Una fábula del Mundodisco.
Terry Pratchett.
Ilustrado por Paul Kidby.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Plaza & Janés. Barcelona, 2009. Título original: The Last Hero. A Discworld Fable. Traducción: Javier Calvo Perales.176 páginas.
La vigesimoséptima aventura en el Mundodisco viene presentada de una forma muy especial. Cuando al enterarme de su publicación fui a buscarla a mi librería habitual sin tener conocimiento de esta circunstancia, me sorprendí al no encontrarlo en la estantería con el resto de la serie y aún me sorprendí más al girarme y ver en un expositor un libro de un formato mayor del acostumbrado con un despavorido Ricewind en la portada (¿como no reconocerlo con la palabra «wizard» escrito en su puntiagudo gorro?). Lo cogí y tras una breve ojeada puedo decir que ya me había enamorado de sus impresionantes ilustraciones; faltaba por ver si la historia estaba a la altura (y puedo adelantar que sí, que lo está). Tras la triste desaparición de Josh Kirby, portadista habitual hasta entonces de todas las novelas de la serie, un nuevo ilustrador, con un amplio trabajo sobre el Mundodisco ya a sus espaldas, iba a recoger el testigo: Paul Kidby. ¿Y qué mejor manera de “presentarse” que con una historia profusamente ilustrada que muestre su amplitud de estilos y paletas? Dicho y hecho, El último héroe guarda un perfecto equilibrio entre texto e ilustraciones, compenetrándose de forma admirable y apoyándose el uno en las otras para dar una mayor profundidad e hilaridad a la historia.
No es este el primer libro ilustrado “canónico” del Mundodisco. Tal honor corresponde a Fausto Eric, en el que el relato de Pratchett se apoyaba en los dibujos de Kirby. Por desgracia en España no pudimos disfrutar más que de la versión de “solo texto” de la misma, lo cual no deja de ser una pena. Por suerte, esta vez no ha sido ese el caso y Plaza & Janés se ha decidido a ofrecernos una versión muy cuidada de la obra que nos ocupa, y yo que se lo agradezco.
El último héroe se antoja de alguna manera una autohomenaje que Pratchett se ha permitido realizar a su serie después de un porrón de aventuras, pues el compendio de personajes antiguos ya bien conocidos por los lectores que aparecen es superior que en cualquier otra novela anterior, hazaña aún mayor cuando pensamos la brevedad del texto.
Gengis Cohen, más conocido como Cohen el Bárbaro, ha decidido abandonar su “retiro” del trono del Imperio Ágata del que quedó en posesión al final de Tiempos interesantes y, junto a los componentes de su vieja Horda de Plata, salir de escena con un golpe de gracia que les merezca un canto épico que haga recordar sus nombres en el futuro: va a devolver, con intereses, a los dioses aquello que les fue robado hace ya mucho tiempo. El problema radica en que todo el mundo sabe qué fue lo robado y que cuando los geriátricos héroes lleven a cabo su plan el desequilibrio mágico muy posiblemente destruirá todo el mundo.
Lord Vetinari, por supuesto, no puede permitirlo y emprenderá la tarea de reunir a un grupo de dispares personajes para evitarlo. Leonardo de Quirm deberá inventar un artefacto que permita a los “voluntarios” saltar por el borde del mundo, pasar por debajo del disco y alcanzar la suficiente aceleración y altura como para llegar a la cima de Cori Celeste, la montaña donde residen los dioses, antes que lo hagan Cohen y su Horda, para lo que deberán circunnavegar el Mundodisco pasando por debajo del mismo, muy cerca de sus cuatro elefantes y la gran tortuga sobre la que caminan. Los magos de la Universidad Invisible deberán prestar todo su apoyo. Por supuesto, el Bibliotecario no andará muy lejos, metiendo sus zarpas donde no debiera. El capitán Zanahoria, de la guardia de Ank-Morpork pilotará la nave de propulsión dragonil, acompañándoles (a Leonardo y a él) un reticente Rincewind en la aventura. Muchos dioses ya conocidos asisten con curiosidad al intento. El Equipaje muestra sus patitas aunque no llegue a participar en la aventura. E incluso la Muerte tiene una especie de cameo, ya que era inevitable con tanto riesgo que apareciera.
Y, por supuesto, Pratchett no se priva de crear nuevos personajes para la ocasión, como el Maligno Señor Oscuro, Maligno Harry Pavor y sus sicarios tontos de remate, que le sirven para lanzar sus acertados dardos contra todas las convenciones de la fantasía heroica cuando entra en conjunción con la Horda de Plata sumándose a sus planes, pero sin poder evitar su lado malvado y traicionera (pero eso sí, siempre dentro del “código”); o la guerrera Vena Cabellera de Cuervo, más conocida ahora como la Sra. McGarry, de cabellos canosos y un magistral uso de las agujas de calceta; o el trovador raptado para que escriba una saga épica que haga recordar por siempre la aventura, y que termina haciéndose un hueco en su corazoncito; o... Aprovecha así Pratchett para, con su habitual acierto y acidez, profundizar en la forma en que las leyendas llegan a convertirse en tales o cómo el folklore va inmiscuyéndose en nuestras vidas hasta darle una importancia realmente sorprendente en nuestra forma de pensar o en qué es lo que hace realmente al héroe.
A su vez, la nave diseñada por Leonardo de Quirm, permite a Pratchett apuntar contra el programa espacial estadounidense, con enorme ternura eso sí, y contra las películas que el mismo ha inspirado, hasta llegar a su particular versión del “Houston. Tenemos un...” del Apolo 13. El resto de sus inventos le permiten ironizar sobre la aplicación, casi siempre bélica que la humanidad consigue aplicar a todos los grandes avances de la ciencia (en cuanto alguien invente un aparato para volar alguien encontrará la forma de bombardear los territorios sobrevolados). La mirada ácida de Pratchett retrata con dulzura, pero con dureza, la naturaleza humana, y a pesar de su cariño la verdad es que no siempre salimos bien librados.
Como no podía ser menos en esta visita a Cori Celesti, otro de sus dardos es lanzado contra las religiones y sus, muchas veces, absurdos preceptos (como el dios que tiene prohibido a sus fieles consumir ajo, jenjibre, champiñones y chocolate). Los dioses no salen muy bien parados, es cierto, aunque algunos despierten más simpatías que otros. Y no hablemos de sus seguidores.
Y todo ello secundado a la perfección por las ilustraciones de Paul Kidby, quien muestra una variedad de registros realmente encomiable, pasando de lo grandioso y dramático a lo paródico con una facilidad pasmosa y sorprendente, con una paleta cromática muy amplia, dotando a cada personaje de su propia e inconfundible personalidad (tal vez quien más choque sea la representación de Zanahoria, algo diferente a la que había realizado Josh Kirby, pero que se adapta perfectamente al personaje); supongo que cada cual se habrá hecho, a lo largo de los 26 libros anteriores, con su propia idea mental de cómo debe ser cada uno de ellos o los paisajes por los que transcurren sus aventuras y que, sin duda, alguna de esas ideas chocarán con la representación ofrecida por Kidby; no obstante, a mí me han sorprendido gratamente todos, adecuándose enormemente a las descripciones que Pratchett había realizado de ellos. El ilustrador maravilla desde los impresionantes dibujos de los paisajes del Mundodisco (por encima y por debajo) hasta los “bocetos” del cuaderno de Leonardo (recomendable dedicarles el tiempo necesario a su contemplación, pues dan forma a la historia casi tanto como el texto). De hecho, hay partes de la historia que trascurren en las ilustraciones.
Es El último héroe una historia corta, que se antoja que hubiera podido ser ampliada hasta una mayor longitud sin demasiados problemas (las situaciones creadas lo permiten), pero a la que al estar profusamente ilustrada se le perdona su brevedad. Bebe de la habitual ironía, humor, inteligencia y sátira social a la que nos tiene habituados Pratchett. Sus acertados dardos, a la vez que a la carcajada invitan a la reflexión, esta vez sobre todo en torno al paso del tiempo y a la vejez, entregando un mensaje que envuelto en este ropaje cómico no deja de tener un forro de tristeza, una mirada nostálgica a cuando se era joven. Pero, cuando la cosa amenaza volverse demasiado trascendental, Pratchett tiene siempre preparado el chiste, el juego de palabras que de la vuelta a la situación y permita una mirada muy amable sobre temas potencialmente dolorosos. Es en este sentido una obra casi más cercana a las primeras entregas de la serie; más alocada, más cercana al gag, quizá menos elaborada literariamente (supongo que debido a la brevedad y al apoyo de las ilustraciones, que obliga a una mayor concreción y un menor elaboración), pero enormemente divertida, emotiva, bella y asombrosa. Si te gusta el Mundodisco este libro es imprescindible. Si no lo has probado todavía, no empieces por aquí, pues te vas a perder un buen montón de referencias: empieza por el primero y no pares, antes de darte cuenta habrán caído los 26 anteriores. Maravilloso.
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Otras reseñas de obras de Terry Pratchett:
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Este libro lo he tenido en las manos y no me lo he comprado precisamente porque el formato me parecía más cercano al tebeo que a la novela. Esos sí, los dibujos son buenísimos. Habrá que darle una oportunidad viendo la reseña.
ResponderEliminarQue grande es Pratchett!! La verdad es que sólo he leído unos pocos libros de Mundo disco, pero son desternillantes!
ResponderEliminarA este ilustrado le tenía el ojo echado, pero mi economía no da para más.
A ver si la editorial se anima y publica el de Eric ilustrado también!
Saludos!
¿Este libro no es antiguo? quiero decir en su edición en inglés.
ResponderEliminar¿Tanto desfase hay entre lo que sale en español y lo que se publica en inglés?
Pues sí, Kaldor, el libro está publicado en inglés en 2001 y después de este, Plaza&Janés ha publicado "Ronda de noche" que es originalmente de 2002.
ResponderEliminarDe todas maneras, ya solo quedan cinco libros inéditos en español, que después del desfase que se produjo entre la etapa de MR y la de Plaza&Janés no es ya tanto.