Los magos primigenios
/2.
Orson Scott Card.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Minotauro. Col.
Fantasía. Barcelona, 2014. Título original: The Gate Thief.
Traducción: J.E.Álamo. 334 páginas.
Esta novela, segunda
entrega de la trilogía, recoge la acción prácticamente donde quedó
tras los sucesos que cerraban La puerta oculta. En esa
primera entrega Card creaba una peculiar fantasía
urbana con toques mitológicos, situando la acción en
dos localizaciones bien distintas; por un lado la Tierra actual,
presentando a las familias compuestas por los antiguos panteones de
las religiones del mundo clásico: griegos, nórdicos, hindues,
persas…convertidos en nuestro presente apenas en sombras de una
poderosa tradición mágica que empezó a entrar en decadencia cuando
Loki cerrara todos los portales que llevaban a su mundo
original; por otro, el mundo de Westil, de corte medieval,
donde dramáticos incidentes tenían lugar marcando el futuro devenir
político y el destino de todos los implicados. En este contexto, el
joven protagonista de la historia, Danny North,
se enfrentaría al misterioso personaje que cerraba todas las puertas
entre un mundo y otro, sin ser realmente consciente de todo lo que
dependía de sus actos. Y si hasta ahora he intentado no decir mucho
del argumento de ambas novelas, cabe advertir que es muy posible que
en los párrafos que vienen a continuación se encuentren incluidos
detalles importantes de la primera entrega.
Danny debe ahora
hacer frente a las consecuencias de lo que ha hecho. Tras su
encuentro con Pan y su regreso a la Tierra, debe decidir si
abrirá una nueva Gran Puerta y si, de hacerlo, permitirá a
las familias enfrentadas cruzar hacia Westil. Si lo hace, aumentando
así sus poderes, debe encontrar la forma de mantener el equilibrio y
la paz, algo difícil visto el odio que parece existir entre todas
ellas. Sin embargo, su falta de experiencia, su deseo de ser una
buena persona a toda costa y la ausencia de consejeros a la altura de
la tarea le llevarán a cometer nuevos errores. Errores que podrían
resultar fatales para él, para sus amigos y para toda la humanidad.
Por todo ello, el protagonista madura un poquito, se hace más cauto,
consciente de que no sabe lo suficiente sobre el manejo de las
puertas, algo que, sin embargo, no va a impedirle que, aún con sus
buenas intenciones, siga metiendo la pata.
El Ladrón de Puertas
es una novela que, en cierta forma, sufre en exceso del síndrome del
«libro central» de una serie, con mucha revelación y poca, o
ninguna, resolución. Las cosas se mueven, el protagonista ―y los
lectores con él― descubre muchos detalles de sus poderes y de la
verdadera naturaleza del mundo ―de los mundos― en que se mueve,
descubriendo incluso que mucho de lo que creían saber sus familiares
desde tiempos inmemoriales es falso. Pero en realidad, casi hasta el
final, el tema avanza más bien poco En la entrega anterior, el joven
Danny North descubrió que no era un drekka como
había creído toda su infancia, que sí que tenía ―muy
grandes― poderes, se alejó de su familia, hizo nuevos amigos y
realizó una acción impetuosa que amenazaba con tener graves
consecuencias. Consecuencias que son precisamente con las que habría
que lidiar en este libro. El autor, además de continuar con el tema
de los dioses mitológicos y de la lucha por el poder en Westil,
introduce una nueva línea, de gran importancia, alejándose un tanto
de lo que se intuía iba a ser el natural discurrir de la obra. Ahora
Danny debe mantener la paz entre las familias, con el bienestar de la
humanidad en juego, al tiempo que debe descubrir qué era aquello que
tanto temía Loki y que le llevó a actuar como lo hizo. El
descubrimiento de un enemigo de enorme poder que amenaza a todo lo
conocido da un nuevo rumbo muy ominoso a la aventura.
Y todo mientras, en lo meramente personal, el protagonista debe lidiar con el deseo carnal que su nueva condición parece despertar entre todas las jóvenes de su entorno. Un no demasiado verosímil impulso que, por muy revolucionadas que tengan los y las jóvenes las hormonas, de repente lleva a todas sus amigas y conocidas recientes a desear acostarse a cualquier precio con él y tener un hijo suyo ―y es que quizá lo primero tuviera una base (Danny es casi un dios), pero ¿de verdad el único anhelo de unas adolescentes que no han terminado todavía el instituto es quedarse embarazadas (sea quien sea el padre)?― que no deja en muy buen lugar a los personajes femeninos y no precisamente por sus «apetitos sexuales».
Y todo mientras, en lo meramente personal, el protagonista debe lidiar con el deseo carnal que su nueva condición parece despertar entre todas las jóvenes de su entorno. Un no demasiado verosímil impulso que, por muy revolucionadas que tengan los y las jóvenes las hormonas, de repente lleva a todas sus amigas y conocidas recientes a desear acostarse a cualquier precio con él y tener un hijo suyo ―y es que quizá lo primero tuviera una base (Danny es casi un dios), pero ¿de verdad el único anhelo de unas adolescentes que no han terminado todavía el instituto es quedarse embarazadas (sea quien sea el padre)?― que no deja en muy buen lugar a los personajes femeninos y no precisamente por sus «apetitos sexuales».
Mientras Card sigue
ampliando el panteón de referencias mitológicas, añadiendo en esta
ocasión la impliación histórica de los dioses egipcios y semíticos
―entre otros―, la trama se va haciendo más oscura, más
amenazadora si cabe, a pesar de los desesperados intentos del
protagonista de intentar seguir disfrutando de una vida lo más
«normal» posible, apuntándose incluso al club de atletismo del
instituto. Pero lo cierto es que Danny no está destinado a tener una
vida normal ni siquiera en apariencia, sus muchas responsabilidades
le dominan, e incluso va a tener, avanzada ya la novela, su propio
Judas, alguien cercano en quien confía y que va a
traicionarle, dando así un impulso enorme a la narración.
Danny es
consciente por primera vez de que quizá Loki estaba haciendo
lo que ellos consideran como un mal para evitar otro mucho mayor, lo
que le hace ahora a él responsable de continuar su lucha, aunque ni
siquiera sepa demasiado bien a qué o quién se enfrenta. Surge así
la reflexión sobre el peligro de emprender ciertas tareas sin saber
realmente lo que se está haciendo o comprender las consecuencias que
va a tener, y sobre la importancia de responsabilizarse de los
propios actos una vez realizados. Ante un gran poder, con un gran
abanico de posibilidades, el autor plantea el problema de saber de
quién puedes fiarte y de quién no, con la aparición de una
arrasadora desconfianza que lleva a cuestionarse las intenciones de
todos los que le rodean. Danny deberá buscar y encontrar un difícil
equilibrio mental si no quiere caer en una auténtica paranoia
paralizante. A lo largo de las páginas, a través de la interacción
del protagonista con sus amigos y compañeros, van surgiendo también
ciertos temas, de carácter ético o moral, muy característicos del
autor mormón, con cierto aire «adoctrinador»,
pero que, aunque puedan resultar molestos a algunos lectores, tampoco se inmiscuyen demasiado en la trama principal.
Estas cuestiones, junto a
la introducción de ciertas consideraciones un tanto ambiguas y
polémicas, hacen que la novela, o su autor más bien, parezca no
terminar de decidirse por el público hacia el que va dirigida. Con
un tono de evidente corte juvenil, hay suficientes situaciones
escabrosas, física y psícológicamente violentas o abiertamente
sexuales más adecuadas para lectores «maduros». Es como si Card
hubiera querido nadar entre dos aguas y las sitaciones más adultas
conviven junto a bromas adolescentes demasiado obvias y diálogos,
«chistes» e impulsos algo sonrojantes por su ingenuidad y falta de
verismo adolescente.
Circunstancias puntuales
que no impiden que la novela se lea de un tirón. Card es un gran
narrador, un imaginativo profesional y un agradable prosista. Sabe a
la perfección cómo encadenar escenas de la forma más atractiva y
construye personajes con los que el lector puede empatizar, haciendo
que la novela avance con gran rapidez ―con la excepción de un par
de capítulos «explicativos» que son un auténtico escollo para el
fluido ritmo del resto―.
Se produce, no obstante,
cierto desequilibrio en el interés de las diferentes líneas en que
se divide la narración. Las partes más aventureras, tanto en la
Tierra como, sobre todo, en Westil, son francamente interesantes. El
desarrollo de Loki, la explicación de su comportamiento anterior, su
relación con Anonoei y su participación en la preparación de la
venganza sobre la reina Bexoi, atrapan la atención de forma intensa.
El conflicto que plantea, contra ese enemigo hasta el momento desconocido, es cuando menos intrigante. El trato con las familias
―aunque habría sido de desear algo más de «contacto» con las
mismas― es muy coherente y satisfactorio. Sin embargo, en la faceta más
personal, del día a día de Danny, sus amigos son apenas esbozos,
meros «acompañantes» de apoyo, por mucho que el autor intente
dotarlos de otra dimensión ―y es que el mismo protagonista les
dice que en su relación con él su función va a ser el de
sirvientes y ellos tan contentos―. Además, si de las cuatro amigas
se eliminase a una o dos de ellas tampoco se notaría en absoluto,
pues muchas veces sus actuaciones son totalmente redundantes,
innecesarias o gratuitas, pudiendo perfectamente haber fusionado
alguno de sus papeles. Es cierto que no «molestan», pero tampoco
aportan «individualmente» al relato nada más allá de la tentación
que ejercen en momentos puntuales sobre Danny.
Es cierto también, ya lo
he dicho, que hay dos o tres capítulos con un exceso de
concentración en las explicaciones sobre la «magia» y los mitos
implicados en la trama. Explicaciones que se hacen así un tanto pesadas y que, si se
analiza en profundidad, tampoco era necesario trasmitirlas de esta manera; como la ―doble―
explicación del ka y el ba, la esencia y el
aura, imprescindible sin duda para entender lo que va a
suceder, pero insertada a modo de farragosos «diálogos» que se
hacen ciertamente poco llevaderos, rompiendo el rápido ritmo de la
historia.
El final de la novela, en
un punto álgido cargado de tensión tras unas últimas páginas de
crescendo imparable, con el destino de ambos mundos en juego,
demuestra que cuando Card quiere sabe hacer bien las cosas,
dejando a los lectores con el alma en vilo con un cliffhanger
de manual cerrando el libro en, seguramente, su momento de mayor
emoción. En definitiva, El ladrón de puertas es una segunda
entrega suficientemente interesante y entretenida como para dejar con
ganas de leer la tercera y saber cómo termina la particular historia
de Danny North y su
contrapartida Pan, a pesar de esa cualidad de libro central
y alguna inconsistencia que hace que no alcance el nivel de «satisfacción» de la primera.
Y aún así, se lee en un suspiro.
Y hasta aquí la que
hubiera debido ser la reseña del libro, sin más que añadir sino
fuera por la desacertada inclusión por parte de Card al final del
libro de un «epílogo» donde intenta justificar el retraso
en la entrega del manuscrito ―y por tanto de la fecha de
publicación del original― debido a cuestionables decisiones
narrativas que lo cierto es que tampoco vienen demasiado a cuento.
Justificaciones que hacen volver la vista atrás y reinterpretar lo
leído a la nueva luz de las intenciones manifiestas del autor,
saliendo ciertamente perdiendo en la comparación entre lo plasmado y
lo deseado, pues después de haber dejado relativamente satisfechos a
los lectores con la historia, sus matizaciones demuestran que Card no
ha conseguido del todo lo que pretendía, entorpeciendo además la
estructura narrativa. Recomendación: no leer el epílogo. Nada se
pierde y deja mejor regusto.
==
Reseña de otras obras del autor:
El juego de Ender.
La sombra del gigante.
Calle de magia.
Pathfinder.
Guardián de los sueños.
La puerta oculta. Los Magos Primigenios 1.
Sombras en fuga.
Ruinas. Pathfinder, libro II.
La sombra del gigante.
Calle de magia.
Pathfinder.
Guardián de los sueños.
La puerta oculta. Los Magos Primigenios 1.
Sombras en fuga.
Ruinas. Pathfinder, libro II.
Con Aaron Johnston:
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