John Boyne.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Salamandra. Barcelona, 2008 (15ª edición). Título original: The Boy in the Striped Pyjamas. Traducción: Gemma Rovira Ortega. 219 páginas.
De la contraportada del libro:
“Estimado lector, estimada lectora:
Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué se trata.
No obstante, si decides embarcarte en la aventura, debes saber que acompañarás a Bruno, un niño de nueve años, cuando se muda con su familia a una casa junto a una cerca. Cercas como ésa existen en muchos sitios del mundo, sólo deseamos que no te encuentres nunca con una.
Por último, cabe aclarar que este libro no es sólo para adultos; también lo pueden leer, y sería recomendable que lo hicieran, niños a partir de los trece años de edad.
El editor”.
Lo cierto es que resulta muy difícil llegar “virgen” a este libro, pues es uno de esos cuya “fama” corre como la pólvora de boca en boca y de recomendación en recomendación, sobre todo en la prensa (hace nada vi en un periódico una de esas listas de “lo más vendido en…” donde lo destripaban vilmente en tres líneas), pero la verdad es que es lo más aconsejable. Lo interesante de El niño con el pijama de rayas es ir descubriendo por uno mismo y desde el primer capítulo todas las referencias que va ofreciendo la mirada inocente del pequeño protagonista y sus infantiles, e ingenuas, interpretaciones de lo que va viendo. Cuánto menos se sepa de la trama, mejor; no es imprescindible, desde luego, pero se disfruta más.
Utilizando muchos de los recursos de
El niño con el pijama de rayas muestra al lector las diferentes caras del “monstruo”, invitando a una reflexión sobre los horrores a los que puede descender el ser humano, mostrando sin embargo rasgos de “humanidad” y de amor. Hay aquí una radiografía del alma humana, de sus abismos y de sus cimas, de cómo se puede continuar con la vida cotidiana o llegar a acostumbrarse a hechos terribles mientras no le toquen a uno como su protagonista. Se plantea el dilema moral de la sumisión a la obligación o al deber; a la ceguera voluntaria que permite que los actos horribles cometidos contra otros se conviertan en justificables. Habla el autor del odio oculto bajo el barniz de la razón. Y todo ello bajo el prisma que otorga la mirada inocente de un niño de nueve años que no puede entender que exista el mal en su mundo, que sólo desea jugar con sus amigos, vivir en su barrio y crecer feliz; un niño que tendrá que juzgar lo que le va sucediendo según los parámetros que su protegida vida le ha ofrecido, y que le llevarán a ejercer la amistad a pesar de todas las barreras que se interpongan en su camino.
Ya desde el primer capítulo se puede intuir por dónde va a discurrir la narración, ya se plantean los parámetros de tiempo y lugar a los que circunscribir la acción, pero hay que ir escarbando entre las pistas que deja caer la visión distorsionada de un niño que no quiere que su mundo cambie. Las referencias se van sucediendo, conformando un ameno relato, donde poco a poco se va desvelando el horror oculto tras el traslado de la familia a través de una narración casi siempre amable hasta el mazazo final.
El niño con el pijama de rayas es un libro que se lee de un tirón, gracias a su brevedad y a la agilidad de la escritura de la que hace gala Boyne. No es, tal vez, para tanto la fama que está alcanzando merced a la recomendación popular que ha propiciado que haya alcanzado ya su 15ª edición, pero sí que es, desde luego, una lectura muy recomendable, destinada a agitar conciencias y a provocar la reflexión. Creo que merece la pena sumergirse en sus páginas.
Y no deje que se lo cuenten.
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