El mar Quebrado III.
Joe Abercrombie.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Fantascy. Barcelona, 2016. Título original: Half a War. Traducción: Manu Viciano. 446 páginas.
Este volumen significa el punto y final a la trilogía del mar Quebrado. Y, aunque el libro más satisfactorio de la trilogía, el más completo por variedad y construcción del mundo en que se desarrolla la historia, siga siendo el segundo, esta tercera entrega se muestra como un estupendo final, cargado de épica, emoción y giros «sorpresa». A diferencia de lo sucedido entre los dos anteriores, Media guerra recoge la trama como continuación casi directa de Medio mundo —y, aviso, como tal esta reseña puede contener detalles que destripen parte de la trama de las dos previas—, con los ejércitos de Vansterlandia y Gettlandia manteniendo una tensa alianza con la intención de enfrentarse a los planes del Alto Rey y la abuela Wexen. Vuelven para la ocasión un buen número de protagonistas, pero, como ya sucediera en el salto de la primera a la segunda entrega, pasando de alguna manera a un plano secundario, mientra se añaden a su vez otro nuevos desde cuyo punto de vista se narrará la mayor parte de la trama. Lejos de atarse a la etiqueta de juvenil otorgada a la trilogía, Abercrombie se adentra en una narración adulta para «todos los públicos», cargada de ironía, violencia, acción, frases lapidarias y humor negro.
Mientras el Rey de Hierro Uthil y Grom-gil-Gorm, el Rompeespadas, discuten por cada mínima cuestión del protocolo que ha de guiar la unión de sus guerreros, Trovenlandia es conquistada de forma inesperada. La joven princesa Skara asiste al asesinato de su abuelo, el rey Finn, por parte de Yilling el Brillante. Yaletoft es quemada hasta los cimientos y la inexpugnable fortaleza del cabo de Bail, una construcción de los elfos anterior a la ruptura de la Diosa, queda en manos de los ejércitos bajo mando del Alto Rey, mientras la muchacha se ve forzada a huir disfrazada. Sin más armas que sus palabras, y sin más apoyos que el viejo «mercader» Jenner el Azul, quien la ayudará a escapar, y un protector y una consejera impuestos, la inexperta hermana Owd y el sanguinario portaespadas Raith, Skara deberá conseguir que la insegura alianza se mantenga y se enfrente a sus enemigos con un golpe definitivo.
Abercrombie tira para lo ocasión de tres puntos de vista narrativos. Raith, un joven guerrero Vansterlandés mencionado de pasada en el libro anterior como uno de los gemelos de pelo blanco que portaban la espada y el escudo de Gorm-gil-Grom respectivamente, es el prototipo del combatiente cegado por la gloria del combate y que no conoce otro camino que el de la violencia que tan bien reconocerán los seguidores de las obras «adultas» del autor. Alejado del firme mundo que conoce y enamorándose de quien no debe, se verá obligado a hacer frente a sentimientos ajenos a él y a cuestionarse sus lealtades, descubriendo que tampoco está de más eso de pensar antes de actuar, aunque más de una vez eso signifique la llegada de los remordimientos.
El segundo punto de vista pertenece a Koll, el muchachuelo que formaba parte de la tripulación del Viento del Sur en el libro anterior, es aquí un manojo de dudas, dividido entre cumplir con su deber hacia el padre Yarvi y convertirse él mismo en un clérigo o entregar su corazón sin cortapisas a la mujer de la que se ha enamorado perdidamente, Rin, la hermana de Brand. Sin embargo, sus partes del relato de alguna manera se antojan un mero apéndice de la trama centrada en el padre Yarvi, al que acompaña e informa en casi todo momento, y ante quien el joven se desdibuja, adquiriendo dimensión tan sólo en su zozobra intelectual al debatirse entre la lealtad a quien le ha dado la oportunidad, prometida a su madre, de alzarse entre los poderosos, o de conseguir la felicidad al lado de la herrera forjadora de espadas con la que tan bien se complementa.
Pero, entre los tres focos narrativos, este es el libro de Skara, poseedora del voto decisivo de Trovenlandia en la mesa de los aliados. Dentro del esquema que implica la asunción de la trilogía como literatura juvenil, y como ocurriera con Yarvi en el primer libro o Espina Bathu en el segundo, aquí la joven princesa debe pasar de forma abrupta de la adolescencia a la edad madura, a la toma de decisiones lejos del consejo de sus familiares adultos, apartados de forma violenta de ella, rompiendo con todo lo que conocía y forjando su propio carácter sobre la marcha. Debe mostrar hacia el exterior un rostro que contrasta vivamente con sus verdaderos sentimientos, debe convertirse en el punto de equilibrio entre los reyes de Gettlandia y Vansterlandia, debe mostrarse firme aún encontrándose llena de dudas. A su lado Jenner el Azul adquiere un estatus de figura paternal en que apoyarse, trascendiendo su papel de mero consejero; y la hermana Owd debe despojarse del peso que la sombra de madre Scaer proyecta sobre ella, encontrando dentro de sí el valor y la decisión que siempre le han faltado. Owd y Raith verán como la cercanía con la joven también cambia su forma de percibir el mundo y la manera de enfrentar el futuro.
Robándoles la escena en más de una ocasión, eclipsándolos incluso, junto a estos tres protagonistas aparece más de un viejo conocido. Como Espina Bathu, quien parece haber encontrado su equilibrio al lado del bondadoso Brand, e incluso parece estar en paz consigo misma, aunque no termine de domar en absoluto su beligerancia y sus ansias de combate. O el padre Yarvi, cada vez más enigmático, que aparenta encontrarse en el centro de todas las redes, de todas las conspiraciones que se están desarrollando, con un solo objetivo en mente, cumplir su juramento-sol y su juramento-luna —al fin y al cabo la trilogía toda no es sino el retrato de su búsqueda de venganza—.
Como ya aventura el título esta es la entrega con un tono más abiertamente bélico, desatando la guerra que se venía fraguando desde tiempo atrás y ofreciendo algunas de las grandes batallas marca de la casa. Abercrombie despliega toda su habilidad para plasmar la sangrienta violencia de los combates, remarcando a su vez su sinsentido y su ausencia de gloria, donde cada «victoria» conlleva un precio muchas veces difícil de asumir y pagar. El autor escribe con un ritmo narrativo y unas estructuras que recuerdan a los grandes cantos de gesta, con diálogos chispeantes e ingeniosos, encabalgando frases en las descripciones, encadenanndo imágenes poderosas, repitiendo coletillas, intercalando sentencias compartidas, imbuyendo al relato de un tono grave y cadencioso, casi musical y brutalmente poético..., características todas ellas perfectamente respetadas, mantenidas y transmitidas en la estupenda traducción de Manu Viciano que ofrece en español toda la potencia de la prosa original.
No hay aquí una gran «construcción» del mundo que lleve más allá de lo ya conocido, no se profundiza demasiado en el sistema de creencias o en la estructura social de las diferentes naciones... No es lo que interesa mostrar ahora a Abercrombie, sino la modelación de la personalidad de sus personajes, sus reacciones ante situaciones adversas y extremas, su intento de lograr el bien mediante acciones que se podrían considerar reprobables. Es una guerra, cruda y bestial; es horrible y hace cosas horribles a las personas. Hay una ambigüedad moral que consigue que se vea a los personajes ya conocidos bajo la nueva luz que vierte sobre ellos la mirada de los recién presentados. Personas que caían bien, que se percibían como «buenos» se transforman en seres reprobables. La búsqueda del mal menor y el bien mayor requiere una serie de dolorosos sacrificios que pueden acabar con los mejores deseos llevando a algunos a perderse por el camino. Cuando el objetivo se convierte en todo lo que existe los medios para alcanzarlo empiezan a ser, como poco, cuestionables. El impacto de las decisiones tiene consecuencias, y hay una evidente evolución en los caracteres, siendo uno de los temas principales el de la asunción de la responsabilidad no solo por los actos que se realizan sino por los que, por acción o inacción, se hace realizar a otros. Skara deberá aprender que sus palabras —«las palabras son armas» se recuerda al lector una y otra vez— tienen consecuencias y lidiar con el coste que eso conlleva. Koll deberá descubrir que la vida no da las respuestas a quien no las busca, que la indecisión solo conduce al desastre. Raith deberá lidiar con sentimientos que jamás hubiera jurado pudiera albergar su mente y aprender que la violencia ciega casi nunca es el camino hacia los corazones.
El autor va abandonando cada vez más el tono supuestamente juvenil para adentrar el relato en terrenos más agrestes, violentos y sanguinarios. Un relato que, no obstante, chirría en cierta forma en la verosimilitud de una parte muy puntual —casi anecdótica— de lo narrado cuando una expedición bajo el mando del padre Yarvi se adentra en los terrenos prohibidos de la ciudad élfica de Strokom. Unos detalles que, por un lado, acercan la trama más a una ciencia ficción post apocalíptica que a una mera fantasía épica —no hay un sistema de magia como tal, no hay presentes criaturas ni razas no humanas y el sistema religioso no implica la presencia palpable de los dioses—, pero que, por otro lado y precisamente por ello, deberían haber sido mejor justificados para no despertar la incredulidad del lector.
Para los reyes y guerreros, para aquellos que deben mantener un hombro en la sombra, no suele haber finales finales, sino tan solo finales correctos. Bajo esta premisa, Media guerra se cierra con un pequeño anticlimax ante el esperado gran enfrentamiento de Yarvi con la abuela Wexen y el Alto Rey, la resolución de su perseguida venganza, que es muy posible no se resuelva de la manera que muchos lectores seguro anticipaban. Abercrombie, como ha hecho a lo largo de todo el volumen, vuelve a jugar con las expectativas de sus lectores, dándoles algo diferente de lo que esperaban. Y aunque la historia principal de esa venganza que se encontraba en el corazón de toda la trilogía quede cerrada, el autor se guarda bien de dejar abierto un resquicio con el que poder volver a navegar las traicioneras aguas del mar Quebrado hacia nuevos y muy posiblemente inesperados derroteros. Quedan historias por contar, ojalá el autor las retome en el futuro.
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