Hugh Howey.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Minotauro. Col.
Ciencia ficción. Barcelona, 2013. Título original: Wool.
Traducción: Manuel Mata. 551 páginas.
Es esta una «novela»
distópica emparentada sin duda con ciertas propuestas
anteriores, tanto clásicas como actuales, que enseguida vienen
a la mente, ya que no en vano utiliza muchos de los resortes
habituales del intra-género, como la superficie del planeta
convertida en un erial inhabitable por una catástrofe de inicio no
identificada, un lugar cerrado donde viven —o simplemente
subsisten— los restos de la humanidad sin poder salir al exterior y
un sistema social y político gobernado por rígidos principios
inquebrantables, pero a los que el autor consigue imprimir de un
carácter personal consiguiendo llevar el juego a su propio terreno y
ofreciendo imaginación, entretenimiento, algo de reflexión y mucha
aventura. En realidad, no se trata de una obra «unitaria», sino que
el volumen recopila las cinco historias o novelas cortas que Howey
fue autopublicando en formato digital de forma consecutiva dado,
sobre todo, el éxito de la primera, con miles de copias vendidas en
la red antes de su publicación «en papel».
El planteamiento quizá
no sea lo más original de la historia, pero es lo que hace Howey con
esa base, la dirección en que mueve su relato, lo que la hace tan
atractivo. Toda la existencia de la humanidad se reduce a un inmenso
silo de 144 plantas excavadas en la tierra, de la que
solo sobresale el piso superior. Un lugar donde los «malhechores»,
condenados a una certera de muerte, son enviados con un traje
protector al exterior a limpiar las lentes de las cámaras que
permiten a los residentes comprobar que el mundo de fuera sigue
siendo un erial tóxico e inhabitable, cuya atmósfera corrosiva
deshace toda materia orgánica. El porqué todos los condenados, sin
excepción, deciden utilizar los retales de «lana» que se les ha
entregado y realizar la limpieza, en vez de enviar al infierno a los
que les han enviado allí es un misterio sin respuesta. Una duda que
carcome al comisario Holston, sobre todo desde que tres años
antes su esposa fuera enviada «a limpiar».
El volumen se encuentra
dividido en cinco partes correspondientes a las cinco novelas cortas
que se fueron sucediendo tras la popularidad de la primera: Holston.
Calibración. Expulsión. Resolución. Los desamparados. La
primera parte se lee como una historia completa en sí misma. Una
historia que sirve, además, como introducción a todo lo que ha de
venir a continuación. Así, las dos primeras secciones son realmente
intrigantes y un tanto aterradoras, no porque den «miedo», sino por
lo que se va conociendo del funcionamiento interno del silo. La
tercera se frena un poco, quizá en busca de encontrar el rumbo y el
tono idóneo para lo que ha de venir, aunque es donde uno de los
personajes llamados a ser principales, Jules, empieza a
demostrar su valía, y lo narrado y desvelado es la base de todo lo
que ha de desatarse después. La cuarta retoma el pulso con firmeza;
y si bien es mejor no entrar revelar detalles, para no chafar las
sorpresas —y hay unas cuantas—, cabe decir que aunque el ritmo se
pueda considerar pausado lo cierto es que la intriga no cesa de
aumentar, acumulando una presión que no tiene por donde escapar. La
quinta parte, donde se alcanza la resolución de varios hilos
distintos, es muy emotiva; podría decirse que un tanto precipitada,
pero que sin duda es lo que la historia estaba requiriendo.
Esta estructura de
novelas continuadas, escritas impulsadas por el éxito de las
anteriores, tiene como consecuencia que ciertos elementos que, quizá,
debieran haber estado desde el principio, se van incorporando sobre
la marcha, en la tercera o cuarta narración, llamando la atención
que por su importancia en el relato no hubieran sido mencionadas
antes. Asimismo, se van añadiendo personajes, haciendo que la novela
se vaya convirtiendo poco a poco en una historia coral con abundantes
puntos de vista, algo de agradecer dada la mayor amplitud que otorga
tanto al trasfondo como a la historia en sí. A la vez, cada sección
va aumentando la complejidad de las tramas, dividiéndose en varios
hilos y manteniendo álgido el interés a través de una intriga de
conspiraciones, secretos, traiciones, engaños y mentiras, muertes,
rebeliones y levantamientos en que todos los implicados creen en todo
momento estar haciendo lo mejor para el silo y en que el destino de
los menguados restos de la humanidad se encuentra sin duda en juego.
Si en un primer momento
el protagonismo recae en el comisario Holston, pronto el mismo
pasa a la alcaldesa Jahns y al ayudante Marnes, que a
su vez irán abriendo el escenario hasta poner en primer plano a la
mecánica Jules, llamada a sustituir a Holston, pero cuya
historia personal va a dar un giro inesperado, llevándola donde
jamás imaginó ir y que se verá acompañada de los más diversos
compañeros y antagonistas en su viaje vital. El silo es una
auténtica olla a presión, con la única válvula de escape de la
«limpieza» como medida preventiva de un muy previsible estallido;
pero cuando el vapor empieza a acumularse más y más y la válvula
da síntomas de fallar, nadie —o casi nadie— puede predecir los
resultados.
Y es que el silo se
encuentra ampliamente estratificado en un sistema político de
división en «castas» productivas, que incluye una diferenciación
por el color de los monos de trabajo, con los «servicios» en la
parte superior, informática y tecnología en el medio, seguidos por
abastecimientos, escuelas, guarderías y escuelas, con agricultura un
poco más abajo y mecánica en el fondo del todo. Cuanto más abajo,
más duro y peor considerado es el trabajo y las personas que lo
realizan. El lugar se rige por un estricto sistema donde todo se
encuentra compartimentado, y donde se siguen una serie de férreas
reglas para mantener el delicado status quo en funcionamiento:
desde el número y el momento de tener hijos, el tiempo de descanso,
la difícil promoción para cambiar de «profesión» hasta el
control de las comunicaciones internas. Algo propiciado y favorecido
por la falta de ascensores dentro del lugar. La única forma de subir
o bajar es recorriendo la larga, y discontinua, escalera de caracol
que lo atraviesa de arriba a abajo y que se va a convertir en el
elemento siempre presente por el que pasa necesariamente toda la
acción.
Los personajes se mueven
en un ambiente, perfectamente plasmado por el autor, claustrofóbico
y opresivo. No tanto por las dimensiones del lugar, bastante grande
para lo que pudiera suponerse, casi un pueblo subterráneo que se
extiende hacia abajo en vertical en vez de en la superficie en
horizontal; ni siquiera por la opresiva sensación de la
imposibilidad de salir al exterior, algo perfectamente asumido por
los habitantes en general; sino por la sociedad que se ha construido
allí dentro... Absolutamente inmovilista. Sin esperanza de cambio.
Rutinaria y repetitiva. Mera supervivencia por la supervivencia. Una
sociedad, obligadamente autosuficiente, que vive de cierta manera
feliz en la ignorancia, donde el control de la información es vital
y el asomo de una dictadura permanece en la sombra. Un lugar ideal
para vivir si no te haces preguntas y cumples con tu función a
rajatabla, sin cuestionar el modelo ni el status quo. El supuesto
poder del silo parece encontrarse repartido entre diversos
representantes, democráticamente elegidos, pero cuando las cosas se
ponen tensas el lector pronto va a darse cuenta de que los residentes
están sumidos en una farsa y de dónde reside el auténtico poder.
Una sociedad que se mueve
de maravillas en la contradicción. Su «religión» les asegura que
el silo ha existido siempre, que fue creado para protegerlos del
mortífero exterior y su atmósfera tóxica y gris; sin embargo, los
libros infantiles muestran imágenes de cielos azules y plantas
verdes que «nadie» ha conocido. Los edictos impiden la mención del
mundo exterior, como un tabú, y sin embargo se promueve como una
auténtica fiesta, con grandes peregrinaciones hacia arriba
incluidas, cada vez que hay una «limpieza». Los habitantes viven en
un mundo de enormes carestías y sin embargo la sección de
informática se lleva gran parte de sus recursos sin que se sepa
demasiado bien a qué los dedica. Se sabe que en el pasado se produjo
al menos una gran revuelta, seguramente varias, pero no se conocen
los motivos ni parece interesar saberlos...
Y con tan interesantes
mimbres, con un atractivo escenario y unos bien construidos y
caracterizados personajes, lo cierto es que Howey parece
apostar decididamente por la aventura y la acción más que por la
reflexión, que también, sobre las profundas cuestiones planteadas
en torno al ejercicio del poder, al control de la información, a la
«propiedad» de los sistemas productivos y las posesiones
materiales, al derecho a la intimidad, a la opresión y la
revolución... potenciando las situaciones peligrosas que llevarán a
sus protagonistas hasta el límite —¿y más allá?—. El autor, a
pesar de ciertos altibajos, no pierde el pulso y factura un libro muy
entretenido, sorprendente en ocasiones, con cierto sabor «clásico»
y una historia que no deja de crecer.
Así, su éxito fue tal
que ya hay dos continuaciones, precuela y secuela, prontas a ser
publicadas también en España: Desolación (Shift) y
Vestigios (Dust) en marzo y octubre de 2014
respectivamente. Planeta, a través de su sello Minotauro
ha llevado a cabo una intensa campaña promocional de apoyo a la
novela, siendo su punto culminante la página
http://www.cronicasdelsilo.com/, un sitio que merece ser visitado
para recorrer sus diversos niveles, conociendo muchos de los
entresijos de la historia, de su localización y personajes, además
de poder disfrutar de la lectura de su primera parte, con lo que cada
lector se podrá hacer idea cabal de si le merece continuar con el
resto. Por mi parte solo me queda esperar a poder completar la historia y
ver dónde ha llevado Howey a su criatura.
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