Mary Gentle.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Escrita como un remedo de las folletinescas aventuras de los mosqueteros de Dumas, como hábilmente nos recuerdan desde la contraportada, lo único que se puede decir es que no está a la altura de aquella, pero es que creo que el listón marcado era demasiado alto. A lo largo de esas 665 páginas de letra pequeñita vamos a asistir, en efecto, a multitud de peripecias, de duelos y enfrentamientos, de intrigas y traiciones, de romances y de muertes, todas ellas no carentes de emoción e interés sin duda, pero que se nos van mostrando en una serie de altibajos en la narración que hace que pasemos de altos picos de disfrute a demorarnos muchas veces en llanuras de excesiva morosidad. No está mal, pero no todo lo narrado tiene la misma fuerza ni el mismo atractivo, y los periodos entre acción y acción adolecen de cierto tedio que debería haber sido subsanado, pues es delito grave en un libro tan abultado.
1610, un reloj de sol en una tumba, es, se nos dice, la traducción al inglés moderno de las supuestamente históricas memorias de Valentin Rochefort, un espadachín burlón, vividor, un tanto “fantasma” y carente de demasiados escrúpulos, quien se verá arrastrado contra su voluntad al proceloso y peligroso mundo de las conjuras palaciegas, allí donde se deciden los destinos de las naciones, cuando se vea envuelto en el intento de asesinato del rey Jaime I de Inglaterra. Siguiendo sus peripecias, a cada cual más embrollada y desesperada, el lector se pasea desde los elegantes palacios de
Durante todo el camino, huída más bien, se sucederán los enfrentamientos y duelos entre Rochefort y su misterioso contrincante, auténtica némesis del protagonista, M. Dariole, un joven que parece decidido a hacerse un nombre entre los duelistas a costa del honor de nuestro particular sinverguenza. Aquí Gentle juega una carta extraña, pues ambos personajes, aunque sobretodo Rochefort, están construidos de tal manera que resultan incluso desagradables, produciendo un rechazo en sus palabras y acciones que difícilmente atrae simpatías sobre ellos. La continua mofa y el desprecio mutuo, a la par de una un tanto forzada, y de alguna forma destructiva, atracción sexual que marcará el signo de sus enfrentamientos, no deja resquicio para tomarles cariño o tomar partido por uno de ellos. Sin embargo, con el paso de las páginas la evolución es palpable, y los personajes se van “humanizando”, siendo más conscientes de sus limitaciones, preocupándose más por los compañeros de viaje y, finalmente, trascendiendo la imagen que el lector se había formado de ellos, creciendo a lo largo de lo que para ellos es auténticamente un viaje iniciático, un viaje que les desvelará aquello que llevaban oculto en su interior, negándoselo hasta a sí mismos, mientras exteriormente les impelirá a cruzar los mares hasta llegar al muy lejano Japón en pos de un misterioso emisario, que tan pronto es aliado como enemigo, pues tan sólo parece seguir sus propios designios (característica, por otra parte, común a casi todos los personajes en un momento u otro).
Sin escatimar en emociones, en peleas descritas con toda su crudeza, en duelos apasionados que no siempre se resuelven con la espada, en intrigas que muchas veces se resuelven con el más mundano de los chantajes, Gentle ofrece un interesante libro de aventuras que, sin embargo, no van mucho más allá del folletín en que se inspira, mezclando sin rubor la alta política de los reyes y reinas de Europa (y del Lejano Oriente) con las más sórdidas figuras salidas del inframundo delictivo de la época, con políticos no muy desinteresados, con una cuando menos curiosa e irónica conspiración Rosacruz y con los más dispares caballeros y damas que el lector pueda imaginar.
Es, sin embargo, en las pausas entre escenas, en la preparación para el siguiente momento culminante de la narración, donde la misma se demora en demasía y amenaza con volverse lo suficientemente tedioso como para saltarse unas cuantas páginas hasta la siguiente cumbre de emoción. Es más lo bueno que lo malo, pero eso no consuela en ciertos momentos. Al final el libro merece el esfuerzo en él invertido, aunque sólo sea en tiempo, porque no deja mal sabor de boca para lo que ofrece, aunque sin duda podría haber sido mucho más redondo con una labor de expurga, poda y concreción.
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