El cuarto protocolo
Frederyck Forsyth
Reseña de: Amandil
Plaza & Janes, Barcelona 1984. Título original: The fourth protocol. Traducción: J. Ferrer Aleu. 350 páginas.
Aunque hace ya unos años que terminó la Guerra Fría las novelas de espías (género literario que se nutrió principalmente del conflicto entre el bloque comunista y el denominado "mundo libre" entre los años 1945 y 1991) seguirán siendo de las más entretenidas y dinámicas que se podrán encontrar en cualquier librería.
El secreto del éxito de este género es muy sencillo: mezclar en dosis adecuadas la acción, el suspense, la emoción y el anhelo de lo que a casi todo el mundo le gustaría ser al menos una vez: un agente en el extraño y misterioso mundo de los espías.
Sin embargo, autores como Forsyth (o Le Carré) parecen empeñados en mostrar en sus novelas que las cosas del espionaje no son "glamourosas" o emocionantes, sino que están integradas por una especie de mundo burocrático con destellos de algo parecido a la "aventura". En otras palabras, las novelas de espías atentan directamente con los estereotipos que el cine se empeña en sostener ante la población. No hay James Bonds, ni Bournes, ni cosas por el estilo. No, al menos, en un libro como El cuarto protocolo.
Aquí lo que encontramos son varias historias distintas que se van entrecruzando hasta llegar al clímax final en la que asistimos al desenlace de todo el asunto. Dicho de este modo, la novela no es que sea muy original. De hecho, en ese sentido, es absolutamente típica. El fuerte de El cuatro protocolo lo encontramos en que plantea de una manera verídica, amena y cautivadora un original hipotético episodio de la Guerra Fría sucedido en 1986.
Hay ritmo, vidilla, frescura. El autor sabe pasar magistralmente de un enfoque a otro sin romper la trama en ningún momento. La lectura es fácil y directa, quedando el lector atrapado en un trepidante crescendo que invita a querer saber que pasa después, desde el primer capítulo. Además, la magnífica recreación del ambiente que se vivía en los años ochenta en las cancillerías británica y soviética (con sus puñaladas, sus ambiciones, sus miserias, sus tensiones internas, etc.) se combina con un trasfondo perfectamente explicado a través de las vivencias de los "protagonistas" del relato.
John Preston es un agente del servicio de inteligencia británico que ve con cierta desidia como su excelente trabajo al frente del grupo encargado de controlar a la izquierda radical en el Reino Unido se va al garete por culpa de uno de sus superiores, Brian Harcourt-Smith. El motivo de tan aciaga situación no es otro que la lucha de poder interna para suceder al moribundo Sir Bernard Hemmings, jefe absoluto de la Inteligencia inglesa.
La caída en desgracia de Preston, sin embargo, provocará una serie de coincidencias que, a la postre, permitirán descubrir un espantoso plan orquestado por el mismísimo Secretario General del PCUS: detonar un artefacto nuclear cerca de una base americana en Inglaterra para simular un accidente y reforzar la tendencia antiamericana y anti-OTAN del electorado británico de cara a las siguientes elecciones legislativas.
Frederyck Forsyth
Reseña de: Amandil
Plaza & Janes, Barcelona 1984. Título original: The fourth protocol. Traducción: J. Ferrer Aleu. 350 páginas.
Aunque hace ya unos años que terminó la Guerra Fría las novelas de espías (género literario que se nutrió principalmente del conflicto entre el bloque comunista y el denominado "mundo libre" entre los años 1945 y 1991) seguirán siendo de las más entretenidas y dinámicas que se podrán encontrar en cualquier librería.
El secreto del éxito de este género es muy sencillo: mezclar en dosis adecuadas la acción, el suspense, la emoción y el anhelo de lo que a casi todo el mundo le gustaría ser al menos una vez: un agente en el extraño y misterioso mundo de los espías.
Sin embargo, autores como Forsyth (o Le Carré) parecen empeñados en mostrar en sus novelas que las cosas del espionaje no son "glamourosas" o emocionantes, sino que están integradas por una especie de mundo burocrático con destellos de algo parecido a la "aventura". En otras palabras, las novelas de espías atentan directamente con los estereotipos que el cine se empeña en sostener ante la población. No hay James Bonds, ni Bournes, ni cosas por el estilo. No, al menos, en un libro como El cuarto protocolo.
Aquí lo que encontramos son varias historias distintas que se van entrecruzando hasta llegar al clímax final en la que asistimos al desenlace de todo el asunto. Dicho de este modo, la novela no es que sea muy original. De hecho, en ese sentido, es absolutamente típica. El fuerte de El cuatro protocolo lo encontramos en que plantea de una manera verídica, amena y cautivadora un original hipotético episodio de la Guerra Fría sucedido en 1986.
Hay ritmo, vidilla, frescura. El autor sabe pasar magistralmente de un enfoque a otro sin romper la trama en ningún momento. La lectura es fácil y directa, quedando el lector atrapado en un trepidante crescendo que invita a querer saber que pasa después, desde el primer capítulo. Además, la magnífica recreación del ambiente que se vivía en los años ochenta en las cancillerías británica y soviética (con sus puñaladas, sus ambiciones, sus miserias, sus tensiones internas, etc.) se combina con un trasfondo perfectamente explicado a través de las vivencias de los "protagonistas" del relato.
John Preston es un agente del servicio de inteligencia británico que ve con cierta desidia como su excelente trabajo al frente del grupo encargado de controlar a la izquierda radical en el Reino Unido se va al garete por culpa de uno de sus superiores, Brian Harcourt-Smith. El motivo de tan aciaga situación no es otro que la lucha de poder interna para suceder al moribundo Sir Bernard Hemmings, jefe absoluto de la Inteligencia inglesa.
La caída en desgracia de Preston, sin embargo, provocará una serie de coincidencias que, a la postre, permitirán descubrir un espantoso plan orquestado por el mismísimo Secretario General del PCUS: detonar un artefacto nuclear cerca de una base americana en Inglaterra para simular un accidente y reforzar la tendencia antiamericana y anti-OTAN del electorado británico de cara a las siguientes elecciones legislativas.
Se ponen en juego tramas y subtramas que nos llevarán desde las cálidas tierras de Sudáfrica a la gélida estepa rusa en una verdadera partida al juego de los espías en la que el lector descubrirá, con cierta sorpresa al final, que nada es del todo lo que parece. Y aunque este tipo de giros en una novela de este estilo no son del todo "originales", reconozcámoslo, si que están muy bien traídos por la mano de un autor curtido en el estilo propio del género.
El modo en que Forsyth desgrana la trama (alternando en un mismo capítulo sucesos y acciones que tienen lugar en distintos países por parte de personajes contrapuestos) dota de agilidad y emoción al conjunto de la obra. Por su parte, la verosimilitud de lo que nos cuenta se une a un elenco de actores que son del todo creibles en sus distintos papeles aunque, en algunos casos, pueda caer en estereotipos machacados una y otra vez en obras similares del cine y la literatura (el prototipo de "comandante soviético" frío y absolutamente leal, el trepa redomado sin escrúpulos y que cae mal desde la primera línea, etc.). Aunque hay que reconocer que no hay cesiones en el libro a añadidos "politicamente correctos" (quizá por el año en que fue escrito) y no hay que padecer ni escenas de sexo explícito, ni romances edulcorantes o directamente pastosos, ni tampoco gritos de apoyo al buen rollismo y la "paz universal". Por todo ello, El cuarto protocolo sigue siendo, incluso veinte años después un libro de espías como la copa de un pino.
El modo en que Forsyth desgrana la trama (alternando en un mismo capítulo sucesos y acciones que tienen lugar en distintos países por parte de personajes contrapuestos) dota de agilidad y emoción al conjunto de la obra. Por su parte, la verosimilitud de lo que nos cuenta se une a un elenco de actores que son del todo creibles en sus distintos papeles aunque, en algunos casos, pueda caer en estereotipos machacados una y otra vez en obras similares del cine y la literatura (el prototipo de "comandante soviético" frío y absolutamente leal, el trepa redomado sin escrúpulos y que cae mal desde la primera línea, etc.). Aunque hay que reconocer que no hay cesiones en el libro a añadidos "politicamente correctos" (quizá por el año en que fue escrito) y no hay que padecer ni escenas de sexo explícito, ni romances edulcorantes o directamente pastosos, ni tampoco gritos de apoyo al buen rollismo y la "paz universal". Por todo ello, El cuarto protocolo sigue siendo, incluso veinte años después un libro de espías como la copa de un pino.
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