquetípico inspector frustrado enfrentado con sus superiores y que gusta de hacer las cosas a su manera, siempre recto aunque inconformista, honesto hasta el sacrificio, aunque cansado del sistema en el que debe desenvolver su función y que tantas veces hemos visto en las historias de detectives. Thalia es la novata super brillante pero insegura y algo ingenua que lucha por hacer las cosas de manera más que excelente para borrar la imagen de traidor de su padre que lastra toda su labor. Sparver, el hiper-cerdo lucha contra los prejuicios y la desconfianza que suscita su raza entre sus propios compañeros, al tiempo que se ve impedido por su forma corporal que limita muchas de sus acciones, pero que es fervorosamente leal a Dreyfus, su superior y sin embargo amigo. El Consejo Superior de los prefectos es presentados como un grupo de bienintencionados pero ineptos personajes que se dejan arrastrar por las circunstancias sin ver lo que tienen delante de los ojos. La jefa suprema, Jane Aumonier se debate entre su impulso de dar libertad absoluta a su pupilo preferido y su arraigo a las reglas que la atan de pies y manos, al tiempo que lucha contra sus propios problemas. Y las motivaciones de los conspiradores son, hay que decirlo, algo pueriles, quizá sirviendo tan solo como mera excusa para desatar la trama, que es lo realmente interesante.

Conforme esas motivaciones se vayan revelando, el autor enfrenta a los lectores con un dilema casi moral: ¿es lícito coartar las libertades de la gente en pos de un supuesto bien mayor? La democracia universal que rige en al Anillo Brillante muchas veces entorpece el ejercicio de la acción necesaria en el momento oportuno ―cuando los agentes, ante la enorme amenaza, piden poder usar armamento que no están autorizados para portar en circunstancias normales, se ven obligados a someterse a una votación de la totalidad de ciudadanos y a acatar el resultado― hasta el punto de que puede hacer fracasar la misión. En el Anillo todas las decisiones, grandes y pequeñas, se someten a votación popular, lo que hace que en todo momento en un hábitat u otro se esté produciendo una de esas votaciones, haciendo que gran parte de los ciudadanos pasen periodos de su tiempo concentrados en la política. Cada hábitat tiene derecho de vida y muerte sobre el conjunto de su población sin que nadie ajeno pueda interferir mientras no se entorpezca el derecho a votar y, por tanto, a elegir ―si a alguien no le gusta el sistema instaurado en un hábitat tan solo tiene que trasladarse a otro; y la existencia de 10.000 de ellos garantiza que se va a encontrar uno al gusto de cualquier persona―. Por tanto, el fraude en las votaciones es un delito muy grave, que los prefectos tratan de evitar a toda costa, y el correcto funcionamiento del sistema es vital. Pero entonces, ¿qué sucede cuando alguien considera que una gran amenaza no puede ser controlada por este sistema y decide que es mejor obviarlo? No hay sistema político perfecto, sin duda, y el ejemplo más claro está en el propio Anillo Brillante donde cada hábitat tiene su propia forma de gobierno independiente del resto.

Uno de los grandes aciertos de Reynolds en la novela es mostrarnos a través de los ojos de Thalia Ng varios de esos hábitats, ofreciendo una muestra de la enorme variedad de ambientes y las diferencias sociales y políticas que existen dentro de los asteroides, satélites y otro tipo de construcciones que componen el Anillo: la posibilidad que da el uso de la “abstracción” ―una especie de ciber espacio o realidad virtual donde solo existe el intelecto, libre del cuerpo y sus limitaciones, y donde se encuentran todos los conocimientos de la humanidad al tiempo que sirve como forma de comunicación para mantener todos los hábitat en contacto― para escapar del entorno, el deseo de algunos de vivir bajo regímenes tiránicos y cruelmente opresivos, la idílica existencia de una anarquía de ciudadanos selectos donde no hay un gobierno propiamente dicho y las elecciones se hacen por consenso; todo tipo de sociedades, de fórmulas políticas tiene cabida en uno u otro de los hábitat, demostrando la fértil imaginación del autor al tiempo que le sirve para reflexionar sobre ciertas tendencias de nuestra propia realidad, cuestionándose algunas y apoyando tácitamente otras.

El intento de los conspiradores de subyugar a todos los humanos, privándoles de sus derechos, decidiendo lo que es “mejor” para ellos sin consultarles, coartando todas sus libertades, incluso matando en pos de ese supuesto bien superior, es, sin duda, un tema candente en nuestro mundo. ¿Es mejor depender de una inoperante pero representativa democracia universal donde todo el mundo tiene derecho a decidir o de una tiranía benevolente pero opresiva o un punto intermedio donde las mentes “informadas” tutelen a todas las demás?

También relevante en la trama es el tema de las IA, las personalidades beta, una grabación de las mentes de los humanos, ¿siguen siéndolo, si ellos así lo sienten o son simples representaciones? No es tanto el tema del “alma”sino de lo que nos hace ser humanos. ¿Puede demostrar sentimientos, deseos lo que aparentemente tan solo es un conjunto de circuitos, un archivo de una personalidad desaparecida, o tan solo los está imitando? ¿Puede sentir el acto creativo, ser un artista, o solo recuerda cómo era antes?

El prefecto es una novela más “sencilla” que sus predecesoras, aunque no se encuentra exenta, en absoluto, de la habitual sofistificación del autor. Reynolds se sirve por una parte del supuesto conocimiento que el lector tiene de ese universo para saltarse bastantes explicaciones, jugando además a dar pistas de cómo se inician hechos que en el futuro descrito en las otras novelas tendrán enorme importancia; por otra parte, el lector pronto tiene en sus manos la mayoría de las claves del misterio, lo que le permite al autor sumergirse a fondo en el desarrollo de la acción, imprimiéndole una velocidad y una emoción encomiables. Unido a la gran variedad de ambientaciones mostrados: hábitats, naves y el propio planeta Yellowstone ―aunque no llegue a aparecer Ciudad Abismo, el planeta en sí juega un importante papel― confiere a la novela un atractivo especial.

Lástima que, como también es algo habitual en este autor, el final no esté a la altura de las expectativas y resulte cuando menos algo anti climático. No se puede decir que se trate de un deux ex machina monumental, porque es cierto que todo se encuentra justificado en la trama, todos los datos se han dado y todas las líneas han ido confluyendo precisamente al lugar donde todo termina. El problema es que se trata de algo muy brusco, cerrando en una decena de páginas aquello a lo que había costado centenares de llegar. No es un mal final, de hecho es muy coherente con lo narrado en la propia novela y en el resto de libros del Espacio revelación, pero el lector se queda con una cierta sensación de estafa, de que se le ha hurtado la traca final, la gran explosión, por algo mucho más de andar por casa. La gran tensión dramática que se había mantenido a lo largo de toda la narración de repente se ve hecha pedazos y sin duda se trata de una pequeña decepción.

Pero tampoco hay que condenarla por este detalle. El prefecto es una space opera de alto nivel, codeándose en igualdad de condiciones con la Cultura de Iain M. Banks o la Federación de Hamilton ―autores con los que Reynolds comparte cierto interés temático y actualmente los grandes exponentes del subgénero―, emocionante, brillante en muchas ocasiones, plena de sorpresas, con su toque “hard” y especulativo planteando una visión muy interesante de la posible forma y derroteros de la colonización del espacio por parte del ser humano. La investigación y persecución de los conspiradores no decae en momento alguno y permite leer con emoción e interés de principio a fin el libro. Aún con sus defectos, se trata de una novela recomendable para los amantes del space opera y de la buena ciencia ficción. ¿Veremos publicadas en España las otras dos recopilaciones? Ojalá.