Emilio Calderón
Reseña de: Amandil
Roca Editorial de Libros - Círculo de Lectores. Barcelona, 2007. 216 páginas.
No se muy bien que pasa con la novela histórica española actual (o al menos con los libros que he leído de la misma) que es un quiero y no puedo permanente. Encontramos ideas originales que podrían dar para relatos entretenidos y profundos pero que, sin embargo, se quedan cortas y optan por pasar por encima de personajes y tramas que darían mucho más de sí en otras manos.
Al menos esa es la sensación que queda al leer un libro como El secreto de la porcelana.
La idea original es sencilla y llamativa: la carrera en que se vio inmersa la Europa del siglo XVIII para conseguir dar con el secreto de la creación de la porcelana, uno de los lujos más preciados de la lejana China y a cuya importación las fortunas occidentales dedicaban unos crecientes recursos económicos.
Pero ¿por qué importar algo que podría fabricarse si se supiese el modo de hacerlo? Movido por este planteamiento, Felipe V, rey de España, acuciado por los gastos de la Guerra de Sucesión contra el Archiduque Carlos, ordena a Damián Ossorio, un comerciante asentado en Filipinas, que se adentre en China y consiga la fórmula de la porcelana. Si lo consigue le hará noble y rico. Si falla, o morirá a manos de los chinos o será condenado en España por un crimen que cometió años atrás.
Así que Ossorio opta por intentar lo imposible por medio de sus socios comerciales, aunque para ello entre en contacto con lo peor de la sociedad china y se vea obligado a hacerse pasar por un asiático para poder penetrar en las ciudades dónde se encuentran los hornos y talleres imperiales. En el proceso conocerá a una bella dama, Jade, que se convertirá en su obsesión sólo superada por su aficción impuesta a las pipas de opio.
Paralelamente se nos cuenta la historia de Johann Frederick Böttger, un alquimista alemán que entró al servicio de Augusto II, Elector de Sajonia, asegurándole que era capaz de convertir plomo en oro. Sin embargo, y pese a sus esfuerzos en ese sentido, no consigue ningún resultado provechoso aunque, poco a poco, comienza a avanzar en el descubrimiento de lo que podría ser la fórmula de la porcelana como "compensación" por sus fracasos con el oro de los tontos.
La novela, por lo tanto, se mueve entre dos líneas paralelas que vienen a complicarse, en parte, porque la historia de Damián Ossorio se nos cuenta a través de otro personaje, el explorador Pablo Solorzano, quien nos cuenta las aventuras de Damián por medio de una lectura que tiene lugar en la Sociedad Geográfica de Madrid.
Por lo tanto, en conjunto, nos encontramos ante tres niveles de acción (Ossorio en China en los primeros años del siglo XVIII, Solorzano en Filipinas y España a finales del siglo XIX, y Böttger en Sajonia también en los inicios del XVIII) que vienen a contarnos de un modo u otro la búsqueda desesperada de la fórmula de la porcelana.
Hasta aquí todo correcto.
Lamentablemente la novela no alcanza a cubrir las expectativas y decae muy rápidamente en una sucesión de datos históricos y culturales por los que los protagonistas se limitan a pasar de puntillas. Se podría decir que es una sucesión de "lecciones" (tradiciones chinas, información sobre Augusto II, datos sobre la revuelta de Filipinas, etc.) que son introducidas en la narración con la excusa de los hechos de los personajes, pero comiéndose los débiles trasfondos de estos sin apenas esfuerzo.
Todo muy interesante, cierto, pero como obra literaria muy decepcionante.
Hay capítulos que parecen sacados directamente de una enciclopedia. Los "actores" son una demostración pura de lo que es ser planos y vacios. El argumento es lineal, previsible y ajeno a todo lo que pueda implicar algo de emoción y ritmo. No hay entresijos más allá de los meramente anecdóticos. En definitiva, la historia es entretenida (a su manera) pero pobre. El lector, al terminar, acaba sabiendo curiosidades sobre la porcelana pero olvida inmediatamente a los personajes y la trama. No queda poso, ni rastro, ni recuerdo sobre una historia que podía haber ido más allá en muchos aspectos pero que opta por ceñirse a lo estrictamente necesario para contar lo que el autor ha pretendido desde el primer momento (y que confiesa, abiertamente, en un epílogo muy ilustrativo sobre la levedad de su novela): que la porcelana es muy bonita y que en China ha sido considerada algo así como el cúlmen de su civilización en el pasado.
Al menos el libro no cae en el discurso relativamente oficial que exalta lo oriental como netamente superior a lo occidental, más bien pretende poner las cosas en su sitio (en eso Emilio Calderón acierta plenamente) y no duda en centrar su atención sobre aspectos brillantes y oscuros del Imperio chino. Además, tiene el valor de intentar narrar una época y una zona, la Filipinas española durante el siglo XVIII, que parece olvidada de manera constante y consciente del imaginario popular histórico de nuestro país. Así que, aunque no es un libro que vaya a pasar a los anales de la literatura española, si alguien siente curiosidad sobre la porcelana y , en menor medida, sobre la presencia de nuestro país en aquella parte del mundo, que no dude en leerlo. Pero sólo por eso. No hay más cera que la que arde.
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