Sheri S. Tepper.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, .2010 Título original: The Margarets. Traducción: Carlos Mayor Ortega. 510 páginas.
Hace ya un tiempo que Sheri S. Tepper enarboló, junto a su eterno feminismo, la bandera de la ecología. El problema es que ambas facetas pueden ser tan satisfactoriamente tratadas, con tramas e historias consistentes, como en obras tan interesantes como El árbol familiar, o perderse en caminos farragosos, sin sustento y algo absurdos resultando obras tan ¿fallidas? como la que nos ocupa. Es el problema de querer nadar en demasiadas aguas sin la necesaria cohesión, presentando una interesante propuesta pero una deficitaria resolución. Tema aparte es el de la clasificación de su género, pues aunque es obvia su adscripción, temática y narrativamente, a la ciencia ficción, contiene unos cuantos ―muchos― elementos que la acercan más bien a la fantasía. Tal vez se pueda excusar en la máxima de Clarke de que “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, pero es que aquí la ausencia del elemento tecnológico en las posibles explicaciones cuando las hay ―siquiera de tecnojerga―, suplido por algo demasiado cercano al misticismo chirría en exceso.
Antes de empezar a destrozarla, cabe decir que Las siete Margarets, como es habitual en las novelas de Tepper, está escrita con un estilo fluido y agradable, creando el interés y la tensión necesarios en los momentos necesarios, y facturando una obra en su vertiente aventurera ciertamente disfrutable, siempre que se deje la incredulidad bien aparcada lejos de la mente del lector.
La novela empieza con una una especie de cuento que posteriormente tendrá una importancia mayúscula: hace mucho, mucho tiempo, una especie de bípedos sin pelo se ganaron el odio eterno de los quaatares al colarse un grupo de ellos de polizones en una de sus naves de exploración y colonizar involuntariamente uno de sus mundos. La venganza de los viajeros espaciales no se hizo esperar y robaron a los prehumanos «algo» que les convertiría en una raza de tullidos psíquicos.
En el futuro lejano, la humanidad ha llevado la Tierra al borde del colapso y se enfrenta a la extinción debido a la superpoblación y a la esquilmación de los recursos naturales a un ritmo insostenible. Rescatados en el último momento por los gentheranos, la humanidad debe ahora recortar drásticamente su número y su crecimiento mediante una férrea política de control de los nacimientos y la venta de los “excedentes” como esclavos o animales de compañía de otras razas estelares. Margaret Bain, crece en una colonia que trata de establecer en Fobos, el satélite de Marte, una nueva salida para los humanos. Como única niña del lugar y ante la falta de comunicación con los adultos, encontrará compañía inventándose hasta seis personalidades diferentes de sí misma. Cuando la colonia sea cerrada y ella y sus padres enviados a la Tierra, cada vez que Margaret se enfrente a una crisis personal o tenga que tomar una decisión trascendental sobre su futuro, su persona se disociará en otra, dividiéndose en dos, hasta que llegan a existir siete de ellas, creciendo hasta la edad adulta ―hasta diferentes edades, en realidad, dada la dilatación temporal de los diferentes viajes espaciales en los que participa― en distintos mundos y entornos que irán construyendo divergentes tipos de personalidad.
Conforme avanza la acción y se asiste al seguimiento un tanto desequilibrado entre unas Margarets y otras, el lector descubrirá que todo parece formar parte de un gran plan de una organización secreta que se denomina la Tercera Orden de la Hermandad, que busca evitar el genocidio de la humanidad, para lo cual debe conseguir que se cumpla un viejo cuento o profecía gentherano: solo cuando una persona recorra siete caminos a la vez podrá ver al Guardián y pedirle así recuperar lo que fue robado.
Los problemas de la novela son varios, empezando por ese ecologismo de manual, tan burdo que parece que la autora quiera hacerlo entrar a ladrillazos en la mente del lector con la sutileza de un elefante en estampida dentro de una cristalería. Es demasiado evidente, demasiado forzado. Parece tomar como tontos a sus lectores, como si no fuesen a entender su mensaje y hubiera que dárselo bien mascadito. Además se antoja poco realista que toda la solución propuesta sea el control de natalidad y la erradicación de los «excedentes» cuando seguramente se podrían adoptar otras muchas soluciones menos traumáticas.
Es algo triste, además, la aleccionadora moraleja de la historia de las hijas gemelas de Margaret en el planeta-colonia Tercis ―la irresponsable que no para de tener hijos y todo le va mal, y la sensata que controla sus impulsos, limita su descendencia y consigue la felicidad― es realmente deleznable, maniquea y manipuladora, al tiempo que muy poco sutil.
Otro problema evidente es el de la absurda caracterización de las especies galácticas. Los muy buenos ―caracterizados como unos grandes gatitos parlantes― y los rematadamente malos ―desagradables a la vista, casi insectos gigantes, denominados “infames”―, contraviniendo sus propias definiciones aplicadas a los humanos. Algunas de esas malignas razas alienígenas son un tanto absurdas, dando la sensación de que no podrían desarrollarse y menos aún alcanzar ese nivel tecnológico, sobre todo si se comparan las condiciones que se plantean a los humanos. Una especie como los quaatares, cuya sociedad se basa simplemente en la crueldad pura e irracional, que desconocen totalmente la empatía hacia sus semejantes ―y no hablemos hacia los diferentes―, que adoran, literalmente, a un dios de odio y muerte, que desprecian al género femenino de forma total, que basa sus relaciones en la dominación y en el orgullo... se antoja bastante difícil que hubieran podido desarrollar una civilización no ya galáctica, sino simplemente planetaria a un nivel social, político o comercial.
Un tercer problema es el misticismo que envuelve toda la novela, incluido ese lugar al que se accede «astralmente» y donde se encuentran las representaciones de todos los dioses de todas las razas que han sido ―humanos y alienígenas― y que llegan a participar plenamente en la acción. Y es que, para los que gustan de definir claramente lo que es la ciencia ficción, un escollo importante es el de las explicaciones a lo conejos sacados de la chistera muy necesarios para la resolución de la trama, pero que parecen demasiado traídos por los pelos. Como la separación de las Margarets sin un intento de explicación siquiera cuántica y que se muestra simplemente como obra de poderes superiores, la existencia de unos portales teleportadores o agujeros de gusano que comunican superficies planetarias partiendo de en medio de la "nada" ―en una cueva, entre unas rocas― sin que ninguna tecnología aparente las mantenga (que sí se intuye que debe existir, pero no hay mención a ello), la existencia de zonas “fuera del tiempo” desde las que ciertos personajes auto elegidos como salvadores de la raza humano manejan los hilos de sus títeres, la participación de esos seres superiores que podrían considerarse dioses y que favorecen a unas razas sobre otras, y ese final cargado de misticismo barato... Sería más fácil inscribir Las siete Margarets directamente en el género de la fantasía y no tratar de buscar explicaciones donde ciertamente no las hay. Obviando el detalle de que es otra cosa lo que nos han “vendido” antes de empezar la lectura, no sería mayor problema sino fuera porque lo que sucede entonces es que ni siquiera es buena fantasía, no termina de funcionar ni aún bajo los particulares parámetros de la magia o la mitología.
Las siete Margarets navega indecisamente en la frontera entre la ciencia ficción y la fantasía, tomando muchos elementos de los cuentos de hadas (incluidas la lucha entre el Bien y el Mal y el inevitable «happy end» ―para la humanidad al menos―) transportándolos a ese lejano futuro y dándoles un barniz tecno científico que no termina de hacerse “real” o creíble, ni consigue la necesario inmersión del lector como para aceptar ciertos giros sacados de la manga y sin los que la trama no puede avanzar.
Y aún otro problema terrible, difícil de perdonar, aunque aparentemente se podría considerar que menor, es el de que al plantear que la humanidad ha llegado a ese estado desastroso, no por ella misma sino porque hace mucho tiempo se le “robó” ese algo imprescindible para desarrollarse como especie sostenible, lo que consigue es descargarnos de nuestras propias culpas poniéndolas sobre hombros ajenos. Justifica todo lo que le estamos haciendo al planeta por ese elemento imprescindible que le falta a la humanidad, con lo cuál en realidad está dando un mensaje totalmente contrario al que parece que quería dar: estamos destrozando el medio ambiente, sí, pero no es culpa nuestra, en realidad somos las víctimas; con lo que da pie a la justificación perfecta para seguir haciéndolo. Es imposible en estas circunstancias que la humanidad asuma la responsabilidad de sus actos. Por no hablar del paternalismo implícito en la «tutela» de los extraterrestres benignos en lo que se supone es una autora feminista.
El que la posible solución a todos nuestros problemas venga de la mano de los buenos sentimientos de otra especie estelar que nos toma bajo su ala y hace de todo para sacarnos del atolladero, no hace sino acentuar esta sensación. El problema no es culpa nuestra y encima cuando la cosa se ponga auténticamente difícil vendrán otros a salvarnos; entonces ¿por qué preocuparnos? ¿Para qué buscar remedios o hacer nada? Vamos a seguir tal cual, si la solución no depende de nosotros. No creo que fuese el mensaje de la autora, pero sin duda es lo que transmite. La crítica social y el mensaje de la necesidad del control de natalidad queda diluido por unos planteamientos poco coherentes y por una solución demasiado controvertida, que supongo que busca remover las conciencias y solo consigue el rechazo.
El feminismo radical aflora entonces, culpando a los machos de las especies ―humana y alienígenas nuevamente― de la deplorable situación a la que se encamina no solo nuestro mundo, sino toda la galaxia. Es “curioso” que la única representación masculina de las Margarets sea la del guerrero ―la dominación―, mientras que el resto de personalidades sean positivas y humanistas, incluyendo a los dominados ―la esclava―. Las siete personalidades son: lingüista, curandera, espía (esclava), telépata, reina, chamán y guerrero. Siendo la lingüista la que mantiene la personalidad “principal” y el nombre de Margaret, dando idea de la importancia que la autora concede al lenguaje como vehículo no solo de comunicación, sino como elemento básico para establecer las relaciones de un individuo con su entorno, para mostrar la diferente percepción del mundo y de las experiencias según el bagaje léxico que cada cual adquiere ―casi justifica la maldad de alguna de las especies alienígenas porque en su vocabulario no existen ciertas palabras relacionadas con el mal y la moral―. Una vez más, el problema surge cuando al tener siete historias en la mano, no puede dedicarles la misma atención a todas, además de que su interés no es parejo, de manera que alguna está allí de forma casi simbólica, mientras que otras se llevan la parte del león. El reparto está muy desequilibrado, mientras algunas Margarets reciben mucha atención, otras casi no aparecen ―por ejemplo, la reina Wilvia apenas sirve para tener descendencia y permanecer escondida hasta el final―. Desafortunadamente, en ningún momento el lector siente que las Margarets se encuentren guiando las riendas de sus propias vidas; en todo momento están reaccionando a lo que les sucede, pero siempre por detrás de la acción que las arrastra, sin participar realmente en las decisiones que asfaltan la carretera de sus existencias y que otros toman por ellas ―todo está planificado por esa organización alienígena secreta y las siete solo tienen que mantenerse vivas, que aunque no es poco, no es suficiente para crear empatía e interés por ellas―. Por otro lado, las siete Margarets le permiten a Tepper desarrollar siete historias de muy distinta condición, desde lo más costumbrista hasta la instrucción bélica, pasando por muy diferentes registros. Es obvio que no tiene el mismo interés el seguimiento de una esclava limpiando un establo que otra luchando contra la opresión o un soldado asistiendo a su instrucción, pero por lo menos la variedad se encuentra asegurada.
A pesar de un ritmo muy desigual, donde tan pronto acelera para saltar varios años hacia adelante como se dilata en el algún periodo concreto o vuelve hacia atrás para mostrar algo que se había hurtado al lector para crear tensión dramática, Las siete Margarets es una novela que se puede leer como un libro de aventuras obteniendo así cierto placer del mismo. Hay acción, persecuciones, ejecuciones, luchas, traiciones, confabulaciones, conspiraciones, rescates en el último minuto, algo de romance, misterios, muchos mundos que descubrir... Pero como fábula moral y ecológica es absolutamente fallida, demasiado plana en sus planteamientos y soluciones tanto del problema en sí como de sus causas y motivaciones, que elude toda la complejidad ética de la situación, que sitúa a un planeta muy por encima de las personas que lo habitan, que no pone soluciones en las manos de la humanidad sino que todo lo encomienda a la intervención exterior de razas extraterrestres y de los mismos dioses. Y que invierte demasiadas páginas y demasiados elementos que se antojan irrelevantes para llegar a una solución tópica y poco «creíble». ¿Mi recomendación? Dedicar el tiempo de lectura a los libros anteriores de Tepper que sí merecen la pena y decidirse por este solo si se tienen muchas, muchas ganas. Otra vez será.
8 comentarios:
Hm. Sin haber leído la novela, y habíendome leído varias otras de la Tepper, creo que lo suyo no es tanto de machacar un mensaje obvio, sino de exponer posiciones extremas. Es decir, lo suyo no es exponer "su" solución, sino mostrar soluciones trágicas dadas por no haber parado a tiempo - y con un toque de humor malévolo notable.
Gracias pro al reseña. La verdad es que casi pico con ella, pero empecé a leerla en el mismo centro comercial y allí se quedó. No sñe, una vergencia en la Fuerza, me dijo que no era mi libro. Y eso que la premisa que parece fantástica.
Bueno, Carlitos, estoy en parte de acuerdo contigo referido a obras anteriores de Tepper, pero es que en esta ocasión ha exagerado demasiado, se ha ido demasiado al extremo y el tema se ha vuelto contra sí misma. Y ese toque de humor al que haces referencia brilla por su ausencia.
Pues de nada, Chemari-Wan, me alegro de haberte confirmado tu pálpito y que puedas dedicarte así a otras lecturas ;-)
De todas maneras, en general, insistir como solemos decir que lo nuestro son reseñas particulares y por lo tanto subjetivas, y no críticas literarias, con lo que el factor "gusto" tiene mucha influencia.
Confieso que a mí estas obras tan maniqueas y tendenciosas me chocan demasiado; pero acepto que a otros pueden gustarles, sobre todo si comparten su visión del mundo. Es muy difícil acertar con todo el mundo, ¿no?
Saludos
A mí me ha parecido una muy buena reseña con la que coincido casi punto por punto. Se ha pasado de radical y también me mosqueó el centrar todo el mal de la Tierra casi exclusivamente en la sobre población, obviando otros males y otros remedios. Es Malthus llevado al extremo.
Pienso que teniendo razón en el fondo, el extremismo con que afronta la cuestión la descalifica, consiguiendo precisamente lo opuesto de lo que quería (como bien dice Yago en la reseña, produce rechazo y no concienciación).
Una pena, pues también coincido en que obras anteriores merecen la pena y me gustaron. Esta es una decepción.
Estupenda reseña. Más que reseña, un análisis de muchas cosas. Uno quisiera leer la novela tan solo para degustar mejor la reseña.
Gracias por el elogio, pero nada más lejos de mi intención que forzar la lectura del libro como apoyo para la degustación de la reseña ;-)
Si se lee la novela bajo aviso igual se disfruta y todo. Yo no pude, pero no niego que tiene sus virtudes, aunque los defectos (al menos para mí) las sobrepasan ampliamente.
Saludos
Pues a mi me ha gustado mucho, es mi segundo libro preferido
Vale, anónimo, eso es lo bueno de la Literatura, ¿no? Que a cada cual nos pueden gustar cosas distintas. Yo ya he dado mis razones por las que esta novela no me gustó, y a tí sin embargo te ha encantado, aunque no des muchas razones de por qué.
Saludos
Publicar un comentario