Robin Hobb.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Segundo volumen de Las leyes del mar y continuación directa del anterior Las naves de la magia. Volvemos donde se quedó aquella, a los mismos lugares y personajes que ya habían conseguido atrapar nuestra atención. Hobb ha creado un mundo complejo y lleno de detalles, tanto de su sociedad, su cultura, sus relaciones comerciales, su arte, sus costumbres... tanto en el Mitonar como en las Islas Piratas y aún más lejos... Ha creado un mundo tan completo que no ha podido sustraerse a la tentación de mostrárnoslo todo, cayendo en uno de los principales defectos de la novela, como ya le sucediera en la anterior: le cuesta demasiado entrar a fondo en la trama, ofreciendo un largo principio en que se van posicionando de nuevo los muchos protagonistas tras el explosivo final del anterior libro. Así páginas y páginas se van sucediendo conforme va adquiriendo forma la sociedad de mercaderes del Mitonar (demasiadas veces repitiendo situaciones ya explotadas en Las naves de la magia que poco aportan a la actual novela) y la autora avanza para colocar a sus personajes allí donde lo desea para, una vez conseguido, volver a facturar una interesante novela de aventuras llena de fantásticas revelaciones. El problema es que le cuesta demasiado llegar hasta allí, aunque tampoco sea en absoluto tiempo perdido.
Las naves de la locura, como ya sucediera con la anterior entrega, es una novela coral y va cambiando de punto de vista conforme pasa de un protagonista a otro, abriendo un buen número de tramas que avanzan paralelas, independientes unas de las otras, pero que, como cualquier pudiera sospechar, terminarán confluyendo en un crescendo de emoción hasta llegar a un final, a varios finales en verdad, de esos que mantienen la atención del lector sin poder soltar el libro y en los que se resuelven gran parte de los hilos abiertos en la narración, y dejando otros más generales para el cierre de la trilogía. Es, desde luego, una novela que va de menos a más, en la que quizá cuesta demasiado entrar y en la que su enorme extensión (más de 650 páginas de letra muy pequeñita) podría llevar a más de uno a echarse atrás en su lectura, aunque seguramente se equivocaría.
La fantasía de Hobb no es una fantasía al uso, no está llena de magos y de magia, de elfos o enanos u otras razas imaginarias, ni de guerreros y grandes batallas, aunque sí de unos seres extraños y fascinantes, de los que desentrañar su misterio será buena parte, si no el total, de la trama principal, pues todos los caminos parecen confluir para desvelar el secreto de la existencia de las serpientes marítimas que desde luego fueron, y pueden volver a ser, mucho más de lo que en la actualidad de la novela son: una especie que ha perdido la memoria de su pasado y que pocos de sus individuos luchan por recuperar. Si en la anterior novela no se sabía demasiado bien porque se incluía toda la trama de las serpientes, en Las naves de la locura queda mucho más clara la razón, convirtiéndose, como digo, casi en el tema troncal, aunque ocupe pocos capítulos en comparación con otras líneas, de la historia y sobre la que aparentemente se sustentarán al final el resto de tramas.
La fantasía de Hobb es, pues, algo más “mundano”, más cercano que la de otros escritores del género, aunque no por ello ni un ápice menos fascinante. Es la fantasía de barcos vivos que hablan con sus tripulantes, de civilizaciones perdidas que van desvelando sus secretos, de mercaderes que desean que todo permanezca inamovible, que nada cambie para poder seguir con sus ordenadas vidas, y de piratas que sueñan con convertirse en reyes entre los suyos. A ratos es una historia cruel, de esclavitud y emancipación, y de ambiciones equivovadas; a ratos es un viaje de revelación, de formación de la personalidad para los involucrados, de descubrimiento interior; es una aventura de piratas y una epopeya de superación personal; es un relato costumbrista, dado algunas veces al exceso descriptivo, y la narración de grandes pasiones (no necesariamente amorosas). Es en definitiva, un mundo bien construido, donde la emoción, al final, está garantizada.
Con la nao rediviva Vivacia robada por el pirata Kennit, la familia Vestrit, con Althea a la cabeza se pondrán a la tarea de recuperarla; pero desde luego no resultará en absoluto una misión sencilla. Mientras ven que toda la vida que conocen empieza a cambiar y a desmoronarse a su alrededor, pronto tendrán que descubrir quienes son sus aliados y quienes sus enemigos, viéndose inmersos en un destino que nunca sospecharon pudiera involucrarlos. Mientras tanto Kennit, manteniendo a Wintrow a su lado para poder manejar a la nave viviente, seguirá adelante con su ambicioso plan de unificar las Islas Piratas bajo su gobierno. Nuevos personajes se unen a la trama al tiempo que secundarios del anterior libro van adquiriendo un mayor protagonismo, caso de la hermana de Althea, Malta, que cobra vital importancia, o de la nao rediviva Dechado que parece destinado a cumplir un papel central en la búsqueda de Vivacia a pesar de sus reticencias y negativas. La novela irá avanzando, lentamente al principio y cada vez más rápido conforme se supera su ecuador hasta llegar a un final de impactantes revelaciones (aunque alguna de ellas se vea venir desde demasiado lejos como para causar estragos) que deja con las ganas de leer el tercer y último libro de Las leyes del mar. Es este un libro para leer con tiempo por delante, con reposo y tranquilidad, para poder disfrutar sin prisas de los muchos giros que se producen en sus, quizás, excesivamente numerosas páginas.
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