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miércoles, 31 de marzo de 2021

Reseña: El problema de la paz

El problema de la paz.
La Era de la Locura II.

Joe Abercrombie.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2021. Título original: The Trouble With Peace. Traducción: Manu Viciano. Ilustración de cubierta: Sam Weber. 711 páginas.

Tras Un poco de odio llega ahora El problema de la paz, cuya acción es continuación directa de la de aquella primera —de hecho, para subrayar esa continuidad, la novela comienza por una «Cuarta parte» que indica que quizá no se trate tanto de una trilogía como de un libro largo partido en tres—. Después de toda la emoción y combates de la anterior, apenas unos meses después, el Círculo del Mundo vive un periodo de relativa tranquilidad, una paz inestable con todos los actores lamiéndose las heridas y rumiando lo que han ganado y perdido para alcanzarla. Pero ¿cuál es el problema, o problemas, de la paz? La burocracia, la envidia y la inestabilidad política, los tejemanejes de los que manejan la economía e imponen los impuestos, el descontento social..., pero quizá el mayor de todos sea el aburrimiento. Un hastío y apatía que lleva a ciertos personajes ociosos a querer mover las cosas, a cambiar el status quo, a ver algo de acción. Y lo peor es que en sus ambiciones arrastran a otros muchos que se van a jugar la vida sin tener en realidad nada que ganar en el envite. Y allá vamos de nuevo. El problema de la paz es que es un concepto con un significado muy distinto según a qué persona y en qué circunstancias se pregunte. El problema es que la «paz» es tan solo una ilusión, una entelequia a la que todo el mundo dice aspirar, pero que en realidad pocos en el poder desean. Y en las maquinaciones de los poderosos siempre son los débiles, los que están abajo, los que pagan. ¿O tal vez no? Como se puede suponer de las primeras líneas de esta reseña resulta prácticamente imprescindible haber leído la anterior entrega para disfrutar en condiciones de esta —y aunque se intentará no incluir destripes de la presente en la reseña, seguro que alguno de la anterior sí que cae—.

Orso I, rey de la Unión, henchido de entusiasmo y de ideas de gobierno que se podrían tildar incluso de revolucionarias, tiene que lidiar con las contradictorias políticas y las tiranteces entre el Consejo Cerrado y el Consejo Abierto, descubriendo cuán poco poder ejerce en realidad. Savine dan Glokta intenta recomponer sus contactos y rehacer su fortuna, aunque no deja de encontrar inesperados obstáculos en su camino, y quizá el de una recientemente encontrada tibia conciencia y algo de síndrome post traumático no sean los menores. Gunnar «Toro» Broad lucha contra su violento pasado, pero quizá sea un hombre de costumbres, y la servidumbre debida a Savine a cambio del bienestar de su familia no le pone las cosas precisamente fáciles. Rikke sigue lidiando con los problemas que le causa el «don» del Ojo Largo, que se van acentuando cada vez más de una forma de lo más preocupante. En el Norte, Stour Ocaso, «el Gran Lobo», se aburre en el trono y lo paga con sus súbditos. Jonas Trébol sigue rumiando su particular filosofía acentuada por los años, evitando en todo lo posible meterse en líos y pendencias. En Angland, Leo dan Brock, «el Joven León», arrastrando todavía secuelas de su reciente combate en el círculo, se enfrenta al reto de gobernar sin tener ni idea de cómo hacerlo; además, la injusticia de la exigencia de crecientes impuestos frente al agravio de la ayuda que nunca llegó en la guerra le hacen tan irascible como inestable. Victarine «Vick» dan Teufel sigue cumpliendo fiel y eficientemente las órdenes recibidas sin cuestionarlas demasiado, mientras deja entrever retazos de su vid pasada. Los Rompedores y Quemadores, aparentemente muy diezmados, siguen no obstante haciendo de las suyas, y planeando la revolución de los trabajadores. Bayaz continúa moviendo todos los hilos sin ocultarlo demasiado… Muchas cosas sucediendo a la vez para un momento de relativa paz.

Abercrombie mantiene la dispersión de puntos de vista para lograr una imagen global de lo que está sucediendo en cada rincón del Círculo del Mundo, mostrando cómo eventos aparentemente lejano e inconexos entre sí van a influir y tener consecuencias nefastas los unos en los otros. Con el mismo tono de gris de la anterior entrega, donde nadie es exactamente malo ni exactamente bueno —o al menos eso se dicen a sí mismos—, priman las caracterizaciones ambiguas, repletas de ángulos y filos, desde los que causan desastres con las mejores intenciones a los que simplemente hacen gala de una mezquindad supina. Por encima de todo dominan los personajes que deben doblarse a las circunstancias, que cometen tropelías por querer mantener a los suyos a salvo, que obedecen órdenes terribles por un equívoco sentimiento de lealtad o por deudas imposibles de pagar de otra manera. Personajes de alma herida, muy humanos, en los que el autor retrata toda la profundidad del horror que unos hombres o mujeres pueden causarles a otros sin más motivo que la supervivencia.

Y, además del seguimiento cercano de los protagonistas, que ofrece un imagen muy completa de los movimientos y sucesos que están teniendo lugar, en ciertos momentos de la novela el autor vuelve a utilizar de forma magistral la técnica de seguir el punto de vista de un buen número de personajes secundarios —o terciarios—, saltando la acción de uno a otro de forma consecutiva y obteniendo así una visión total e inmersiva de los sucesos narrados.

Con un tono sutilmente diferente al de libros anteriores —tampoco es que sea cosa de repetirse una vez tras otra, ¿no?—, tras un largo e inmersivo tramo en que el libro discurre por los cauces de la intriga política, de las maniobras en las sombras que podrían desestabilizarlo todo, de las maquinaciones y  alianzas que se van forjando, de las mentiras y malentendidos que moldean una imagen general que tal vez no se corresponda con la realidad… Los implicados no dudan en engañar y retorcer la verdad a su conveniencia para hacer que los demás se plieguen a sus planes. Testigo de excepción, con todos los datos en la mano, el lector asiste a un juego de retorcidas maniobras políticas que van conformando un destino aciago, viendo cómo todo se tuerce de forma irremediable, observando los puntos de inflexión en que todavía podría darse marcha atrás a la catástrofe, en que las reclamaciones se podrían encauzar hacia una salida justa, honorable y pacífica, y constatando una y otra vez que la estupidez y ruindad humanos no tienen fondo.

Y es que en el mundo de La Primera Ley el verdadero problema de la paz es que, por supuesto, no puede durar. Pronto los cuchicheos, las proclamas, el descontento, los discursos exaltados, las conspiraciones silenciosas y los susurros de traición,  dan paso al ruido de sables, a la rebelión, a los movimientos de tropas y al olor de la pólvora. Tanto Orso, en un ambiente político envenenado y traicionero donde las tensiones sociales y económicas marcan su agenda, como Leo, arrastrado por su impericia e ingenuidad a unas arenas políticas que se mueven bajo sus pies, intentan hacer lo correcto, aquello que les dicta su conciencia como lo más acertado. Pero en un mundo de grises es difícil definir qué es eso de «lo correcto». Sobre todo cuando a su alrededor se mueven actores expertos en manipulación, extremadamente codiciosos, que no dudan en explotar los puntos débiles de ambos, su intrínseca arrogancia, para llevarlos a su terreno y dar rienda suelta a sus propias ambiciones.

Ilustración de Julia Maddalina
Así, la novela enfrenta un último tercio desatado, con una batalla en su punto álgido de esas como solo Abercrombie sabe describir. Despojada de épica —pero épica en grado sumo, sin embargo—, de gloria y de heroicidad para desvelar el auténtico horror, absurdo e inutilidad de la guerra. Mostrando en los implicados esa mezcla de valentía y estupidez, de resignación y entrega, de incompetencia y escasos momentos de iluminación y genialidad, de inopinado heroísmo y cobardía, de optimismo y desesperanza, de caos primero controlado y luego absoluto, de bregar con las condiciones atmosféricas como un enemigo más, de miembros desgarrados, heridas abiertas, vísceras, y muertes, muchas muertes, a cada cual más absurda, patética y sin sentido. Y todo cubierto por ese humor cáustico marca del autor, provocando una carcajada en los momentos más incómodos.

Diálogos cargados de ingenio, imaginación desbordante, agradables referencias a sucesos acaecidos con anterioridad, personajes memorables con sus contradicciones, defectos y personalidades en conflicto a los con todo coger cariño, manipulación y politiqueo a todos los niveles, injusticias laborales y lucha de clases, brutalidad y torturas, inesperados momentos de poesía e intimidad donde todo parece poder arreglarse de una forma amable, equívocos y traiciones, cinismo desatado, sabiduría barriobajera, espíritu revolucionario, alianzas improbables, nuevos inventos de aplicación civil que irónicamente se enseñorean del campo de batalla, y muertes… Abercrombie sigue limpiando el tablero de antiguos jugadores, dejando una nota muy emotiva en algunas despedidas ciertamente dolorosas, y haciendo crecer de formas harto interesantes —y muy coherentes— a la nueva generación. Ya es hora de que los jóvenes abandonen las alargadas sombras de sus progenitores y labren sus propios caminos, por muchos errores que puedan cometer en tal empresa. Y vaya si los van a cometer. Errores descomunales, que llevan a un final que deja deseando leer el acto final de la trilogía —y que esperemos siga llegándonos de la mano de la magnífica edición de Runas con la estupenda traducción de Manu Viciano—.

Reseñas de otras obras anteriores del autor:


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