jueves, 16 de enero de 2014

Reseña: Tierras Rojas

Tierras Rojas.

Joe Abercrombie.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial / Runas. Madrid, 2013. Título original: Red Country. Traducción: Javier Martín Lalanda. 626 páginas.

Tras el implacable y violento thriller que daba forma a La mejor venganza y el exceso de épica bélica de Los Héroes, Abercrombie, sin abandonar el mundo creado para sus anteriores obras ni a alguno de sus personajes más queridos, imprime en Tierras Rojas un cambio evidente de registro trasladando con acierto los parámetros del western ―dedicatoria a Clint Eastwood incluida― a la fantasía de más rabiosa actualidad. Un fantasía violenta y «cercana» que, curiosamente, hace del realismo su mejor arma con la plasmación de unos «héroes» imperfectos, muchas veces brutales y sangrientos, para nada virtuosos, pero que, sin embargo, cuando se rasca un poco bajo la superficie se empieza a vislumbrar que todos tienen sus razones, equivocadas o no, para actuar como actúan. En definitiva, son profundamente humanos. Si Tierras Rojas fuese una película hubiese sido una dirigida con la violencia del Sam Peckinpah de Grupo Salvaje (The Wild Bunch), aunque ciertos paralelismos con Sin perdón (Unforgiven) sean más que evidentes, y las resonancias a otras obras míticas de directores como John Ford o Sergio Leone, cintas como ―entre otras muchas― Raíces profundas (Shane), Centauros del desierto (The Searchers), La leyenda de la Ciudad sin Nombre (Paint your Wagon) o Pequeño gran hombre (Little Big Man) y series más modernas como Deadwood, se hagan notar de forma continua para disfrute de los amantes de ambos géneros.

Shy Sur, después de una juventud marcada por la violencia y las malas compañías, ha vuelto a la granja familiar, donde cree haber dejado atrás su pasado instalada en una cómoda rutina junto a sus hermanos, Pit y Ro, y su padre adoptivo, Lamb, un enorme norteño cubierto de cicatrices, de naturaleza amable y cariñosa, que nunca habla de su pasado y a quien Shy considera una especie de cobarde. Pero un día, tras regresar desde el pueblo de Tratojusto, donde habían ido a vender su grano, descubren la granja arrasada, los campos quemados, y a los chicos desaparecidos, raptados. Ambos deberán desempolvar viejos hábitos mientras emprenden una persecución de rescate internándose en las Tierras Rojas, unos territorios sin dueño donde chocan los intereses del viejo Imperio, de la Unión e, incluso, del bárbaro Norte. Al mismo tiempo, el infame Nicomo Cosca, se adentra también en las praderas al mando de su compañía de mercenarios, al servicio esta vez de una oscura misión para la Inquisición, negociada por su reticente abogado y consejero Temple. Unos buscan capturar a ciertos rebeldes, otros sueñan con el botín, Shy y Lamb sólo desean rescatar a Ro y Pit. Sin embargo, polvo, sudor, barro, sangre, alcohol, vómitos, excrementos, violencia, pillaje, asesinatos y muerte es lo que les espera más allá de la frontera tras un camino que quizá hubieran preferido no tener que emprender.

A lo largo de toda la novela el lector se va a ir encontrando con situaciones «clásicas» del western que, no obstante, también podrían considerarse perfectamente estereotipos de la fantasía de corte medieval: la granja asaltada con sus habitantes muertos o raptados mientras los protagonistas se encontraban lejos; los pioneros y las caravanas de colonos en busca de una mejor vida que son asaltadas por los «salvajes» de las llanuras, los llamados «Fantasmas» en este caso; la fiebre del oro que vuelve locos a los hombres; el trampero reconvertido en guía con mucha historia a sus espaldas; las poblaciones fronterizas donde se impone la ley del más fuerte; los pueblos abandonados tras cambiar su suerte; el escritor decidido a glosar las azañas del héroe, aunque sea a costa de «embellecerlas» convenientemente, para disfrute de un público lejano y provinciano ávido de emociones; los rancheros arreando su ganado en pos de nuevos pastos; la caballería y los pistoleros ―mercenarios― a sueldo; las peleas de taberna, los asaltos, duelos, forajidos, prostitutas…

Abercrombie revisa con gran imaginación todos los «tópicos», traduciéndolos a un lenguaje que troca en espadas y ballestas los colt y winchester habituales, sin perder por ello ni un ápice de las características intrínsecas del género. Es cierto que en algunos momentos puede llegar a ser algo desconcertante, dado que la influencia del western se deja sentir con mucha fuerza en ciertas escenas y situaciones, con un cambio un tanto radical de la ambientación y el estilo a los que el autor había acostumbrado a sus lectores. Sin embargo, a poco que uno se deje llevar por la historia, el resultado es más que satisfactorio.

Tierras Rojas hace gala de una trama en general más lineal de lo que Abercrombie había acostumbrado hasta el momento, con mucha historia de «fondo», pero más centrada en los personajes y sus vivencias, más intimista, que conlleva también un ritmo menos frenético, más pausado en ocasiones, muy al estilo de ciertos «westerns crepusculares». Lo cierto es que, con el destino de Pit y Ro en juego, se antoja que la persecución se demora en exceso en la travesía de las desérticas llanuras o en la estancia en el pueblo llamado Arruga, donde los protagonistas «pierden» buena parte de su tiempo, aunque siempre sea de manera justificada. Eso sí, eso no significa que los estallidos de violencia y la aventura pura no estén garantizados. Hay múltiples enfrentamientos, duelos en el «círculo de espadas», escaramuzas, asaltos, persecuciones varias, luchas caóticas, espectaculares incendios e, incluso, algo que pudiera parecer una batalla.

Los dos hilos «principales» van a centrarse en Shy y Temple respectivamente, aunque, como ya sucedía en entregas anteriores, ambas se ven complementadas con la inclusión de un buen número de puntos de vista «secundarios», ampliando el foco e iluminando hechos, vitales para la trama, que de otra manera hubieran pasado desapercibidos al estar protagonizados por otros personajes, y matizando los sucesos con otras interpretaciones dependiendo del observador de los mismos. Y es que, más allá de contar una buena historia, donde Abercrombie vuelve a destacar una vez más es en la construcción de sus personajes, dotándolos de una vida y una profundidad realmente encomiable. Los protagonistas van cambiando conforme avanza el libro, matizando sus opiniones, variando sus motivaciones, y lo hacen de una forma harto coherente, lenta y paulatina, totalmente justificada por lo que les va sucediendo, por todo lo que van viviendo y por las gentes que van conociendo. Las relaciones están en continua evolución, para lo bueno y para lo malo.

Hay un intercambio evidente de roles entre la nada «tímida» Shy ―una suerte de Calamity Jane―, quien no necesita que nadie le saque las castañas del fuego, y el apocado Temple, siempre con necesidad de protección. Sarcástica, competente, fuerte e inteligente, Shy lucha duramente por llevar la vida correcta, por cuidar de los suyos y no dejarse arrastrar por los errores de su pasado. No se da nunca por vencida, y es tan decidida como de alguna manera vulnerable, por lo que muestra siempre una apariencia dura e intenta mantener a los demás a cierta distancia. Temple es un auto reconocido cobarde, que intenta ser un tipo decente, pero que se deja llevar siempre por la elección más sencilla, la que menos problemas inmediatos le cause ―algo que termina causándole graves problemas a largo plazo―.

Lamb, un poco en segundo plano, es el auténtico motor de la narración, aunque en casi todo momento sus acciones se vean reflejadas a través de los ojos de los que le rodean y Abercrombie prácticamente no de voz a sus pensamientos o intenciones. Es un lobo con piel de «cordero». Sólo busca la paz, el olvido, pero la violencia siempre parece terminar por encontrarle. Conforme el relato avanza y los cuerpos se amontonan en el camino, Lamb debe tomar una serie de complicadas decisiones, muy lejos de la cobardía que su hija adoptiva le echa siempre en cara.

Junto a ellos, personajes conocidos como Amistoso, Caúl Escalofríos ―a pesar de lo poco que aparece, que grande es su última escena con Lamb―, cierta dama que no aparecía desde La Primera Ley, o el propio Cosca, convertido conforme avanza la trama sin embargo, en su decidido descenso a los infiernos, en algo similar a un villano de opereta, muy alejado del personaje que el lector creía ya conocer. Y nuevos como el cronista Sworbreck, el inquisidor Lorsen, el guía Dab Sweet y su compañera «Fantasma» Roca Llorona, los muchos y pintorescos componentes de la caravana, los compañeros mercenarios de Cosca, los fascinantes habitantes del pueblo fronterizo de Arruga y los intrigantes dirigentes del Pueblo del Dragón...

Abercrombie los sitúa en una parcela del mundo prácticamente ajena a la magia y en la que el asomo de la preindustralización, atisbos de máquinas de vapor incluidas, y el incipiente uso de algo que perfectamente podría ser pólvora augura un nuevo futuro, quizá no mejor, pero sin duda distinto. Es así ésta una novela de tono crepuscular, con un humor casi doloroso, cortante, y una ironía siempre presentes que hacen esbozar en muchas ocasiones sonrisas al lector, como en las engoladas apariciones de Cosca y su cronista, o en la relación que la deuda contraída por Temple con Shy establece entre los dos.
Tierras Rojas al fin y al cabo es la historia de una búsqueda de redención en un mundo demasiado violento como para tener demasiadas oportunidades de encontrarla. El viaje de rescate de Ro y Pit se convierte de alguna manera en un camino de autodescubrimiento, de aceptación de lo que cada uno es en su interior y de la constatación de que, por mucho que se desee, es muy difícil dejar atrás los demonios que se llevan dentro, que por muy lejos que uno viaje al final el pasado siempre parece encontrarle. Todos los implicados, muchos sin siquiera saberlo, se encuentran buscando ese «algo» que les falta y que, seguramente, les haría mejores personas. ¿Lo encontrarán? ¿Hay acaso finales felices en el mundo en que los hace moverse Abercrombie?

Tal vez no sea la novela que algunos de los seguidores acérrimos de Abercrombie estaban esperando, pero seguro que una vez aventurados en sus páginas no encuentran motivos para excesivas quejas. El golpe de timón es evidente y la intención de hacer algo diferente, de no dar «más de lo mismo», es muy de agradecer. Después de cinco novelas situadas en un mismo mundo es de destacar la capacidad de sorprender de esta sexta. Quizá no sea la más «redonda», pero no se le puede negar el gusto por el riesgo y el acierto de conjugar a la perfección western y fantasía con un resultado más que satisfactorio e interesante. Lo cierto es que todo Abercrombie está aquí: la sinrazón, la brutalidad, la crueldad, la violencia, la amistad, la traición, el honor, la lealtad, las palabras soeces, el humor negro, los excesos, los raros momentos de amor, la imperfección humana, la codicia, la ambición, la suciedad, los diálogos vivos... y, sobre todo, sus personajes y ese decidido tono gris polvoriento teñido de rojo sangre.

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