Tricia Sullivan.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
El Centro se inicia con una escena que a punto estuvo de hacerme dejar su lectura, la típica escena semi porno en la que la que una adolescente, que luego resultará ser la protagonista (o una de ellas, como luego se verá), se masturba con un objeto que a mí me pareció obvio desde un principio, pero que ya que la autora juega a “sorprender” no seré yo quien diga de cuál se trata. Esa escena con la que se abre el libro, como ya digo, me pareció tan zafia y fuera de lugar que a puntito estuve de dejarlo para dedicarme a tareas que me interesasen más, pero bueno, eran sólo dos paginillas y no era cosa de abandonar tan pronto, con lo que cuestan los libros hoy día. Y lo cierto es que si lo hubiera dejado, me habría equivocado.
La estructura del libro se divide en dos historias que se van desarrollando en capítulos alternos y que, con gran acierto por parte de Sullivan, pronto se descubre la relación que comparten. Son historias independientes y que, aparentemente, no se tocan entre sí, pero que comparten algo muy importante, vital y decisivo para toda la narración.
La primera historia se desarrolla en un centro comercial de esos que tanto se ven en las pelis yankis y que tanto están prolifernado también en nuestro país como lugar de ocio para los jóvenes y los no tan jóvenes. Allí, en el Zentro, se desarrolla una trama de enfrentamientos entre bandas o pandillas de adolescentes que no ven otra manera de resolver sus diferencias que liándose a tiros llevándose por delante a todo y a todos los que se interpongan en su camino. Es una realidad la del Zentro que pronto se nos revela sorprendente, con ciertos toques cyberpunk y un mucho de crueldad y acción. Una historia frenética, casi surrealista, que depara más de una sorpresa.
La segunda historia se desarrolla en una instalación científica, donde un equipo de mujeres se dedican a estudiar a un clon humano macho, inacunándole extrañas cepas de virus experimentales en busca, parece ser, de una cura que salve a los pocos machos supervivientes de una misteriosa plaga que habría acabado con la mayoría de la parte masculina de la humanidad, respetando tan sólo a unos pocos hombres que ahora permanecen recluidos en unas especies de reservas donde son utilizados para la reproducción, tanto natural como “clónica”. Pronto descubrirá el lector las fricciones entre las mujeres del equipo, y entre estas y las que dirigen el centro de investigación o las que están incluso más arriba en la cadena de mando. No es, desde luego, un mundo idílico, en absoluto.
Es en esta segunda historia donde se desarrolla la parte más “especulativa” de la narración, con los necesarios toques de investigación genética e informática para llevar el peso de las explicaciones necesarias para hacer coherentes ambas líneas de la trama. Alertando sobre los peligros de la manipulación de la especie, de jugar con virus y bacterias que en este caso están a punto de llevar a la humanidad a la extinción, y tratándo de arreglarlo con más manipulación todavía para lamentarse a posteriori. Y preguntándose a su vez hasta dónde puede llegar esa investigación, cuáles son los límites, hasta dónde está permitido estirar la moral cuando se está intentando alcanzar un bien mayor. ¿Está justificado el dolor, la experimentación sobre un individuo si es en pos de encontrar la cura para la especie? Con el clon macho, creado tan sólo con la idea de experimentar con él, encerrado, sin derecho alguno, torturado con drogas hasta llevarlo al borde de la muerte, como si se tratara de algún animal cualquiera, la respuesta pende en el aire hasta encontrar coherente respuesta en las páginas finales.
Es ésta, también, una historia con ciertas reminiscencias al cómic Y, el Último Hombre, al menos en cuento a su planteamiento de un mundo de mujeres, aunque con una visión algo más feminista del tema; pero con un feminismo bien entendido y no con un machismo de mujeres. No plantea una superioridad por parte de ellas en todos los campos, no todas las féminas son maravillosas y extraordinarias porque sí, sólo por su sexo, sino que hay de todo, hay enfrentamientos y rencillas, y algunas de las protagonistas demuestran ser muy ruines, traicioneras y vengativas, como podrían ser algunos hombres. Hay mucho realismo en las relaciones que se plantean, obviamente diferentes de las que se pueden establecer en nuestro mundo, pero con muchos puntos en común que nos pueden llevar a la reflexión. La tensión creada por la desesperación procreativa, por la necesidad de dejar un legado que las sobreviva, de perpetuarse a través de la descendencia llevará a algunas de estas mujeres a cometer auténticas locuras, muchas veces contra lo que su propia conciencia les dicta. Y una vez cometido el error sólo queda apechugar y tirar adelante, en una huida algo ciega que sólo ha de hacer más grande la bola mientras todo rueda cuesta abajo. Además de deparar los al parecer hoy en día imprescindibles toques eróticos de toda narración que se precie.
Existe a su vez, en la parte del Zentro, una tibia crítica a la red de redes, a esa especie de Internet que se ha desarrollado todavía más en el futuro y en el que cualquiera puede acceder y colgar videos sin control, jugando con la vida y reputación de otras personas impunemente, amparado en el anonimato que dan los seudónimos y las direcciones gratuitas como ya estamos viendo ahora mismo. Sólo se deja caer de pasada, entre medio de la ensalada de tiros, pero es de resaltar el daño que se puede causar con una acción tan simple.
Tiene, además, El Centro un final lleno de acción en ambas partes, que no es pedir poco. Es ésta una novela interesante, agradable para pasar un buen rato, sin excesivos alardes, pero bien estructurado y narrada, con la guerra de los sexos llevada hasta su última expresión, con la supervivencia de la propia raza humana pendiendo de la balanza. Interesante.
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