Karl Schroeder.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La Factoría. Col. Solaris ficción # 127. Madrid, 2009. Título original: Lady of Mazes. Traducción: Virginia Sanmartín López. 315 páginas.
Schroeder ofrece en La señora de los laberintos una visión de un futuro lejano que podría estar comenzando ahora mismo. Lo extraño es que presentando una sociedad altamente tecnificada, que vive inmersa en una realidad virtual tan perfecta que hace imposible distinguir lo real de lo virtual, la novela transpira una tecnofobia realmente asombrosa. Supongo que no era precisamente esa la intención del autor, o tal vez sí, pues las preguntas que subyacen en el fondo de toda la narración son: ¿Es el progreso tecnológico, a priori, algo bueno per se? ¿Debe la tecnología estar al servicio de la humanidad o viceversa? ¿Debe determinar e incluso crear el tipo de sociedad en que se desarrolla o ser la sociedad quien imponga los límites y los caminos a seguir? ¿Llega esa tecnología a estar muchas veces por encima del propio individuo? ¿Comprenden las personas el alcance de los adelantos, lo que va a significar en sus vidas, antes de su implantación o simplemente «sufren» las consecuencias a posteriori, cuando ya no hay marcha atrás? ¿Subyugará finalmente la tecnología la libertad de la humanidad? ¿Y, tal vez lo más importante, qué es la realidad? ¿Es lícito refugiarse en la «ilusión» cuando esta te provee de todo lo necesario y te mantiene a salvo y seguro? ¿Es más feliz una sociedad con unos parámetros bien delimitados y constreñidos o una en la que se instaure una libertad absoluta? ¿Quién tiene el poder de decidir por todos los demás?... Y las respuestas que se obtienen de esta lectura cabría calificarlas, cuando menos, de paradójicas.
En la Corona Teven, una suerte de pequeño Mundo Anillo de Niven o un orbital de Banks, habita una sociedad separada en diferentes «colectores», donde las poblaciones de cada uno comparten un mismo entorno físico, pero no la misma «realidad». Schroeder lleva la realidad virtual a su máxima expresión propugnando la inmersión total de los individuos en sus mundos virtuales, solapados los unos con los otros y donde es totalmente imposible distinguir entre la experiencia real y la experiencia virtual. Livia Kodaly, habitante del colector de Westerhaven, es una persona especial: es de los pocos habitantes de la corona con la capacidad mental de aceptar las otras realidades y por tanto de transitar de uno a otro colector como una especie de embajadora, interactuando con otros individuos con unos referentes culturales y unas creencias sobre lo que les rodea muy diferentes de las propias. Cada colector tiene unos niveles tecnológicos que no pueden ser superados debido a unos bloqueos instaurados por los «fundadores» y que mantienen de alguna forma inamovible el status quo de todas las sociedades de la Corona Teven. Cuando estos bloqueos empiecen a caer, Livia observará de primera mano como en su vecina Raven, una sociedad que recuerda la de los indios norteamericanos pre colonización, se están introduciendo cambios imposibles que pueden llegar a desestabilizar el entramado de toda la corona. Acompañada de Quiingi, un guerrero de Raven, descubrirán que una misteriosa presencia denominada tan solo 3340 está detrás de todos los cambios y que no va a parar hasta que los horizontes de todos los colectores colapsen y se difuminen los unos en los otros. Junto a su amigo de la infancia, Aaron, con quien compartió una traumática experiencia en su adolescencia, deberán embarcarse en una viaje fuera de su hogar, trasladándose a Archipiélago, donde descubrirán que existen otros muchos mundos y nuevas formas de sociedades «perfectas» que pondrán bajo examen la suya propia, obtendrán algunas respuestas y se cuestionarán muchas de las certezas que tenían sobre su idílica existencia.
Desde una vida disipada, absolutamente centrada en si mismos, donde todo lo tienen resuelto gracias a omnipresentes nanobots que les proveen de todo lo que necesiten, tendrán que abrir los ojos a lo que significa depender de manera absoluta de algo que no dominan. En ese sentido, para los protagonistas los descubrimientos cambian irremediablemente sus vidas, de forma que nunca podrán volver a ser lo que eran, nunca podrán retornar a la ignorancia que permite su hedonista existencia; el conocimiento conlleva la pérdida de su inocencia y tendrán que tomar partido entre la inmovilidad o el cambio que suponen los adelantos tecnológicos. Al llegar a Archipiélago ―donde la historia adquiere una dimensión mayor, más introspectiva quizá, pero más interesante también―, los tres protagonistas, héroes embarcados en la salvación de su hogar, aislados de todo lo que conocían, enfrentarán el dilema de forma muy diferente, eligiendo caminos divergentes que les vendrán marcados por los distintos referentes culturales de lo experimentado en su pasado, eligiendo soluciones aparentemente irreconciliables que cuestionan la vida que han llevado hasta entonces. La aventura queda suspendida hasta la resolución de los dilemas personales.
Livia ha vivido en un mundo perfecto, inmersa en una realidad que le permite interactuar con otros individuos en muy diversos planos, desdoblarse en varias personalidades, retraerse a su interior, comunicarse en múltiples niveles, modificar su entorno a su voluntad... Mas su mundo se encuentra solapado, utilizando la misma localización física, ya que no el entorno, con Raven, un lugar donde la tecnología avanzada no tiene cabida, donde los individuos viven en comunión con la naturaleza en una especie de trasunto de la América del Norte antes de la llegada de los colonos británicos. Y ninguna de las dos sociedades interfiere con la otra ―ni con ninguna de las muchas que las rodean―, ni dan muestras siquiera de saber de su existencia en una especie de solipsismo comunitario que recuerda mucho a una ceguera voluntaria. En la sociedad de Livia, los ciudadanos tienen la capacidad de modificar y dar forma a lo que les rodea ―sin superar los bloqueos tecnológicos―, viviendo como diletantes «elois» en un mundo sin preocupaciones que les provee de todo lo que necesiten y donde todo permanece estable, en una utopía aparentemente feliz que nadie ―o casi nadie― se cuestiona. Si la ignorancia les proporciona la felicidad, si todas sus necesidades están cubiertas... ¿para qué cambiar? ¿Por qué introducir modificaciones en una sociedad «perfecta»?
Se presenta en definitiva una lucha entre el inmovilismo, entre los bloqueos que permiten que las sociedades se mantengan siempre iguales sin interferencias, pero congeladas en su evolución, y aquellos que intentan que las tecnologías se mezclen, que se rompa el equilibrio aunque el resultado inicial sea el puro caos y la muerte de muchos seres humanos que no están preparados para asimilar la nueva realidad de sus vidas. En el nuevo entorno, las personas deben cambiar de forma radical su forma de pensar, de aceptar aquello que los rodea, deben de crecer de alguna manera, redescubriendo tal vez las reacciones normales de un ser humano que han olvidado al vivir demasiado tiempo inmersos en la realidad virtual ―es sintomático la escena en que se muestra como solo unos pocos entienden que en el mundo real una caída desde gran altura significa la muerte y no un «reseteo» que te devuelva al punto de partida o que los nanobots te rescaten indemne―.
Schroeder ha escrito una novela repleta de ideas, que prácticamente no da descanso entre revelaciones, que a veces fuerza la credulidad del lector ―como en el vehículo utilizado por Livia, Aaron y Quiingi para dejar la corona Teven, perfectamente justificado, pero un tanto traído por los pelos―, pero que en todo momento le sumerge en un mundo de posibilidades futuras entre las que tendrá que elegir. A la altura de un Stross, un Banks o un Hamilton, la novela está repleta de buenos postulados: las IAs, las fábricas de nanobots, los orbitales o mini mundo-anillos, el uso de la realidad virtual, la aplicación de un interesante sistema político plasmado en los «votos», las diferentes sociedades dentro de Archipiélago, los implantes tecnológicos, la inmersión en la discusión ética entre el uso y abuso de la cultura y los adelantos técnicos, o la justificación del tutelaje de la humanidad buscando el bien común aún a costa de perder buena parte de la libertad... De esta forma, en la novela se encuentran presentes unos posthumanos que han trascendido su naturaleza original, aparentemente benévolos, pero con agenda propia, y unos misteriosos seres denominados «aneclípticos» que parecen estar interesados en mantener y proteger las diferentes sociedades creadas por la humanidad, tutelándolas sin consultárselo, y tomando las decisiones pertinentes para mantener el status quo. Tarea que aparentemente llevan ya un tiempo realizando.
Por desgracia, el autor no consigue plasmar de forma perfecta todas sus ideas dentro de la trama y esta se le escapa de las manos en algunos momentos, perdiendo cohesión sobre todo cuando abandona el punto de vista de Livia para seguir a otros personajes que apenas son esbozados sin conseguir la profundidad necesaria . La propia protagonista está esquematizada en ocasiones, sin implicar emocionalmente al lector en sus preocupaciones ―y el caso de su «corazón roto» es sintomático―. Cuanto más se aleja el autor de los tres protagonistas principales más se pierde la definición, y aunque quizá esos secundarios sean necesarios para mostrar el tapiz completo, lo cierto es que el dibujo resultante se muestra algo difuso en ciertos pasajes a los que, quizá, se debería haber dedicado un poco más de atención. Con todo, la hábil introducción de todas las ideas dentro de la acción, y no mediante largos discursos, se agradece dada la importante fluidez que imprime al texto. Tal vez esta inmersión directa en la tecnología del futuro pueda resultar confusa para algún lector despistado ―sobre todo en el inicio que se sumerge directamente en la sociedad virtual de Westerhaven, teniendo que ir el lector deduciendo de qué está hablando el autor cuando muestra a Livia interactuando con su «sociedad»: recopilando a un doble para reproducir parte de una conversación a la que no ha acudido o dando instrucciones a sus agentes o hablando con sus fantasmas―, pero consigue una mayor implicación al obligar a mantener en todo momento la atención sobre el texto. Todos los detalles se van configurando según los protagonistas los van utilizando ―al igual que a un lector moderno no debería ser necesario explicarle qué es o qué hace un microondas, Schroeder se permite que el lector capte qué es cada cosa según vayan interactuando los personajes con las diferentes tecnologías o sociedades―. Es cuando Livia se enfrenta a las novedades desconocidas de fuera de Teven cuando el autor sí concede que un tercero le explique a ella, y al lector de paso, qué es lo que tiene delante o lo que está utilizando. De esta forma, las explicaciones se encuentran muy bien integradas en la trama, de manera que en ningún momento distraen la atención de lo que se está narrando―. El autor da muy pocas cosas bien mascadas, debiendo poner el lector mucho interés por su parte. Quizá la trama en sí pierda fuerza o no esté a la altura de las ideas planteadas, dejando algo que desear en ocasiones ―las disquisiciones morales de Quiingi, su búsqueda de un plano más espiritual, menos tecnológico, son a veces algo tediosas― y es cierto que al final el ritmo se acelera en exceso hacia el «gran enfrentamiento final» donde las diferentes tendencias intentarán imponerse de forma violenta, dejando algunas cosas colgadas o demasiado comprimidas, explicadas en dos pinceladas que dejan algo insatisfecho al lector dada la expectación creada y la confusión de ciertas descripciones.
La señora de los laberintos es una novela de aventuras, con matices de space opera, con un alto contenido de ciencia ficción hard y un significativo poso de reflexión sobre el futuro que vislumbramos a la vuelta de la esquina. En la mejor tradición especulativa, Schroeder intenta anticipar la aplicación extrema de muchos adelantos tecnológicos que ya estamos intuyendo a nuestro alrededor y ver cómo influirán en las vidas de los seres humanos, para bien o para mal. Proponiendo cuestiones cuasi filosóficas el autor pone sobre el tapete temas de auténtica enjundia con un ropaje de intriga, de acción y unas pocas batallitas. Tal vez semejante caudal de ideas en estas poco más de trescientas páginas ahogue un tanto la exposición de las mismas al tener que cuidar tanto el contenido ―la reflexión sobre la tecnología, sobre la ética, sobre el futuro de la humanidad― como el continente ―la aventura en sí, motor de la historia, vehículo que ha de hacer interesante la reflexión planteada―. Un libro para leer con calma y tranquilidad, que hace pensar se esté de acuerdo o no en las tesis y conclusiones que el autor presenta, y que, aunque no termina de enamorar en la parte aventurera, resulta no obstante lo bastante satisfactorio en lo especulativo como para darle una oportunidad. Un mensaje final contradictorio, ambiguo, permite seguir elucubrando aun después de haber cerrado el libro. No es poca cosa.
2 comentarios:
Tengo pendiente escribirme la reseña de este libro, porque me exige justamente un poco de tiempo para reflexionar sobre lo leido.
Pero, ¿no te parece que, a ratos, es difícil saber qué está pasando, al esforzarse tanto el autor en no dar explicaciones de qué son los aspectos de ese futuro?
Bien que no nos lo den todo mascado, pero es que así se requiere una lectura, no ya, como dices, "calma y tranquilidad", sino mucha paciencia. O igual soy yo, que no estoy acostumbrado a este tipo de ciencia -ficción.
Creo que hay que leerlo con bastante atención, cierto, pero para mí las partes más confusas no han sido precisamente las que "definen" ese futuro (por mucho que tenga que poner la imaginación del lector), sino las escenas de acción que creo están bastante mal descritas en ocasiones.
Saludos
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