Will McCarthy.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La Factoría. Col. Solaris ficción # 134. Madrid, 2010. Título original: The Collapsium. Traducción: David Cruz Acevedo. 345 páginas.
Se podría definir esta novela como una space opera hard. Una space opera ciertamente diferente, circunscrita al sistema solar ―el reino de Sol― y lejos de grandes escenarios galácticos, pero lleno de viajes espaciales, de diminutos planetoides que sirven de hogar a sabios excéntricos, de estructuras anulares que intentan rodear nuestra estrella, de aparatos de teletransporte, de armas de rayos de inmenso poder y de un genio malvado decidido a acabar con todo, llevando al enfrentamiento de las mentes más portentosas del reino de Sol con el fin del mundo dependiendo del resultado.
Pero si algo diferencia El colapsio de otras space opera más canónicas, más allá de su escala galáctica, es precisamente el alto contenido de especulación científica ―sobre todo física― que destilan sus páginas, empezando como no podía ser de otra manera por el propio invento del título y que se encuentra detrás de los graves problemas que se han de plantear a lo largo del libro. El autor postula ―explicado a grandes rasgos, que él lo hace mucho mejor, haciendo que por lo menos para un lego como yo suene convincente― los principios físicos implicados en utilizar micro agujeros negros sustituyendo a los átomos, neutrones u otras partículas para crear una nueva estructura material; una materia que permite la flexión y torsión del espacio-tiempo a voluntad y que al producir en su interior zonas más extremas que el propio vacío del espacio interestelar se supone que permite superar allí la velocidad de la luz, produciendo a todos los efectos una comunicación prácticamente instantánea a través de la Red Colapsitadora del Sistema Interno o Recsin, sin desmerecer otros curiosos y maravillosos efectos. Utilizando la estructura del colapsio se pueden construir diferentes máquinas, artefactos o dispositivos que ayudan en gran medida al desarrollo, bienestar y expansión de la Humanidad
Ese futuro de maravillas tecnológicas se completa con el uso de otros descubrimientos como la «roca pozo», una sustancia derivada del silicio que se puede «programar», reconfigurando sus moléculas para adoptar prácticamente la forma y propiedades de cualquier material en el que se piense ―ya exista por sí mismo en la naturaleza o sea totalmente imaginario― y con el que se puede construir todo aquello que uno desee; y del «fax», una máquina que permite el teletransporte de personas y objetos, la reconstrucción celular de los cuerpos que pasan por el hasta el punto de crear la virtual inmortalidad del ser humano al reparar todo daño a nivel celular, la copia de los propios individuos, pudiéndose simultanear varias copias de una misma persona para encarar diferentes proyectos o dividir las tareas ―pudiéndose luego reintegrarse para compartir experiencias―, o el almacenamiento de los recuerdos y características físicas para «resucitarle» en caso de muerte irreparable. Estas copias son idénticas en todo a los originales, pero comienzan a divergir de ellos desde el mismo momento en que son creados, pudiendo dar lugar a individuos totalmente diferentes como es el caso de Cieno, divertido y emotivo personaje que aparece en la tercera parte y que se apropia de la acción en muchos momentos hasta su actuación estelar.
Descrito a través de un narrador omnisciente que no duda en interpelar directamente al lector, con un toque muy barroco, ostentoso y recargado en cuanto a las relaciones inter personales, con una sociedad de modales isabelinos, y una prosa sutilmente humorística, casi satírica, El Colapsio es una lectura ligera y complicada a un tiempo. El protagonista principal es Bruno de Towangi, el brillante científico inventor del colapsio, un hecho que le ha convertido en tan apestosamente rico que al principio de la narración vive cual excéntrico ermitaño en un planetoide artificial, creado por él mismo en el Cinturón de Kuiper, donde se dedica a sus estudios y más en concreto al intento de crear un arc de fin, un portal por el que poder ver el fin de los tiempos; una reclusión que, además, le sirve para sortear su absoluta falta de habilidades sociales para interactuar con sus congéneres. Antiguo filandro, amante de Tamra-Tamatra Lutui, la Reina Virgen de Todas las Cosas, regente absoluta del reino de Sol ―o sea, de la Tierra y todos los planetas del sistema solar colonizados por la Humanidad―, será en su condición de consejero de la misma ―además de la mente más destacada del momento― llamado a resolver un terrible problema cuando el proyecto de otro de los científicos más destacados de la época, Marlon Sykes, de construir un anillo de colapsio en torno al Sol para permitir la comunicación instantánea en cualquier parte del reino haya empezado a caer hacia la estrella amenazando con colapsarla con el consecuente desastre.
Contrasta el tono sutilmente humorístico y ligero de ese narrador dirigiéndose directamente al lector para reclamar su atención sobre los detalles que cree más remarcables en oposición a la gravedad de la amenaza encerrada en la caída del anillo que podría terminar con la vida en todo el reino de Sol. Se siente de alguna manera que la intención del autor es más divertir al lector que el profundizar mucho en las importantes cuestiones que la propia narración plantea: la clonación de cuerpo y mente, la dependencia del ser humano de la tecnología y la amenaza que podría significar su implantación sin los debidos controles, la inmortalidad, el significado de una vida en que virtualmente se puede conseguir ―en cuestiones materiales― todo lo que uno sueñe o imagine, la terraformación y habitabilidad de otros planetas, la construcción de hábitats espaciales... De alguna manera McCarthy se queda en la visión más pulp de sus especulaciones sin atreverse a dar el paso más allá de profundizar en el auténtico significado que tendrían sobre esa Humanidad futura.
Dividida en tres partes, con un problema asociado al anillo de colapsio particular en cada una, se nota un tanto que la primera parte fue publicada independientemente como novela corta y que posteriormente se añadieron las otras dos, al producirse en ellas una serie de «recordatorios» o repasos sobre lo leído y sobre las teorías físicas implicadas que leído todo de corrido resultan altamente innecesarios. Las tres partes comparten una misma estructura, con De Towangi viviendo su soledad y siendo reclamado para solucionar un problema que provoca la paulatina caída de los micro agujeros negros del anillo de colapsio. Tan solo en la tercera, que ocupa prácticamente tanto como las otras dos juntas, aparecerá la auténtica dimensión de la amenaza, con la sospecha de que la misma podría estar motivada no por causas naturales o meros accidentes, como se suponía hasta entonces, sino por un criminal sabotaje. Pero, ¿quién podría desear acabar con el Sistema Solar y, por ende, con toda la Humanidad? Algo que tendrá que averiguar el protagonista al tiempo que lucha por salvar al reino. En cada parte, el autor va dejando caer nuevas «teorías» físicas, realmente interesantes, aunque muchas se antojen de difícil aplicación práctica ―e incluso teórica sobre el papel― que se permite desarrollar en unos interesantes y complementarios apéndices en los que apoya la trama.
En la parte menos hard ―pero no menos especulativa, al menos en cuanto a lo social―, es curiosa, como poco, la visión que se presenta de la monarquía ―y por ende de la mente humana― como una institución a la que el ser humano tiende por encontrarse codificado en los propios genes; en ese futuro de la novela, cuando se ha conseguido la «libertad» de todos los pueblos a costa de exterminar a ―casi― todas las familias reales del planeta hasta el último de sus miembros, la sociedad resultante se da cuenta de que los individuos en realidad no quieren ser responsables de sí mismos, sino tener a alguien por encima al que poder culpar de todos los males, depositar en su cabeza todos los problemas para que otro se los resuelva y adorar en los buenos tiempos... es decir, querían un Rey. Así se descubrió que tan solo quedaba una familia real en la pequeña isla de Tonga, a cuyos miembros se les ofreció el puesto: reyes del reino de Sol, o lo que es lo mismo, de todos los planetas colonizados por la Humanidad en el sistema solar. Un título, eso sí, con toda la pompa y el boato, pero sin un poder real, más una figura decorativa que tranquilice las conciencias que alguien con auténticas competencias. No obstante, debido a la inmortalidad alcanzada por la humanidad, la sociedad para aceptarla le impone a la reina, Tamra Lutui, la obligación de permanecer virgen por toda la eternidad, algo que la joven no parece del todo dispuesta a aceptar... Así, el relato, lleno de detalles sobre la curiosa monarquía, la estructura social y las relaciones humanas tiene un cierto sabor a sátira ligera y humorística, lejos de una reflexión a fondo sobre todo lo expuesto.
De esta manera, el principal problema para la credulidad del lector seguramente sea la absoluta rapidez con la que el científico construye sus artefactos desde el momento en que encuentra la solución al dilema. Para semejante movimiento de ingeniería, aún en un mundo de maravillosos adelantos como el planteado, se antoja excesivamente acelerado, como si la resolución práctica no fuese lo importante para McCarthy una vez establecidos el problema y su posible solución teórica. Para el lego ―como, repito, yo mismo― tal vez sea algo de agradecer, al encontrar un termino medio entre la especulación y la aventura, sin saturar con explicaciones científicas o de tecnojerga, ni demorar la acción con excesivas operaciones de ingeniería ―que algunas hay―. Agradable, divertida, plena de sentido de la maravilla... El colapsio es una novela para leer con la mente abierta y con una predisposición especial hacia un tipo de humor satírico que a muchos podría atragantársele si no es lo que esperaban. Quizá los expertos puedan descubrir fallos e inconsistencias mayúsculas en las teorías científicas implicadas, pero lo cierto es que yo me he entretenido bastante leyéndola. No sé si es un hard diferente o una space opera distinta, pero al fin y al cabo tampoco importa tanto, ¿no es cierto?
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