sábado, 12 de marzo de 2011

Reseña: El último teorema

El último teorema.

Arthur C. Clarke y Frederik Pohl.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Edhasa. Col. Nebulae. Barcelona, 2010. Título original: The Last Theorem. Traducción: David León Gómez. 573 páginas.

Clarke llevaba un tiempo trabajando en esta novela cuando se dio cuenta que las secuelas de la poliomelitis que había sufrido y un total bloqueo del escritor le impedían avanzar en la misma; pidiendo ayuda a su amigo Pohl, le entregó todo lo que llevaba escrito ―que tampoco era demasiado― y un buen fajo de notas con las líneas a seguir. Durante una temporada, Pohl, solo dos años más «joven» y aquejado de sus propias enfermedades o dolencias, trabajó en el libro siempre supervisado por el autor de 2001; finalmente, le presentó a Clarke el libro terminado en marzo de 2008 obteniendo su beneplácito para publicarlo pocos días antes de la muerte de éste.

En la novela, un joven y dotado matemático nativo de Sri Lanka, Ranjit Subramanian, se obsesionará durante sus años de estudio con la demostración del último teorema de Fermat. A su alrededor una convulsa Tierra camina en el filo de la navaja de la violencia y la destrucción. Una situación que lleva a una raza de alienígenas muy poderosos, tras detectar los rastros de fotones enviados al espacio por las diversas explosiones atómicas producidas en el planeta en las pruebas de las diversas potencias, a enviar una misión primero de exploración y luego de exterminio contra la Humanidad al juzgar que representa una amenaza para el resto de razas galácticas. Mientras esa Espada de Damocles se va acercando a la velocidad de la luz desde distancias siderales, la Tierra tiene sus propios problemas y alegrías, y Ranjit irá reflejando con las diferentes etapas de su vida muchos de ellos.

Arthur C. Clarke
Debido a la curiosa estructura elegida para su escritura, cabe decir que, salvo quizá al principio de la novela, Ranjit no va a ser el auténtico protagonista ―en el sentido estricto de la palabra― de la trama, sino más bien un espectador de la misma, un testigo a través de cuyos ojos el lector va a conocer los más importantes hechos de esa Historia futura pero cercana que los autores están relatando. Por su fama y la red de poderosos e influyentes conocidos que le ha tocado en suerte, el matemático se va a situar en primera línea de la información del más alto nivel, del conocimiento de los sucesos más importantes que tienen lugar a lo largo del planeta, sin participar verdaderamente ni tener una auténtica relevancia en ellos, más un observador que un  participante activo en los destinos del mundo.

A lo largo de la novela, que abarca toda la vida del propio Ranjit ―quien en un momento del relato cede el protagonismo a su hija pasándole el testigo de la acción―, se suceden muchos de los temas ya utilizados por los dos autores en obras anteriores: la construcción de un ascensor espacial, una carrera de veleros espaciales utilizando la energía del viento solar, los alienígenas tutores de la galaxia que controlan a las razas inteligentes de manera cuasi omnipotente, la hibridación de hombre y máquina y la inmortalidad a través de soportes informáticos, la colonización del Sistema Solar, la conjunción-antagonismo-convivencia de ciencia y religión, las relaciones familiares, el papel que juegan o que deberían jugar los científicos en la sociedad...

Frederik Pohl
Sin embargo, es una pena que un libro escrito por dos firmas tan famosas y con unos temas a priori tan interesantes sea tan irregular, un  libro del que se puede decir que “no está mal”, pero que no levanta realmente ninguna pasión. Con un ritmo muy irregular, alargado más allá de lo que debiera haber sido su longitud natural ―y eso que en realidad no es tan largo como podrían hacer suponer las 570 y pico páginas de esta edición―, peca de evidentes desequilibrios de interés entre unas historias y otras. El desarrollo de la novela es un tanto deslavazado, sin que se vea gran relación entre la trama del teorema de Fermat y la de la amenaza extraterrestre ―que narrada a través de breves capítulos, queda en todo momento demasiado distante, separada del resto de líneas hasta casi el final donde irrumpe con algo de brusquedad en medio del resto―, salpicadas además con otra serie de historias que brotan y desaparecen ―para volver mucho más tarde― de la principal dando una impresión de poca cohesión narrativa, de una dispersión temática que sugiere que se ha querido meter muchos temas y no se ha sabido renunciar a  ninguno para dar más unidad al conjunto. Es como si, sabiendo que muy posiblemente se trataba del último libro de Clarke, hubieran querido hacer una especie de homenaje-despedida con todos sus temas más queridos, abarcando sin embargo demasiado y fallando en la concreción.

A su favor decir que es una novela de fluida lectura en la que se nota literaria y especulativamente el oficio de sus autores para hacerla cuando menos agradable y entretenida, sabiendo mantener el interés incluso en las partes más áridas cuando se sumergen ―o más bien cuando lo hace Pohl, gran amante y conocedor de la materia― sin rubores en didácticas explicaciones matemáticas de alto calado. El último teorema destila en todo momento sentimientos positivos, un deseo de alcanzar el mañana y contemplar sus logros, un amor incondicional a la ciencia y a sus descubrimientos no exento de crítica a sus excesos, un optimismo lastrado no obstante por la contemplación de la realidad ―sabiendo a la perfección que una parte de la Humanidad siempre está inmersa en una guerra u otra, pero intentando ver más allá, y aventurando una solución a través de una organización supranacional llamada Pax per Fidem―... Y es agradable, a lo largo de sus páginas, revisitar muchas de las grandes ideas de la ciencia ficción clásica desde la óptica más moderna de este siglo XXI nuestro, dándoles un enfoque ligeramente diferente, una nueva interpretación.

Sin embargo, al terminar se produce, sobre todo en el lector veterano, una cierta sensación de decepción, no tanto porque el libro sea malo per se, sino porque después de muchos años siguiendo y disfrutando de sus carreras literarias y especulativas uno esperaba mucho más de la conjunción de estos dos autores. Es una sensación agridulce, saber que de alguna forma esta era la despedida de Clarke ―ya que no la de Pohl, que en este mismo 2011 sacará nuevo libro― y que sin duda no pasará a los «anales» como una de sus mejores obras; no obstante, tampoco estará entre las peores, situándose en un discreto término medio. Poco bagaje, para uno de los mejores y más interesantes autores de ciencia ficción de todos los tiempos, una novela que simplemente «se deja leer».

7 comentarios:

Kaplan dijo...

Por no mencionar el precio, claro.

Santiago dijo...

Pues si te digo la verdad no recordaba ahora mismo cuánto costaba, pero sí, después de consultarlo el precio no es de ganga precisamente

Víctor Conde dijo...

Curiosamente, es en la unión de varios autores cuando se dan sus trabajos más flojos. No sé por qué es así, porque la lógica dice que deberían de sumarse sus cerebros y virtudes para producir una obra más sublime, pero... muchas de las colaboraciones que he leído han resultado ser menos interesantes que los trabajos por separado de sus autores.

Santiago dijo...

Hombre, siempre hay excepciones dentro de las colaboraciones, como en el caso de Aguilera y Redal, cuyas primeras obras conjuntas de Akasa-Puspa me parecen superiores a las (también muy recomendables) novelas de Aguilera en solitario. O el caso del propio Pohl con C.M. Kornbluth y su "Mercaderes del espacio", o el tandem Niven / Pournelle y su "La paja en el ojo de Dios"...

Y podríamos seguir con unos cuantos más, pero lo cierto es que Clarke no tuvo suerte en este tipo de "colaboraciones" y no produjo grandes obras incluso cuando se alió con firmas a priori potentes como Benford, Baxter o este mismo Pohl (así que mejor no hablamos de Paul Preuss, ¿verdad?).

Saludos

Kaplan dijo...

Las que mencionas son indiscutibles, sí. Y a mí Luz de otros día, de Baxter/Clarke, me gustó mucho, la verdad.

Santiago dijo...

Y a mí que esa novela tampoco me terminó de convencer :-(

Víctor Conde dijo...

Luz de otros días no estaba mal, pero el cuento en el que se inspiraba era mucho mejor.