El Gran Duque de Alba
William S. Maltby
Reseña de: Amandil
William S. Maltby
Reseña de: Amandil
Atalanta. Col. Casa de Alba. Girona, 2007. Título original: Alba. A Biography of Fernando Álvarez de Toledo, Third Duke of Alba. 1507-1582. Traducción: Eva Rodríguez Halffter .489 páginas.
La publicación de esta obra (en realidad una nueva edición en español de la obra editada por la editorial Turner en 1985) en el año 2007 respondió a la conmemoración, extremadamente silenciosa y casi únicamente a nivel familiar, del quinto centenario del nacimiento del tercer Duque de Alba. La editorial Atalanta, fundada por Jacobo Siruela, Conde de Siruela, cuarto hijo de la actual Duquesa de Alba, decidió volver a poner en el mercado la que, hasta el momento, era una de las pocas biografías del celebérrimo duque.
La publicación de esta obra (en realidad una nueva edición en español de la obra editada por la editorial Turner en 1985) en el año 2007 respondió a la conmemoración, extremadamente silenciosa y casi únicamente a nivel familiar, del quinto centenario del nacimiento del tercer Duque de Alba. La editorial Atalanta, fundada por Jacobo Siruela, Conde de Siruela, cuarto hijo de la actual Duquesa de Alba, decidió volver a poner en el mercado la que, hasta el momento, era una de las pocas biografías del celebérrimo duque.
La elección de esta obra responde, además, a que su autor, el historiador estadounidente William S. Maltby, enfoncó la obra desde su misma concepción como un intento de alcanzar la verdadera figura del Duque y no como un corolario de loas o de insultos. A fin de cuentas el personaje ha sido, incluso en vida, uno de los grandes objetivos tanto de la exaltación patriótica (por sus virtudes) como de la crítica más antiespañola (forjada en la conocida como Leyenda Negra).
El propio autor reconoce que su acercamiento a la figura de Alba comenzó lastrada por la gran cantidad de prejuicios que envuelve la figura del mismo en el mundo anglosajón. A fin de cuentas ha sido durante siglos una figura-icono que representaba todo lo oscura que fue la monarquía hispánica (desde el punto de vista de sus enemigos, por supuesto) en aspectos tan trascendentes como la intolerancia religiosa y étnica o esa especie de "anti-razón" lastrada por siglos de presencia inquisitorial y castiza en la vida del país.
Sin embargo, rápidamente Maltby señala que le sorprendió como una figura tan supuestamente nítida en su oscuridad, carecía de biografías o estudios monográficos explícitos y serios que se apoyasen en fuentes primarias o coetáneas. No había prácticamente nada. Las fuentes usadas hasta el momento, en el mundo anglosajón, siempre eren claramente tendenciosas, abiertamente hostiles al personaje y, en muchos casos, los historiadores que las habían consultado eran tan contrarios al duque como las fuentes de que se habían nutrido. En esa tesitura ¿era posible una aproximación histórica, seria y libre de prejuicios a una de las figuras más importantes del siglo XVI europeo?
Si la respuesta a esa pregunta ha de buscarse en el contenido de este libro podemos decir que sí. El autor, tras bucear en una cantidad abrumadora de fuentes primarias, tanto favorables como contrarias al duque, ha sido capaz de esbozar de manera bastante fiable una biografía que, sin restar un ápice a los hechos más oscuros protagonizados por Alba, resalta las partes menos conocidas de su personalidad y señala sin tapujos los muchos aspectos claramente positivos que le convirtieron, según dijeron de él incluso sus enemigos coetaneos, el más grande militar de su generación.
Maltby comienza su obra presentando el origen de la Casa de Alba, en el turbulento siglo XIV castellano, dónde por medio de una serie de actuaciones más bien heterodoxas el tatarabuelo del duque se hizo con el control de la villa de Alba de Tormes y de un creciente patrimonio nobiliario que terminaría convirtiéndose en la heredad de la familia. A partir de ese momento, la familia "de Toledo" crecerá hasta alcanzar el título ducal, en la figura del abuelo de Fernando.
La educación del joven Fernando, que recaerá en manos de su abuelo Fadrique, tras la muerte de su padre en un fallido ataque a la costa del norte de África, se verá marcada por el parentesco de la familia con Fernando el Católico (el nombre del joven duque se le puso en honor al Rey Católico, primo de su abuelo), por el sentido de pertenencia a la "nobilitas feudal" española, por una absoluta lealtad a la monarquía y la idea de la eterna lucha contra el infiel como seña nacional y de lealtad a la Iglesia. Se le introduce la pasión por la milicia y, para regocijo de su abuelo, muestra desde pequeño una tremenda aptitud para todo lo relacionado con la intendencia, la estrategia militar y el mando. Para sorpresa del lector, Alba también recibió una educación humanista y casi Erasmiana, siendo compañero de armas y amigo de Garcilaso de la Vega, y siempre sintió una especial devoción por el Renacimiento, en honor al cual, siempre que pudo a lo largo de su vida, dio forma a la que sería su residencia de descanso, La Abadía, a la que dotó de hermosos jardines y de un palacio reflejo de las tendencias renacentistas del momento.
Muchas de las decisiones y actuaciones de Alba, según señala el autor, deben ser analizadas a la luz de estas indicaciones ya que, aunque pasasen los años, el duque siempre fue leal a estos principios que él consideraba inamovibles y eternos.
Forjado de este metal, Fernando Álvarez de Toledo se convierte rápidamente en una de las figuras más cercanas al emperador Carlos V (que es sólo siete años mayor que el duque), quien descubre en él un líder militar absolutamente leal, efectivo y tremendamente dotado para hacerse cargo de las misiones más complejas en lo diplomático (se caracterizó por ser un gran polemista y un extremadamente buen jurista) y en lo meramente militar. Además su elevada posición en la nobleza castellana permite al Emperador utilizarle como puente con sus vasallos hispánicos en aquellos momentos más complejos (especialmente tras la revuelta de los Comuneros, dónde los Toledo siempre estuvieron del lado de Carlos I).
Maltby narra ágilmente las múltiples campañas de Alba en el norte de África, vengando a su padre y siempre al lado del Emperador. Su etapa como virrey de Nápoles y Sicilia y gobernador de Milán en plenas guerras con el Papado y con su aliado francés, el rey Francisco I. Las guerras en la Alemania azotada por el inicio de la reforma protestante. Finalmente, dedicando un especial énfasis, su presencia en los Países Bajos como gobernador y la que sería su última misión a las órdenes de Felipe II, la anexión de Portugal.
Pero sobre toda la obra siempre flota, en parte provocado por el propio autor, una especie de sensación de "necesidad de justificación" que, en realidad, es un intento de explicación de porqué, cuando llegó el momento de actuar contra Guillermo de Orange y los demás rebeldes holandeses, el duque de Alba optó por la política de firmeza y mano dura que, por ejemplo, evito utilizar en las campañas contra el Papa o incluso contra los franceses o los electores alemanes.
Alba, explica Maltby, cuando fu destinado a los Países Bajos, acudió en contra de su voluntad y confiando en que en pocos meses el propio rey Felipe II iría en persona a hacerse cargo de la lucha contra los rebeldes. Su misión en Holanda sería pues la de un general pacificador, que habría de derramar la sangre necesaria para terminar con la revuelta y que así, cuando el Rey hiciese su aparición y tomase el control directamente, pudiese asumir el papel de príncipe benevolente que traería un perdón general y restauraría el orden natural de las cosas. Alba, pues, asumiría la carga negativa y Felipe II la positiva.
Pero pronto el duque fue consciente de que el Rey no acudiría a los Países Bajos y que su gestión como gobernador estaba encaminada al fracaso. Además, como el autor explica de manera sobervía y muy amena, las conjuras en la corte española (la lucha entre los Toledo, liderados por el propio duque, y los Mendoza, liderados por Ruy Gómez, Príncipe de Éboli) en contra de Alba impedían que se le hiciesen llegar los recursos necesarios en hombres y dinero para salir victorioso de aquél trance.
Es entonces, en aquél trance, dónde se forjará en el mundo anglosajón y holandés, la peor leyenda de Alba. Sus métodos, en absoluto ajenos a la época, así como su inamovible fe católica y su férrea creencia en el "orden divino del mundo" (en el que la rebelión contra el legítimo Rey equivalía a ir contra la Ley Natural y por tanto los designios de Dios), le convirtieron en objetivo fácil de los panfletos propagandísticos de sus enemigos y, en última instancia, acabaron por convertir al duque en el mito que daría carta de naturaleza y existencia a la legítima resistencia de los holandeses. Y, como indica Maltby, aquellos rebeldes serían posteriormente los fundadores de Holanda y, por tanto, los héroes nacionales a los que su propia exaltación histórica contribuiría a la conversión de Alba en algo así como la encarnación del mal absoluto.
¿Consigue el autor proyectar luz sobre la figura de Fernando Álvarez de Toledo? Sin duda ninguna lo hace de un modo más que correcto, saca a la luz los aspectos menos conocidos del duque y no duda en señalar sus errores y sus aciertos. En los Países Bajos, en Portugal, en Italia, en Alemania, en el norte de África e incluso en su periodo en Inglaterra, como ayudante del rey consorte Felipe, se nos muestra a un hombre de su tiempo, que supo forjarse un prestigio militar inmenso, al que admiraron sus enemigos y sus amigos, que supo prever el desastre que sería seguir en Flandes y que no dudó en ignorar las órdenes del rey, fuese Carlos o Felipe, cuando consideró que supondrían un desastre.
Alba no fue un hombre común y, como afirma el autor, si hubiese sido menos virtuoso quizá habría podido salir mejor parado de su etapa flamenca. Un hombre con unas convicciones religiosas y políticas más flexibles quizá hubiese podido granjearse la simpatía de algunos de los que se vieron abocados a rebelarse. Pero entonces el Duque de Alba no hubiese sido él.
Este libro, si te gusta la Historia y la época, es indispensable para entender un momento de nuestro pasado en el que se dieron algunos de los momentos más intensos, hermosos y tristes en la Europa que ya avanzaba, sin posibilidad de freno, hacia los turbulentos años de las Guerras de Religión y la temible Guerra de los Treinta años. Merece la pena ser leído y disfrutado.
Pero sobre toda la obra siempre flota, en parte provocado por el propio autor, una especie de sensación de "necesidad de justificación" que, en realidad, es un intento de explicación de porqué, cuando llegó el momento de actuar contra Guillermo de Orange y los demás rebeldes holandeses, el duque de Alba optó por la política de firmeza y mano dura que, por ejemplo, evito utilizar en las campañas contra el Papa o incluso contra los franceses o los electores alemanes.
Alba, explica Maltby, cuando fu destinado a los Países Bajos, acudió en contra de su voluntad y confiando en que en pocos meses el propio rey Felipe II iría en persona a hacerse cargo de la lucha contra los rebeldes. Su misión en Holanda sería pues la de un general pacificador, que habría de derramar la sangre necesaria para terminar con la revuelta y que así, cuando el Rey hiciese su aparición y tomase el control directamente, pudiese asumir el papel de príncipe benevolente que traería un perdón general y restauraría el orden natural de las cosas. Alba, pues, asumiría la carga negativa y Felipe II la positiva.
Pero pronto el duque fue consciente de que el Rey no acudiría a los Países Bajos y que su gestión como gobernador estaba encaminada al fracaso. Además, como el autor explica de manera sobervía y muy amena, las conjuras en la corte española (la lucha entre los Toledo, liderados por el propio duque, y los Mendoza, liderados por Ruy Gómez, Príncipe de Éboli) en contra de Alba impedían que se le hiciesen llegar los recursos necesarios en hombres y dinero para salir victorioso de aquél trance.
Es entonces, en aquél trance, dónde se forjará en el mundo anglosajón y holandés, la peor leyenda de Alba. Sus métodos, en absoluto ajenos a la época, así como su inamovible fe católica y su férrea creencia en el "orden divino del mundo" (en el que la rebelión contra el legítimo Rey equivalía a ir contra la Ley Natural y por tanto los designios de Dios), le convirtieron en objetivo fácil de los panfletos propagandísticos de sus enemigos y, en última instancia, acabaron por convertir al duque en el mito que daría carta de naturaleza y existencia a la legítima resistencia de los holandeses. Y, como indica Maltby, aquellos rebeldes serían posteriormente los fundadores de Holanda y, por tanto, los héroes nacionales a los que su propia exaltación histórica contribuiría a la conversión de Alba en algo así como la encarnación del mal absoluto.
¿Consigue el autor proyectar luz sobre la figura de Fernando Álvarez de Toledo? Sin duda ninguna lo hace de un modo más que correcto, saca a la luz los aspectos menos conocidos del duque y no duda en señalar sus errores y sus aciertos. En los Países Bajos, en Portugal, en Italia, en Alemania, en el norte de África e incluso en su periodo en Inglaterra, como ayudante del rey consorte Felipe, se nos muestra a un hombre de su tiempo, que supo forjarse un prestigio militar inmenso, al que admiraron sus enemigos y sus amigos, que supo prever el desastre que sería seguir en Flandes y que no dudó en ignorar las órdenes del rey, fuese Carlos o Felipe, cuando consideró que supondrían un desastre.
Alba no fue un hombre común y, como afirma el autor, si hubiese sido menos virtuoso quizá habría podido salir mejor parado de su etapa flamenca. Un hombre con unas convicciones religiosas y políticas más flexibles quizá hubiese podido granjearse la simpatía de algunos de los que se vieron abocados a rebelarse. Pero entonces el Duque de Alba no hubiese sido él.
Este libro, si te gusta la Historia y la época, es indispensable para entender un momento de nuestro pasado en el que se dieron algunos de los momentos más intensos, hermosos y tristes en la Europa que ya avanzaba, sin posibilidad de freno, hacia los turbulentos años de las Guerras de Religión y la temible Guerra de los Treinta años. Merece la pena ser leído y disfrutado.
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