Trilogía Southern Reach 2.
Jeff VanderMeer.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Destino. Col. Áncora y Delfín # 1302. Barcelona, 2014. Titulo original: Authority. Traducción: Maia Figueroa Evans. 445 páginas.
La segunda entrega de la trilogía Southern Reach, quizá buscando romper con el estigma del libro central de una trilogía, toma un rumbo totalmente diferente, posiblemente inesperado, respecto a su predecesora, Aniquilación. El relato abandona la primera persona y el territorio ya conocido del Área X, para centrarse en un nuevo protagonista, Control, y en las instalaciones y entorno de la agencia gubernamental que da nombre a la saga. De forma quizá algo desconcertante se podría afirmar que no se trata de una continuación, aunque lo narrado tenga lugar inmediatamente después de lo visto en aquella, sino de un contrapunto a lo allí narrado, una puesta al día, una recapitulación casi intimista que plantea más preguntas que respuestas. Y eso hace que sea un libro incluso más dolorosamente frustrante que el anterior. La narración vuelve a destacar por la creación de una atmósfera especial —surrealista, agobiante, obsesiva, desasosegante, apocalíptica (aunque con este término no dudo que algunos lectores disentirán)...—. y por un estudio de la psique —o de la disolución de la psique— extrañamente intimista. Es, además, una novela de «espionaje», de intriga y de misterio deductivo, con ciertos toques ecologistas y algo de horror ominoso.
Control, John Rodriguez, es el recién llegado nuevo director —interino— de Southern Reach ante la «desaparición» de su antecesora en el puesto. Tres de las integrantes de la duodécima expedición, sobre la que versaba la anterior entrega, han «vuelto» del Área X. Todas menos la psicóloga, quien a la postre se descubre era la directora de la agencia. Pero ninguna de ellas sabe cómo han regresado. Las órdenes de Control son llevar a cabo una investigación sobre el funcionamiento interno de la agencia y de la información recopilada allí hasta el momento, el esclarecimiento de lo sucedido con la duodécima expedición y de la desaparición de la directora, poner algo de orden en el lugar y dar un impulso a los estudios de lo qué es el Área X. Todas ellas tareas arduas y complicadas.
Para empezar, se produce una confrontación nada soterrada por la autoridad entre Control y Grace, la segunda al mando tanto antes como ahora, que no quiere a su nuevo «jefe» allí. Un tira y afloja continuo donde la subdirectora utiliza a su favor todas las trabas administrativas a su alcance, con pequeñas insubordinaciones que Control no sabe atajar, cuestionando todas sus sugerencias y escondiéndole información vital para la investigación.
A su vez las estrictas directrices de la Central, controlando todos sus movimientos y acciones, torpedea de nuevo su ya minada autoridad, atándole de pies y manos y dejándole sin margen de maniobra. Las presiones de sus superiores, con los contradictorios mensajes y órdenes que recibe, van deteriorando su confianza. Es más que evidente que Control no controla absolutamente nada. Va a bucear en las notas de su antecesora, en los confusos y desordenados papeles, en los extraños objetos que atesoraba en busca de unas respuestas que le eluden una y otra vez —al igual que al lector—, profundizando en un pozo que parece no tener fondo.
La paranoia se instala en Control como una forma de defensa, mientras algunas capas del misterio planteado en la primera entrega se van desenvolviendo ante los ojos del lector. Ciertos descubrimientos lanzan nuevas interpretaciones sobre sucesos y situaciones recogidos en Aniquilación, y sobre pasadas expediciones y la historia del Área X. Y, sin embargo, cada revelación, cada dato, tan sólo llevan a descubrir que siempre hay una capa más profunda. Ni Control, ni Grace, ni ninguno de los científicos y oficinistas a ellos subordinados han estado allá fuera, al otro lado de la invisible frontera que separa la cordura de lo inexplicable, así que ninguno de ellos pueden aventurarse a decir que comprende la naturaleza del auténtico protagonista del relato —aunque, de hecho, el Área X tan sólo se muestra en esta ocasión mediante el restringido visionado de un video, y una visita a su límite exterior, su presencia está siempre palpable—, e incluso los lectores de la primera entrega tienen más conocimientos del lugar que ellos, con sus muestras de segunda mano.
VanderMeer introduce lo extraño, lo «raro», en el centro de algo que debiera ser de lo más cotidiano. La lucha del día a día en la administración de una agencia que parece haber dejado atrás con mucho su mejor época. La enconada y mísera lucha por el poder, residual, que todavía ostenta el director del lugar. El desánimo del menguante conjunto de los científicos que, todavía, trabajan en la institución, las instalaciones mismas que transmiten un aire de abandono, de apatía, de decadencia, de derrota…. Hay una creciente sensación de fatalidad inminente, de un peligro ignoto imposible de evitar, un temor y un malestar que moldean a los personajes. Una sensación de inconfesable y siniestro secretismo. Cierto ambiente claustrofóbico. Laboratorios caóticos, instalaciones obsoletas, salas de examen anticuadas, artefactos inquietantes, plantas que crecen encerradas en cajones, escritura oculta tras puertas tapiadas, detalles imposibles de explicar, tiempo perdido, crípticas entrevistas —interrogatorios— con la bióloga retornada, burocracia absurda y asfixiante, tensa política de oficina… Incluso la lucha por mantener los secretos ocultos por la Central y por Southern Reach se revela más importante para los implicados que el misterio para el que fue creada la agencia.
En cierto momento el relato adquiere una cualidad alucinatoria, ilusoria, y cada elemento se desvela simbólico. No hay referencias en la Tierra para comparar y explicar lo sucedido en el Área X. Su auténtica naturaleza no se puede aprehender bajo parámetros humanos. Las personas muestran comportamientos erráticos, como si el Área X se estuviera introduciendo en su ser, modificándolos como modifica la naturaleza y la fauna del lugar. Todos parecen esconderse bajo unas máscaras autoimpuestas que les protegen y a la vez les aíslan de lo que les rodea, de las sensaciones, de la verdad.
El Área X no es tan solo un territorio, es también una «idea», una imparable y activa fuerza colonizadora que conquista insidiosamente las mentes de aquellos que se dedican a estudiarla. Y es que uno de los temas principales que el autor parece querer desarrollar es el del «cambio»: Cómo el entorno afecta y altera al objeto o a la persona que se interna en él; cómo la identidad puede difuminarse, sumergirse y diluirse en algo distinto, en otro medio o en uno mismo, volviendo a una esencia anterior, primaria; cómo la personalidad es algo mutable, soluble, afectada por el ambiente, por las vivencias y experiencias, por los miedos y traumas. Así el Área X afecta y transforma a quienes la estudian, a quienes se internan en ella o a quienes simplemente conocen su existencia.
La bióloga no parece la misma persona que los lectores conocieran en Aniquilación y, en todo caso, lo que le sucediera entre el cierre de aquella y su aparición en un descampado queda en la oscuridad. ¿Qué hizo entre medio? ¿Dónde estuvo? ¿Qué descubrió? No se sabe, quizá ni ella misma lo sabe. A buena parte de esas, y otras preguntas sobre la duodécima expedición, va a dedicar sus desvelos Control, intentando establecer una quizá imposible comunicación con la mujer. Unos desvelos que descubren más del propio director de lo que él mismo querría.
De forma muy paulatina, entre confesiones y flashbacks, van surgiendo los antecedentes que modelan la forma de pensar y actuar de Control, la muy diferente, y disfuncional, relación establecida con su madre y con su abuelo —vistas a través de una serie de punzantes y acumulativos flashbacks—, quienes le «introdujeran» en una profesión, la de agente encubierto, para la que quizá no estuviera del todo cualificado. Unos antecedentes que se superponen a las presiones por triunfar donde nadie antes ha podido, a la convicción de no estar en absoluto preparado para lo que se avecina, de la necesidad de convertirse en algo que no es.
La de Autoridad no es, en absoluto, una historia fácil, ni sencilla. VanderMeer, con mucha intención, hace uso de una narración lenta, puntillista, con un tempo que se dilata en detalles redundantes y, sin embargo, cambiantes, en reiteraciones de asuntos aparentemente sin importancia que parecen restar más que sumar —el tiempo perdido en las reuniones de personal, los paseos del protagonista por lugares de su pasado, ciertas conversaciones, el omnipresente olor a desinfectante, la búsqueda de aparatos de escucha…—, pero que terminan creando una tensión e incertidumbres crecientes hasta intuir la amenaza definitiva, el horror.
Peca, no cabe duda y seguramente es intencionado, de un ritmo bastante más lento, mucho más pausado que su predecesora, además de doblarla en páginas —no es un defecto—. VanderMeer lleva a sus lectores a través de un viaje analítico e introspectivo por la figura de Control, e indirectamente de la de la bióloga; un viaje lleno de reflexiones personales, de pensamientos que reflejan el caos interior del protagonista, sus dudas y debilidades, y sus pocas certezas siempre cuestionadas. El autor sigue un esquema deductivo, casi detectivesco, poco dado a la acción o lo frenético y sí a lo psicológico, que tan sólo hacia el último tercio comienza a cobrar velocidad y se desliza en un crescendo de descubrimientos hacia un final terriblemente abierto. Autoridad es el reverso de la moneda que empezó a mostrarse en Aniquilación, un deformado espejo que, no obstante, termina mostrando la misma imagen. Y, con el inmenso cliffhanger que cierra el libro, lo único seguro es que es muy difícil saber qué esperar del cierre de la trilogía en Aceptación.
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