M.C. Arellano.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2015. Edición digital (ePub). 112 páginas.
Publicada originalmente en 2015 tan sólo en formato digital y dotada de edición en papel en 2018, ambas a cargo de Sportula, esta novela corta podría parecer de inicio poco más que la recurrente misión o quest, el viaje que reúne a un variopinto grupo de aventureros en pos de conseguir un difícil objetivo aunando sus habilidades complementarias. Ahí están desde el Paladín al Bardo y el resto de sospechosos habituales, incluida una antagonista a su altura. Arellano tiene la habilidad de presentar el aliciente, eso sí, de ver modificadas las características más definitorias de algunos de los prototipos más típicos y usados del género, de pervertir los clichés para ofrecer una visión diferente del proverbial viaje del héroe. El hecho diferencial pronto se hace evidente, dotando a la obra de un atractivo muy definitorio, revelándose que no es un libro sobre la aventura sin más ni más, sino que el inesperado protagonismo va a recaer sobre una muchacha, inteligente y despierta, con la mente repleta de preguntas, que no duda de lanzar al resto del grupo, consiguiendo muy variadas respuestas de cada uno de ellos —en muchos casos incluso el silencio es una contestación de lo más elocuente—. Es un libro casi socrático en ese sentido, donde de los diálogos y los silencios surgen temas de hondo y sentido calado. Pero claro, también hay aventura, bien hilvanada y narrada, y de cuyo desenlace depende la suerte de un dios, cierto.
Trevia es la única persona que ha entrado en Kargen y ha vuelto para contarlo. Pese a haberse retirado hace ya tiempo, no puede evitar asumir la responsabilidad de acabar para siempre con la mayor amenaza para los niños de Larda, Veria y el Thrais: Urboja, el Dios Hambriento. Así, a regañadientes, se embarca en la que espera que sea su última empresa… y que podría serlo en un sentido muy distinto al que desea.
Bajo una estructura en la que cada capítulo es introducido por una muestra de la cosmogonía del lugar, con el relato mítico de la Enéada, la creación del mundo y de los dioses de Thrais, la primera «sorpresa» de la aventura es que la veterana líder de la partida no sólo es una mujer mercenaria, sino que es una madre soltera, y que su bebé de diez meses a acompañarlos en un camino al final del cual les espera un dios que come niños. Pero será su hija mayor, la pequeña Saya, la que va a cargar con buena parte del interés del viaje. A partir de la partida las cosas no van a ser como el lector aficionado podía esperar tras la experiencia de lecturas anteriores. La cosa trasciende con mucho la estructura del viaje del héroe tantas veces explotada, empezando por la figura de la Madre, guía y responsable del grupo a la par que de sus propias hijas.
Saya es una jovencita llena de preguntas, de una curiosidad insaciable, cuya formulación al resto de grupo va a dar lugar a una serie de inesperadamente profundas conversaciones, de las que surgirán reflexiones de lo más inocentes a lo más peliagudo. Algunas de sus preguntas son de lo más incómodas, revelando verdades que hacen cuestionarse a uno mismo, por lo que algunos se sentirán violentados y se negarán a contestar. Otros, sin embargo, abrirán su corazón a la muchacha, descubriendo en ella una mente brillante y aguda cuya sed de conocimiento debiera ser alimentado y no coartado. Aunque siempre hay preguntas sin respuesta… Y entre tanta introspección Arellano no se olvida en absoluto de la aventura, dotando al relato de los necesarios misterioso y escenas de acción como para que la narración se deslice de una forma muy amena e intrigante. El intencionado, o eso se antoja, sentimiento de estar en medio de una búsqueda rolera se ve acentuado por la reveladora presencia en cierta parte del relato de unos dados poliédricos que podrían marcar el destino de la misión, o de la vida de algunos de los componentes del grupo en todo caso.
Cada personaje carga con sus particularidades, con sus tormentos y dudas, lidiando con ello cada uno a su manera y como mejor saben, aunque no siempre sus elecciones sean las más acertadas. Y apoyándose en estas personalidades divergentes surgen en el relato los más variados temas. Ahí está la música con su regusto de magia, la vanidad y el amor propio que muchas veces deviene en egoísmo y crueldad, la invisibilización de los que son distintos o no concuerdan con las ideas propias, la arrogancia de quien se cree en poder de todas las respuestas y se muestra inflexible aún confrontado con sus propias contradicciones, la maternidad con sus vaivenes emocionales, la religión «o el panteón religioso en todo caso» como metáfora de muchas cosas…
Cuestión aparte merece precisamente la mencionada cosmogonía, perfectamente construida, con la épica, el misticismo y las contradicciones que se pueden encontrar en cualquier de los panteones clásicos de nuestra propia historia.
Una novela corta que se lee en una sentada, se disfruta por la bien planteada aventura, y se recuerda por las cuestiones que va lanzando a bocajarro y que dejan poso en la mente. La suerte del Dios Hambriento está echada, y el destino de muchas gentes depende de un grupo de aventureros de lo más variopinto. De sus acciones y de las respuestas que encuentren en su interior dependerá el resultado.
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