jueves, 25 de marzo de 2010

Reseña: La sociedad de la Sangre

La sociedad de la Sangre.

Susan Hubbard.

Reseña de: Jamie M.

Ediciones B. Barcelona, 2009. Título original: The Society of S. Traducción: Dolors Gallart. 381 páginas.

Partiendo de la idea del vampiro más tradicional, Hubbard ha intentado darle una nueva vuelta de tuerca al mito queriendo ofrecer una visión original y moderna del mismo adecuándola a los nuevos tiempos del siglo XXI. El problema surge cuando uno se da cuenta de que está prácticamente todo dicho, que la mayoría de los posibles caminos han sido ya explorados y que ofrecer algo realmente nuevo e innovador sobre los vampiros es muy pero que muy difícil. Lamento decir que la autora no ha salido triunfante precisamente en la tarea y que la lectura de la novela, con muy buenas ideas de partida, se hace bastante árida, cuando no directamente aburrida. El que quiera dotar a la narración de unos toques eruditos que tan solo resultan pedantes en grado sumo no facilita precisamente su disfrute, y la falta de documentación en ciertas parcelas que la autora parece incluir para conectar con los jóvenes tampoco es que contribuya mucho, convirtiéndola en muchos momentos en una obra artificial y pretenciosa. Pero ya llegaremos a ello.

Es esta una novela de misterio, un intento de thriller sobrenatural que queda devaluado por la absoluta falta de tensión durante toda la trama. Ariella Montero es una chica de 13 años que ha crecido aislada del mundo en una sombría mansión de Saratoga Springs, estudiando en casa las más diversas disciplinas académicas y alimentándose bajo una rigurosa dieta vegetariana con la excusa de una extraña enfermedad que la deja periódicamente aquejada de anemia. Su padre, Rafael, es un riguroso y apuesto científico de excéntrico comportamiento que lleva a cabo sus misteriosas investigaciones sobre una sustancia llamada Seradrome en el sótano de la gran casa, con la ayuda de su asistente Dennis, quien también ejerce de profesor de Ariella. Cuando, gracias al ama de casa y cocinera, la sra. McGarritt, empiece a tener algún contacto con el exterior y con otras personas fuera de su reducido círculo, haciéndose amiga de su hija Kathleen y sintiendo un primer interés romántico en su hijo Michael, pronto empezará a darse cuenta de las extrañas circunstancias que rodean su existencia y, sobre todo, echará en falta a su madre, desaparecida sin explicación al nacer ella y a la que anhelará poder encontrar hasta el punto de escaparse de casa e iniciar en solitario un viaje de inesperadas consecuencias.

El tema del vampirismo se va filtrando poco a poco en la narración, sin estridencias, sin llamar la atención, sin truculencias sangrientas ni transformaciones espectaculares. Los vampiros existen, sí, pero lejos del estereotipo de otros tiempos el vampiro moderno ha aprendido a integrarse en la sociedad humana y une a algunas de sus inmemoriales habilidades (son rápidos, fuertes, pueden hacerse invisibles...) el haberse deshecho de unas cuantas de sus debilidades (pueden comer normalmente, soportan la luz diurna ―aunque con protector solar― y, por supuesto, la parafernalia religiosa, han inventado diversos sustitutivos de la sangre que evitan sus dependencia ―sí, algo similar a lo de True Blood― y han montado toda una industria farmacéutica en torno a ello). Todavía existen individuos radicales, vampiros malvados a la antigua usanza, pero parece que la mayoría de ellos busca la ausencia de conflictos con los humanos haciéndose notar lo menos posible, conformando la llamada Sociedad de S. No hay que buscar, pues, en La sociedad de la Sangre violentos enfrentamientos en la línea del sanguinario vampiro tradicional de Stoker, pero tampoco una historia tirando a lo romántico en plan Anne Rice o Stephenie Meyer y su legión de imitadoras. Es esta una historia apacible, casi sin sobresaltos (algunos hay, pero casi siempre se encuentran “fuera de cámara”, evitándonos la contemplación de la violencia y limitando el contenido de acción en la novela al mínimo), donde lo importante es el «crecimiento» de Ariella, su búsqueda, interior de su propia personalidad y exterior de su madre, de conocimiento en torno a su naturaleza, a su herencia y antecedentes eliminando capa tras capa de las mentiras y medias verdades que han conformado hasta entonces su vida.

Con paciencia, sin ninguna prisa, Hubbard sigue el camino de su joven protagonista hacia el auto conocimiento mientras va en pos de su desaparecida madre enfrentándose a todas las dificultades que se interpongan a su paso ―y por mucho que se intente justificar, el resultado es bastante poco verosímil a la vista de los 13 años de la protagonista―. Surge además un problema cuando la autora ha querido plagar el texto de detalles supuestamente eruditos (que sin duda lo son) a golpe de cita en torno a escritores, artistas y filósofos, que lo único que consiguen es que todo el texto suene extremadamente pedante y académico. Mira que me encanta Poe y que muchos detalles de lo que Rafael le cuenta a su hija sobre él son realmente interesantes (aunque tal vez conocidos en exceso), pero la forma de introducirlos, la respuesta de la joven, que, por muy aislada que haya vivido, por muy madura que se la suponga y por mucha educación erudita que haya recibido, insisto, no deja de tener 13 años, tiene una falta de credibilidad que asusta.

Otros detalles, como el que la protagonista acompañe a la familia del ama de llaves a una misa católica un domingo cualquiera y en la misma al darles la comunión les reciten el antiguo rito del Miércoles de Ceniza (exclusivo de ese día) y encima en latín (cuando desde Vaticano II ya no se usa en la liturgia) no hace sino acentuar la sensación de que la autora quiere dárselas de culta tomando a sus lectores por incultos. Si a eso unimos el muy extraño juego de rol al que se supone juegan en varias ocasiones, una mezcla de improvisado rol en vivo con teatro de pantomima que resulta realmente ridículo para cualquiera que sepa un poco del tema, da la impresión que Hubbard se ha “documentado” por la televisión en algún reportaje satírico de cualquier convención de freaks disfrazados quedándose con una capa muy externa y falsa del rol, y sin profundizar realmente en nada. Si de esta manera pensaba acercarse a un público joven escribiendo sobre sus supuestos gustos, creo que le ha salido el tiro por la culata, pues lo único que consigue es rechazo. Si lo que buscaba era un público más adulto, ajeno a ese mundillo, puede que cuele y todo, pero no creo que sea el mejor camino.

La autora plantea un escenario bastante interesante donde podría haber desarrollado una intrigante historia, planteando la existencia de otros seres paranormales, no solo vampiros, sino también por ejemplo espectros, pero sin profundizar en ello. Da la sensación de que la autora va dando pinceladas a su mundo sin terminar de perfilarlo, dejando muchos espacios en blanco, sin sumergirse en los detalles. Es paradigmático lo colgada que queda la historia de como tiene lugar la transformación de los dos jóvenes científicos, buscando supuestamente que trabajen para un misterioso millonario, que desaparece sin más de la narración una vez cumplido su mero cometido iniciático o los muchos detalles que faltan en la historia «de amor» de los padres de Ariella (y eso que el flash back de la estancia de Rafael en Cambridge es de lo más interesante del libro; posiblemente una historia protagonizado por él hubiera ganado mucho frente al protagonismo de su hija) o muchos otros que no conviene airear en pos de no estropear los pocos detalles sorprendentes del relato.

La sociedad de la Sangre está escrito como si del diario de Ariella se tratase, un diario que en teoría debe servir para que los meros mortales comprendamos y aceptemos a los vampiros entre nosotros. Se convierte así en la descripción del despertar de una joven a un mundo que le es ajeno habiendo crecido en un ambiente sumamente cerrado y protegido, de la construcción de su personalidad mientras busca su lugar, su identidad, al tiempo que a su madre. Con un ritmo muy irregular y bastante lento, un problema importante es que apenas pasan cosas, el elemento sobrenatural está muy contenido, sin llegar en realidad a aparecer hasta casi pasada la mitad del libro, hay muy poca acción y todo lo interesante parece suceder, como ya he comentado, “fuera de cámara” o cuando la protagonista no se encuentra mirando (son cosas que les suceden a otros y de las que ella siempre se entera a posteriori). No será hasta casi el final cuando la narración se anime un poco, muy poco, huracán incluido, pero sin llegar en ningún momento a grandes, ni pequeñas, cotas de emoción.

La Sociedad de la Sangre es una novela que partía con unos buenos presupuestos pero que los desperdicia por el camino, es un libro con mejores intenciones que resultados, con graves problemas de conexión con un lector abrumado por la pedantería de protagonista y autora. Cuenta, además, con una continuación, El año de las desapariciones, también publicado en nuestro país y que tal vez levante el vuelo con ciertos interrogantes suscitados al final de este volumen. Desde luego no me atrevo a recomendar la lectura de la novela presente a pesar de la interesante premisa de la que partía, ya que es una obra floja, flojilla. No sé si caeré con la siguiente, que la carne es débil, pero es difícil que suceda.


3 comentarios:

Iraya Martín dijo...

Más o menos viene siendo la opinión general que he leído sobre el libro en la red. Salió a la palestra de los vampiros pero ha conseguido engañar a pocos. Los jóvenes son consumistas en potencia de marketing y modas pero no idiotas.

Jamie M. dijo...

La verdad, no sé si ha conseguido "engañar a pocos", porque algo de negocio verían los editores para publicar la continuación y para, acabo de verlo anunciado, sacar este publicado en formato "bolsillo". Supongo que su público tendrá...

Lorena dijo...

Sin dudas, el libro no es lo que tratan de venderte en la contraportada. Recuerdo que cuando lo terminé, me había gustado bastante, aunque los personajes me parecieron algo fríos.
Suena loco, pero ahora que leo mi impresión al terminar el libro, no recuerdo por qué me sentí así cuando ahora tengo dudas.
Todavía no me decidí a comprar el siguiente.