Larry Niven.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La sensación que me ha quedado al terminar de leer esta novela, al igual que me sucediera con su predecesora, Trono de Mundo Anillo, es que a pesar de ser una lectura agradable es, desde luego, totalmente innecesaria. Larry Niven aprovecha el hecho de tener un escenario francamente interesante y de éxito reconocido para ofrecernos una cuarta entrega de la serie que poco o nada aporta, más allá de la aventura en si misma, al conjunto. El autor sentó las bases en Mundo Anillo, corrigió defectos en Ingenieros… y posteriormente se ha limitado a narrar un par de aventurillas no demasiado largas (eso sí que hay que agradecérselo) y de carácter menor usando la riqueza de lo ya descrito, calcando además prácticamente la misma estructura para ambas.
Una vez más Luis Wu despierta para encontrarse que el mundo que le rodea está de nuevo amenazado por la destrucción total y tendrá que ponerse a la faena de evitarlo. Una vez más las cartas que le han dado son bastante malas, pero tendrá que sacar el mejor provecho de ellas, jugando muchas veces de farol e incluso llegando a hacer trampas. En esta ocasión es
Lejos de las apabullantes descripciones con una firme base científica, de las conjeturas y adelantos tecnológicos, de las revelaciones de posibles ingenierías espaciales que nos fascinaron antaño, aquí se limita a jugar con su viejo juguete sin aportar nada nuevo y sin avanzar ninguna teoría innovadora (a pesar de todo el tiempo transcurrido desde la primera entrega que ha dejado desfasados algunos de los supuestos allí esbozados); eso sí, sacándose de la chistera un par de enormes deux ex machina que le sirven para taponar (y si alguien lee la novela verá que el verbo está perfectamente elegido) algunos de los berenjenales, o agujeros, en los que mete la trama y a sus personajes.
Y ahora aquí cabría hablar del mensaje del libro: de la herencia genética, de la descendencia, del amor por lo propio desdeñando lo ajeno, de la ambición desmesurada y de la entrega desinteresada, pero es que se trata de una capa de barniz tan fina, de una excusa tan endeble para facturar una space opera poco más que correctita, que quizá sería engañar al posible lector despistado. Y lo que en verdad hay son fuegos artificiales, muchos, sobre el viejo edificio ya conocido.
También cabría hablar sobre el continuo baile de traductores de un volumen a otro, pero es que en esta ocasión hasta me ha parecido adecuado y es que, a mi modesto entender, la traducción mejora y gana bastantes enteros en este Hijos de Mundo Anillo sobre la anterior de Trono de Mundo Anillo. Eso sí, pienso que se deberían haber respetado al menos los nombres ya traducidos con anterioridad antes que darles unas nuevas acepciones, más correctas tal vez, pero que rompen con lo ya conocido. De todas maneras son pocos casos y enseguida se les coge el tranquillo a los nuevos nombres, así que no es un tema que impida ¿disfrutar? de esta novela; novela que yo me animaría a recomendar tan sólo a acérrimos seguidores de Niven y/o Mundo Anillo, ya que muy posiblemente dejará indiferente al resto de sus lectores. Habiendo tantos libros, y aunque no sea aburrido ni estrictamente decepcionante, Hijos de Mundo Anillo sí que se me ha antojado totalmente innecesario.
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