jueves, 2 de diciembre de 2010

Reseña: La sombra del Kasha

La sombra del Kasha.

Miyuki Miyabe.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Quaterni. Madrid, 2010. Título original: Kasha. Traducción: Purificación Meseguer. 352 páginas.

Shunsuke Honma es un policía de Tokyo que se ha tomado un tiempo de excedencia debido a las secuelas causadas al recibir un tiro en la rodilla en acto de servicio. Viudo con un hijo de diez años, su tranquila vida se verá interrumpida por la visita de un familiar lejano ―¿cómo se llama al hijo del primo de la esposa?― al que hace años que no veía y que le pide que investigue la desaparición, al parecer voluntaria, de su prometida, Shoko Sekine. La razón de la «huida» pronto es desvelada: ya que al parecer ella siempre lo pagaba todo en efectivo, el novio, trabajador bancario, había solicitado a su nombre una tarjeta de crédito, destapando al hacerlo un asunto de quiebra personal en su pasado. Al salir a la luz esa información, Shoko se desvanece. Pero, ¿es esa la única razón para su espantada o hay algo más oculto en su vida anterior? Conforme Honma investigue, la historia de la joven irá cubriéndose de detalles inquietantes.

Situada claramente en el conjunto de las historias de detectives, se hace evidente que la novela se posiciona más bien en el misterio o en el suspense. No es exactamente policíaca, ya que no hay una estricta labor policial ―más allá de que el protagonista sea un policía en excedencia y que en algún caso eche mano de la ayuda de algún antiguo compañero―, aunque sí existe una exhaustiva labor detectivesca; y no es estrictamente negra, ya que le faltan muchos de los rasgos característicos del género ―los personajes oscuros, el cinismo, la degradación...―. Se trata más bien de una completa investigación a la vieja usanza, de una forma metódica, paso a paso, sin estridencias, persecuciones, tiroteos, mujeres fatales ―¿o alguna sí?―, huidas desesperadas ni nada parecido. Es una investigación de «despachos», de patearse garitos y preguntar incansablemente a los posibles testigos, de buscar registros y revolver mucho papeleo, de visitar los sitios en los que se desenvolvía la investigada para tratar de reconstruir su pasado y a través de él deducir dónde ha podido ir en el presente.

Así, existe en la novela un importante énfasis en los ambientes sociales en los que se mueven los protagonistas, en la vida del barrio o del pueblo en que crecieron, de las diferencias entre la «gran ciudad» deshumanizadora y la vida «rural», más cercana y tranquila ―aunque también esconda su ración de secretos inconfesables―. La autora sumerge al lector en la realidad de un Japón poco conocido en Occidente, transmitiendo con gran acierto tanto la peculiaridad de los escenarios como la esencia de las personas que por ellos pululan ―las referencias a las diferentes pronunciaciones, las costumbres de cada lugar, las comidas típicas...―. A lo largo de la investigación no hay nada impulsivo, no hay realmente «acción» ―recuperándose de la herida en su rodilla, Honma no podría correr tras un sospechoso ni aunque quisiera―, si no que la narración hace gala de un ritmo pausado que poco a poco va desvelando las claves del misterio. Al final, la autora lo que hace es reconstruir las vidas de unas personas que han sido colocadas entre la espada y la pared por las circunstancias adversas, sin aparente salida, a través de los fragmentos que su paso por la vida ha ido dejando en los intersticios de la sociedad, los rastros que sus lazos familiares han dejado en los registros, ofreciendo pincelada a pincelada su retrato al lector para que este entienda los motivos que las han llevado a hacer lo que hicieron, al tiempo que realiza un no muy amable análisis de ciertas prácticas de la política social japonesa.

La autora sumerge a su protagonista en el proceloso mundo de la deuda en Japón a finales del siglo pasado ―el libro está originalmente publicado a principios de la década de los noventa y es en aquel entonces donde se encuentra situada la narración―, donde la proliferación de tarjetas de crédito y las compras con pago aplazado llevan a muchos ciudadanos a acumular deudas con altos intereses y a sumar préstamo sobre préstamo, hasta que la cantidad adeudada se hace imposible de devolver. En una sociedad tan tradicionalista y al tiempo tan modernizada como la japonesa la vergüenza y la obligación de asumir la carga afecta a toda la familia, como muy bien se encarga de hacer saber al lector la autora en boca de un abogado dedicado a tramitar quiebras personales en un capítulo un tanto técnico y árido, pero enormemente ilustrativo, sobre el derecho mercantil japonés o sobre los mecanismos del crédito y los préstamos en el país. Unas explicaciones que, sin embargo, a veces se hacen repetitivas por su insistencia en dejar meridianamente claro el cómo se ha llegado a esa situación general.

Con una fuerte carga social y a pesar de los más de tres lustros pasados desde que fuera publicada originalmente la novela, el tema se encuentra tristemente de actualidad con la crisis que nos azota: El valor de una persona en una sociedad que pone el consumo por encima de todo, sumergiéndolo en la deshumanizada economía de mercado con créditos a nivel de usura. La novela encierra así una feroz crítica a la sociedad del «bienestar», más preocupada por crear «necesidades» artificiales que por las consecuencias que puedan traer; al comprar solo por la sensación gratificante que comporta, el poseer por el poseer o por ser como los demás; a la supuesta búsqueda de la felicidad a través de las posesiones materiales. En un fenómeno que asemeja el guijarro que provoca la avalancha, una compra frenética supone la solicitud de créditos aparentemente pequeños y con facilidades para su devolución a plazos, pero que sumados todos ―los electrodomésticos, el coche, ropa, algún viaje, joyas...― suponen cantidades exorbitantes de los que ya es difícil pagar incluso los intereses. Al final se ha gastado más de lo que se ingresa y la espiral se convierte en una pirámide invertida de deudas difícilmente asumibles y para cuyo cobro empiezan a aparecer oscuros «agentes» con tácticas más que disuasorias. Unas obligaciones financieras que pueden llevar a las personas a caer en prácticas que nunca hubieran soñado, rebajándose a niveles extremos e incluso delictivos. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una persona presionada hasta el límite? ¿Cuánto es capaz de soportar? ¿Cuál puede ser su salida? ¿Se puede matar, desaparecer o cambiar de identidad para empezar una nueva vida?

Un segundo tema sería precisamente el de la identidad personal en Japón, sobre la intrigante pregunta de si sería posible, con todas las enormes cortapisas que la burocracia japonesa impone a sus ciudadanos, que un individuo adquiriese la identidad de otro y cómo podría hacerlo. Los registros familiares y laborables en Japón parecen, según deducimos por la lectura, estrictamente controlados, con múltiples redundancias, siendo muy difícil modificarlos en beneficio de la suplantación.

La novela presenta de esta manera un interesante retrato de un Japón reciente, inmerso en una transformación frenética, abandonando muchas de sus tradiciones, ligadas a su burocracia sobre todo en este caso, sustituyéndolas por otra cosa no se sabe si mejor o peor. Se cambia una vida más pausada por la rapidez moderna. La sombra del Kasha es un relato cercano, tranquilo, alejado de estridencias, muy real, con personajes próximos terriblemente verosímiles ―aún salvando la distancia cultural entre Oriente y Occidente―, que puede defraudar a quien busque la truculencia de los asesinatos, las «ensaladas» de tiros o las salpicaduras de sangre, pero que sin duda no carecerá en absoluto de interés para aquellos que busquen un rompecabezas inteligente, coherente y esclarecedor sobre una sociedad muy distinta de la nuestra en su superficie, pero no tanto en lo básico en cuanto se «escarba» un tanto. Una lectura intrigante, didáctica y entretenida con un apasionante misterio, o dos, por resolver.

4 comentarios:

alb dijo...

Me ha interesado la parte de "sin tiroteos, sin persecuciones..." se gana parte demi interés con eso.

Santiago dijo...

Ya ves, a veces da gusto encontrarse con una narración de este tipo, en que la resolución del misterio tan solo depende de ir encontrando y encajando una detrás de otra las piezas del rompecabezas.

Y eso no le quita ni un ápice de emoción a la trama, que bastante truculencia soterrada tiene, no creas que no, lo que pasa es que se encuentra entre los descubrimientos y no en primer plano.

Saludetes

Anónimo dijo...

fenomenal análisis, muy ilustrativo. Muchas gracias, voy derecho a hacerme con un ejemplar para este puente...

Santiago dijo...

Pues nada, espero que lo disfrutes y me alegro si nuestras reseñas sirven de ayuda para elegir lecturas ;-)

Saludos