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lunes, 31 de mayo de 2010

Reseña: Impávido

Impávido.
La flota
perdida 2.

Jack Campbell.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Ventana abierta # 37 Madrid, 2010. Título original: Fearless. Traducción: Beatriz Ruiz Jara. 315 páginas.

La flota perdida sigue su «accidentado» periplo por el espacio síndico buscando el camino de retorno a los planetas de la Alianza al tiempo que intenta evitar aquellos puntos donde se supone que el enemigo mantiene una mayor concentración de efectivos. Partiendo prácticamente del punto dónde se quedó en la primera novela, Intrépido, el autor retoma la acción bélica ya desde las primeras páginas de la novela, haciendo que las fuerzas en repliegue deban enfrentar a las fuerzas síndicas que se encuentran al entrar en el sistema de Sutrah, donde deberán lidiar con una serie de trampas que ponen en riesgo su escape. El capitán Geary, además, tendrá que hacer frente al desolador sentimiento de traición cuando un nuevo personaje que arriba a la flota por diversas circunstancias, el capitán Falco ―lleno de una especie de fanático y carismático mesianismo―, produzca una escisión de la misma, arrastrando a una serie de naves lejos de las demás en una misión que a todos, menos a los implicados, se les antoja suicida. Falco, en su búsqueda de la gloria y del enfrentamiento directo con el enemigo sin que le importen las bajas propias, da la perfecta réplica a Geary, siempre preocupado y dolido por cada pérdida en sus filas. Es por un lado un personaje que se hace odioso al lector, pero por otro se antoja que está algo infrautilizado, que en el enfrentamiento de dos poderosas voluntades como las de Geary y Falco podría haber dado para más.

A lo largo de las páginas de Impávido, el autor defiende la vida militar ―obvio en una obra de ciencia ficción bélica―, pero entendida como servicio y no como fuerza de imposición de una forma de obtener el poder. Enaltece el honor, la lealtad, el compañerismo, la disciplina bien entendida. Sin duda tiene ramalazos totalitarios, pero deja muy claro que Geary lucha de manera férrea contra ellos, sin dejarse llevar por la tentación de imponer su voluntad sobre los demás por el mero hecho de encontrarse al mando, sino justificando ―aunque tan solo sea ante sí mismo y de esta manera ante el lector― la razón de sus acciones, buscando siempre el bien del total de la flota, lamentando cada decisión que lleva al sacrificio de vidas, respetando a los combatientes y civiles «enemigos», y tratando de minimizar los «daños colaterales», pero sin dejar que eso le impida tomar las mejores decisiones tácticas para que sobreviva el mayor número de sus naves y causando el mayor daño posible en las instalaciones síndicas. No se puede olvidar que se encuentran en medio de una guerra, y por mucho que las razones del comienzo de la misma estén casi olvidadas no por ello va a dejar de hacer lo necesario, dentro de las reglas, para darle la victoria a su bando. Es evidente, que la visión de la guerra que se muestra es muy «estadounidense», y es inevitable, ante ciertas situaciones y actuaciones, que a la mente del lector vengan ciertas imágenes de Afganistán o Irak, ante el uso de misiles horada-montañas o perfora-bunkers similares, aunque a una mayor escala, a los utilizados contra los supuestos escondites de Bin Laden, o la tranquilidad con la que se asumen las «víctimas civiles colaterales» de los ataques contra objetivos militares un tanto indiscriminados.

En el apartado «científico», y como ya sucediera en la anterior entrega, la «sumisión» a la relatividad ―al menos en su mayor parte― lleva en muchos momentos a la ralentización de la acción. El propio autor, consciente de tal hecho, y sin duda tirando de propia experiencia, lo expone en la mente de Geary:

En la flota se pasaban grandes cantidades de tiempo sin hacer otra cosa que esperar. Esperar a llegar a otro sitio, esperar una vez que has llegado a ese sitio, esperar a que no se produzca una emergencia o una crisis, esperar a saber cuánto tiempo más vas a tener que esperar. Parecía constituir una parte tan importante de la vida militar como arriesgar tu vida o la comida mala.

Y es en las batallas donde esa espera se hace más tensa, transformándose en largos momentos de preparativos y escasos minutos o segundos de combate real. Cuando no se sabe exactamente dónde se encuentran las naves enemigas, cuando solo la intuición ofrece una idea relativa de dónde se encuentran unos blancos que pueden perfectamente haber cambiado de dirección en el período transcurrido desde su primer avistamiento hasta que la luz de su señal ha recorrido el espacio que los separa, es muy difícil preparar la estrategia correcta y acertar con las acciones que lleven a la victoria.

Campbell consigue dotar de una mayor verosimilitud a las batallas a cambio de perder seguramente algo de su intensidad y emoción, que no en absoluto de su tensión, que es algo que se masca en el ambiente. No es fácil tomar decisiones tácticas cuando tantas variables entran en la ecuación y no es de sorprender que la maniobra más aceptada en los últimos tiempos fuera la carga frontal contra el enemigo hasta el exterminio total de las naves. Hace falta una mente calculadora, intuitiva y muy fría para soportar la presión y acertar con las estrategias. Geary, aún luchando contra las reticencias ―cada vez menores, eso sí― de alguno de sus subordinados, posee esa mente con una forma de pensar que le retrotrae al inicio de la guerra y a otra manera de entender el desarrollo de las batallas, más en conjunto, más con la vista puesta en minimizar los daños propios y maximizar los contrarios. No se encuentra libre de dudas, en absoluto, sobre todo cuando pone en la balanza sus auténticos sentimientos frente a lo que podría conseguir si asumiese el manto del capitán Blak Jack Geary y su supuesta filosofía guerrera mucho más arriesgada y, por tanto, peligrosa para las vidas de los que le siguen.

El autor hace suya la frase tan spidermaniana de «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad». Geary no puede dejarse llevar por el abuso de su poder a riesgo de convertirse en un tirano dentro de la flota ―y dentro de la Alianza si es que consigue llegar hasta allí― encarnando lo peor de la vida marcial que el conoce y a riesgo de convertirse en una nueva versión del enemigo síndico. Hay batallas que se pueden ganar y otras que no, y es mejor vivir y reagruparse para poder luchar otro día que sacrificarse inútilmente; sin embargo también hay ocasiones en que hay que luchar hasta el final, a pesar de que se vea todo perdido, cuando el resultado puede salvar a otros o darles mayores oportunidades de supervivencia. El sacrificio altruista, no egoísta ni buscando la gloria propia, entra dentro del manual del perfecto soldado y a él se acogen tanto el autor como su personaje.

Si de algo peca el personaje de Geary, a pesar de todas sus dudas, es de excesivamente perfecto o ideal. No solo es una especie de genio táctico, capaz de adivinar y contrarrestar todos, o casi todos, los movimientos y trampas síndicos, sino que se encuentra dotado de grandes virtudes como la ecuanimidad, la honradez, la sinceridad, la empatía, la misericordia, la ética, el genio táctico, la intuición... que hacen difícil terminar de identificarse con él, a pesar de todas sus dudas. Ha añadido el autor en esta ocasión además un componente sentimental al relato que a pesar de que suena algo forzado, también le permite dar nuevos matices a los protagonistas, dotándolos de una mayor humanidad, mostrando sus enormes contradicciones y la disciplina que aplican tanto a sus vidas como a todo lo que les rodea. En un mundo cerrado como el de una nave espacial, donde es imposible mantener un tema así en secreto, todo debe ajustarse a las reglas sin dar motivo para el escándalo. Ni siquiera a la hora de dejarse llevar pueden desconectar del todo de lo que son, de las circunstancias que les rodean y de lo que les puede depara el futuro.

La capitana Desjani, la comandante del Intrépido, adquiere algo más de protagonismo, dando un acertado contrapunto a Geary, enfrentado su forma «actual» de entender la guerra a la del héroe descongelado y siendo ganada poco a poco por las maneras de hacer de este que ve en ella un espejo donde sentirse justificado y respaldado, mientras cambia lentamente su filosofía guerrera, aceptando que se puede obtener la gloria sin necesidad de sacrificarse. De alguna manera va pasando de una admiración por el Geary «mítico e ideal» a una admiración por el Geary «real».

La co-presidenta Rione sigue navegando entre dos aguas, con una personalidad explosiva, aunque un tanto infantil en alguna de sus decisiones y tomas de postura. Parece que ella piensa que todo gira alrededor suyo, que es la única que puede tomar las decisiones justas, que su forma de entender la vida es la única correcta. Su auto nombramiento de convertirse en la conciencia de Geary, con la claudicación aquiescente de este, no hace sino añadir un rasgo de antipatía hacia la mujer; es cierto que sus intenciones se nos muestran en principio honorables y benignas, pero su pataletas cuando no consigue lo que quiere ―incluso cuando está equivocada―, su no dar a torcer el brazo hasta que ha quedado más que demostrado su error, su persistencia en el “piensa mal y acertarás” que le hace ir de morros en todo momento, impide que el lector llegue a empatizar auténticamente con ella, como sí lo hace con alguno de los otros personajes que aparecían en la anterior novela y que aquí van adquiriendo un poco más de profundidad ―tampoco mucho más, que eso no es lo que parece importar al autor―. Psicológicamente, por ejemplo, Geary sí que ha crecido algo, mostrando sus dudas morales y su lucha interior para no dejarse arrastrar por la tentación del poder absoluto de una forma muy humana.

Irrumpe con algo más de fuerza dentro de la trama, pero sin aclarar tampoco nada en absoluto, sino planteando incluso más misterios, el tema de una tercera parte inmersa en el conflicto de una manera secreta, adquiriendo cada vez una mayor importancia, tanto a la hora de explicar ciertos adelantos tecnológicos, vitales para la actual situación, y del desencadenante de una guerra que ya nadie parece recordar por qué empezó.

Impávido, más allá de la evidente filiación a la space opera militarista, es una novela sobre el honor, sobre los horrores de la guerra, sobre la justicia, sobre las normas, el liderazgo y la disciplina bien entendidas ―cuando entran tantas variables en juego, hay un momento para la obediencia ciega y un momento para adaptarse a las circunstancias del combate―, sobre la moral y la ética implícita en el dominio de fuerzas capaces de causar un cataclismo de proporciones inmensas ―sistemas estelares enteros se encuentran bajo amenaza de exterminio―, sobre las decisiones que se toman en momentos de presión... Y lo hace centrándose ―a pesar de una apariencia de novela coral― en la figura del héroe John Black Jack Geary, en sus decisiones, en sus contradicciones, en su intento de despegarse de la sombra errónea que le persigue desde su congelación y retorno a la vida al tiempo que la usa para mantener unida la flota, en su dolor ante los sacrificios... Es un personaje quizá un tanto excesivo, demasiado intuitivo, demasiado acertado, demasiado empático, demasiado inteligente e ingénuo a un tiempo... De todas maneras, es algo que sin duda comparte con otros de los más afamados protagonistas de la space opera militar como puedan ser Miles Vorkosigan u Honor Harrington. Como el libro anterior, Impávido es recomendable para los seguidores de este tipo de ciencia ficción bélica, entretenimiento puro sin excesivos problemas, alejada de veleidades filosóficas y otras cuestiones candentes. Esto es la vida militar, esto es la guerra, parece decirle el autor a sus lectores, y hay que entenderlo como tal; matar y morir están al orden del día, lo importante es la manera de hacerlo y que al final del día la conciencia pueda descansar y pensar que se ha hecho lo correcto, lo necesario, y que el sufrimiento y los sacrificios han merecido la pena para proteger a lo propio, sin convertirse en el enemigo ni dar rienda suelta a los bajos instintos en el fragor del momento. La lucha está servida, el cerco se cierra cada vez más y la flota sigue navegando por el espacio síndico. ¿Podrá John Black Jack Geary llevarla a territorio de la Alianza? Solo cabe decir que hay más novelas en el horizonte. Estaremos esperando.

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Reseña de otras obras del autor:


Intrépido. La flota perdida 1.



viernes, 28 de mayo de 2010

Reseña: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.

Haruki Murakami.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Tusquets editores. Col. Andanzas # 705. Barcelona, 2009. Título original: 世界の終りとハードボイルド・ワンダーランド (Sekai no owari to Hādoboirudo Wandārando). Traducción: Lourdes Porta. 484 páginas.

Esta novela fue publicada originalmente en 1985, siendo la cuarta en la bibliografía del autor, pero en la que ya apunta toda la riqueza temática de su particular y algo surrealista universo, aunque el pulso aún le tiemble en ciertos pasajes no tan redondos y conseguidos como en obras posteriores. La novela se compone en realidad de las dos historias que ya da a entender el propio y largo título, narradas en capítulos alternos en primera persona por un o unos protagonistas sin nombre y que, a pesar de la muy diferente ambientación ―casi cyberpunk en uno, fantasía en el otro―, las pistas que va dejando caer Murakami pronto harán evidente en la mente del lector que, como era de esperar, están mucho más relacionados de lo que en un principio podría parecer.

En Un despiadado país de las maravillas el protagonista es un calculador, un informático convertido en una especie de procesador andante con una mente única modificada para el cifrado e interpretación de datos. Este individuo trabaja dentro del gubernamental Sistema, en contraposición a los ilegales Semioticos ―ladrones y traficantes de información―, cuando recibe un inusual encargo que le llevará a realizar un trabajo para un anciano científico, coleccionista de todo tipo de cráneos de animales y humanos, que investiga sobre las propiedades del sonido en un laboratorio secreto oculto una demencial red de alcantarillado de Tokio donde pueblan los «tinieblos», y ayudado por su, como poco, peculiar nieta.

En El fin del mundo un individuo amnésico llega a una ciudad amurallada de la que ya no podrá volver a salir. Antes que nada le es arrancada su sombra y sus ojos son modificados mediante cortes de cuchillas, para a continuación ser enviado a la biblioteca del lugar con la tarea de trabajar como «lector de sueños» interpretando aquello que se encuentra dentro de los cráneos descarnados de los unicornios dorados que pululan por los terrenos de la ciudad.

Las dos historias finalmente confluyen, como no podía ser de otra manera y las muchas pistas ―los recurrentes clips, los cráneos de los unicornios, las bibliotecarias, el propio nombre instalado en el cerebro del calculador...― ya hacían sospechar, en una historia que se revela dedicada a investigar la psique humana, los estados de la conciencia, la disociación de la personalidad y las elecciones vitales entre lo interno y lo externo. Y el autor lo hace mediante una trama paradójica en muchas ocasiones, surrealista, enormemente visual, con toques de absurdo y una poderosa prosa que incluso en los momentos más dementes consigue conectar la mente del lector con lo narrado de un forma maravillosa. Y eso que, como digo, esta no es ni mucho menos la mejor novela de Murakami y que presenta unos cuantos defectos que no impiden, sin embargo, el pleno disfrute de la trama. Su lectura permite al lector vislumbrar la fértil imaginación del autor ―que se irá afinando en obras posteriores―, dejando algunos toques magistrales, sobre todo en el componente más onírico de la narración. Que serán explotados más a fondo en obras posteriores.

El juego psicológico, una vez analizado en profundidad, puede ser algo abrumador, dando posibilidad a múltiples interpretaciones, estableciendo una lucha incruenta entre la mente consciente y el mundo «real» contra el subconsciente y sus «creaciones». Una lucha donde queda claro que todo lo que se hace, todas las relaciones que se establecen, las decisiones que se toman en cada situación particular influyen en lo que cada cual va a ser, en lo que se interioriza, en esos deseos y sueños que muchas veces ni siquiera se confiesan a uno mismo. El lector se embarca así en una búsqueda del auténtico yo a través de una exploración interior, de la propia mente y de todas las circunstancias que la conforman.

Hay que saber entrar en el particular universo onírico del autor. Hay que aceptar cierto grado de absurdo y de comportamientos peculiares, aunque una vez que se deja atrás la superficie se encuentra a unos personajes muy humanos que nos hablan de nosotros mismos a través de la abstracción de sentimientos y de sus formas de actuación. A pesar de lo pusilánime que pueda resultar en ocasiones el calculador, con sus pequeños anhelos, su continuo pensamiento sexual y sus miserias alcohólicas, es difícil no identificarse de alguna manera con su lucha por salir adelante y conseguir vivir su vida en paz.

A otro nivel, el lector de sueños no desiste en su intento de salir de la ciudad amurallada ―también sin nombre―, a pesar de que le han dejado bien claro que se trata de una misión imposible, y pone todo su empeño en encontrar un mínimo resquicio mientras intenta cumplir con su función dentro de la extraña sociedad de la ciudad de El fin del mundo sin siquiera comprender lo que se encuentra haciendo. A pesar de que todo le indica lo inalcanzable que es su tarea el no ceja en sus intenciones, en lo que no es sino un triunfo de la voluntad humana sobre la realidad que los sentidos le muestran. Y es que está novela también trata sobre la percepción de las cosas que nos rodean, de las interpretaciones que asignamos a lo que vemos, a lo que sentimos, a lo que vivimos. Es una novela sobre el ego, sobre las fascinantes posibilidades de la mente, sobre la consciencia y el subconsciente, sobre la información y el poder que da su posesión; una exploración del yo, de cómo se encuentra determinado por los recuerdos y experiencias que conforman una vida, de cómo se conforma un individuo, de cómo se desarrolla la personalidad, y de la naturaleza de la identidad.

Murakami escribe prácticamente hasta el final dos libros distintos, uno de ritmo rápido ―aún con muchos altibajos que impiden que esta sea una obra «redonda»― con raíces prácticamente cyberpunk y ciertos componentes de novela negra ―impagables los dos matones, el canijo y el gigantón, que hacen la vida imposible al protagonista― y otro mucho más reposado con una fantasía surrealista donde conviven animales mitológicos con fábricas abandonadas en una ambientación cerrada, claustrofóbica y muy sugerente. En ambos casos se establece una carrera contra el inexorable paso del tiempo, frenética en el primer caso, mucho más pausada en el segundo, para resolver ciertas preguntas que quizá ni siquiera tengan respuesta ―y si la hay, desde luego no es la que el lector espera―. Tienen ambas partes un toque de comedia absurda, con ramalazos de humor grueso que a veces se muestra incluso hiriente y unas continuas referencias sexuales que terminan no obstante por convertirse en algo cargantes. Las dos líneas acaban finalmente convergiendo, por supuesto; de hecho, es fácil darse cuenta de lo que relaciona a ambas desde muy pronto e incluso imaginar qué es cada mundo ―sobre todo en cuanto sepamos cómo se llama el «programa» implantado en la mente del calculador― antes de que se unan, pero eso no les resta ni un ápice de interés.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es una novela sobre la identidad y de cómo la misma nos hace relacionarnos con el mundo que nos rodea, con la gente con la que convivimos. Cierto que no es tan redonda ―ni mucho menos― como obras posteriores del autor, pero sirve como anticipo para dejarse atraer por novelas más recientes. Funciona a muchos niveles y es el lector quien debe decidir si se encuentra satisfecho con lo que el autor le ofrece. El particular universo de Murakami y su forma de narrar no son fáciles, y aquí todavía se encuentran en «rodaje», así que el resultado puede resultar indigesto para según que lectores. Hay que aceptar sin cuestionarla su particular coherencia interna, su introspección ―no es un libro de acción en absoluto, aunque algo haya―, su amplio contenido metafórico, sus poderosas imágenes, sus gentes extrañas y las paradojas a las que se enfrentan sus protagonistas. Si se consigue subir con el calculador en ese extraño ascensor en el que se encuentra de inicio, caminar por el desnudo y largo pasillo, y descender por los túneles que le llevan al subsuelo de Tokio ante la presencia del anciano científico, todo lo demás viene rodado. Una vez atrapado por ese principio ya no se podrá dejar. Si no es así, quizá sea que el surrealismo de Murakami no sea lo suyo, y es que también es cierto que no es un novelista para todos los gustos y para ciertos paladares puede hacerse un tanto cuesta arriba. O será que lo ha probado poco.

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Reseñas de otras obras del autor:

Kafka en la orilla.

Sauce ciego, mujer dormida.



martes, 25 de mayo de 2010

Reseña: Crepúsculo. La novela gráfica volumen 1

Crepúsculo. La novela gráfica volumen 1.

Stephenie Meyer.

Adaptación e ilustraciones de Young Kim.

Reseña de: Élanor (con una pequeña ayuda de Yago).

Alfaguara. Madrid, 2010. Título original: Twilight. The Graphic Novel, Volume 1. Traducción: Julio Hermoso Oliveras. 224 páginas.

Después de la adaptación cinematográfica era casi inevitable que el éxito de Crepúsculo fuera trasladado también al medio de las viñetas y, en efecto, la primera novela de esta afamada serie de literatura juvenil que se ha convertido en un auténtico fenómeno de masas ha sido "traducido" a imágenes a través de la pluma y los pinceles de la artista coreana Young Kim con un estilo manhwa de bella factura y acertadamente detallado que ha sabido captar a la perfección el espíritu de la novela, con trazos suaves y un hábil uso de las sombras y las luces.

Esta adaptación oficial, que en todo momento ha sido supervisada y aprobada por la propia Stephenie Meyer, constará, en principio, de dos volúmenes, siendo el primero de ellos el que ahora tenemos entre manos, para ofrecernos el principio de esta romántica historia donde los seres humanos conviven con otras criaturas sobrenaturales como vampiros y hombres-lobo.

Es difícil que alguien no esté al tanto, pero por si acaso, decir que esta es la historia de Bella (Isabella Marie Swan), una joven de 17 años, que deja la calurosa Phoenix para trasladarse al pueblo de Forks, en el estado de Washington, para vivir con su padre después de que su madre se haya casado de nuevo. En su primer día de clase en su nuevo instituto Bella conocerá a cinco “hermanos”, los Cullen, que llaman la atención por su misterio, su atractivo y su palidez. Pero el que más llama su atención es Edward, con el que pronto establecerá una atracción mutua a pesar de los secretos que se intertponen entre ellos. Cuando Edward la salve de ser aplastada por un coche, las sospechas de Bella irán creciendo hasta que los indicios que surgen a su paso no le dejen llegar más que a una aterradora sospecha: el “joven” es en realidad un vampiro...

Esta adaptación, plenamente controlada y aprobada por la propia Meyer, contiene pasajes y escenas del libro que no salen en la película y deja fuera otras que sin embargo sí salen en pantalla, con lo cual casi se podrían considerar que ambas, cómic y película, son complementarias. De todas maneras, el tono general aquí es mucho más cercano al original, con una adaptación más acertada y menos acelerada, apresurada (sobre todo en la historia de amor entre Bella y Edward) o podría decirse que abreviada que en la cinematográfica, buscando quizá menos la espectacularidad de las escenas de acción que ocupan una buena parte del metraje en la película y más el transmitir las sensaciones de los protagonistas, dando una mayor profundidad a sus sentimientos.

Los dibujos de Young, de trazo fino, suave y detallado, reflejan a la perfección el relato de Meyer, con una gran expresividad. Por mi parte hubiera preferido que todo el libro fuera a color y no en los mayoritarios tonos grises-sepias, que sin embargo suelen ser lo habitual en el tipo de cómic de la ilustradora. El tono monócromo apagado consigue sin duda dar una sensación “crepuscular” a la obra, de tristeza, de nostalgia, muy otoñal acorde con el lugar donde se desarrolla la historia, haciendo además que la irrupción de los colores pastel en contadas ocasiones marque los puntos culminantes o álgidos de la narración. Así es más impactante cuando entran los rojos, los verdes o los toques dorados de la hora del crepúsculo.

Se podría decir que se trata, desde luego, de un producto mayoritariamente dirigido a aquellos que ya han disfrutado previamente de la novela o a aquellos jóvenes que quieran darle una oportunidad a la saga antes de decidirse a leer el libro, a los que hay que advertir, sin embargo, que así se perderán algunas de sus facetas y sorpresas. Al ser un primer volumen la historia se queda a la mitad y espero que no pase mucho tiempo hasta la segunda entrega para completar la adaptación de la novela. No defraudará a los que disfrutaron del libro; para los demás puede ser una buena introducción al mundo de Bella.


jueves, 20 de mayo de 2010

Reseña: La leyenda de la piedra

La leyenda de la piedra.

Barry Hughart.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alamut. Madrid, 2008. Título original: The Story of the Stone. Traducción: Carlos Gardini. 245 páginas.

Qué gran novela hubiera sido La leyenda de la piedra si no existiera Puente de pájaros, su antecesora. Es algo contradictorio, lo sé, pero es que la que nos ocupa es una obra magnífica en la que, sin embargo, se antoja que el autor ha pensado aquello de «si una cosa ya ha funcionado, el doble será todavía mejor», y no, no se trata de eso. De alguna manera esta novela parece una exageración de la anterior, con más de todo lo que allí había, lo cual estaría muy bien sino fuera porque existe la posibilidad de comparar y, desgraciadamente, sale perdiendo en la contienda, antojándose excesivamente recargada. Perdiendo, eso sí, tan solo en la comparación, porque como novela independiente sin duda nos encontramos ante una obra extraordinaria y sobresaliente.

Hughart ofrece un nuevo relato de esa antigua China que nunca existió con los mismos protagonistas principales, el Maestro Li Kao, quien tiene un ligero defecto en su carácter, y el campesino Buey Número Diez, reconvertido ahora de cliente en su ayudante. Un nuevo misterio sale a su encuentro cuando son reclamados desde el monasterio del Valle de las Penas por su abad para enfrentarse al retorno del Príncipe Risueño ―un tirano enloquecido que reinó sangrientamente sobre el valle siglos antes―, al asesinato imposible de un monje-bibliotecario del monasterio y al robo de un manuscrito sin aparente trascendencia de su biblioteca. De nuevo, emprenderán un viaje hacia lo desconocido a través de esta fascinante China, cruzándose con personajes a cualquiera más extraño y curioso ―y donde destacan especialmente Cuita del Alba y Niño Luna― cada uno de ellos con su particular y atractiva historia, lidiando con funcionarios imperiales y reyes bárbaros, con las situaciones más peregrinas, mezclándose con el horror, la magia y lo sobrenatural, llegando incluso a iniciar un memorable «periplo» por el infierno chino, y aderezándolo todo con un humor nada estridente marca de la casa que permite avanzar por todo el libro con una sonrisa en la cara a pesar del tono bastante más oscuro de esta entrega.

Y es quizá precisamente ese tono más sombrío lo que marca una mayor diferencia entre ambas entregas, con superior profusión de detalles truculentos y morbosos en esta ocasión. Las atrocidades del pasado del Príncipe Risueño se ofrecen más descarnadamente descritas al lector, más explícitas, mucho más vívidas bajo una capa de inocencia que las crueldades incluidas en el libro anterior. Deja entrever mucho más las maldades de las que es capaz un corazón malvado, hasta dónde puede rebajarse una persona en pos de su propia y egoísta satisfacción, y cómo a su vez los justos, los honestos a pesar de verse atrapados en el vertiginoso vórtice de la podredumbre y la locura embriagadora del poder, luchan con todas las armas a su alcance para que el mal no triunfe a través de las eras.

La dispar pareja, la sabiduría acompañada de la fuerza y la humildad ―un crepuscular y resabiado Sherlock Holmes y un humilde Watson (porque además es Buey Número Diez quien, como aquel para mayor paralelismo, escribe la historia)― pondrán sus propias vidas en peligro para resolver el misterio de lo que persigue el retorno del Príncipe Risueño, mientras la magia marca su camino, llevándoles por sendas que jamás soñarían transitar, recogiendo por el camino experiencias que luego les serán sin duda valiosas en extremo. Y es que todo está relacionado y ningún detalle puede ser pasado por alto, hay que seguir con mucha atención todas las revueltas de la narración. También es cierto que varias de las historias de apoyo poco o nada parecen tener que ver o aportar a la resolución del relato, pero le dan un encanto especial a la historia, como los pies de serpiente de Crowley que se apartan de la historia para contarnos otras cosas dándole un sabor especial al conjunto.

La leyenda de la piedra es una novela inteligente, una fábula intrigante, divertida, atroz y conmovedora a partes iguales, muy bien escrita, con un ritmo realmente admirable, que bebe de las historias de misterio y suspense, detectivesca, con una atractiva historia de fantasmas y una peculiar historia de amor, trágica sin duda, que muestra los horrores a los que el poder absoluto puede rebajar a cometer a una persona ―incluyendo el genocidio―, y lo hace mediante un relato principal y varias subtramas ―que en ocasiones se apoderan del primer plano― tan interesantes o más que aquellas. Narrada con una prosa que roza la poesía en ocasiones, que transporta a otra época y otro mundo, a un plano mítico, tan ajeno a lo que conocemos y tan evocador sin embargo, donde lo mejor y lo peor de las personas es posible.

El «pero» inevitable que se le puede sacar a la novela, el problema al que se enfrenta el lector que ya disfrutó de la extraordinaria Puente de pájaros, es que todos los recursos narrativos aquí empleados ya los había utilizado Hughart en aquella, forzando aquí un tanto las cosas al intentar ir un paso más allá, dar otra vuelta de tuerca, repitiendo sin embargo un mismo esquema. Donde allí había una intrigante sutileza aquí todo es un poco más enrevesado; donde allí la magia no irrumpía prácticamente hasta mitad del libro, introduciéndose casi sin llamar la atención, e iba creciendo hasta el explosivo final aquí salta continuamente a su encuentro diluyendo el impacto al justificar mediante ella demasiadas explicaciones; donde allí había un toque de oscuridad aquí son directamente tinieblas. Además, el autor repite recursos como las coletillas recurrentes o el uso de un culpable misterioso que resulta ser el personaje más inesperado, dejando una sensación de déjà vu un tanto incómoda. Hughart busca salidas que rozan lo imposible con soluciones demasiado inesperadas en un intento de triple salto mortal sin red que supere lo conseguido con anterioridad y que le lleva quizá a exagerar un tanto los sucesos, a sonar algo rebuscado por momentos. La narración corre en ocasiones el riesgo de convertirse en un laberinto en el que se hace difícil ver la salida, debido a un exceso de intencionada complejidad que no es capaz de ocultar ciertas carencias que no tenían lugar en Puente de pájaros.

Como ya he dicho y vuelvo a incidir: La leyenda de la piedra sería una extraordinaria novela si no sufriera con la comparación de la primera entrega. Quizá es que se esperaba demasiado de su lectura, quizá es que el autor se había puesto a sí mismo el listón demasiado alto como para repetir la hazaña. Es, no obstante, un libro tan recomendable como imprescindible es, desde luego, Puente de pájaros; se encuentra lleno de aciertos que no deberían quedar ocultos por la magnificencia de su predecesora. Quizá se le podría haber pedido que hubiera intentado distanciarse un tanto más de aquella ―aunque entonces igual estábamos quejándonos de que lo hubiera hecho―, no obstante, es una obra inteligente, muy ingeniosa, un portento de imaginación, que funciona como un colorido puzzle donde a pesar de parecer imposible todas las piezas terminan encajando a la perfección sin dejar resquicios entre ellas, llena de sorpresas y de giros imprevistos, de personajes fascinantes, de filosofía, de poesía, de humor cáustico, de una triste nostalgia, de un horror cercano. Es imposible no quedar fascinado por esa China que nunca existió pero que ojalá hubiera hecho.

Queda un poso de insatisfacción al cerrar el libro, eso es cierto, una sensación de ocasión desaprovechada, de que podría haber dado para más, de que debería haber intentado de alguna manera salir de debajo de la sombra de su antecesora, pero es que era muy difícil alcanzar su altura. Quizá sea cuestión de intentar olvidar los precedentes y disfrutar sin más ni más de una extraordinaria obra. Por mi parte estoy deseando sumergirme en la lectura de Ocho honorables magos sin prejuicios ni expectativas inalcanzables. La pena es que de los siete libros previstos que el autor iba a dedicar a estos dos personajes, solo escribiera finalmente estos tres, pues ―al menos los dos primeros― están muy por encima de la media de la literatura fantástica a la que estamos acostumbrados. Una pena, pero al menos es posible disfrutar de los que sí hay escritos.


lunes, 17 de mayo de 2010

Reseña: El dios de la lluvia llora sobre México

El dios de la lluvia llora sobre México.

László Passuth


Reseña de: Amandil

El Aleph Editores, Col. Modernos y Clásicos. Barcelona, 2008. Título original: Esöisten Siratja Mexikót. Traducción: Judit Xantus Szarvas. 718 páginas.

De entre las diversas obras que el húngaro László Passuth ambientó en algunos de los momentos más llamativos de la historia de España, sin duda alguna con la que alcanzó una mayor cuota de calidad y maestría fue con la primera de ellas, este maravilloso El dios de la lluvia llora sobre México. Quizá esa habilidad para presentar de un modo tan nítido y cercano el mutuo descubrimiento de dos mundos que hasta ese momento ignoraban la existencia el uno del otro, el europeo cristiano y el azteca, consigue que el lector, independientemente de su nacionalidad o múltiples prejuicios (y la figura de Hernán Cortés carga con muchos de ellos, me temo) acabe por descubrirse ante una narración contundente, por momentos poética y apegada a unos personajes que se mueven entre lo épico y lo trágico.

No estamos, pues, ante una de las miles de obras que en los últimos años han inundado las estanterías de las secciones llamadas de "novela histórica" con desigual calidad y fortuna (a mi juicio calidad pésima, en líneas generales, y fortuna demasiado atada a estrategias comerciales puras y duras). A fin de cuentas este libro fue escrito en 1938 (lo que le da más mérito a la re-edición que el El Aleph ha llevado a cabo) y, desde su misma aparición, supuso el reconocimiento internacional de su autor y la clara demostración de que, ciñéndose casi escrupulosamente a las fuentes históricas (en especial las Cartas de la Conquista de México que el propio Cortés escribió entre 1519 y 1526), era posible escribir una novela que plasmase con acierto, tensión dramática y un estilo arrollador, uno de los episodios más atractivos de la Historia de la humanidad.

La obra se centra principalmente en el personaje de Hernán Cortés, un joven hidalgo de una familia menor de Extremadura que, tras pasar por la universidad de Salamanca a finales del reinado de los Reyes Católicos, decide abandonar su pueblo natal, Medellín, para tratar de hacer fortuna en las recientemente descubiertas Indias. Su sueño, persistente desde su etapa salmantina, es seguir los pasos de Julio César y Alejandro Magno y lograr que su nombre quede plasmado en la Historia por medio de una campaña heroica. Pero para ello deberá medrar en una sociedad y un mundo en el que España queda muy lejos y la corrupción, la desidia, los excesos y la envidia casi logran que en Cuba, bajo el mando del gobernador Velázquez (el primer rival y enemigo del conquistador), todo su proyecto desemboque en cárcel y vergüenza. Aún así, convencido de que es posible llegar al mítico reino que los nativos de aquellas islas siempre indican que está "en el sur", se pone al frente de una expedición que le costará su fortuna, su prestigio y su honor.

Su llegada al continente y sus primeras escaramuzas con los nativos de la ciudad de Tabasco le permitirán conocer a Malinalli, la joven y hermosa india que ganará su corazón y se convertirá en su amante, traductora y guía. Igualmente, asentado ya en la costa, Cortés fundará Veracruz y firmará una alianza con los poderosos habitantes de Tlaxcala. Desde allí, acompañado por un ejército de españoles e indios, y aprovechando sabiamente la creencia de los nativos sobre su origen divino, marchará sobre Tenochtitlán, la capital mexicana, dónde se encontrará con el otro gran personaje del libro, el emperador Moctezuma. Será entonces, en el corazón del nuevo reino, cuando se desarrolle la parte más trágica de la historia al desmoronarse los sueños del conquistador por una serie de rencillas, confusiones y malentendidos, que acabarán provocando la muerte del soberano indio y el odio salvaje de los mexicas hacia Cortés y sus hombres.

La Noche Triste, la espantosa persecución posterior y la agónica llegada a Tlaxcala marcarán el punto de inflexión en la narración, dando paso a la gran campaña militar del sitio de Tenochtitlán y el sometimiento definitivo del hermoso pero sanguinario imperio mexica junto con el asentamiento permanente de España y su miríada de funcionarios, hidalgos, religiosos y aventureros. Cerrará la narración la entrevista del emperador Carlos I con Cortés en Toledo y un último y emotivo encuentro entre Malinalli, la princesa Tecuichpo y los hijos de Cortés y el caudillo indio Flor Negra buscando redimir el odio y la guerra que hicieron desaparecer el mundo antiguo y abrieron el camino al nuevo.

Aunque la novela está plagada de personajes interesantes y necesarios, toda la narración queda supeditada en realidad a la relación que desarrollan Cortés, Malinalli y Moctezuma, en tanto que los dos hombres son los lideres de sus respectivos "bandos" y la joven india es la que tiende los puentes entre españoles y nativos desde una perspectiva femenina y entrañable.

El personaje de Hernán bebe en gran medida de la figura histórica tradicional aunque Passuth opta por alejarse en cierto modo del perfil heroico para dar paso a un hombre que considera que está cumpliendo la voluntad de Dios pero que no cae en un fanatismo cegador e irreflexivo y que ama las nuevas tierras y a las gentes que se despliegan ante él considerándolas gentes sometidas a la barbarie del paganismo y de los sacrificios humanos. Será pues su misión una búsqueda de la redención de los indios por medio de su entrada en el mundo Cristiano al mismo tiempo que se benefician de la protección y auxilio del rey don Carlos. Paradójicamente no exhibe Cortés en este libro una postura hipócrita o cínica, sino que es descrito por el autor como un humanista convencido que, sin embargo, se verá abocado a luchar el resto de su vida contra los desmanes y los excesos de la mayor parte de los españoles que no comparten su visión cuasi mística de la naturaleza redentora de la Conquista.

Se nos presenta después, de un modo tan hermoso como terrible, a la que será el segundo gran personaje de la narración y al que, por una sabia mezcla de empatía, ternura y decisión, el lector descubrirá como el auténtico puente entre los españoles y los mexicas: la joven Malinalli o Marina, traductora, amante e inspiración de Cortés. Su aparición en la historia por medio de un breve relato introductorio en el que se narra su origen, permite conocer el "punto de vista" de los indios sometidos al terrible poder del Señor Iracundo y las exigencias de sacrificios humanos que les llegan desde Tenochtitlán. Además, por medio del enamoramiento y la conversión, será la joven india la que permita al autor saltar con maestría y soltura desde un mundo al otro, sin juzgar ni pretender denigrar a unos y otros.

Por último, se despliega ante el lector el punto de vista de Moctezuma, atrapado entre las tradiciones de su pueblo, en las que la figura del Emperador es eje central para la estabilidad de un sistema tan sangriento como efectivo, y las revelaciones espirituales y religiosas que le indicarán que los españoles y Cortés son los enviados del dios Quetzatcoalt y que debe someterse a ellos. Es la figura del Señor Iracundo la más trágica de toda la novela puesto que navega entre a los odios y temores que despiertan los recién llegados entre sus gentes y sus creencias más íntimas que le indican que debe unirse a aquellos hombres blancos y aceptar al "rey Carlos" como único y legítimo soberano.

Con estos tres personajes y siguiendo los acontecimientos históricos tal y como indican las crónicas, Passuth se adentra en los inevitables contrastes que se dan entre las tradiciones, las creencias, los valores y los pensamientos de ambos pueblos, descubriendo al lector de un modo sencillo y hermoso los secretos de la cultura india y las causas finales de su derrota y asimilación ante el empuje de Cortés y su visión.

Es esta, en definitiva, una obra imprescindible en el género de la novela histórica tanto por su excelente calidad literaria como por lo bien que trata y describe unos hechos que han marcado el devenir de los últimos quinientos años de Historia del mundo. Cabría pedir a los editores de El Aleph que, en posteriores ediciones, revisen en profundidad el texto ya que existe un elevado número de erratas fácilmente subsanables (repetición de preposiciones, falta de palabras que complican la comprensión de la lectura, etc.) que si bien no impiden disfrutar del libro si que, en ocasiones, llegan a romper la atmósfera que emana de algunos de los momentos más hermosos de la novela.

viernes, 14 de mayo de 2010

Reseña: Almas perdidas

Almas perdidas.

Lisa Jackson.

Reseña de: Jamie M.

La Factoría. Col. Pandora. Madrid, 2009. Título original: Lost Souls. Traducción: Javier Fernández Córdoba. 375 páginas.

Mientras me adentraba en la lectura de Almas perdidas no podía evitar la picajosa sensación de que debería conocer ciertos hechos del pasado que se nos estaban dejando caer sobre la protagonista o a determinados personajes que aparecían por allí. Como la picazón era cada vez más fuerte recurrí a la día tras día más imprescindible Internet y, en efecto, resulta que esta novela es la quinta (o sexta, según dónde lo consultes) entrega de una serie titulada New Orleans protagonizada conjunta o alternativamente por los detectives de policia Rick Bentz y Reuben “Diego” Montoya o, como en este caso, por la hija del primero, Kristi (o por padre e hija al alimón). Cabe decir que todo está encajado para que la lectura de esta novela sea totalmente independiente y autoconclusiva, lo que no quita que las continuas referencias al pasado de Kristi dejen con la sensación de que nos estamos perdiendo algo, y sobre todo que nos están destripando la posible publicación de las entregas anteriores que dejan de tener de esta manera casi todo el interés que se les supone a unas obras de suspense.

Almas perdidas es un thriller de misterio con un toque sobrenatural algo distinto a lo que la fantasía urbana o el romance paranormal tan de moda ahora nos tienen acostumbrados. ¿Hay de verdad vampìros en Nueva Orleans o todo es simple parafernalia de los amantes de lo gótico en busca de emociones fuertes? La autora va a jugar hábilmente con la duda en la mente del lector sin enseñar sus cartas prácticamente hasta el desenlace.

Kristi Bentz ha sobrevivido en el pasado a las “atenciones” de un par de asesinos psicópatas, pero a costa de pasarse en la última ocasión una buena temporada sumida en un coma del que acaba de despertar. Decidida a no dejarse amedrantar y a recuperar su vida e independecia, en contra de los criterios sobreprotectores de su padre, decide matricularse de nuevo en el colegio universitario All Saints en Baton Rouge. Pero la institución no pasa precisamente por su mejor momento: cuatro chicas han desaparecido en los últimos dieciocho meses, aunque nadie parece darle demasiada importancia, ni la policia ni la administración de la universidad parecen estar haciendo absolutamente nada por encontrarlas. Las cuatro eran jóvenes problemáticas, provenientes de hogares no precisamente felices y sin una familia que se preocupe por ellas o amigos o novios que tengan el menor interés en conocer su destino, y todos, o casi todos, piensan que simplemente han huido aburridas de sus vidas.

Kristi quiere empezar una carrera como escritora de crímenes reales y piensa que las desapariciones de estas chicas podría ser el caso que necesita como punto de arranque para su primer libro, por lo que decidirá ponerse a investigar por su cuenta sumergiéndose en un mundo oscuro y siniestro que se esconde bajo la superficie del colegio All Saints. Una institución que ha cambiado mucho en el tiempo de ausencia de la protagonista, añadiendo a su departamento de Lengua asignaturas tan exóticas, atractivas y de moda como la influencia del Vampyrismo en la Literatura Inglesa, contratando a unos jóvenes y emprendedores profesores que dotan a las clases de un especial interés.

Ya desde el mismo principio la autora deja claro que hay algo siniestro detrás de las desapariciones. El prefacio con el momento en que la cuarta chica se da cuenta de su destino, cuando es mordida por el vampiro ante un público invisible pero palpable, es suficiente indicio de por dónde van a ir los derroteros de la novela. Jackson enseña sin llegar a mostrar, insinúa sin llegar a confirmar, dejando que sea el lector quien se monte sus propias elucubraciones y conclusiones. Conforme Kristi avance en su investigación pronto descubrirá la inquietante presencia en el campus de una especie de secta o culto vampírico cuyas componentes gustan de llevar al cuello un vial lleno de sangre y se reúnen en secretas ceremonias en las que solo los iniciados tienen entrada, y de un misterioso depredador humano o no que se da a si mismo el nombre de Vlad.

La tensión va creciendo a través de la narración, dejando caer pinceladas de la visión y pensamientos del individuo que ha convertido el campus en su coto de caza, y revelando algunas de las atrocidades de las que es capaz de cometer con sus víctimas; pero siguiendo sobre todo a Kristi en su decisión de mantener al margen a su padre para demostrar su valía e independencia, mientras un antiguo novio, Jay McKnight, con quien cortase de mala manera en el pasado, vuelve a entrar en su vida, esta vez como profesor de una de las asignaturas a las que debe asistir y en quien encontrará un inesperado apoyo en su búsqueda de respuestas. Unas respuestas para cuya obtención Kristi tendrá que intentar introducirse en el círculo cerrado de la secta, simulando ser ella misma un alma perdida con el riesgo asociado de que el supuesto asesino en serie se fije en ella como próxima víctima.

Se establece entonces un juego del gato y el ratón dónde no está del todo claro quién es el cazador y quién la presa; donde la protagonista, habiendo subestimado de manera alarmante la situación, tendrá que arriesgar mucho más de lo que pensaba, haciendo de tripas corazón para superar sus propios miedos y enfrentarse tanto al enemigo exterior como al que lleva dentro de ella en las cicatrices invisibles que sus anteriores experiencias con la muerte le han dejado. Kristi es un personaje fuerte, decidido, valiente (en ocasiones demasiado), inteligente, bastante cabezota y que me recuerda mucho al papel de Kristen Bell en Veronica Mars, dados los evidentes paralelismos (cambiando el instituto por la universidad y obviando unas experiencias pasadas no coincidentes). Está decidida en rehacer su vida, dejando atrás los terribles sucesos, arrojándose de cabeza y sin pensarlo demasiado, sin embargo, de nuevo al peligro. No puede pararse a reflexionar, porque entonces seguramente se quedaría bloqueada, y convierte así su existencia en una especie de huida vital hacia adelante.

Almas perdidas es una novela situada en la Nueva Orleans post Katrina y eso se nota mucho en la ambientación que rodea a todo el misterio. Es una ciudad que todavía se encuentra en reconstrucción, con los terribles efectos del huracán mostrándose dolorosamente todavía a la vista, herida, llena de cicatrices, cambiada irreparablemente a pesar de todos los intentos de volver a la “normalidad” y donde la falta de personal y medios es más que palpable. Así llama la atención el desánimo de Jay, investigador forense de la policía de Nueva Orleans, ante la pérdida ocasionada por las inundaciones de todas las pruebas almacenadas durante años de antiguos crímenes que ahora son imposibles de reemplazar, dejando multitud de investigaciones en el aire o directamente abandonadas. Es una sociedad que busca retomar sus vidas donde las dejaron, pero que va descubriendo que muy posiblemente se trate de una ilusión imposible. Esta falta de medios y personal justifica de alguna manera el desinterés de la mayoría por la suerte que hayan corrida las chicas desaparecidas; como se dice varias veces, mientras no haya cadáver no hay homicidio ni caso y hay otras muchas cosas en las que ocuparse. Hay un pesimismo vital en todo ello, una sensación de no poder salir a flote por mucho que se haga, una apatía contagiosa que solo conduce a la resignación.

En este ambiente el ser responsable de las desapariciones se mueve como pez en el agua, utilizando una perversa inteligencia para cumplir sus terribles deseos, sus ansias y sus bajas pasiones, descritas por la autora en alguna escena de lo más truculenta. Jackson juega con el lector, dejando caer pistas sobre la posible identidad del asesino dentro del elenco de personajes, relacionándolo con el personal del All Saints, mostrando sus enfermizos pensamientos y preparativos, tirando balones fuera y conduciendo sin rubor a callejones sin salida para despistar más que para dirigir hacia la resolución del misterio. En este sentido, la autora hace trampas sin aparente problema alguno, hurtando información vital y dando otra que sin embargo no es sino mera distracción, una cortina de humo para que el lector mire hacia otro lado mientras la acción verdadera tiene lugar en otro sitio. Hubiera sido de agradecer algo más de honestidad en vez de buscar tan solo el final impactante y sorprendente. En ese sentido, el lector nunca llega a tener en la mano todos los datos que le hubieran permitido desentrañar el misterio.

Mientras el tema subyacente en toda la novela es el vampirismo, lo cierto es que el mal que se nos muestra es terriblemente humano con gente que hace daño por el simple placer de hacerlo o que se dejan manipular simplemente por sentirse parte de algo. Lo sobrenatural, lo mismo que el romance, se encuentra estrictamente controlado, sin que el lector sepa a qué atenerse en ningún momento o si decantarse por la explicación paranormal por encima de la más mundana. El romance ocupa muy poco lugar, dejando sitio más bien a las inevitables pinceladas de erotismo y las obligadas referencias al sexo y la lujuria (algo enfermizo en esta ocasión), supeditando todo al suspense que parece no dejar tiempo para más. Kristi se ve envuelta en el juego de un individuo con sus propias reglas y entre sobresalto y sobresalto no va a tener tiempo para mucho más.

El libro se deja leer, pero se hace un pelín largo, con algunos momentos demasiado repetitivos y con referencias a algunos personajes, heredados de libros anteriores, que pudieran haber sido obviados perfectamente y con algunas situaciones muy difíciles de creer. Partiendo de una intriga y un personaje interesantes, podría haber dado más juego con toda la parafernalia vampírica en medio de una universidad católica, pero como mero entretenimiento al menos tiene sus méritos.


martes, 11 de mayo de 2010

Reseña: Don

Don.

Antonio Simón.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo Ajec. Col. Albemuth # 29. Granada, 2010. 185 páginas.

En esta novela corta el lector se va a encontrar con una fábula moral de gran calado muy oportuna de cara a nuestra sociedad y nuestro presente, que habla sobre la soledad, los abandonados, la falta de solidaridad y el interés por el planeta y el ecologismo. Me ha sorprendido muy gratamente, tanto por su escritura como por la temática y la forma de tratarla; aunque yo mismo no sea muy partidario de la teoría de Gaia, ―de la que de alguna forma bebe esta narración― se hace imposible no estar de acuerdo con el mensaje que trasmite el libro, un mensaje que es entregado de una forma amena y reflexiva mediante un relato ciertamente interesante que se lee en un suspiro. Con la longitud ideal, no necesita más páginas, ni menos, el juego que el autor propone a sus lectores es entrar en un futuro cercano donde los telépatas existen y donde el amor por el prójimo, la mera cercanía, adquiere la máxima importancia, mientras la indiferencia puede llegar a enfermar a los olvidados y desfavorecidos. Y es que la falta de atención, el ser alguien invisible para la sociedad puede llegar a enfermar. Ni siquiera hay que pensar mal de alguien, basta simplemente con no reparar en las personas, con dejarlas pasar desapercibidas ante nuestros apresurados y deshumanizados ojos, o encerrarse en el egoísmo de la satisfacción propia, en la apatía y el desinterés, sin tener en cuenta a los demás, a sus deseos o derechos. Ponerse por encima de quienes hay alrededor olvidándose de que uno no se encuentra solo en el mundo y que hay que respetar lo ajeno.

Rosaura es una niña de diez años que se encuentra viviendo en una especie de hospicio-hospital donde parece que va mejorando de una extraña dolencia y donde le dicen que su «aura» se va recuperando. Sin embargo, «fuera» ―nombre que la niña da al exterior del hospital, el ancho mundo del que proviene aunque no guarde demasiados recuerdos de una vida anterior― las cosas parecen estar poniéndose bastante feas, y un inexplicable impulso de abandonar la seguridad de aquellos muros la llevará a salir en busca de una posible cura definitiva para la enfermedad que la aqueja no solo a ella sino a una importante parte de la humanidad. Guiada por una serie de sueños premonitorios que le permitirán evitar diversos peligros y encauzar su camino en la dirección correcta, irá a la búsqueda de Óskar Bogusky, el científico descubridor de la enfermedad y en cuyo laboratorio espera encontrar la cura definitiva y con ella la esperanza que durante tanto tiempo le ha sido negada. Por supuesto la aventura no será nada sencilla, los obstáculos jalonarán su camino y diversos y peligrosos individuos intentarán impedir su misión. También contará con ayuda, claro, pero ¿será suficiente como para conseguir que todo el mundo deje de mirarse su propio ombligo y se relacione con los demás?

En esta época tan individualista, con tantas personas abandonadas, solitarias, desfavorecidas, es de agradecer el lanzar una mirada a nuestro alrededor y «ver» realmente a las personas que nos rodean. Es un tema candente, cada vez más en nuestros días, donde lo habitual es que cada cual mire por lo suyo sin preocuparse realmente por aquellas gentes que no afectan directamente a su vida, haciéndolas invisibles.

El autor utiliza en Don variados recursos para, como buena fábula, conseguir su objetivo: Rosaura y sus sueños premonitorios; una secreta sociedad de telépatas; el investigador Óskar Bogusky y su descubrimientos de la enfermedad ―casi la plaga― que azota el mundo y de cierto objeto que se convertirá en el MacGuffin a perseguir; los misteriosos villanos que buscan su bien personal sin importarles absolutamente nada todos los demás; el uso de los nombres que Rosaura va dando a los secundarios, identificándolos enseguida con una característica física: el sicario llamado «Sombrero», el chófer «Patillas»...; la elección de una gran empresa como malvado de la función: «Vórtice», el holding más poderoso del planeta ―definido como “el ojo del huracán”, el lugar de tranquilidad en medio de la tormenta―, que personaliza la política empresarial de búsqueda deshumanizada de beneficios sin preocuparse de las posibles nefastas consecuencias, sin mirar el futuro ni el bien del planeta y las fuerzas, algo reticentes que se le oponen personalizadas en ese territorio de «entrañas» ―los espíritus de Hea― con su fascinada atracción por los seres humanos, y la propia Hea, enfadada y sin embargo amorosa, intentando dar una última oportunidad a la humanidad a pesar de todo, pero sin involucrarse en exceso; o la presencia «comodín» de Paracelso ―personaje intrigante y fascinante a un tiempo―, una especie de elemental de la naturaleza que ayudará a Rosaura en diversas ocasiones. Y ahí está también el objeto que todos persiguen: la Esfera Hermética, un invento de Bugosky que puede convertirse en la salvación o la condenación de la Tierra y la raza humana. Capaz de llenarse de buenas intenciones o de Pensacero, la indiferencia hecha intangible sustancia, contraria al pensamiento positivo.

Pero esta no es una historia «moralizante» per se, sino que todo el mensaje se destila de la propia aventura de Rosaura, de todo lo que le sucede en su camino, perfectamente integrado en una interesante narración en parte detectivesca en parte de misterio, en un viaje contrarreloj que puede terminar con el fin del mundo. Simón escribe con acierto, con una prosa contenida pero muy agradable, sencilla, algo parca en ocasiones, descriptiva cuando es necesaria y tierna cuando la acción lo requiere, aunque quizá le falte un punto de tensión para llegar a emocionar de verdad. Tal vez profundiza poco en la psicología de sus personajes, en sus personalidades o motivaciones; tal vez es que la narración no lo necesita, ya que al fin y al cabo es casi tan solo un hermoso cuento de hadas que no precisa de más páginas que las que ya tiene. Tal y como está se lee de forma rápida y fluida, aunando evasión y reflexión, hablando de la necesidad que tienen las personas de sentirse queridas, de la amistad, de la necesidad de un hogar al que pertenecer, de la calidez de una mirada de reconocimiento...

Sin embargo, se hace un poco difícil de aceptar, en uno de los pocos fallos que se pueden achacar al autor, ciertas actuaciones de Rosaura y su resolución, como que una niña de diez años vaya a una estación de autobuses, pida un billete para el primero que salga sin importar su destino y que sin preguntarle dónde están sus padres o si va con alguien se lo vendan sin más ni más; o cuando se pone a esperar durante horas ante la puerta de una mansión y el guarda de la misma lo permita sin más ni más, sin cuestionarse qué es lo que está haciendo allí una niña tan pequeña. Son cosas que rompen bastante la suspensión de incredulidad. Bien es cierto que durante todo el relato Rosaura va dando muestras de tener una personalidad algo arrolladora y una madurez muy por encima de lo que se presupone por su edad, supuestamente por haber crecido sola en las calles; sin embargo eso no justifica actuaciones absolutamente inverosímiles. Del mismo modo los “malos” están bastante acartonados, con unas actuaciones demasiado rígidas que parecen directamente sacadas del «manual del perfecto malvado» y de la «opereta» de turno.

A pesar de ello, en Don el lector se va a encontrar con una historia en general satisfactoria, que invita a la reflexión, a mirar con otros ojos al mundo que nos rodea, a las personas con las que compartimos nuestras vidas sin fijarnos apenas en ellas, a ser más amables con los que tenemos cerca; una historia que, a pesar de situarse en un futuro cercano, de la presencia de un científico y su laboratorio y de cierta parafernalia, no puede situarse dentro del género de la ciencia ficción, sino de la pura fantasía. La especie de epílogo está un tanto traído por los pelos, siendo quizá demasiado almibarado, pero se le puede perdonar por todo lo anterior. Es un libro que sorprende y al que por su brevedad puede merecer la pena darle una oportunidad.


sábado, 8 de mayo de 2010

Reseña: Fragmentos de burbuja

Fragmentos de burbuja.

Juan Antonio Fernández Madrigal.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

NGC ficción! Col. ciencia-ficción # 1. Madrid, 2010. 333 páginas.

Nueva iniciativa editorial, NGC ficción!, que nace precisamente con la novela que nos ocupa. Confieso no haber leído anteriormente más que algún relato suelto del autor lo que no deja de ser un handicap para afrontar esta obra, parte central ―aunque manifiestamente independiente― de una especie de «historia del futuro» llamada Saga de las Víboras de las Formas, compuesta como primera parte por la recopilación Magnífica Víbora de las Formas (Grupo AJEC) y como tercera por la novela Umma (Parnaso). Como digo, no las he leído, pero tampoco las he necesitado para disfrutar de esta lectura, si acaso me ha dado ganas de hacerme con ellas para situar mejor el escenario en que se desarrolla, pero sin que su desconocimiento lastre la narración ―tal vez se eche en falta la explicación de algunos términos u objetos, como las “máquinas catalíticas” por ejemplo, o una mayor desarrollo en saber cómo se ha llegado a esa situación, pero se pueden ir entresacando del propio relato con algo de atención―. Cabe advertir, no obstante, que Fragmentos de burbuja es un libro complejo y difícil, que empieza con la historia en marcha y que no da nada mascado, además de cambiar de protagonista y de punto de vista en cada una de las cinco partes en las que se encuentra estructurado. Es pues, una apuesta arriesgada por parte de la nueva editorial, pero la sensación final tras terminar la lectura es sin duda muy satisfactoria.

La narración empieza con una de esas «burbujas», Galavar, vagando por un planeta desolado, entre ruinas, silencio y una paranoia agobiante, cuando las circunstancias le llevarán a recuperar unas memorias que ni siquiera era consciente de haber perdido. El principio es duro, con unos soliloquios de una persona cercana a la esquizofrenia algo áridos con los que cuesta engancharse a la narración; con unas disquisiciones en las que queda clara la locura del protagonista, su adicción al “miedo”, su confusión ante el desolado mundo por el que deambula, sus reacciones sobrehumanas que ya nos hacen sospechar que no se trata de una persona «normal» ―de inicio siquiera se sabe si es una «persona»―: su forma de relacionarse con su entorno, sus dos pieles, sus sentidos aumentados, su fuerza y velocidad extraordinarias... Cuando de repente un hecho asombroso, la aparición de un inmenso “huevo mecánico” en un valle llama su atención y le pone en contacto con otras burbujas como la suya, la violencia aflora y con ella algunos de sus recuerdos perdidos. Es fácil descubrir que algo extraño le pasa, que su existencia es defectuosa, y surge en su interior la imperiosa necesidad de hacerse con toda su memoria, tarea que solo ve factible alcanzar a través del camino de la violencia. Eso, unido a tantas cosas que desconoce, le llevará por una ruta inesperada en la que corre el riesgo de convertirse en la marioneta de los objetivos de otros.

Una vez que la novela arranca realmente, a partir de la primera muerte, ya no hay forma de dejarla, aunque algunas partes más descriptivas, más tendentes a las explicaciones, se hacen algo cuesta arriba ―es parte del peaje que hay que pagar para hacer la novela totalmente independiente dentro de una «serie», meter casi con calzador algunas explicaciones que ya deberían darse por sabidas por aquellos que hayan leído las otras entregas, pero no por los nuevos lectores; en mi caso agradezco la inclusión, pero creo que se podría haber hecho con algo más de fluidez o amenidad―. El continuo cambio de narrador ―todos ellos en primera persona― consigue dotar de una profundidad insospechada al relato, permitiendo al autor mostrar los diferentes puntos de vista y, por tanto, las diferentes interpretaciones totalmente complementarias de unos mismos hechos para situar la narración. Cuando se profundiza en realidad lo que el lector encuentra es un retrato de la soledad. En verdad, todos los narradores no hacen sino hablar consigo mismos, encerrados en muy diferentes tipos de «burbujas» y aislados de alguna forma, física o psíquica, del mundo a su alrededor, intelectualmente alejados de lo que les rodea. Una idea clara de esto queda plasmada en la casi total ausencia de diálogos o la poca interactuación entre los personajes, que incluso cuando se encuentran cercanos en el espacio parecen muy alejados.

¿Es posible la construcción de una personalidad «cuerda» en estas circunstancias? ¿Qué es lo que conforma la identidad de un individuo, qué le hace ser lo que es? La soledad produce monstruos, y por eso el primer protagonista ha creado un enemigo invisible especialmente para que le persiga y pueda sentir en la huida la vida corriendo por sus venas, necesita a alguien más en un mundo que cree poseer, y sin embargo cuando encuentre compañía su reacción será hacerla pedazos, reducirla a fragmentos. Que el efecto secundario ―la recuperación de un recuerdo― tan solo conlleve una condena a una mayor soledad tras un reguero de muerte queda oculto tras la esquizofrenia aparente que muestran sus pensamientos. Es una mente inhumana ―como quedará demostrado y explicada algo más adelante de la narración―, capaz de las mayores crueldades sin ningún tipo de remordimiento, con una justificación fría y aparentemente racional para sus actos más brutales, con unos razonamientos desapasionados y a la vez anhelantes. Una mente creada para la violencia mediante la violencia.

La ambientación de la novela, aún dentro de su extrema sobriedad, está muy conseguida. Un mundo desértico, árido, abandonado, poblado de muy escasas ruinas que se muestran como los esqueletos de animales prehistóricos varados en la arena. La muerte acecha en cada rincón, el mar es una oscura amenaza, en el cielo nocturno brilla el Gran Cultivo, la telaraña artificial que encierra el planeta y oculta la visión de las estrellas reales. No es tan extraño, pues, que la huida sea hacia el interior de uno mismo, y que el contacto con otros individuos tan solo produzca confrontación dado lo difícil de establecer una comunicación coherente con aquel que es básicamente diferente..

Una confrontación que se produce a todos los niveles, donde al lector le es imposible elegir bando visto el antagonismo irreconciliable de las fuerzas inmersas en esta antigua lucha, en la que sin embargo y en apariencia lo que se busca es la supervivencia de los ummanos por aquellas características intrínsecas que solo ellos poseen y que las máquinas anhelan poseer, duplicar y hacer que perviva para poder vencer a su enemigo. Tanto las Víboras de las Formas como los nuhomos se muestran profundamente alienígenas a los ojos de los protagonistas ―y del lector―, difíciles de aceptar, totalmente ajenos y tan reprobables en sus acciones los unos como los otros. Fríos y distantes, carentes de empatía alguna, dispuestos a provocar cualquier sufrimiento en pos de un supuesto bien mayor. Las máquinas han avanzado tanto en su desarrollo y objetivos que son en la práctica imposibles de comprender o interpretar por sus «creadores», los humanos; sus objetivos y acciones, sus razonamientos aparentemente perversos no se pueden aprehender por unas mentes que se han quedado obviamente atrás y que, no obstante, todavía pueden deparar algunas sorpresas.

El que se nos presenta en Fragmentos de burbuja es un futuro realmente descorazonador, triste, oscuro y sin esperanza. Donde los frágiles humanos, apenas una sombra borrosa de lo que fueron, no son más que juguetes de voluntades superiores que los mantienen ignorantes de su propia e insustituible importancia. Todo el juego que se traen entre manos ambos bandos no sería nada sin el componente de la humanidad, mera herramienta en manos extrañas, que debe pervivir a toda costa. Con una prosa escueta, pero muy evocativa, las imágenes se muestran vívidas en la mente del lector. Hay momentos en que las descripciones se llenan de una fuerte carga poética descubriendo a través de ojos que no saben lo que están viendo un mundo fascinante donde la ingeniería genética, la nanotecnología, el viaje espacial, la robótica y otros grandes avances han dejado una huella indeleble que pervive mucho más allá de lo que sus propios creadores lo hicieran. Cada narrador tiene su propia voz, sus matices, su forma de plasmar en frases sus pensamientos. Es apasionante ver cómo el autor ha ido encajándolo todo en un cuadro que solo se puede contemplar en su conjunto. Fernández Madrigal se permite el uso de gran número de recursos y un firme dominio del lenguaje que consigue que incluso en los momentos más introspectivos se lea con fruición, colocando al lector dentro de la piel de personajes que deberían serle ―y le son― totalmente alienígenas.

Como carta de presentación de la nueva editorial este libro es una magnífica apertura. Con una presencia agradable, una buena maquetación, una portada espectacular y ―lo más importante― un contenido atractivo y a la altura de las circunstancias. Fragmentos de burbuja es una narración compleja, ardua en ocasiones, que exige la entrega y atención del lector, pero que resulta muy satisfactoria una vez terminada. La soledad, la identidad, la forma de relacionarse con todo lo exterior, el futuro de la Humanidad y un mundo por descubrir. Suerte a NGC ficción!, con libros como este seguro que hará disfrutar a sus lectores en tiempos venideros.