William Gibson / Bruce Sterling.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nos encontramos en Inglaterra, en plena Revolución Industrial, pero en una Revolución muy diferente a la que nosotros conocemos por nuestros libros de historia y que todavía podemos recordar. Charles Babbage ha conseguido hacer funcionar su máquina computacional que trabaja mediante tarjetas perforadas y ha revolucionado todo lo que le rodea. Gracias a Babbage nace la era de la información y nuestro pasado da lugar a un mundo radicalmente distinto del que en realidad tuvo lugar. Nos encontramos así con una ucronía de fascinantes posibilidades que, sin embargo, no terminan de llegar en su totalidad a buen puerto.
La novela se compone de cinco partes o “iteraciones”, con protagonistas cambiantes, aunque con un desarrollo cronológico lineal y seguido, y una coda final en la que mediante extractos periodísticos, recortes de noticias y trasuntos de tarjetas, se pondrá punto final a muchas de las preguntas sugeridas a lo largo de la trama, aunque otras muchas queden en el aire para ser satisfechas por las propias deducciones de los lectores.
Un misterioso paquete de tarjetas perforadas que irá cambiando de manos sirve como excusa para embarcar al lector en una aventura asombrosa por momentos, donde casi lo más importante es el decorado que se va revelando poco a poco mediante hábiles pinceladas a lo largo de las páginas, mostrando un mundo radicalmente diferente al nuestro, pero que arrastra y ejemplifica muchos de los defectos que la humanidad ha padecido a lo largo de nuestra historia.
Así se nos pinta un mundo dominado por los tecnócratas y científicos, convencidos de que la tecnología elevará a la humanidad a nuevas cotas de progreso y bienestar, sin importarles las consecuencias negativas que para la naturaleza y los propios hombres haga recaer ese exceso de industrialización. Surgirán de este modo nuevas castas, nuevos estratos sociales, que impulsarán una extraña lucha de clases.
No es esta una novela fácil, no da todo masticado, sino que el lector debe ir buceando entre multitud de pistas y detalles para lograr conformar el cuadro total que se nos está pintando delante de nuestras narices. Al ir cambiando los protagonistas (aunque en las tres iteraciones centrales, para mí las más interesantes y entretenidas, se mantenga la figura del paleontólogo y exótico aventurero Edgard Mallory como motor de la narración), permite ofrecer un cuadro más completo de esa sociedad nueva nacida del desarrollo de la máquina de Babbage. Surge ante nuestros ojos un Londres bastante deshumanizado, agobiante, oscuro, poco atractivo para residir en él a menos que pertenezcas a la élite científica gobernante. Y a la vez, mediante las referencias que pueblan el cotidiano devenir de los protagonistas nos vamos haciendo una idea bastante clara de cómo es del resto del mundo, fuera de ese polo de miseria londinense; vemos una América del Norte desmembrada, en guerra entre diferentes facciones (Unión, Confederación, Texas, México…) apoyadas abierta o clandestinamente por Gran Bretaña que juega con varios mazos de cartas a la vez; una Francia que busca no quedarse atrás en su competencia por el progreso con Inglaterra; o un lejano Japón que sueña con unirse a las naciones “civilizadas”, que se deja cegar ante los adelantos mecánicos y no ve que por el camino va a ir perdiendo gran parte de su tradición milenaria.
Siguiendo el rastro de las tarjetas, unos buscándolas y otros ocultándolas, nos adentraremos en los abismos del ser humano, echando una ojeada a sus pasiones y defectos y viéndonos reflejados en este espejo desenfocado. El sudor que impregna a los trabajadores de Londres, a los bajos fondos a los que Mallory, y sus acompañantes, se verán obligados a bajar, a los servidores de la ley encerrados en asfixiantes cubículos computacionales… ese sudor desagradable y pegajoso que surge del propio agobio de las personas parece rezumar de las páginas pegándose en las manos del lector. Los autores describen de forma vívida la terrible ola de calor que azota la ciudad justo en medio de un levantamiento de obreros y marginados, no se sabe demasiado bien impulsados por qué oscuro motivo, que preludia una revolución llamada a subvertir el orden establecido y que llevará a Londres al borde del caos. El mal olor de las industrias, el humo de los túneles mal ventilados, el ambiente irrespirable de las fábricas se convierten en un protagonista más de la narración, en un elemento desencadenante vital para los hechos que se nos están narrando.
Es esta una novela exigente con el lector, que deja muchas cosas en el aire forzando a rellenarlas con suposiciones, deducciones e interpretaciones varias. Como a la máquina diferencial, se nos ha dado una serie de tarjetas perforadas, pero en nuestras manos está encontrar las claves que sirvan para desentrañar todo su significado o quedarnos con un galimatías del que tan sólo extraer el posible de la aventura narrada. Quien se atreva a bucear profundamente encontrará aquí mucho más de lo que aparentemente se ofrece. Otro tema es sí el resultado final es todo lo conseguido que podría haber sido, todo lo redondo que el magnífico escenario podía dar de sí; para mí no lo es, pero en un libro abierto a tantas interpretaciones creo sinceramente que es mejor que sea cada lector quien juzgue por si mismo.
Eso sí, defraudará a aquellos que, viendo a sus autores, busquen aquí una novela ciberpunk o ni siquiera de ciencia ficción futurista; una ucronía más cercana al steampunk es todo lo que encontrarán. Que no es poco tampoco, ¿no?
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