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lunes, 28 de febrero de 2011

Reseña: Cristal embrujado

Cristal embrujado.

Diana Wynne Jones.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Literatura Mágica. Madrid, 2011. Título original: Enchanted Glass. Traducción: Gema Moraleda. 333 páginas.

Con una sencillez apabullante, Diana Wynne Jones ofrece una deliciosa historia sobre la responsabilidad, la amistad, el honor, el caos, el amor y la justicia, con ciertas reminiscencias shakesperianas, sobre todo a la obra El sueño de una noche de verano, con un humor amable y un dominio del tempo narrativo encomiable. Situando la acción en una peculiar zona rural de la actual Gran Bretaña y partiendo de una trama realmente sencilla, un mago que debe aprender a cuidar y proteger un área delimitada, una zona donde el mundo «normal» y el mundo mágico se funden, la autora ofrece una comedia de enredo y de costumbres atractiva y simpática con un toque de magia marca de la casa. Así lo importante de la historia pasan a ser los personajes, a cada cual más excéntrico, y ahí la autora demuestra una maestría, un buen gusto y un dominio cautivadores, consiguiendo que el lector pase las páginas con una sonrisa imperecedera en el rostro.

Cuando el «profesor» Andrew Hope hereda Melstone House a la muerte de su abuelo, el mago Jocelyn Brandon, no sabe que con ella adquiere toda un «Área de Responsabilidad» de la que deberá cuidar. Decidido a escribir un libro, deja su carrera académica y se «retira» a su propiedad armado ―cree― de tiempo libre y de un ordenador nuevo, pero la continua afluencia de personas que empiezan a girar entorno a él, reclamando buena parte de su atención, le impedirá llevar a cabo su sueño. Primero tendrá que lidiar con la señora Stock, el ama de llaves, decidida a devolver los muebles del salón, incluido el voluminoso piano, a sus posiciones ancestrales desde la nueva disposición decidida por Andrew; una mujer que vengará todas las supuestas «afrentas» a las que imagina es continuamente sometida con una larga sucesión de cenas a base de coliflor con queso. Luego está el señor Stock ―sin relación familiar con la anterior―, el malhumorado jardinero más interesado en cultivar las hortalizas más vistosas y grandes posibles para ganar el concurso de la feria anual del pueblo, independientemente de que sean totalmente incomestibles, y que se empeña en llenar la mesa de la cocina de todas las «sobras» de sus cultivos que no alcanzan la excelencia deseada; unas sobras que terminan todas las noches en lo alto del tejadillo del cobertizo habiendo desaparecido al día siguiente sin que nadie tenga muy claro quién o qué se las lleva. Ambos intentarán «colocar» a sus pupilos al servicio del profesor, y así entrarán en escena el limitado intelectualmente pero al mismo tiempo habilidoso Shaun, y la brillante, metomentodo, hermosa y dominante Stashe.

Y en medio de tal batiburrillo, llegará a la casa el segundo protagonista «principal», Aidan Cain, un huérfano de doce años que se presenta en Melstone House buscando al abuelo de Andrew, viejo conocido de su abuela recién fallecida. El niño, solo y asustado, viene huyendo del peligro de unos implacables perseguidores haciendo gala de interesantes dotes mágicas y  será acogido bajo el ala protectora de Andrew y el resto de personajes que pululan por Melstone House. Todo un acierto de la autora es hacer de Aidan, obviando una afinidad mágica que le permite darse cuenta de cuándo algún hechizo o magia está teniendo lugar de una peculiar forma, un niño perfectamente normal, con ganas de hacer amigos, de jugar al fútbol y de sentirse querido y seguro.

Cuando Andrew y Aidan empiecen a explorar los límites del Área de Responsabilidad, se van a dar de bruces con las malas artes de su vecino, el señor O. Brown, que parece empeñado en invadir las tierras del profesor, sobre todo cierto bosquecillo, con la excusa de protegerse del acoso de sus dos esposas y de aquellos que él llama «homólogos». Ambos, niño y adulto,  van a emprender un fascinante viaje de auto descubrimiento sin salir de los estrechos límites del condado, apoyándose el uno al otro, a través del cual Andrew recuperará el recuerdo de los veranos de su infancia con su abuelo y el muchacho aprenderá a disfrutar de la libertad y la confianza en si mismo que no ha conocido nunca antes ―a pesar del gran amor de su abuela―. Si quieren desvelar el misterio de los acosadores del muchacho y de las razones para su implacable persecución, deben aprender a compenetrarse, a trabajar juntos, y solo así podrán superar el enorme obstáculo que les tiene reservado su futuro y vencer la amenaza que pende sobre todo su mundo y todas las personas que les rodean. Pero ¿quién es en realidad Aidan para tener semejante cantidad de enemigos en su contra? ¿Cuáles son las intenciones reales del señor Brown? ¿Cuál es la vital tarea que el mago Jocelyn Brandon no pudo entregar a su nieto antes de morir? ¿Podrá Andrew hacerse con sus poderes mágicos a tiempo de salir airoso de lo que se  les avecina? ¿y qué significado tiene la vidriera de la puerta de la cocina con paneles de diferentes colores, una vidriera muy especial, que parece mostrar distintas imágenes dependiendo del cristal a través del que se mire?

El humor, blanco y amable, es continuo, como las pequeñas mezquindades y enfrentamientos de la señora Stock y del señor Stock, como el «juego» que se traen con los muebles y las hortalizas, como la peculiar forma de predicción de Stashe, como el entrañable retrato de la pequeña falta de inteligencia de Shaun, como los actos de cierto perro con una cualidad algo especial... Cristal embrujado es literatura juvenil con cierto sabor arcaico, dulce y sin problemas, sin ambigüedades ni lados oscuros. No hurta la muerte, ni temas quizá escabrosos para los adolescentes ―como el de la paternidad desconocida de Aidan―, pero sin duda se aleja de otras truculencias más de moda actualmente.

Un libro rápido ―de hecho hay algunos detalles que se sienten excesivamente acelerados; pero qué se le va a hacer si incluso el amor es mágico―, ágil, amable, sincero, refrescante, inteligente, ligero, divertido, emocionante..., recomendable para cualquier amante de la Fantasía por encima de los doce o catorce años. Peca, quizá, de un final demasiado precipitado que deja en el lector ciertas dudas sobre la naturaleza de la magia y de su uso. Y a pesar de lo que le gusta a Jones escribir libros pertenecientes a series, cabe decir que el presente es totalmente independiente, aunque no puedo dejar de asegurar que, sin duda, no me importaría en absoluto que la autora, si la edad se lo permite, escribiera algún tipo de continuación para saber más cosas de estos personajes. Tan solo puedo añadir que, a pesar de ciertos momentos absolutamente previsibles, a pesar de su «sencillez», a pesar de un cierto toque absurdo que no será del gusto de todo el mundo... he disfrutado de su lectura como un niño. Quiero más.

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Reseña de otras obras de la autora:

  

Libros recibidos: febrero 2011

Durante este mes de febrero de 2011 hemos recibido las siguientes novedades editoriales como servicio de prensa, cortesía de Nocturna ediciones, Grupo AJEC, Alfaguara, NGCficción!, Minotauro y Timunmas:
Muchas gracias por la atención y en cuanto vayamos leyendo los libros subiremos a la página su correspondiente reseña.

viernes, 25 de febrero de 2011

Reseña: Daybreakers

Daybreakers .

Michael y Peter Spierig.

Reseña de: Amandil.

Lionsgate (2009).
98 minutos.

Transcurre el año 2019. La humanidad ha sido prácticamente extinguida por los vampiros, quedando reducida su existencia a la de seres atrapados en "granjas de sangre". Grupos minúsculos aún sobreviven dispersos por el mundo, tratando de sobrevivir en un mundo que, diez años antes, vio como el vampirismo se extendía por todos los países gracias al atractivo que la inmortalidad supuso para los habitantes del planeta. Pero la falta de "humanos" comienza a ser un problema para una sociedad que necesita su sangre para sobrevivir. Pese a los esfuerzos de los gobiernos, todavía no se ha encontrado un sustitutivo eficaz que permita dejar de depender de la producción de las menguantes granjas. Y la falta de suministros está sacando a la luz una escalofriante realidad: sin su ración de sangre, los vampiros degeneran en seres salvajes y abominables que no dudan en atacar a sus propios iguales con tal de obtener algún tipo de alimento.

El hematólogo Edward Dalton (Ethan Hawke) trabaja insistentemente en la búsqueda de un nuevo tipo de sangre sintética que permita suplir la dependencia existente de los diezmados humanos. Pese a lo que podría parecer por su condición de vampiro, el motivo real que le lleva a trabajar en ese proyecto es lograr que la raza humana (a fin de cuentas, su antigua raza) no sea exterminada y pueda convivir con la nueva especie dominante. Pero su bondad y escrúpulos (se niega a alimentarse de sangre humana y no aprueba la existencia de las granjas) se ven sometidos a la cruda realidad de un mundo dominado por el ansia consumista (por pura supervivencia) de miles de millones de vampiros. Su propio jefe, el poderoso empresario farmaceútico Charles Bromley (Sam Neill), le recuerda constantemente que las cosas ya no son como antes y que la nueva superioridad de la especie (la inmortalidad, la inmunidad ante las enfermedades) exige que los humanos sean tratados como simples reses. A fin de cuentas, optaron por no unirse a los vampiros cuando tuvieron su oportunidad, convirtiéndose en parias sociales y en el pálido reflejo de una raza inferior.

Pero todo ello se ve enfrentado a la cruda realidad: en apenas un mes el suministro de sangre será insuficiente para cubrir la demanda mundial y eso significará la total destrucción de los vampiros.

De un modo casual Edward se topa con un grupo de humanos que tratan de llegar hasta un refugio secreto. Su cabecilla, Audrey Bennet (Claudia Karvan), descubre que el vampiro es partidario de los humanos y que, además, es un hematólogo que les puede ayudar a encontrar una "cura". Esperanzada por esta acertada coincidencia introduce al nuevo aliado en el menguante mundo de los supervivientes y le presenta a Lionel Cormac "Elvis" (Willem Dafoe), una persona que fue un vampiro pero que, a causa de un accidente, volvió a ser humano y que se ha convertido, a la postre, en la pieza clave para devolver las cosas a la situación previa al estallido vampírico del año 2009. Y entonces comienza la acción.

Daybreakers presenta el manido tema del vampirismo desde la perspectiva del rutilante éxito del depredador en un mundo obsesionado por la inmortalidad y las aparentes ventajas de ser un vampiro. En cierto modo se nos muestra una sociedad en la que la colección de vampiros que azotan el cine, la literatura y los juegos de rol opta por no autolimitar su número y mostrar su naturaleza públicamente, sin generar rechazo en las personas. Más bien al contrario, atrayendo hacia sí a millones de voluntarios que abrazan sin ambages la nueva posibilidad de acceder a una existencia eterna, sin importarles la nueva atadura que adquieren: su supervivencia dependerá de que "otros" (los humanos no vampirizados) sean esclavizados para extraerles la sangre diariamente en un tenebroso ordeñamiento sistemático que inevitablemente acarreará la muerte de los humanos.

El tema presentado en esta película por los hermanos Spierig pretende mostrar un mundo (¿alegoría de nuestro consumista sistema?) en el que no se tiene en cuenta lo limitado de los recursos naturales (en este caso, la sangre humana) y se anteponen los intereses económicos y de crecimiento a los de la humanidad en su conjunto. El personaje al que da vida un elegante Sam Neill no deja de ser el prototipo del "tiburón" ejecutivo cuyo único objetivo en la vida (mejor dicho, no-vida) es enriquecerse y seguir adelante caiga quien caiga (la propia hija, el resto de los vampiros, el mundo entero). En contraposición aparece el vampiro "por accidente", que no disfruta siendo un chupasangre y que pretende alzar un muro ético entre él y el resto de la gente que ha optado por ser inmortal aún a costa de esclavizar a sus congéneres. Ese hematólogo justiciero al que da vida un Ethan Hawke en su línea interpretativa (personaje de aparente debilidad o sensibilidad pero con un poso de resistente nato como en Gattaca o en Training Day) marca la línea que separa a la bestia del último resquicio de humanidad. Su personaje, trágico en cierto modo, no deja de moverse en buena parte de la película como un pelele agitado por una trama que avanza a paso rápido hacia un clímax sanguinolento en el que los vampiros, como por arte de magia en un crescendo muy forzado, comienzan a pasar del estadio más "humano" al "salvaje" en cuestión de horas.

El intento de acelerar la trama, bien presentada en la primera media hora de metraje, tropieza con una serie de momentos clave (la historia de Lionel Cormac, el proceso curativo en la vieja bodega, el apresamiento de Audrey) que parece que han de ser contados deprisa para evitar sobrepasar los noventa minutos de metraje, restando profundidad y acierto a una película que, por lo demás, es entretenida e interesante. Asimismo, los actores se mueven con solvencia en una historia que pretende romper con el estereotipado mundo vampírico actual aunque no llegan a crear (más por el propio guión que por su buen hacer actuando) personajes que se salgan de los conocidos perfiles (el empresario malo y cruel, el héroe bondadoso y sufriente, la amazona superviviente, el sabio iluminado, el hermano cruel pero que, a la postre, se redime).

En definitiva, Daybreakers nos lleva un paso más allá en los cuentos de vampiros y abre nuestra imaginación para ver cómo sería la Tierra en el hipotético caso de que esta plaga triunfase. Se nos muestra como todo seguiría prácticamente igual, en una demostración clara de capacidad de adaptación, al tiempo que, en realidad, todo se está viniendo abajo. Da que pensar esta película y su factura, aceptable en términos generales, la coloca a la altura de otras películas de mayor presupuesto pero de menor calidad. Si te gustan los vampiros (o si los odias) es muy recomendable que dediques un rato a dejarte llevar por este delicioso "¿qué pasaría sí...?".

martes, 22 de febrero de 2011

Reseña: Los Cien Mil Reinos

Los Cien Mil Reinos.

N.K. Jemisin.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2011. Título original: The Hundred Thousand Kingdoms. Traducción: Manuel Mata. 346 páginas.

Al poco de morir su madre en extrañas circunstancias, Yeine es convocada por su abuelo, rey sin corona de los Cien Mil Reinos y a quien no conoce, a la ciudad llamada Cielo. Sin saber el motivo para tal requerimiento y buscando descubrir la verdad tras el sospechado asesinato de su madre ―la heredera al trono de los poderosos Arameri al que renunció por amor a un noble del bárbaro Norte―, acude temerosa a la cita y es sorprendida cuando es nombrada ella misma heredera junto a sus primos, Scimina y Relad. En medio de complicadas maniobras políticas, pronto descubrirá que nada le había preparado para lo que se le avecina y que las cosas son mucho más complicadas que cualquier escenario que hubiera podido imaginar. Atrapada en la antiquísima lucha entre los dioses, sus descendientes y los humanos, las decisiones que pueda tomar parecen inútiles ante su aparentemente predestinada muerte. Sin embargo, enfrentada a una carrera contrarreloj de la que depende su vida ―toda la acción trascurre en apenas un par de semanas―, no se va a quedar de brazos cruzados; los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas, y Yeine no está dispuesta a abandonar toda esperanza sin ofrecer una férrea resistencia. Sumándose a las intrigas palaciegas, el paso de los días corre en su contra, y el descubrimiento de algo que lleva en su interior no va a contribuir precisamente a aumentar su entereza.

Yeine es una joven que se va a ver atrapada en un juego ya iniciado y del que desconoce todas las reglas; a sus diecinueve años se ve arrojada de repente a un lugar, lejos del único hogar que ha conocido, donde todas las redes de amistades y enemistades, de alianzas y apoyos se encuentran ya firmemente establecidas, donde no conoce a nadie, y donde se antoja que su destino no es otro sino ser un peón de los demás, dioses y humanos por igual, papel que ella no se resigna a representar. No obstante, en su búsqueda de aliados y respuestas nunca podrá estar segura de ninguna de las personas que la rodean ni de a quién puede entregar su confianza.

Sin esperárselo, se va a encontrar justo en el centro de una trama de intereses políticos donde no hay nadie inocente, donde las víctimas son también verdugos de dudosa moralidad, asesinos y genocidas sin escrúpulos ni remordimientos, siempre intrigando, siempre buscando su propio interés en el trato con los demás, siempre calculando cómo usar a la gente, manipular a sus peones, de la manera más favorable para conseguir sus objetivos. Se verá atrapada en una red de intrigas, de mentiras y de engaños, en un juego de poderes donde la muerte acecha tras cada elección o decisión desacertada, sumergiéndose en una historia de tiranía, de esclavitud y de racismo, de asesinato y traición, de confianza ciega y de justicia, de hacer lo correcto por razones erróneas...

No hay en esta novela corazones puros, y muy pocos personajes que se puedan considerar intrínsecamente buenos; e incluso el altruismo de Yeine tiene su contrapunto en esa búsqueda de respuestas al asesinato de su madre y su deseo de vengarla. No hay generosidad en sus actos, y la duda marca todas las relaciones que pueda llegar a establecer. No obstante, tampoco existe una absoluta maldad y todos los personajes ―tal vez salvo uno―, incluso los dioses dentro de su amoralidad, muestran en algún momento una vulnerabilidad que los hace candidatos a la redención. Y es que el tema del amor y del perdón está muy presente en toda la trama.

No obstante, en esa parte que debiera haber sido más amable, se antoja que el inevitable romance está metido con algo de brusquedad y falta de verosimilitud, con poca naturalidad, como una necesidad narrativa introducida sin embargo de forma forzada y sin demasiada coherencia con el resto. La ―única― escena de sexo está bastante traída por los pelos, con un exceso de grandilocuencia y de imágenes metafísicas que lo que consiguen es despojarla de la que debiera haber sido su emoción real. Esa atracción es una relación que desde el principio se muestra al lector como imposible, insana incluso, pero que lejos de la tragedia inherente al deseo irrealizable lo único que despierta es cierto rechazo e incredulidad.

La novela está narrada en primera persona desde el punto de vista de Yeine, lo que da una agradable cercanía e inmediatez a la acción, y Jemisin ha intercalado de vez en cuando unas breves digresiones desde el «presente» del relato, con la voz de la protagonista adelantando al lector hechos de resonancia luctuosa que dan a entender que algo terrible ha sucedido o está sucediendo, incrementando así la tensión narrativa sin desvelar en modo alguno el final, pero atrapando la atención sobre lo que ha de venir. Los pensamientos de la protagonista, mostrando cierta confusión sobre lo sucedido mientras interpela a una desconocida compañera, rompen la linealidad narrativa, cambiando el enfoque con el que se debe leer el grueso de la novela, arrojando sombras y luces sobre los acontecimientos, matizando y poniendo en duda a veces la autenticidad de los recuerdos que la protagonista está relatando.

Mientras va avanzando el relato, la joven descubrirá que la Historia no es en absoluto cómo le han enseñado ―a ella y a todo el mundo― en un ejemplo claro del recursivo “los vencedores escriben la Historia” y tendrá que bucear mucho en busca de las auténticas fuentes que le indiquen cómo actuar. El trasfondo de la guerra de los dioses ―muy lejana en el pasado y llena de reminiscencias mitológicas greco-latinas― sus auténticas causas, motivaciones y consecuencias, manipuladas en interés de los Arameri, adquieren una vital importancia para comprender las acciones que debe emprender Yeine y la forma de comportarse de los dioses cautivos. Su esclarecimiento será una tarea difícil pero imprescindible para poder elegir el camino correcto que la aleje de su en principio inevitable sacrificio.

En el apartado de los personajes llama la atención la riqueza de matices en algunos frente a la absoluta desatención de otros. Frente al completo retrato de la propia Yeine, a la feroz dicotomía Naha/Nahadoth, a la ambigüedad de T’vril, o la ambivalencia y atractivo infantil de la personalidad de Sieh, choca la superficialidad arquetípica de Scimina, una mala malísima totalmente bidimensional, o la poca relevancia y profundidad de personajes llamados a tener gran importancia como Relad, Viraine, Dekarta o el resto de los semi dioses..., y que se antojan poco «trabajados», planos y sin auténtico «espíritu». No debe, sin embargo, desmerecer esto el brillante juego de espejos en que embarca la autora a sus lectores, sugiriendo más que mostrando el juego de los poderosos.

A pesar de algunos evidentes fallos de ritmo y de caracterización de alguno de los personajes secundarios, de la escasez de descripciones de lugares y escenarios o de la falta de una auténtica exploración y profundidad del mundo creado para la ocasión ―que el lector no llega a conocer demasiado, ya que la acción, a pesar del título, es casi absolutamente local en Cielo, y solo se nombran y visitan un par de esos reinos con muy poca implicación o repercusión en la trama central―, Los Cien Mil Reinos es una muy interesante primera novela en el debut de Jemisin.

A pesar de que ya existe, en inglés, publicada una continuación, The Broken Kingdoms, lo cierto es que esta novela es absolutamente autoconclusiva, lo que siempre es de agradecer. De hecho, la trama se encuentra tan perfectamente cerrada que se hace inevitable sentir la curiosidad de saber cómo la autora va a continuarla, aunque el título de la siguiente novela ya da alguna pista.

En un libro sin grandes alardes bélicos, más de intrigas «cortesanas» y políticas que de acción propiamente dicha, la emoción reside en las fintas y contrafintas en las que se ve envuelta Yeine en el intento de salvar sino ya su propia vida al menos la de sus gentes y seres queridos. En una coletilla que se está volviendo ya recursiva, esperemos que la editorial no tarde demasiado en ofrecer a los lectores la continuación. Al menos llegar hasta aquí ha merecido la pena.

sábado, 19 de febrero de 2011

Reseña: Penitencia

Penitencia. 

J.E. Álamo. 

Reseña de: Alb Oliver.


Grupo Ajec. Col. Albemuth # 34. Granada, 2010. 223 páginas.

Penitencia, de J.E, Álamo, es una novela que he disfrutado leyendo. Su argumento es algo que podríamos calificar de típico, asesino en serie perseguido por las fuerzas del orden, pero incluye un punto sobrenatural que le añade el toque curioso necesario para hacerla interesante.

El Segador, un asesino en serie con motivos religiosos, parece que se ha asentado en una zona tras haber realizado asesinatos rituales erráticos, lo que hace que la policía estreche el cerco sobre él. Ahí aparece Aguirre, miembro de la misteriosa Agencia debe pararlo a toda costa, y sin que las autoridades noten su intervención.

A partir de unos personajes muy bien construidos, se desarrolla una historia que pese a ser la que mil veces hemos podido leer, atrae con su avance, viendo las reacciones de los individuos ante lo que les rodea. El personaje del Segador, del que se nos cuentan detalles de su infancia en la que desarrolla tendencias psicópatas, afirma que “Él” es quien le explica qué pasos llevar a cabo, como por ejemplo acoger a Doña Prudencia “la Bruja” y a su hijo adoptivo (deforme, repudiado en el orfanato, y con unas pequeñas tendencias caníbales) como peones en un plan mayor, al servicio del señor de las tinieblas.

Por el otro lado tenemos a Javier Aguirre, hombre ya entrado en años, del que sabemos que entró en la Agencia tras descubrir la infidelidad de su mujer y enfrentarse a un proceso de separación. Siendo lo que se considera un lobo solitario, (aparte de tener otros hábitos de detective típico, como ser fumador, y frecuentador de bares) en esta ocasión acepta a su nuevo compañero, el joven Quique Fernández, que resulta el habitual contrapunto, joven, animado y pasional. Para su sorpresa, Aguirre entabla vínculos con dos secundarios, Baldo, un viejo residente en un asilo, testigo de uno de los crímenes y Gloria, una de las cuidadoras con la que parece ser desarrolla una relación algo paternal.

Los personajes creados por J.E. Álamo, son dotados de una amplia historia, poco a poco desvelada a lo largo del relato, mostrándonos las circunstancias que los mezclan en la trama, con gran habilidad. Lo que más destaco de ello es que en este libro son personajes que realmente resultan humanos, tal como podría ser protagonista el camarero del bar de la esquina de cualquier lector. Muchas de las situaciones reflejadas son de una cotidianidad que en ocasiones podría llegar a hacer pensar al lector que está leyendo hechos tal cual ocurrieron (eliminando de esto el factor sobrenatural).

Por contra, el Segador realiza rituales en sus asesinatos, hasta la fecha de sacerdotes, llegando a bendecir altares de iglesias y escribir con la sangre de sus víctimas un versículo del Apocalipsis. El resto de víctimas que aparecen, sufren muertes en situaciones que se podrían considerar gore, cuando para ejemplificar, algunas de ellas solamente mueren para alimentar al hijo de Prudencia. J.E. Álamo se recrea en crear pasados oscuros, dándoles la atmosfera de poder decir, eso ha pasado antes en tal sitio de la geografía española, o podría pasar.

Uno de los aspectos de la trama que menos me ha gustado, es que antes de llegar a la mitad del libro, ya se puede intuir lo que hay detrás del secretismo de la Agencia, para poco más adelante poder afirmar la hipótesis del lector. En cuanto al estilo, en ocasiones la misma cosa se agradece y en otra la encuentras fuera de lugar. Se mezclan continuos flashback los cuales veo bien cuando se meten en descubrir aspectos del pasado, pero en otros simplemente provocan la sensación de desorden en la lectura. En otras ocasiones nos encontramos con dos personajes dialogando, para en el siguiente párrafo encontrar a uno de ellos conversando con una tercera persona, sin indicar ningún cambio de escenario o referencia temporal, seguramente pretendiendo dar un tono cinematográfico al relato.

Igualmente, la historia viene dividida en capítulos marcados simplemente por el nombre del personaje, algunos de ellos simplemente de un párrafo que nos indican los pensamientos del individuo en cuestión.

¿Por qué recomendar la obra? Respuesta simple, es un relato ligero, con una dosis de intriga, situaciones exageradas tomadas con la naturalidad que se daría en la vida real, y bastante interés en los pensamientos que tomaría una persona cualquiera. Se hace muy amena tiene toques para que quien la lea, no pierda interés por el relato.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Reseña: Un mundo invertido

Un mundo invertido.
 
Christopher Priest.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría de Ideas. Col. Solaris ficción # 145. Madrid, 2010. Título original: Inverted World. Traducción: David Luque Cantos. 315 páginas.

La publicación original de Un mundo invertido data de 1974 y hay que advertir que, sobre todo en el contexto externo a ella y en el mensaje «de fondo», es una novela, según se nos avisa con tino, muy hija de su tiempo. ¿Quiere decir eso que se ha quedado anticuada o supone alguna merma en su calidad? En absoluto. Sigue siendo una obra extraordinaria, con muchos valores propios sin necesidad de buscarle lecturas «ajenas» al propio contenido ―que sin duda las tiene, pero la situación política del mundo ha cambiado mucho y tal vez nos encontremos con que la moraleja que pudiera entresacar un lector de los años 70 del siglo pasado es muy diferente de al de uno de esta segunda década del siglo XXI―.

El joven Helward Mann, después de pasar su infancia en un orfanato de la ciudad de Tierra, ha cumplido los mil cuarenta kilómetros y por tanto ha alcanzado la mayoría de edad. Le ha llegado la hora, por su ascendencia, de convertirse en aprendiz de uno de los gremios, la élite dirigente, y adentrarse así en los secretos de los mismos, prohibidos a los meros ciudadanos, quienes tienen restringida la vista del exterior, constreñidos entre altos muros y paredes que solo tienen ventanas hacia dentro de la propia ciudad. Tierra es una estructura gigantesca y algo caótica que mezcla en su construcción indistintamente la madera, el metal o el hormigón, y que avanza sobre unos raíles que cuadrillas de trabajadores externos van desmontando y tendiendo nuevamente para que nunca se detenga su avance a través de un mundo hostil y depauperado, del que, sin embargo, dependen para sobrevivir y mantener su población. Es una sociedad depredadora, que coge más de lo que da, que se justifica en «elevados» principios y necesidades para mantener su actitud desdeñosa e injusta sobre los pueblos que van encontrando a su paso de los que abusan de su trabajo a cambio de ciertas migajas de poco valor, aprovechándose de su pobreza y de las condiciones extremas del mundo en el que viven.

La rígida sociedad que el aislamiento ha creado, ha producido a su vez también rígidos personajes, con escasa interacción entre ellos, con una frialdad que domina todas las relaciones, y con un desapego y distanciamiento que no permite abrir un resquicio en sus invisibles armaduras hasta el momento en que se instale en ellos la duda. Su única función en la vida, cada cual con su diferente labor, es mantener en movimiento la ciudad en pos de alcanzar el misterioso «óptimo» que se desplaza siempre ante ellos, estando a veces a punto de alcanzarlo y alejándose de él en otras ocasiones con una terrible amenaza pendiendo entonces sobre todos ellos. Hay algo trágico en esa persecución de una meta imposible de alcanzar, siempre alejándose, siempre delante de ellos. El camino hacia el Norte, siempre intentando alejarse de una ominosa amenaza, es un imperativo que marca la tensión y el suspense del relato.

No se puede decir mucho más del argumento, auténtica fuerza del libro, sin destripar las sorpresas que el mismo depara al lector. Hay que acompañar al protagonista en sus viajes para ir descubriendo al mismo tiempo que él las maravillas que su mundo encierra. A través de sus ojos el mundo se va desenrrollando, mostrando un entorno tan extraño como fascinante. Priest ofrece un interesante juego en equilibrio entre lo objetivo y lo subjetivo con el uso alterno de la primera y la tercera persona en la voz narradora, desde el testigo de primera mano al observador ajeno que, sin embargo, también participa en la acción, modificando la forma de ver y entender los hechos bajo un prisma diferente. El autor sumerge al lector en un experimento mental, casi psicodélico por momentos, cuestionando a través de un relato de aventuras la auténtica naturaleza de la realidad y de la percepción subjetiva del tiempo, la distorsión de la existencia y de la física establecida, la forma que toman las vidas según los parámetros que se aceptan para vivirlas...

Mientras en el exterior el viaje no puede ni debe detenerse, en la ciudad se extiende una ola de desaliento; la población disminuye, la insatisfacción crece, y el secretismo de los gremios y su empeño en mantener al resto de ciudadanos en la ignorancia y encerrados en la ciudad amenaza con convertir la situación en una auténtica olla a presión. El descontento de los que viven encerrados, sin contacto con el exterior por un supuesto bien común, aumenta de forma imparable, al tiempo que se terminan las excusas de los gremios para guardar sus secretos amparándose en el supuesto bien de la comunidad ―aquello de que lo que no sabes no puede hacerte daño―.

Totalmente entregado a su tarea, Helward va a encontrar su contrapunto en la figura de Victoria, entre quienes se va a simbolizar la enorme separación entre los ciudadanos y los miembros de los gremios. En su relación se encuentra representada la de ambos colectivos, mostrando la aparentemente inseparable separación de unos y otros a pesar de su cercanía. En una sociedad tan centrada en sus objetivos, taan fría, el amor apenas tiene cabida y es más un negocio que un sentimiento; algo que no está destinado a superar adversidades, como aprenderá por las duras el protagonista.

Un mundo invertido es un increíble viaje rodeado de aventura e intrigantes teorías científicas que llenan de preguntas la mente del lector. Tierra es una maravillosa y monumental obra de ingeniería, una inmensa mole desplazada sobre railes arrastrada con cabestrantes, tornos y cables, que debe hacer frente al cruce de ríos o montañas que le suponen obstáculos casi infranqueables en su obligación de no detener su movimiento nunca o resignarse a las nefastas consecuencias por unas razones que el lector irá descubriendo al mismo tiempo que el protagonista. Una construcción que depende del exterior de una forma rapiñadora, abusiva ―aquí es donde lectores de antaño quisieron ver una lectura colonial británica―, para que la máquina no se detenga, adentrándose imparable en nuevos territorios tecnológicamente más atrasados de los que no dudará en aprovecharse en una relación poco equilibrada, recibiendo mucho más de lo que entrega.

Priest, como bien ha demostrado en obras posteriores, siempre se guarda una carta en la manga, un último giro que cambia el significado de todo lo narrado, y aquí ya empezaba a experimentar con ello. Partiendo de un concepto fascinante, de una física distorsionada, de la duda sobre lo qué es y dónde se encuentra realmente Tierra, el autor consigue atrapar al lector con una escritura muy fluida, aunque algo seca en ocasiones, hasta ese final ―un tanto precipitado, eso sí que hay que reconocerlo― trágico y a la vez esperanzador. Un clásico necesario.

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Reseña de otras obras del autor: