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domingo, 29 de enero de 2012

Reseña: Cauldron

Cauldron.
Las máquinas de Dios 6.

Jack McDevitt.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría. Col. Solaris ficción # 156. Madrid, 2011. Título original: Cauldron. Traducción: Beatriz Ruiz Jara. 351 páginas.

Sentido de la maravilla. Difícil de definir y de explicar, pero algo que McDevitt derrocha de forma habitual a manos llenas. Grandes escenarios, enormes obras de ingeniería alienígena, enigmáticos objetos que vagan en el espacio, viajes estelares, misterios galácticos, arriesgadas exploraciones planetarias, aventura extrema... Y, sin embargo, parece que en esta ocasión el intento de lograr el «más difícil todavía» ha propiciado una enorme acumulación de elementos finales demasiado resumidos que de alguna manera deja insatisfechos, por el deseo de que se hubieran desarrollado algo más, a los lectores que habían llegado aquí a través de todas las novelas anteriores. Por otra parte, durante la lectura se antoja poderosamente que la novela es una despedida —al tiempo que un posible nuevo punto de partida— de la serie, ya que el autor introduce continuas alusiones a aventuras precedentes, así como varios «cameos» de personajes que tuvieron vital importancia en aquellas, a modo de recordatorio y homenaje, que aportan una sensación de profundidad, solidez y continuidad en la historia, al tiempo que sirve de nostálgico contrapunto a lo narrado.

En el año 2255 el rechazo de la sociedad, más preocupada —lógicamente— por los acuciantes problemas del planeta que por la exploración interestelar, ha propiciado el cierre de la Academia de Ciencia y Tecnología. Priscilla Hutchins, antigua piloto y posteriormente directora de la institución se ha retirado, aunque aún dedica parte de su tiempo a recaudar fondos para la Fundación Prometeo, una de las pocas entidades privadas que todavía mantienen vivo a duras penas el viejo sueño de viajar por la galaxia e intentar ir más allá. Sin embargo, de forma inesperada, un joven científico, Jon silvestri, sugiere la posibilidad de haber perfeccionado un fallido motor llamado Locarno más eficiente que los Hazeltine utilizados hasta el momento. Un motor que reduciría en mucho el tiempo del viaje, permitiendo ir mucho más lejos de lo que se había ido hasta entonces. El problema es que todavía se necesitan hacer unas cuantas pruebas para saber si realmente va a funcionar, requiriendo una costosa nave donde instalar el motor experimental; algo que, con la actual carestía espacial, va a ser muy difícil de conseguir. Sin realmente quererlo, Priscilla se va a ver de nuevo en medio de una vorágine que creía haber dejado atrás. Pero, ¿cómo decir no a una propuesta que, de funcionar, podría llevarles en poco tiempo incluso hasta el núcleo de la galaxia a la búsqueda del origen de las nubes Omega?

Peca McDevitt en una primera parte de un inicio excesivamente moroso, con apenas acción y abundante política de salón, en la que el lector debe avanzar a través del planteamiento, el desarrollo, los ensayos y pruebas del nuevo motor, asistiendo mientras tanto a la repetitiva búsqueda de fondos por parte de los implicados mediante conferencias y simposios, y a la dura lucha contra la burocracia que entorpece cualquier iniciativa llegando a demorarla de tal manera que casi la convierte en misión imposible. Una primera parte que, teniendo su indudable interés y sus puntos de tensión. podría fácilmente haber sido resumida, obviando incluso alguno de sus pasajes. Y es que cuando finalmente se inician  el viaje y la exploración galácticas, sus cuatro intensas etapas —cada una de las cuales podría haber dado perfectamente para un libro independiente— se aprecian demasiado breves y algo frustrantes por lo que se siente que podrían haber dado de sí, por la falta de detalles acostumbrados y por todo lo que quedaría por saber en cada una de ellas. Además, sin querer destripar la «sorpresa» final, hay que reconocer que la misma plantea demasiadas cuestiones intra y extra literarias, metafísicas incluso, que darían para una muy extensa discusión sobre la validez de lo elucubrado allí por McDevitt y el curioso cierre —aparente— de la serie.

El ritmo, así, es algo irregular, primero lento, luego acelerándose para llegar a algún remanso puntual y precipitarse llegando al final. Un  ritmo que produce cierto desequilibrio en la intensidad de la trama a lo largo de sus páginas, con unas situaciones mucho más impactantes e interesantes que otras. Sin embargo, es esa especie de montaña rusa también un atractivo añadido, fuente de tensión e intriga, de creciente inseguridad ante lo incierto del desarrollo del motor y la posible misión, sobre todo una vez que el viaje se ha puesto en marcha y se desconoce cómo van a ser cada una de sus etapas y los resultados que se puedan obtener.

La novela, como sucediera en obras anteriores de McDevitt, se convierte de alguna manera en un apremiante alegato a favor de la inversión en la exploración espacial, fiel al heinleiniano «la Humanidad no puede permitirse poner todos sus huevos en la misma cesta», el autor rompe una lanza a favor de la investigación y colonización del sistema solar que permita a los humanos salir de la Tierra, no solo como formula de supervivencia ante posibles catástrofes globales, sino también como medio para impedir el anquilosamiento y estancamiento de la especie.

Sobre todo durante la primera parte de la novela el mensaje es alto y claro: Hay que mantener viva la llama; no se puede, ni se debe, dar la espalda a las estrellas; la Humanidad no puede instalarse en un cómodo conformismo ni dejar a un lado la inherente curiosidad de la especie por descubrir nuevos territorios y fronteras. El autor aboga así de forma fervorosa contra el recorte presupuestario para las misiones espaciales —y, si no fuera porque la novela es anterior en el tiempo, hasta se podría establecer un paralelismo entre la actual retirada de los transbordadores espaciales estadounidenses y la situación en el futuro de Hutchins en que se han retirado prácticamente todas las naves superluminares.

En una segunda parte de la novela, McDevitt parece haber intentado cerrar todos los cabos que habían quedado pendientes de anteriores novelas, dar respuesta a todos los misterios planteados, aunque sea de una forma acelerada y resumida, desde el origen de la Chindi hasta el significado oculto tras las Omegas pasando por la existencia de otras especies inteligentes en la galaxia, la posibilidad de un primer contacto y la posible razón por la que no han buscado o logrado la comunicación con la Humanidad.

Cauldron encierra así una space opera de sabor clásico, con reminiscencias de autores de la Edad de Oro, aunque planteando temas muy de actualidad —a los ya citados se podría añadir la aparición de Inteligencias Artificiales como algo cotidiano sin que se haya producido la «temida», y tan de moda, singularidad tecnológica—; una novela escrita con la habitual soltura y oficio del autor, con una trama sugerente que auna aventura, especulación y reflexión. Se trata de una historia completa, que contiene todos los datos para ser leída de manera independiente, aunque sin duda será mucho más disfrutada por aquellos que dispongan de todo el bagaje acumulado a lo largo de la serie. Un buen libro, no de los mejores del autor es cierto, ya que no llega a alcanzar todo el potencial que se antoja contenía su planteamiento, pero suficientemente entretenido y atractivo como para poner un nostálgico broche de cierre a las aventuras de Priscilla Hutchins, la Academia y el universo de las Máquinas de Dios.

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Reseña de otras obras del autor:

    Odisea.
    Omega.

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