Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Amazon. Edición digital (kindle) —también existe versión en papel—. 439 páginas.
Tras cinco libros dedicados a su saga de El segundo ocaso, Pérez de la Puente ha decidido dar un giro a su producción, alejarse de Ridia y embarcarse en una novela independiente con un amplio trasfondo de mitología nórdica y cultura vikinga. Al enfrentarme a esta reseña debo confesar que ha sido una lectura, mi primer contacto con la obra de la autora, que ha despertado en mí sensaciones contradictorias, ya que se trata de un relato que, desde mi muy subjetivo punto de vista, aúna a una indudable calidad prosística y a una trama con grandes posibilidades, una excesiva carnalización y «mundanización» de los personajes y un uso demasiado «canónico» del conocido, y por tanto previsible si estás al tanto, camino hacia el Ragnarök —a lo largo de la reseña entraré más a fondo en ello—. Unas circunstancias que, por un lado, me han producido cierta insatisfacción y cansancio —quizá porque me esperaba otra cosa—, y, por otra, un indiscutible deseo de seguir leyendo —pues la historia está muy bien escrita y no carece de atractivo—, aunque ya pudiera aventurar más o menos lo que iba a suceder. Profecías de las que no se puede huir, venganzas, dioses traicioneros, valkirias, criaturas fascinantes, grandes gestas, amores imposibles, sexo robado, vikingos, planes imposibles y, sobre todo, un futuro inamovible confluyen en los primeros pasos del fin del mundo.
Hijos del dios tuerto es la historia de cómo los dioses tratan de luchar contra un destino ineludible y de cómo las profecías suelen llevar en su enunciación su propio cumplimiento. Skuld, una de las tres normas, «advierte» a los dioses de que han empezado a tejer el dibujo del fin del mundo, el Ragnarök, y les da cuenta de los actos que conducirán al mismo y de quién los realizará. Obsesionados por la parte que les va a tocar jugar en el devenir de los acontecimientos, Odín, Thor y Loki emprenderán por separado diversos caminos y misiones a través de los nueve mundos para, cada cual a su manera, intentar revertir el futuro profetizado. Al tiempo, inadvertido del papel que el destino le tiene reservado, el guerrero vikingo Harek Haraldsson, jarl de Sørfjord, lidia con los problemas que le causa el tener que gobernar a su gente. Y así comienza el principio del fin...
La acción, impulsada por la profecía que lleva en sí misma su cumplimiento, ya que todo lo que intentan hacer los implicados acerca su realización un poquito más a su funesta conclusión, se desarrolla de esta manera a través de cuatro líneas. Tres de ellas, las de Odín, Thor y Loki, se van juntando y separando conforme se hilvana el hilo que lleva al mismo futuro que todos quieren evitar. La cuarta, más independiente, sigue los pasos del humano Harek Haraldsson, llamado a convertirse en un Einherjer, quien no sabe que el destino le ha reservado un papel destacado en los acontecimientos, que es juguete de los dioses sin siquiera percatarse. Una participación que sirve además para retratar con profusión de detalles la vida en la época de lo vikingos, su día a día, sus creencias, su organización política y social, sus poblados, su modo de guerrear…, aunque sus actuaciones sean en algunos momentos como poco «chocantes».
La autora, es cierto, ha hecho una gran labor de documentación, tanto en las fuentes de los mitos y profecías como en la época en que tiene lugar la acción. Sin embargo, en la virtud lleva también el defecto, pues para quien se encuentre versado en mitología nórdica, en las Eddas —mayor, con el Völuspá en cabeza, y menor—, toda la trama dedicada a glosar las acciones de los dioses implicados en este drama no encierra apenas sorpresa alguna. En cambio, para los neófitos, sin duda les abrirá la vista a un mundo fascinante, lleno de complejas y cambiantes relaciones, muy bien asimilado en las tramas y explicado de forma que sea fácil, y entretenido, de leer. Pérez de la Puente sigue a rajatabla, con su propio enfoque e interpretación de los hechos y con las necesarias licencias literarias, cada paso que conduce al inevitable Ragnarök, consiguiendo un relato vibrante y heroico, pero alejado de causar asombro —incido, en el lector avezado en mitología—, sobre todo cuando la parte más «original», la que desarrolla la historia de Harek, es menos épica de lo deseable y se demora demasiado en las disquisiciones existenciales y dudas románticas del protagonista, en detrimento de la deseable acción.
Pero, aún así, y desde mi personal gusto, nada de ello sería en absoluto un problema para el disfrute de la novela, que cuenta con un buen número de momentos álgidos y emocionantes, y una trama de lo más atractiva —quien haya leído las Eddas bien lo sabe—, sino fuera por la plasmación que la autora ha elegido para reflejar a los participantes en la historia y el mundo en que se desarrolla el drama. Supongo que para otorgarles más cercanía, y aún contrastando con la profundidad y poderío otorgados a los personajes femeninos —destacando por encima de cualquier otro a la «völva» Katla—, de inicio todos —todos— los masculinos, tanto humanos como dioses, son patanes descerebrados —Loki, el supuestamente inteligente y retorcido dios Loki, es un negado que sólo sabe idear plan tras plan a cada cual más estúpido e ir luego lamentándose por las esquinas de que todo le sale mal— manifiestamente homofóbicos y licenciosos, cuyas charlas derivan siempre —si es que no empiezan directamente con ellos— hacia contenidos y referencias sexuales, echando mano en todo momento de un cansino lenguaje soez y barriobajero, da igual que hable un campesino que el propio Thor, abusando del continuo recurso a las «bajas» pasiones como motor de toda iniciativa. Un tono de diálogos que contrasta demasiado con unas escenas, descripciones y reflexiones de un tono poético apabullante y realmente magnífico; una prosa cargada de lirismo que atrapa con una imaginería muy poderosa, mientras todo se encamina hacia el desastre. Es de remarcar no obstante que conforme las diferentes líneas avanzan hacia el desenlace y se va acelerando el ritmo, también se vas depurando las conversaciones, haciendo la historia mucho más intensa e interesante.
La autora hace un recorrido por los nueve mundos, desde Asgard hasta Helheim, llegando incluso bajo las raíces del árbol Yggdrasill, retratando a muchos de sus habitantes: dioses, humanos, gigantes, enanos y toda suerte de criaturas e híbridos intermedios, dando cuenta de un gran número de maravillas —como la prole de Loki, a cual más extraño—. La historia se desenvuelve en dos ritmos, más movido el de los dioses y más pausado el que sigue las vicisitudes de Harek, aunque ambos sirvan al propósito de mostrar el inevitable devenir de los acontecimientos. Los dioses quieren evitar a cualquier coste lo que les ha sido profetizado que se avecina, y los mortales viven sus vidas desprevenidos de lo que se les viene encima. De ahí los movimientos frenéticos de unos y la aparente «tranquilidad» de los otros —de hecho, en esta acción demorada se refleja de manera palpable el deseo de Harek de que no pase el tiempo para no tener que tomar ciertas decisiones muy difíciles para él y los suyos—. No hace falta decir que cuando todas las tramas van confluyendo y las anécdotas —interesantes, pero superfluas, disquisiciones sobre acciones tangenciales de los dioses se suceden en el relato— quedan a un lado, todo se acelera hacia un final, no por más que esperado —y conocido—, menos impactante. Un final que, aún pudiendo considerarse manifiestamente «abierto», convierte a la novela en una obra autoconclusiva. Añadir que, para aquellos a quienes les diese cierto miedo o reparo la cantidad de nombres y vocablos en torno a la mitología y culturas nórdicas la autora ha incluido al final del libro dos apéndices, el primero con un listado de runas y su significado —cada capítulo se abre con una de ellas—, y el segundo con un glosario de apoyo que sirve para clarificar cualquier duda.
Una obra tan interesante por un lado como —para el que suscribe—, ligera, y subjetivamente, insatisfactoria por otro.
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