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lunes, 1 de septiembre de 2014

Reseña: Perillán

Perillán.

Terry Pratchett.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Fantascy. Barcelona, 2014. Título original: Dodger. Traducción: Manu Viciano. 398 páginas.

En un breve «descanso» de las novelas dedicadas a su serie del Mundodisco Pratchett ofrece aquí un libro que no se aleja demasiado de lo que son las constantes de su obra: ironía, humor, intriga, aventura, incipiente romance, personajes peculiares, crítica social y certeras reflexiones a través de una declaración de amor, aunque tal vez no de admiración precisamente, hacia una ciudad de la cual su Ankh-Morpork no es sino un reflejo distorsionado y bastante menos húmedo: el Londres victoriano, sus sucias callejas y sus habitantes menos favorecidos; y lo hace añadiendo un hermoso tributo hacia un escritor que también se sintió fascinado por ellos convirtiéndolos en protagonista de un buen número de sus obras: Charles Dickens. Perillán es un drama histórico de corte juvenil con ciertos elementos de ficción fantástica y abundante humor, un libro lleno de «homenajes» nada ocultos, como el dedicado en el propio título a cierto personaje de Oliver Twist.

Un alcantarillero —alguien que se dedica a «recuperar» aquellos objetos de valor perdidos en las calles de Londres y que terminan en su subsuelo— de 17 años, conocido tan sólo como Perillán, huérfano, duro, pero de buena pasta, se ve envuelto en una pelea cuando en una lluviosa noche salva de las garras de dos facinerosos que le están propinando una paliza a una joven que después se presenta tan sólo como Simplicity. A partir de entonces se encargará de protegerla de unos implacables perseguidores con el apoyo, entre otros, de Henry Mayhew —cofundador de la revista satírica Punch, autor e investigador de corte social— y de «Don Charlie», un incipiente escritor que le animará a descubrir quiénes son aquellos que quieren hacer mal a la joven.

Aún rodeado de miseria, Perillán tiene la suerte de vivir bajo el amparo de un viejo y erudito relojero judío llamado Solomon Cohen, superviviente de diversos progromes a lo largo de toda Europa, gracias al que recibe cierta rudimentaria educación, compartiendo el espacio con un perro que recibe el nombre, parece ser que justificadamente, de Onán. Y a pesar de toda la dureza de su existencia, de alguna manera es feliz y está satisfecho con lo que tiene, sin grandes esperanzas más allá de tener un golpe de suerte y encontrar cosas de gran valor en las alcantarillas.

Pero la protección de Simplicity y la investigación del misterio que la rodea va a hacer que el joven Perillán se vea envuelto en un complot político de alcance internacional, con grandes intereses en juego y peligrosos asesinos al acecho, haciéndole subir sin casi darse cuenta —ni desearlo realmente— en la escala social londinense, salvando los recelos de los que lo consideran simple escoria, e implicándolo con importantes personajes de la época, tanto reales como el político Benjamin Disraeli, el innovador ingeniero Joseph Bazalgette, el fundador de la policía de Londres Robert Peel, el artista John Tenniel, la mujer más rica de la época y reconocida filántropa la baronesa Angela Burdett-Coutts, los citados Dickens y Mayhew, o el propio marido de Simplicity —un individuo de alta alcurnia europea, quien permanece prácticamente toda la novela en el anonimato, pero es fácilmente identificable por las evidencias que se van presentando—, como de ficción como Sweeney Todd, el famoso barbero asesino de la leyenda popular. Personajes que sirven a Pratchett para crear un trasfondo histórico que sustenta la historia, sin condicionarla ni apoderarse de la trama, logrando la complicidad del lector.

Perillán, cual personaje de Dickens —¿o los personajes de Dickens son como Perillán?—, es un joven golpeado por la vida que, sin embargo, no se ha dejado doblegar ni amargar por los golpes. Graduado en la escuela de las calles, ignorante de muchas cosas —apenas sabe leer o escribir—, no es ningún ingenuo y es perfectamente consciente de sus carencias, pero también de sus «virtudes». A pesar de su dura lucha diaria entre lo más sucio —literalmente— y sórdido de Londres —rateros, prostitutas, mendigos y lo más bajo de la sociedad—, es un granuja simpático, un muchacho pícaro, ingenioso e idealista, un rufián con corazón generoso y un desarrollado sentido de la justicia —aunque sea una justicia «callejera» que seguramente no coincida del «todo» con la impartida en los tribunales—, bondadoso y, en el fondo, bastante desinteresado. Un joven que sabe que, por su posición, no puede aspirar a según qué cosas y que, no obstante, luchará hasta el final por la seguridad de la dama, anhelando recibir su cariño, pero convencido de no estar destinado al mismo.

El lector asiste al crecimiento interior del joven, madurando mediante el abandono de su «zona de confort» para salir a un mundo más amplio —y temible— del que nunca ha conocido. Pratchett hace un retrato perfecto de su psicología, de su picardía y picaresca, de su valor templado, y del descubrimiento del sentimiento romántico, tan alejado de su existencia habitual. En contrapartida, Simplicity es un personaje que queda demasiado en sombras; quizá buscando potenciar el misterio que la acompaña queda excesivamente desdibujada, y aunque va creciendo muy lentamente conforme avanza el libro no llega finalmente a adquirir la profundidad que hubiera requerido su aparente importancia en la trama.

Perillán, al igual que alguna otra de las obras más recientes del autor, quizá no sea una novela que invite, ni falta que le hace, a abiertas carcajadas, desdeñando sin llegar a abandonarlos los chistes directos y fáciles, pero sin duda consigue mantener en casi todo momento la sonrisa de los lectores, salvo en los momentos en que decide ponerse más «serio» cuando el tema y la situación así lo requieren, incluyendo algunos toques sombríos muy poco habituales en su obra. Unos detalles que no por ello desmerecen su prosa, sino que la dotan de otras tonalidades a las que, quizá, sus lectores no estaban tan acostumbrados. La certera mirada de Pratchett disecciona el corazón humano, sirviéndose como siempre de la sátira y la parodia para mostrar el reflejo de algunas de sus manías, miserias y contradicciones.

Como libro independiente de la serie que la he dado fama mundial, el autor no se aleja demasiado de su estilo habitual, lleno de bromas, requiebros y juegos de palabras certeramente agudos, ácidos y divertidos, haciendo gala de una trama «sencilla» pero inteligente y llena de capas, con abundante acción y afiladas reflexiones. De hecho, para el lector habitual del autor británico, no hay excesivas sorpresas aquí, es Pratchett en estado puro, lo cual hace del libro una lectura exquisita. Una obra que desborda entretenimiento, energía, cariño y grandes expectativas. Sin llegar a ponerse totalmente serio, el autor reflexiona lúcidamente sobre la vida, la madurez, el amor, la condición humana y todas sus miserias, los sentimientos, las apariencias, la lucha de clases, la pobreza, la educación, la violencia de género, la Literatura…, reflexiones no exentas de dureza que expresadas con un sonrisa hacen que su mensaje cale mucho más adentro que una admonición directa. Al final, Perillán transmite un admirable, agradecido y saludable optimismo. Aunque la delicada salud del autor haga presagiar lo contrario, ojalá hubiera en el futuro más aventuras de este personaje…

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Reseña de otras obras del autor:

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